Hasta la vuelta


Pongo orden en mis cosas. Dejo las plantas con agua y lejos del sol de la mañana. Sol que hoy no veo por ninguna parte.
Busco ropa cómoda. Libros mas que ropa. Música mas que ropa.
Mi cuaderno de siempre para escribir cosas al paso.
El cielo está completamente denso.
No quiero separarme de mi perra, tampoco puedo llevarla.
Lejos de nosotros ella estará triste.
Todo indica que va a llover hoy mismo.
El weather channel se equivoca, no está "parcialmente nublado". Está todo nublado. Todo.
Espero al sol, mientras bajo las persianas de mi blog.
En la ventana dejo estas flores, como si dejara un poco de mí, una forma de no irme del todo, un abrazo vivo.
Mi eterno agradecimiento a los amigos que están aquí desde el principio y a los que han ido llegando con el tiempo. A los que me dejan sus palabras, a los que leen en silencio, a todos mi agradecimiento por el tiempo dedicado y el respeto a este espacio que tanto quiero.
Les deseo lo mejor para el año que se inicia y la esperanza de seguir compartiendo este camino junto a ustedes.
Patricia.-

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La Luna y el Farol


Un mini cuento "made in" casa para compartir con mis amigos de tantos y tantos días, un intento de llevar luz e ilusión al niño que renace en nuestros corazones cada Navidad.
...


Estoy muy solo y triste acá en esta esquina abandonado.
Estoy cansado de tener que iluminar todas las noches de mi vida.



Esto me recuerda a una canción-Dijo La Luna-
¿Puedo quedarme con vos? Te presto mi luz.




Quedate, dijo el Farol,
pero vos también te vas a cansar y te vas a ir.




Yo estoy siempre aunque no me veas.
A veces soy finita, otras ando escondida,
después empiezo a engordar y
cuando estoy así de redonda soy toda luz.




Dormí tranquilo, que esta noche alumbro yo.
Y la Luna cuidó el sueño del Farol.







-Fin-






Paz y amor en estas fiestas.
-Pato-







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Soltar amarras


No muy lejos un avión atraviesa el cielo. Lo abre sin piedad. Desde un profundo tajo brota sangre.
En algún lado es viernes. En las autopistas los autos arden amontonados. Inflamados y brillantes, esperan un atajo para desahogar su furia de fin de semana. También ellos enterrarán sus puñales en las calles principales y los caminos secundarios.
Si yo quería ver volar los pájaros que se pierden en la tarde.
¿Por qué tuve que ver el cielo rasgado y la ira incendiando la autopista?
Yo nada mas quería soltar amarras en mis ojos.
Volar sin miedo, arriba de las nubes.

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Necia y demente


Solos o de dos en dos
las personas que en verdad te quieren
caminan de arriba a abajo
fuera del muro.
Algunos tomados de las manos
otros en grupo
los corazones sensibles y artistas
se hacen fuertes.
Y cuando te han dado todo lo que pueden
Algunos se tambalean y caen
En verdad no es fácil
golpearse el corazón
contra el muro de un necio demente
-Roger Waters-
Tengo la cabeza revuelta de ideas y el corazón prendido fuego.
Me he acercado a la belleza por enésima vez, pero esta vez me tiré de cabeza, para nadar en ella. Como sea, con el estilo que sea, haciéndolo desde la acción, mas que desde el pensamiento.
Yo que siempre me sentí un patito feo, siento que estoy curándome de un dolor que no sé de dónde me viene, ni de qué tiempo inmemorial está instalado en mí.
Lo cierto es que me pude poner a salvo de lo peor de mí.
Pude cortar mi mano asesina que no hacía otra cosa que poner ladrillos en el muro para dejarme bien escondida y presa.
Y sacar mi mano salvadora y ofrecerla.
Me he llevado una sorpresa, por ser una tremenda ingenua.
De todo se aprende.
Si uno pregunta o da a elegir, entre algo bello y algo feo, todos quieren algo bello. Es raro que alguien diga, deme lo feo a mí.
Sin embargo, cómo duele la belleza, cómo asusta, cuánto cuesta acercarse a ella. Qué difícil es crear un espacio bello para llegar al otro y que el otro te de un lugar. Estás vos ahí entregando tu mejor porción y dos o tres estiran la mano. Y lejos, pero muy cerca hay un mundo hundiéndose en la absoluta mierda, enojados con eso, renegando de eso, pero consumiéndola tan contentos. Entiendo tanto ese lamento de Sui Géneris que decía “Para quién canto yo entonces /si los humildes nunca me entienden”
Qué fácil la tienen los que pretenden hacer de este mundo algo cursi, feo y aterrador. Encienden un botón a cualquier hora del día y la tienen servida en bandeja con un montón de manjares puestos a su disponibilidad.

En verdad no es fácil golpearse el corazón contra el muro de un necio demente, te puede suceder que te choques y que te sensibilices hasta la médula o puede que te resulte indiferente, lejano, no apto para vos. Puede que lo ignores tanto pero tanto, que ni te des cuenta cuán cerca estuviste de meter los pies en esa materia pastosa y medicinal que es la belleza. Tal vez por tenerla demasiado cerca y pensar que es algo que se tiene que buscar en otro lado (algún lugar inalcanzable) no descubras que está bajo tu propia piel y que quitándote alguna que otra capa de amianto puedas dejar al aire libre la piel del niño que fuiste y compartirla con algún otro necio demente.

Es muy posible que mi sensible corazón, después de haber dado todo se tambalee y caiga. Va a doler, como duelen todas las caídas, pero nada me quitará, el hecho de haberlo intentado.

* Gracias Incal, por hacerme partícipe de tu blog interactivo.






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Heroína, también con H.


Ayer encendí la tele dos minutos para ver la temperatura (porque ni miras de llegar el verano, acá parece que es invierno) y en el acto me enteré de un chico de la edad de mis hijas que fue muerto en manos de unos policías a la salida de un recital y de la aparición sin vida de la familia Pomar. Familia que llevaba un mes desaparecida . Familia que soportó durante un mes las espantosas conjeturas de policías, investigadores y opinólogos varios, para aparecer ayer estrellados al costado de la ruta. Accidente que ocurrió hace... ¡un mes!
Y podría seguir narrando desastres, sólo que apagué la tele y me quedé pensando en el tiempo enorme que llevaba sin escuchar una buena noticia.
Es bueno que estas noticias de m… se sepan si suceden. Y mejor todavía que se encuentre a los policías asesinos del chico y si se aclara qué sucedió en el caso de los Pomar, sería fantástico, pero abunda ese vacío molesto por dentro de que todo va para atrás y nos hundimos en un pantano.
Después me sonaba en la cabeza el caso de una mujer que fue asesinada hace unos días por un par de delincuentes de un tiro en la nuca. No tengo claro el caso pues me lo contaron -si no ves tele, te lo cuentan con lujo de detalles los que si ven- querían robarle el auto y de la nada un tiro y la muerte en el acto y el cuento se terminó.

Llevo un tiempo sin mirar televisión por esta causa, prefiero ignorar esa realidad, que vivir aterrada y con vergüenza ajena. Además no consigo rescatar en la tele nada que me interese y hasta que encuentro algo que me puede entretener como una peli o algo así, tengo que atravesar varios culebrones, asesinatos de todo tipo y color, chusmeríos de la farándula, y vidas tristísimas de famosos recién fabricados.

Pero en la calle, de frente, sin telediarios mediante, me sucedió algo digno de ser contado.
Barrio de Barracas- La Boca, Buenos Aires.
Feria del libro independiente y autogestiva.
Domingo 18 Hs, ya me iba cuando un librito llamativo por lo poco llamativo, me llamó la atención, valga la redundancia, pero fue así.
Costo del librito 1$.
Lo compro y me lo vende una mujer joven con una sonrisa que dan ganas de hablar con ella. Hablamos y allí me entero cómo nació este librito, me cuenta el proyecto. Ella habla, habla y habla sin saber que la emoción está invadiendo todo mi ser.
Tenía frente a mí a una de las tantas heroínas anónimas que hacen valioso no sólo mi país, sino este mundo.
Merecería salir en todos los noticieros su cara entusiasmada y abajo un cartel que diga: Yo existo, aunque no se hable de mí, aunque lo que yo haga no venda publicidad, ni acreciente el morbo, existo y hago esto, entre otras cosas, claro.

Como existe voy a contarla.
Esta mujer valiosa, ha llevado adelante desde el 2006 un taller literario junto a otras mujeres. Un espacio recreativo de lectura y creación para chicos y adolescentes. Lo especial y conmovedor de este espacio que han creado, es que esta actividad que hacen ad honorem, está dedicada chicos de la calle, huérfanos, sin techo, sin escolaridad. Chicos que están desprovistos de toda la protección y cuidado adulto.
“El taller llamado El Unicornio, nombre propuesto por uno de los chicos, ha dado nombre a este proyecto, mezcla de literatura fantástica, de ideales (…) una acción concreta para intervenir la realidad” –extraído del libro-.
Al pie se lee el nombre de Mabel Seguro, Noelia Rivero, Constanza Arias Montes y Paola Ortiz. Tal vez la mujer con la que yo estuve hablando sea una de ellas, en mi torpeza y admiración por su tarea, no le pregunté su nombre.

Dejo aquí constancia dos textos producidos por los chicos, para compartirlo con ustedes.

“Yo he sido un gusano, en mi andar
arrastrándome desde ahí abajo
mirando a los voladores atrevidos
y a los coloridos cuando pasan
Su rostro combina con la Naturaleza
las flores, plantas, árboles…

Siempre quise ser uno de ellos
a pesar de ser fea
me transforme en mariposa”

(…) Micaela, 12 años.


Para Doña Noelia Jimena Cabanellas,
Que vive en un castillo de Zaragoza.

Soy Sir Alexander, Rey de Bavaria. Le cuento que mi reino está a punto de ser conquistado por un hombre que ni conozco y antes de que eso pase, quiero pedirle ayuda, para que con su guardia civil podamos vencerlo.
Le pido perdón por lo inoportuno que es mi pedido, ya que me enteré que usted se casará en unas semanas. Le pido también perdón a su futuro esposo.
En agradecimiento a su ayuda, si me la da, le cederé parte de mis tierras, le prestaré mi máquina del tiempo y le regalaré un jet convertible del futuro.

Espero su respuesta.
Chau.

Alexander. (Alejandro, 15 años)



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Una forma de romper el cascarón

El gigante

Mi libro infantil "Contar puro cuento" y atrás se ven algunos de "La punta del ovillo", un libro de relatos relacionados con mi infancia, donde la realidad y la fantasía se mezclan con mis recuerdos.

Pasaje (otro librito)


Tengo en la cabeza una frase de Herman Hesse que siempre me gustó de su libro Demian.
“El que quiere nacer tiene que destruir un mundo”
Y ahí se me hace una especie de nube y no me acuerdo cómo sigue…
Son los años pienso, entonces dejo el mate, voy a mi biblioteca, revuelvo entre los libros hasta que lo encuentro y leo algo que ya tengo subrayado desde tiempos remotos: “destrucción de un mundo, superación de una moral a favor de una poderosa vida interior reprimida, liberación definitiva de una herencia, una educación y un pasado”
Evidentemente desde que subrayé ese párrafo en mí ya ardía esta cuestión.
Hoy ya no arde, hoy brilla.
He roto el cascarón como un pájaro desesperado, pero antes he naufragado adentro de ese huevo creyendo que iba a morir ahogada en cualquier momento.

Por momentos me invade cierta rabia desolada al pensar en cómo esperé tanto tiempo. Cómo no pude romperlo antes, cómo soporté los estereotipos sociales que me fueron encerrando sin mandar todo al diablo antes y ser yo, como era yo. Sin detenerme a pensar qué era lo que se esperaba de mí, o cómo debía ser yo, o lo que debía hacer yo, según las expectativas de quienes me querían. Cómo no se me ocurrió pensar que me iban a seguir queriendo igual o incluso más, si me dejaba de mover en esa marea melancólica que me sumía el hecho de ser a medias.
No sé, no encuentro más respuestas que el miedo al fracaso, el miedo a no ser querida, la cobardía.
La cáscara demasiado dura, mi pico demasiado blando, yo qué se…
Eso ya fue, lo cierto es que he roto el cascarón en estos días, este último tiempo me lo he pasado dándole duro con mi pico a una pared de calcio que parecía irrompible, hasta abrir una grieta y por allí salir.
Volver a nacer.
Nacer de nuevo a mis años que son bastantes, es glorioso, sobretodo porque muchísimas veces me sentí muerta, entonces por momentos me desconcierto al verme casi en pañales y aprendiendo a caminar, cayéndome, poniéndome de pie, tropezando. Y a hablar y a reír de nuevo, me emociona y me quedo en silencio sintiéndome así, nueva, como de estreno.
Dándome un abrazo a mi misma, quieta, en cualquier lado, como si estuviera feliz de haberme encontrado.

Sucedió lo siguiente.
Dejé de escribir a escondidas, en cuadernos guardados en cajones, saqué mi escritura, primero en el blog, después en un taller literario que me hizo fortalecer el pico y finalmente al sacarla a la calle la he dejado totalmente libre.
Esta es mi historia, simple, pequeñita, auténtica.
No busco ser una escritora famosa, ni reconocida, ni nada de eso, para eso hay que tener un gran talento y un golpe de suerte, yo sólo busco compartir lo que me fascina, porque siento que al hacerlo me siento mas fuerte.
Dando pequeños pasitos, he podido hacerlo.

Este mes he pasado por una etapa que ha sido importantísima para mí que soy tímida hasta los huesos.
Con nuestro grupo Las Hacedoras, hemos ido por un par de bares, leyendo en público nuestros textos, llevando nuestros libros artesanales hechos con nuestras propias manos, hemos improvisado, hemos alucinado, hemos creado momentos que me han dejado un buen sabor en la boca.
¡Y ni hablar del sabor de mi corazón, no puede estar más rico!

Gracias a ustedes amigos del blog y de la vida por caminar junto a mí todo este tiempo.
Gracias Elsa, Ayelén y Karina, por estos días nuevos.
Gracias pico por no bajar los brazos y romper el cascarón.

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Sin nombres

Una soledad anónima se me ha clavado en la carne y en la retina de mis ojos. Un pedido de auxilio entre mil gritos ahogados en la tarde del sábado, bajo la lluvia. Un grito aplastado por un cielo que se viene abajo sin nada que hacer.
Nada por sentir, nadie quien te quiera.
Sola.
Tirada en la vereda, una mujer y sus hijos.
El techo de una verdulería era toda su protección, muchas bolsas apiladas y el niño orinando a un costado. Jugando con su orín a ver cuán lejos podía llegar. No había más juguetes que eso. El orín mojó a la lluvia, la ensució, esa fue su pequeña venganza.
Después otra vez a mirar la lluvia sin cristales, sin cobijas, sin poesía.
Nada mas que tormentas en los ojos.

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H


Llevo días tropezando con una sombra pegajosa que parece edificarse sin sol. Surge así como de la nada y lo invade todo, como el humo negro e inexplicable de Lost.
Y me traga y me estruja en sus fauces de hollín y me deja después tirada como trapo viejo.
Para que me llene de miedo porque ya sé lo que viene después.

Todo me duele.
Abro los ojos.
¡Ay la luz! ¡Ay del día! ¡Ay de mí!


¿Una h, nada más para cambiarlo?
(risas)
Y sin embargo

Abro los ojos y hay luz.
Hay día.
Hay de mí, más de mí, algo todavía de mí. La sombra de Lost no pudo conmigo.
Camino hasta el jardín y traigo jazmines y rositas que pongo en el escritorio y el aroma a primavera me invade.
Hay día.

El sol que se había escapado no sé cuándo, hoy entró por las ventanas y está en mi casa. Se pasea por los muebles, investiga los pisos, resbala sobre mi espalda.
Hay luz.

Adentro me enciendo, los motores de la vida se prenden y las manos hacen música, juegan, trozan, lustran, escriben.
Hacen-brotes-hacen-risas-hacen-vida
Aunque duelan.
Ramas alas barriletes pinceles alma.
Mis manos me hacen a mí.
Hay de mí.

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Música bajo el agua


Se derrumban los techos, bajo un aguacero de lata. Un nubarrón con forma de barco, se despedaza en jirones líquidos, sobre las hojitas lilas del jacarandá de mi patio.
Todo lo que me rodea se diluye en este llanto desolador del cielo.
Y yo te busco enmarañada, con la mano que escribe en medio de un fuego que sólo se deja ver por mí.
Se derrumban los techos y flota como música húmeda mi quebranto

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Panaderos al viento


Soy un surtidor. Un contenedor atiborrado, una bolsa de gatos. Una carta de papel que guardé en una caja de zapatos, porque sí. Una noche ciega, un pequeño milagro.
Un tic nervioso. Un relámpago. Una niña pidiendo deseos a una flor de panadero que se desparrama en el viento.
Y aunque quiera borrarme de esta hoja donde languidezco de olvido, me doblo en pedacitos, soy en blanco y negro. Siento cómo el polvo seca los días y la tapa de la caja de zapatos se queda con el último destello de luz.

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Urgencia

Foto de Andy


Escapó la flor,
salió de tu mirada
urgente a mí.

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En capas

Abrió y cerró las ventanas por tercera vez, no hacía otra cosa que mirar para la otra cuadra. El calor de afuera y el olor a fritura del restaurante de abajo lo tenían enfermo.
Desde que abrieron esa casa de comidas vive con olor a papas fritas y con ganas de mudarse.
Miró la hora.
Ocho y media.
Un dolor en la boca del estómago, se le mezcló con una arcada y a pesar del asco, pensó en comer algo, así no iba.
¿Qué le iba a decir que él ya no supiera?
La puerta de la heladera abierta ante su cara le recordó que había queso, jamón, huevos, pan. Miró la hora otra vez y se imaginó la escena. Ella estaría llegando, con su tapado tejido, y el pelo suelto, estaría ocupando la mesita de siempre, pero con el humor descompuesto.
Sacó el pan, el queso y los apoyó en la mesada.
De inmediato buscó una cebolla.
La miró, era redonda y dorada. La apretó muy fuerte entre sus manos, tanto como pudo.
Le enterró una uña, la olió, la acarició, está en su punto justo, pensó, pero no iba a ir.
No tenía ganas de oír otra vez los mismos pretextos.
Apoyó la cebolla sobre la tabla y de un golpe seco, la partió con la cuchilla grande.
Cuando la tuvo abierta y jugosa sobre la madera, los ojos se le humedecieron un poco de ardor, y no pudo mirar mas la hora porque los tenía nublados, igual miró y no pudo ver bien si ya eran las nueve o todavía faltaba un poco.
Comenzó a quitarle la piel, capa tras capa, mientras escuchaba como una retahíla lo que ella le estaría diciendo ahora, si él hubiera ido.
Lo primero que le iba a decir, tomándole la mano y mirándolo con cara de buena, es que “era ella y no él”. Así cargaba con toda la culpa y se iba convencida de que era la mala y él la dejaba tranquila. Dejó caer otra capa más.
A ella nunca le bastaba nada, seguro le diría que “él había hecho todo bien” pero que no bastaba, siempre hacía falta algo más.
Otra capa y “mejor, amigos”, mientras decía eso, iba a dejar caer esa sonrisa que lo destruía y él no iba a poder hacer nada, por eso mejor no ir, para qué, para quedarse ahí, sentado, mirándola y diciéndole que si, que bueno, que está bien.
Así enredado en pensamientos, fue desnudándola, hasta tenerla allí, blanca y crujiente para picarla toda.
Y con la cuchilla la partió en cuatro mitades, al tiempo que se hizo un tajo profundo en el pulgar. Una zanja abierta por donde él se iba a dejar verter, sin que nadie pudiera curarlo más que el tiempo. Y llorar ácido y llorar sangre y maldecir a todos los demonios que lo dejaron solo otra vez, como siempre. Sólo contra todo, como aquella vez.
Como cuando no superaba el metro de altura y la única mujer que lo había mirado directo a los ojos, y le había dado amor, se fue. Sin mirarlo, sin decirle las razones de su adiós, se fue. Corriendo, en medio de la noche, escapando de los aullidos de los perros y de los gritos de su padre se fue, pegando un portazo. Todavía en las noches mas cerradas escucha ese portazo y después los tacos perdiéndose, primero en el pasillo, después mas lejanos en la calle y finalmente el auto enceguecido y urgente desapareciéndola para siempre de su vida.

Nada lo detuvo, ni el frío de la hoja abriéndole la carne, ni la sangre derramándose sobre los pedacitos de cebolla. Después la partió en ocho y luego ya no pudo contar mas, porque compulsivamente picó desesperado todo lo que se cruzó con el filo de la cuchilla.
El ácido se le metió en la carne y el ardor lo hizo sentir mas vivo, afiebradamente vivo. Mirando ese mar jugoso y rojo que flotaba en la tabla de picar sintió un rencor más profundo que su tajo, mas abierto, más sangriento todavía.
Un odio insondable por esa boca carnosa que amaba y que le iba a decir que no.
Un fuego prendido en el medio del pecho le entró a bajar por las venas hasta salir rabioso por el dedo pulgar, para perderse mezclado en esa baba picada que iba a tener que tirar a la basura y de paso tirar así toda su sangre, la que llevaba grabada en cada partícula, la memoria de una mujer.

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Letras nómades

-Bansky-

Respiro.

Tomo aire, me detengo y paro. Necesito una pausa. He tratado de seguir con todo, pero no estoy haciendo las cosas bien. Termino enredada, complicada y lo que es peor sintiéndome que llego tarde a todos lados.

Les cuento.

Estoy metida de pies a cabeza en un proyecto literario que se llama Letras nómades dirigido por mi profesora del Taller de escritura, Karina Androvich. Junto a ella y a tres entusiastas compañeras del taller nos hemos largado a pasear nuestras letras por diferentes lugares, empezando el mes de noviembre.
Si les interesa conocer mas información los invito a pasar por la página que hemos hecho para difundir el proyecto.

http://www.lashacedoras.blogspot.com/

No dejaré de estar por aquí, en la medida de mis posibilidades seguiré visitando los blogs amigos, pero no estoy pudiendo sostener una rutina en mi blog y me pesa, por eso la pausa y el respiro.
Ya volveré con tiempo a mi rutina habitual.

Un abrazo.
Patricia

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Detrás del espejo

"Si perdí la razón no fue por amor, fue por soledad"
-Andrés Calamaro-


Allí estaba. Como cada vez que me acercaba. Pálido y silente.
Lejos, pero estaba. Del otro lado, mirándome.
No sé cuánto tiempo me siguió con su mirada. Al principio yo contaba los días, después perdí la cuenta.

Por entonces tuve miedo. No dije nada a mi familia, por temor a que piensen en mi casa que estaba enloqueciendo. Yo sola fui comprobando que era inofensivo.
Que nada mas estaba allí.
Que su vida era mirarme detrás del espejo.
Y que vivía nada más de a ratos. Eso lo descubrí un día jugando, cuando le perdí el miedo y sus ojos entraron a gustarme. Yo me di cuenta que si me acercaba, él aparecía y si me alejaba, se esfumaba hasta desaparecer.
Jugué con eso hasta aburrirlo.
Y también pude comprobar que sólo se dejaba ver por mí.
Nadie nunca lo vio.
Eso también lo comprobé bajo técnicas experimentales. Llamaba a mi madre en su presencia, mirándolo fijo a los ojos la llamaba de un grito. Él ni se inmutaba, sólo que cuando ella aparecía, él se desdibujaba por completo con una sonrisa en la que brillaba un dejo de malicia.
O entraba sola a mi cuarto y me detenía a esperarlo hasta que aparecía en el espejo y a la cuenta de un-dos-tres, les pedía a mis amigas que entren todas juntas que estaban esperando detrás de la puerta. Entraban todas gritando, ansiosas por la espera y él huía ruborizado y ahí la de la sonrisa maligna era yo.
Durante mucho tiempo jugamos a las escondidas, después comencé a provocarlo. Sobretodo cuando fui creciendo, porque no entendía porqué la cosa era conmigo.
Entonces pasaba bien lejos o rapidísimo para que no me viera.
Entré a vestirme en el baño o en el cuarto de mis padres, o a oscuras en el pasillo, detrás de la puerta. De a poco no sé si porque le fui perdiendo el miedo o por provocarlo. La verdad es que me empezó a gustar provocarlo, comencé a desnudarme muerta de vergüenza en su oculta presencia.
A ver qué hacía.
Me fijaba si estaba y no. No estaba, entonces empezaba mi nuevo experimento.
Me quitaba la blusa de espaldas, me desprendía despacito los botones, tosía y me daba vuelta casi de costado y lo buscaba. Todavía no se veía bien, estaba como difuminado entonces seguía con mi cabello, siempre atado en una cola y lo iba desarmando hasta dejarlo caer sobre mi cuerpo lentamente mientras él iba apareciendo. Mientras iba tomando forma.
Cuando estaba nítido nos mirábamos.
Un tiempo sin medida.
Él no decía nada.
Yo menos.
Nos gustábamos así en esa penumbra de mi habitación sin palabras.

Un día me fui, porque la vida me fue llevando lejos de sus ojos y no quise volver jamás a la casa de mis padres.
Tenía miedo.

Cuando murieron mis padres, mis hermanos vendieron todo sin consultarme, porque mi ausencia inexplicable los había ofendido.
Lo entendí. Y nunca me atreví a preguntarles por el destino de las cosas. Alguna vez intenté preguntar por el ropero de espejos que había en mi cuarto, pero no lo hice. Por dentro siempre tuve ese temor a no se qué efecto mágico de que con sólo nombrarlo se hiciera presente otra vez, así de la nada, como había sido en un principio.

Entonces jamás hice mención alguna, pero nunca dejé de buscarlo con mis ojos.

Especialmente estos últimos años, he sentido como una necesidad imperiosa de volverlo a ver y lo que mas me gusta hacer en mi tiempo libre es recorrer mueblerías antiguas. Callejones con negocios de muebles usados, arrumbados en galerías oscuras, lustrados en las veredas y perder mis horas allí. Especialmente miro los deteriorados, los podridos en sus patas, los apolillados, mucho más si tienen adornos de bronce cubiertos por la pátina negra del tiempo.
No miro cualquier mueble, mis predilectos son los de roble de Eslavonia con espejos biselados
En esos me quedo parada un rato largo.

Espero.

Quietita espero un milagro y desaparezco para volver a aparecer, ese juego de escondidas que siempre él y yo jugábamos, todavía me ilusiona.

Mis hijos y mis nietos piensan que estoy loca. Debo estarlo. Alguna vez eso me importó, hace de eso ya muchos años, cuando era jovencita y necesitaba disimular este secreto. Ahora ya no me importa nada, que piensen lo que quieran, después de todo si piensan que desvarío, mejor para mí, puedo jugar más tranquila.
Ya saben que la vieja está chiflada y que juega con algunos espejos, especialmente los que están en los roperos. No puedo con mi genio, me detengo y hago el jueguito de aparecer y desaparecer. Después me quedo un rato infinito esperando a ver si viene.
A ver si sus ojos divinos vuelven de algún modo extraño.
Todavía no lo he visto.
Igual no pierdo las esperanzas de ver aparecer un día cualquiera, de improviso, su imagen en el espejo.
Yo sé que va a volver, por eso no dejo de buscarlo.

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El gallo de los vientos


Me gustaría que fuera una rosa de los vientos. Porque me parecen pintorescas. Tienen una forma en la que suelo perderme dándole vueltas y vueltas. A cambio de una bella rosa de los vientos, a cambio de una laberíntica rosa de los vientos, me han puesto un gallo.
Un gallo grande, flaco, panzón y negro.
Una veleta de hierro forjado con perfecta forma de gallo.
Ha brotado en mi horizonte un gallo con esas características desde hace unos días. Ha surgido como una flor silvestre entre los techos te tejas que oteo desde mi ventana mientras tomo unos mates cada mañana. Quien lo ha colocado allí ha pensado sólo en si mismo, si hubiera pensado en mi desde luego hubiera colocado una rosa de los vientos, pero no, pensó en si mismo y puso ese gallo aparatoso.
Un gallo de grandes dimensiones, de modo que cuando miro los techos vecinos que tanto me gustan, y los tapiales rebosantes de enredaderas endemoniadas porque se aproxima la primavera y miro los pájaros que abundan en los fondos de mi barrio y los árboles que los contienen, veo el gallo.
No quiero verlo, pero está allí.
Moviéndose según lo lleve el viento y está permanentemente ante cada uno de mis ojos, porque he intentado taparme un ojo para ver si se disminuye la visión y sólo veo mas nublado en el ojo que tengo problemas, pero el gallo, nublado y todo sigue allí en su puesto.
Debo reconocer que antes de que apareciera el gallo, yo era un poco mas práctica si quería saber de dónde venía el viento, miraba los árboles o alguna bolsita volar y también me chupaba el dedo y lo sacaba al exterior y…
Esa era mi única ciencia.
Sé que está el servicio de información sobre el clima encendiendo la tele, pero prefiero lo del dedo, es más simple y sólo averiguo lo que quiero. La tele siempre informa de más y después termino quedándome adentro.
Desde que está el gallo ya no me chupo el dedo, debo reconocerle algo bueno, porque era medio asquerosa mi técnica milenaria.
Cuestión que desde hace un par de semanas me acompaña los ojos el gallo, cada mañana sé de donde viene el viento, sé si hay ventiscas o si la mañana es apacible.
Desde acá lo veo, ahora mientras escribo.
Es enorme, lo imagino algo pesado. Tiene una cresta abundante, que brilla color bermellón los días luminosos, y marrón los días grises.
Hoy está quieto, o no hay viento o está cansado o se acalambró o se está dejando ver porque se sabe observado. Hoy su cresta brilla entre bermellón y naranja oxidado.
Hoy estaba tan extraña por dentro, buscando algún milagro en los techos perdidos y húmedos aún por la lluvia de anoche, que no me puse a buscar enredaderas escapando de mi visión, hoy me quedé colgada del gallo.
Hoy por primera vez me gustó.
Un gallo de hierro, mi rosa de los vientos.

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Quique, el cancionista

“Como si fueras a llevarte la luna debajo del brazo”

Él dice que canta para entrar en los sueños de la gente y lo consigue. Dice que sólo sabe hacer canciones y quienes amamos sus canciones le agradecemos al cielo que así sea. Cuando lo marean preguntándole qué es lo que hace, pidiéndole una definición de sí mismo, entra en conflicto porque no hay nada más complejo que autodefinirse, pero ahora él cree que ha inventado una palabra y dice muy contento que es cancionista.
Él tiene una mirada profunda cuando te escucha y los ojos se le iluminan cuando se llena de bromas y se ríe.
Él le tiene miedo a los paraguas los días de lluvia y prefiere caminar bajo el agua apretado de frío.
Es un pájaro mojado que alguna vez fue un rey.
Ha venido a beber y a escribir y a tomar lo que es suyo.
Nunca escribe el remite en el sobre.
Cree en heroínas de fondo amargo. Sueña con la chica de los ojos tristes.
Es un melancólico nacido en el 73.
Es nuestro amigo.
Quique González, un lujo.
Gracias por traer la luna debajo del brazo.

¿Cuándo vas a venir otra vez por aquí?
(Estoy llegando…)
-Quique González-

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Luisa, a los ochenta años


Ella cose todavía.
Detrás de una ventana amarilla ella es la costurera del barrio. Un cartel con letras humildes arriba anuncia que allí hay una MODISTA. El cartel avisa a los ojos distraídos que allí se cose todavía. Hoy que todo viene hecho y que lo que se rompe se tira, ella cose todavía. Mas abajo, en letras aún más modestas, agrega para los curiosos, que se hacen arreglos a medida, cambio de cierres, detalles de botones y bordados.
Cose mientras en la radio añora la voz del peruano y una voz porteña lee un poema de Neruda, dejando para después un tango.
Por la ventana entra el sol de las cuatro de la tarde y se apoya en una tela a cuadros rojos y azules, con unos vivos blancos. Ella recompone el desgarro y cabecea en un vaivén provocado por el pié que se apoya en el pedal y le da un ritmo a su canto. Su voz se cuela por la ventana semiabierta y viaja en círculos de aire hasta mí, que estoy pasando. Que me asomo perpleja a su encanto de antaño.
Ese marco amarillo donde perpetuamente ella cosiendo se ha quedado, con su cuerpo inclinado, con el mechón de su pelo gris que le cuelga como un manojito de pensamientos desolados.

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Coca, Berto y los amigos del barrio


El romance de Coca y Berto es un secreto a voces que él se encarga de desmentir en cada ocasión que se presenta. No vayan a pensar cosas raras los muchachos.
Él aprendió de la gente de la tele, eso de que "sólo somos buenos amigos" y tiene la frasecita siempre en la punta de los labios. Tranquilizando así las bromas socarronas de los "gomías" que ya lo quieren ver casado.

Coca lleva un cabello parecido a los matorrales secos, siempre da la impresión de que tiene la cabeza en pleno incendio y que cualquier idea que se le prenda puede terminar con los bomberos trabajando horas para apagar el fuego.
Berto en cambio es la mar de la tranquilidad. Tiene el andar pausado de los que duermen mucho y los ojos mansos. Una sonrisa a cuestas en su lado derecho, el cigarrillo siempre descontrolado y el tango; eso es lo que le da al hombre su aire rudo, aunque en el fondo es un blando. Su voz profunda, arrancada de algún lugar oscuro de su pecho le pone un toque gardeliano que deja a Coca prendada con esos pocos encantos.

Ella no es de disimular el amor. Lo espera desde temprano, sentada en su banquito, con la mirada atenta a los que van llegando, vestida siempre para ofrecer una fiesta. Se le escapa por los poros el torrente de suspiros que le provoca ese hombre sereno, que de pronto se torna apasionado sólo con pedir un trago.
Se apoya en ese mostrador lustrado y la mira sin decir palabra. La mira directo a los ojos, su mirada es siempre como un ocaso. Ella corre su matorral encendido con la mano y desde allí salen dos ojitos dispuestos a subir los peldaños de los sueños prohibidos.

Entonces Berto olvida, por suerte a los muchachos del barrio y la famosa frase de que sólo son amigos, se inclina despacito sobre su cuello de tortuga buena y entre palabras difusas, palabras que tienen un soplo divino, un torbellino, un canto, le cuenta las diferentes formas que imagina del amor.
Luego terminaba su vino, se acomodaba el saco, paga sus cinco minutos de gloria y se marcha despacio.

Cuando él se va, los muchachos del barrio pierden sus apuestas y a ella se le desbarata la ilusión de hoy, al tiempo que el incendio de su pelo se apaga. Lo sigue detrás con los ojos mancos, hasta la próxima vez, para no perder ese rastro sombrío que tanto ama.

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Esta tarde vi llover


A los ocho años no conocía un gordo más gordo que aquél. Ni tan alto, ni tan rojo, ni tan malo cuando se enojaba, ni tan sonrisa compradora, cuando venía todo feliz porque había descubierto una nueva manera de cocinar esas asquerosas y flacas aves de caza que traía del campo.
Las preparaba en una cacerola tan grande en la que entraba yo parada y mi amigo Miguelito. El otro Miguelito, no el de los trenes. Otro que también era mi amigo.
Con él solíamos espiar al monumental cocinero, escondidos tras la ventana que daba a los fondos de su casa y allí nos desmayábamos entre escalofríos de horror, mientras el gordo descuartizaba sus presas.
Primero miraba yo que era la mas curiosa y le contaba lo que veía a Miguelito, después se subía él y mientras miraba me contaba, pero sus relatos tenían demasiados aggg que asco, puaajjjjj me muero, y ahora le agarra la cabeza y levanta la cuchilla y no veo bien, veo todo blanco o todo rojo, o todo negro y ahí era cuando yo lo tenía que agarrar bien fuerte porque mi amigo se caía redondo. Entonces lo dejaba sentado y lo espiaba yo. La cuchilla era de un tamaño espantoso, podía cortar en trozos un dinosaurio entero si quería. Y lo hubiera hecho, si hubiera encontrado alguno vivo en el campo.
Tenía en su haber conejos cocinados, peludos, perdices, palomas, pajaritos, caracoles que ponía en una caja con tierra a purgar y luego los preparaba en una salsa inmunda.
Patos escabechados, gallinas estofadas, liebre o gato, daba igual.
Teníamos la certeza de que si llegaba a encontrarnos escondidos, espiándolo preparando sus recetas magistrales, nos cocinaba a nosotros. De modo que teníamos extremo cuidado en que nadie supiera de nuestro escondite y menos aún de sus macabras recetas de cocina.
Pero no quería entrar a recordar los vomitivos pucheros que con tanto arrebato preparaba, sino el día que pensamos que iba ser cocinado él, por él mismo.
Todavía lo recuerdo como si fuera ayer. Tal fue la emoción que nos dio, que esa vez dejamos de turnarnos y buscamos la manera de ver los dos al mismo tiempo cómo se cocinaba el gordo mas gordo de aquellos tiempos.
Lo vimos quitarse la ropa ensangrentada. No se veía nada, me refiero a sus partes pudendas. Miguelito me decía “no mires”, “ no mires”, pero yo miraba igual con la mano cubriéndome el rostro y dejando los dedos entreabiertos por las dudas se viera algo y tuviera que cubrirme rápido, pero no se veía mas que carnes y carnes colgando.
Ya sé que debimos habernos bajado de allí en el acto, pero ahora lo recuerdo tal como fue y no pudimos bajar porque quedamos tiesos, petrificados atrás de las hendijas de la ventana con los ojos como platos.
Antes de quitarse la ropa, el gordo llenó una palangana enorme de metal, era tan enorme que él entraba sentado, yo pensaba que era un tanque australiano. Tal vez lo era. Lo cierto es que lo llenó de agua hirviendo durante largo rato. Cacerolas y cacerolas de agua se necesitaron para llenar aquél piletón. Nosotros pensamos que planeaba cocinar un caballo o una vaca entera, pero no, se quitó la ropa enchastrada y se metió él, allí dentro. Sumergido entre vapores, lo escuchamos estremecido cantar un bolero de Armando Manzanero.
“Esta tarde vi llover.
Vi gente correr y no estabas tú”
Quietos, en absoluto silencio lo escuchamos cantar. Y también lloró. Mientras se miraba las manos y el fondo solitario de su patio, lloró.



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Escaleras invisibles

-Georgia O`Keeffe-


Eso ha de ayudarme. El saber. Yo sé que pasarán los días, que el calendario se volverá una especie de lluvia de arena finita sobre los techos y que resbalaré de los andamios que levanté para alcanzar la torre de cristal donde a veces creo encontrarme, pero qué importa eso.
Eso ya lo sé.
Saberlo, apenas es un detalle más entre tantas otras cosas.
Lo tengo decidido, voy a seguir subiendo escaleras invisibles a los ojos, pero que a mis pies le devuelven la fe.
Mis pies sienten los peldaños y con eso me basta.

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Los hacedores

No importa quien seas
no importa donde vayas en la vida
en algún punto vas a necesitar a alguien que se
quede junto a ti (stand by me)
Amo a los hacedores.
Me gustaría profundamente ser uno de ellos, pero si bien tengo por dónde empezar, mi odiosa quietud (¿Sabías que soy una estatua?) no deja que llegue a destino.
Por eso los amo. Por eso los admiro, porque quien hace, quien construye, quien edifica, quien proyecta y lleva a cabo, es un grande. Aunque sea pequeño lo que haga, el mundo funciona y tiene sentido gracias a ellos.

Amo a los artistas, a los que hacen un remolino digno con las emociones del otro.
Siempre me llaman la atención los músicos callejeros, que se sientan en cualquier lugar, sacan su guitarrita o una armónica y embellecen el camino.
No es fácil hacer.
Hacer es atrevimiento, es osadía, es sentimiento en acción, es ganarle al miedo, es placer. Es salirse del mísero asesino que todos tenemos dentro, de ese mísero dictador que te acobarda, que te dice que te va a salir mal, que no servís. Si, ese mismo que te mete en tu cocina, en tu cama, en tu cueva y te tapa hasta dejarte bien solo temblando de frío.
Ese que te hace sentir un ridículo o un imbécil solitario, cuando tan sólo sos un soñador.
Amo a los que hacen, porque me emociona esa chispa que los saca de la nada, del vacío, del mutismo, del silencio malhechor que acecha en las esquinas de la mente.
Este video me ha hecho sentir en la piel y en el alma el sentido de esta canción.
No me dejes sola.
Cuento con vos, contá conmigo.
(Para escuchar el vídeo que es alucinante, hay que silenciar el Gcast)

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Convalesciente



"Tengo alma de valija, pero de valija que vuelve"

-Discépolo-

Ya no tengo corazón. Ahora no sé qué tengo, ellos me lo han explicado a la perfección utilizando el lenguaje de los médicos, que generalmente a las dos palabras me pierdo, de modo que no entendí bien. Da igual, lo que importa es este sol, el parque, esos niños jugando...

Lo de que no tengo corazón, no lo digo yo, lo dicen unos estudios médicos que me hice hace unas semanas. Aseguran que tengo un maletín. Para convencerme han tenido que llevarme a una sala especial, donde me han conectado a una máquina de imágenes y me lo han demostrado.
Todo este chequeo sobre mi salud, lo comencé pensando que algo en mi psiquis andaba mal, para ser mas concreta, que me estaba volviendo loca.
Porque de un tiempo a esta parte, diariamente comencé a sentir dentro mío un cierre que se abría y se cerraba, como oxidado.
Pensaba que era algo psicológico, algo de índole psiquiátrica y no. Me dicen (extrañamente) que de la cabeza estoy lo bien o lo mal que está todo el mundo en estos tiempos, nada para preocuparse, pero lo del “bobo” es una rareza.
El ruido oxidado viene de ahí.
Es necesario abrir (cuando dicen abrir con tanta naturalidad a mi se me aflojan las piernas, pero resisto). Luego hacer un informe exhaustivo para elevar a determinados círculos de la ciencia.
Voy a salir en los diarios, en la televisión, en la radio. Me han sentado frente a ellos y con serenidad y cierta excitación en sus voces me lo han manifestado así.
Les he pedido reserva.
Me han dicho que será muy difícil.
Les he suplicado que mantengan mi anonimato, por no causarle un daño a mis seres queridos. Imaginen por un momento que se sepa que en lugar de corazón, tengo una pequeña valija, de un cuero reseco y viejo. Repleta de souvenires apretados, revueltos, que he ido guardando a lo largo de la vida. Todos mezclados, sin orden alguno.
¿Qué se hace con todo eso si es que hay algo?
¿A quién le interesa quedarse con todo ese rejunte, en caso de que muera en el intento de abrir la valija para investigar lo que hay adentro? Si es verdad que son recuerdos, o es un montón de viento…
Me lo han preguntado en serio, mirándome a los ojos con el ceño fruncido, con la severidad que indica un caso semejante, con sus rostros levemente enrojecidos.
Y me he quedado callada, no he podido responder, la vista se me nubló y de la letra chica no entendí nada.
Firmé igual, obedeciendo un curioso impulso, por primera vez me sentí importante. Pasaré a la historia de la ciencia –pensé-. Mi corazón –que ahora me vengo a enterar que no es un órgano musculoso, sino una valija- será objeto de estudio.
Una serie de razonamientos en cadena, cual efecto dominó se apoderó de mí. No haré de ellos mención, para no extenderme en el relato, pero frente a ellos, mansamente firmé, pues llegué a una tibia conclusión, casi húmeda, como con sabor a cuero mojado y me dije para mis adentros “ahora comprendo”.
“Ahora comprendo” repetí y entonces firmé.
Ellos, unos hombrecitos pulcros, desinfectados, con guantes y sombreritos verdes, me llevaron al quirófano. No sufran, yo iba contenta, por no decir que iba camino a la gloria.

Bueno.

Esto sucedió hace unas semanas atrás, llevo días sentada mirando detrás de la ventana lo hermosas que son estas mañanas soleadas de invierno. Se huele desde aquí el delicioso vapor de las verduras. En un momento más, almorzaremos. Luego vendrá el paseo por los jardines, la tarde, el té de hierbas en las tazas de losa y las galletas de limón que hace Elvira.
No han podido explicarme lo que ha sucedido con mi operación, dicen que los resultados arrojaron nada
Bueno, tampoco es nada…Un gran vacío difícil de explicar, que ellos han dado en llamar nada. Han tirado a la basura cuanto encontraron. Y lo extraño, es que no he tenido fuerzas para reclamar, lo mucho que me importaba cuanto había allí adentro.
Lo que todavía me pregunto y les pregunto y no tengo respuesta, es qué hicieron con la valija. No sé si lo soñé o leí por estos días en algún diario (debo decir que mi vida se ha vuelto confusa) o lo imaginé en estas horas que gasto mirando el parque de enfrente donde juegan unos niños sobre la arena haciendo castillos que luego el viento vuela, pero me pareció verla esperando sola, el paso de un tren carguero, que alguna vez supo ir hacia el Oeste.

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Tren de miga


Errantes mis ojos caminan por los rieles de un andén que traza el mantel sobre la mesa.
Llevo tiempo merodeando un borde del que he aprendido a no caerme, he recorrido toda esa planicie a través del humo del café y al fin, donde empiezan los infiernos que cuelgan de unas rayas color impredecible, me detengo, miro ese abismo abrupto y regreso.
Tomo un tren de miga a una hora que no puedo precisar, seguro es tarde, me lo dice el viento.
Es una voz rota, que viene y me dice que ya es hora de irse, que en esta estación no hay luz y pronto va a oscurecer en medio de la mañana.
Es una mano conocida, la que levanta mi cuerpo y espanta mis ojos del mantel. Tiene una manchita redonda en el anverso, color canela, diminuta, que he visto crecer en estos años y tiene su encanto.
Es mía.
Tengo que confiar en ella, me digo, porque levanta el mantel de la mesa, lo dobla y sacude en el patio para que bajen los gorriones de los árboles a picar miguitas y corta el único lirio azul que hay en el jardín, para que mis ojos vagabundos dejen de estacionarse en baches sin fondo.

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Sin saber


La cabeza va a estallarme de imágenes desangeladas y mi garganta va a quebrarse, antes de cualquier bosquejo de lágrimas.
Todos los diálogos, todas las ventanas, todos los aviones que cruzaron el cielo de mi paladar se fueron metiendo en mis manos calladas. Me abren las puertas del desamparo de una tarde esquiva, y yo me quedo parada en la boca de una calle que no camino.
Esas veredas de baldosas rotas y cristales cerrados, caen ante mis ojos como bucles. Si no dejo de mirarlas van a matarme a puñaladas. Son como un interminable tren fantasma que me traga, anulando mi instinto de supervivencia.
¿Ahora quien voy a ser?

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Botón escarlata


Miro la luna cuando un río de peces me nada en los ojos. Tejen secretos marinos en mis manos cansadas, escondidos secretos por donde naufragan labios bordados de sal.
Miro la luna.
Es pequeña como un botón escarlata, podría caerse sobre los techos y no sabría cómo buscarla, pende de un hilo frágil en esta noche que avanza como un tren oxidado.
Mi interior se agita con el vuelo de los pájaros nocturnos que regresan a sus ramas, es mi corazón que tiembla como una flor deshojada.
Miro la luna, se deja llevar por estelas encubiertas formadas por la brisa fría del sur, viaja sentada en nubes pálidas, mientras yo la veo pasar por mi ventana.
Antes de irse me quita el velo que cubre mis pudores, abriendo tenues pasos de luz sobre la cama.

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Toropoeta :)


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Gotas y otras yerbas


No quiero contar las horas para no morir del susto, pero dejo constancia aquí que son muchas.
Para mi gusto, demasiadas.
Horas, círculos y gotas.
El encierro preventivo me está matando.

Sucede que al principio no pasa nada. Se tolera.
Uno cree que se amolda a la circunstancias de estarse allí quieto, a buen resguardo, sintiendo el clonk-clonk-clonk de las malditas gotas. Controlás la respiración, buscás la serenidad, te sentás con las piernas cruzadas, hacés un montoncito con los dedos, estirás las manos a los costados de tu cuerpo, mirás para arriba como implorándole al cielorraso alguna especie de milagro y decís ¡¡Ommmmmmmm!!

Deberías relajarte, sin embargo en el interior, sin quererlo, sin proponértelo empieza la sumatoria de horas.
La enumeración estricta del tiempo que pasa.
El reloj de la cocina no miente.
El calendario tampoco, pero uno entra a dudar que si.
Los ojos bizcos, perdidos en cada círculo que se abre y se cierra.
El círculo tiene doble fila de dientes, abre su bocaza pútrida en cada gota y la cierra hasta la próxima que vuelve a caer.
Los ojos bizcos se marean, se estrangulan, nadan en medio de ese aciago territorio acuoso.
En tanto las noticias siguen siendo confusas. Hablo de la pandemia de gripe A. Hemos pasado de ser lo que éramos, a especialistas en el tema. Hemos pasado de estar enfundados en mascarillas (nunca usé una, lo confieso, pero he obligado a usar) porque era una manera de protegerse del monstruo invisible, a enterarnos después que no tenía sentido usarla en el caso de estar sanos.
Hemos pasado de la higiene normal a una especie de pegote de alcohol en gel, que mata todo y te deja como encerada.
Hemos dejado de reunirnos, de ir al trabajo, se han suspendido las clases para estar bien aislados y solos y nuestros hijos huyen de casa para amontonarse en casa de otra gente que piensa que la gripe A es puro cuento, o en lugares abiertos como plazas y parques, pero están tan encimados unos con otros que es lo mismo. Y se besan y se extraña tanto que andan abrazados dando muestras de su amor adolescente a diestra y siniestra.

Vuelvo a la gota.


¿Qué efecto le puede ocasionar a una persona algo tan insignificante como una gota?
Te puede salpicar y nada más.
Ahora, cuando es una gota y luego otra y luego otra y luego otra y luego otra y luego otra y luego otra y van miles…
Es como un océano.

Puede que estés pensando en la gotita que falta para que se llene el vaso y claro, cae la gotita y ocurre el cataclismo. Se desmorona todo el líquido allí acumulado y te dejás de decir el cándido “Ommmm” para utilizar otro vocabulario más soez.
En efecto, me refiero a ese vocabulario que estás pensando.
Pero no, el vaso hace rato que se llenó y que se derramó todo.
Y en su momento ya utilicé ese lenguaje de ex presidiario.
No hablo de ese tipo de gota.
Me estoy refiriendo a la gota de la tortura china o algo similar, que cae ininterrumpidamente sobre tu cabeza, una considerable cantidad de tiempo como para desquiciar a la persona mas tranquila de la tierra.
Aviso por si alguien con cierta distracción piensa que soy la persona mas tranquila de la tierra, dejo constancia aquí, que no.
Soy inquieta, ansiosa, fóbica, ligeramente hipocondríaca, fatalista, tremendista, pesimista, y todos los “istas” horribles que abundan, eso soy.
Tampoco quiero que den rienda suelta a su frondosa imaginación y piensen que voy por mi casa con los ojos desorbitados, empuñando la cuchilla de picar.
Soy inofensiva.
Y cómo no, melancólica como un puré de tangos, como buena argentina, conozco el famoso valle de lágrimas de memoria.
Y, sentada acá, mirando la nada, circular, me pregunto qué sentido óntico tiene recorrer ese valle, si se puede andar tan feliz por la vida, mirando valles florecientes con duendecillos alegres ¿Qué me lleva a mi a mirar la montaña de espinas?
Además sabiendo que caminar por el valle de lágrimas es una de las cosas más aburridas, incómodas e insufribles que hay, cómo se me ocurre ir por ahí.
¿Por qué no tomo un atajo en vez de ir a ver qué encuentro?
(Estas preguntas son retóricas, pues a las respuestas ya las sé, sólo estoy reforzando mi pensamiento…)
Volviendo a mi cavilación.
¿Qué puedo encontrar en un valle de lágrimas, sino gotas?
Gotas de todo tipo, tamaño y color.
Gotas de las formas que quieras. Vestidas con el disfraz que más te guste.
Gotas que pueden ser una palabra dicha mil veces. Gota de alcohol en gel. Gota y mi calle vacía. Gota y mousse de chocolate para que sonrías. Gota y miedos trenzados. Gota y el rumor de los pájaros. Gotas y los pasos en el zaguán. Gotas que miran desde el abismo. Gotas mudas. Sin pintar. Retorcidas. Gotas momentos.
Gotas y silencios.
Gotas y caras idiotas en la TV.

Es mas yo creo que he sido premiada por mi absurda insistencia y encontré la gotera.
La tengo sobre mí.
-Clonk-clonk-clonk-
Lo terrible del hallazgo, mas allá de la eterna humedad, es este ruido socarrón que mece mis horas. Un oxidado y taimado rumor de molécula tediosa cae una y otra vez, sobre mi alicaída cabeza. Que apoyada sobre mi mano, que a su vez está sostenida por mi codo, que se clava en mi rodilla, provocando cierto hundimiento de mi pie derecho (y por ende también del izquierdo) en el suelo. Mejor dicho, en el charco del suelo y obligados mis ojos a ese despeñadero inútil, contemplan un pantano de círculos concéntricos que se abren y me tragan. Y mis ojos miran con los ojos del pantano y todo se vuelve circular.
La ventana es una esfera.
La puerta, el camino, la escalera, la nube, el estruendo del rayo, el frío, las tostadas, el café con leche, el jugo de naranja por la vitamina C, la cara llena de bótox en la TV acomodando micrófonos para decir que está todo bien, los expertos hablando de la gripe A, el propio virus.
Todo es redondo.
Incluso yo.
-Clonk-clonk-clonk-
Que también me he vuelto gota.

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Fogatas de Junio


Me gustaría contarlo ahora, que es invierno. Decir que era Junio cuando hacíamos las fogatas, que la tarde era una lengua de tierra que nos saboreaba como si fuéramos helados y que había cierta añoranza instalada en mi mirada, cuando aún no sabía que eso era melancolía.
Contar por ejemplo que la calle se extendía oscura hasta perderse en el campo y que era tan larga como fuegos yo podía contar. Que no tenía cuadras, ni metros. La calle de mi infancia, mi calle Gutiérrez eran diez fuegos, cinco fuegos... Hasta esa vez, qué pena, sólo dos fuegos.
Quiero contar la tarde de los dos fuegos.
Porque fue la última.
Era un fuego aquí y uno mucho mas abajo, lejos, casi donde el pueblo se termina.
El fuego de aquí, era tan alto que tocaba el cielo y yo íntimamente temía que derritiera todas las nubes y comenzara a caer el agua sin querer y nos lo apagara.
Eso nunca pasó, por suerte.
Me refiero a lo de la lluvia, el cielo nunca se nos vino encima.
Pasó sí, el fuego se apagó.
Se apagó solo, una tarde de Junio que se nos pasó, otra tarde de Junio que estábamos peleados, otra tarde de Junio que ya pensábamos que éramos grandes, otra tarde mas que no tuvimos ganas de juntar las ramas y así fueron pasando tardes y años de Junio sin fogatas. Como si nunca en nuestras vidas hubiera habido fogatas en las tardes de invierno. Como si la tarde, hubiera sido siempre un bastión desolado, un poco frío, un poco deslucido, medio gris. Con algunas farolas encendidas aquí y allá, para reemplazar aquellos fuegos que fuimos dejando apagar.
Y la melancolía era un trapo viejo con el que no me podía secar los ojos, porque me arañaba.

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La carta

Luego de leer la carta, hubo un vuelco interior en su ánimo, un mar de dudas la revolcó por las profundidades de la incertidumbre. Leyéndola una y otra vez, fue sintiendo cómo sus manos perdían calor y su cuerpo se estremecía en medio de aquél barro siniestro de letras inmisericordes.
Ella leía y un frío intenso la iba trepando desde abajo, como si el suelo se hubiera vuelto de nieve, una nieve barrosa, casi líquida, donde ella se hundía y letra tras letra era tragado cada centímetro de su piel por ese hielo tumefacto.

Sintiendo una gran náusea, tragó saliva, el paladar se le había convertido en un estanque agrio, en el que se acumulaban algas podridas y el olor nauseabundo le subía por la garganta quemándola por dentro, como si una ola de fuego le alcanzara la garganta y un vómito a punto de salir, se frenara sacudiéndola, estremeciéndola, helándola.
Ella leía y temblaba, casi no podía sostener el papel entre sus manos, pero lo sostenía, mientras el suelo se quebraba, se hundía, la tragaba entre sus fauces gélidas, convirtiéndola en un lodazal descolorido.

Lentamente todo se fue emborronando ante sus ojos, que vueltos dos lagunas a punto de rebalsar, le impedían la visión correcta.
Ella leía y sus ojos aguados la surcaban formando deltas. Pequeños ríos turbios, arrastrando penas como pedregales.

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Mi media sonrisa


El día que perdí la risa, no la perdí del todo. La oculté porque me fui quedando sin motivos. En realidad los motivos siguieron allí delante de mis ojos, sólo que me privaron de ellos. Y yo, sin entender, cómo todo se había vuelto tan serio, intentaba ser obediente.
La explicación si bien fue breve, día a día se amplió en el tiempo: Ahora sos una señorita –dijo mi mamá-.
Yo me miraba en el espejo y era la misma nena de ayer, mas parecida a un varón que a otra cosa. La palabra “señorita” me remitía a medias finas, tacos, rouge, novios…Y yo me sentía feliz metida adentro de unos jeans y con zapatillas.

Sola, esperando que termine el recreo, me digo a mi misma. “Ahora soy señorita”, me digo para convencerme de la prohibición injusta que tiene que ver con mis juegos y amigos. Cuando todas mis amigas siguen siendo nenas, yo no. Yo con nueve años, soy una señorita.
Voy a la biblioteca, espero en una pared. Me siento en una arcada del patio y juego a la pallana, sola.
Ya no corresponde que me suba a los árboles y se me vean las piernas, ni ande en bicicleta con las manos en los bolsillos, tampoco puedo jugar a los pistoleros o a la pelota con mis amigos.
Esta pared donde me hacen esperar en los recreos es mi única compañía.

Ahora que soy señorita me aburro mucho. No sólo me aburro, además estoy un poco triste y no se lo puedo contar a nadie, porque mi madre me dijo que esto es un secreto entre nosotras.
Hoy estuve por romper ese secreto y contárselo a mi prima. Decirle que ya era señorita, pero ella que estaba más triste que yo, me ganó de mano y me dijo llorando, en el fondo de su casa “creo que me voy a quedar huérfana”. Yo me asusté y le dije que cómo y entonces ella me llevó atrás del rosal, donde nadie nos veía, mirando siempre para la cocina, cuidando con la mirada, que no se entere mi tía que su hija sabía que le quedaba poco tiempo de vida.
“Mi mamá se va a morir” me dijo. Tan seria me lo dijo, tan pálida y tan flaca, que abrazadas nos pusimos a llorar las dos. Como pude le pregunté desde cuando estaba enferma la tía. “Yo creo que desde que mi papá se murió” me dijo.
-¿Y qué tiene?-
-Para mí que es muy grave- dijo- hace unos meses que cada tres o cuatro semanas sangra. Y ella no dice nada, a veces se acuesta porque le duele, pero yo veo las toallas con sangre en el baño y pienso que se va a morir muy pronto.
Claro, pensé con alivio “mi tía es señorita” y abracé a mi prima con un amor enorme, tratando de consolarla, pero no pude.
Como la tristeza no se le iba y mi prima no comía y pesaba menos que un suspiro, uno de esos días se lo conté y le dije que su mamá era señorita y que las señoritas sangraban por unos días, una vez por mes, y que yo también era señorita.
Eso le dio mucho asco.

Por un tiempo dejamos de jugar y de vernos, yo creo que ella estaba enojada conmigo. No me creyó que yo fuera señorita, como su mamá.
Lo cierto es que contra mi voluntad de asumir lo que decían que yo era, llegó la invitación de unos amigos de mis padres a una fiesta.
Con vestido de nena, con zapatos de nena, con peinado de nena, llevaron a la flamante solitaria y amargada “señorita” a la fiesta.
Esa noche por primera vez sentí lo que decían que era ahora y disfruté de ese momento sintiendo un gran vértigo por dentro.
Mientras lo escribo, vuelvo a sentir aquél relámpago fugaz, el misterio de la transformación, el instante en que uno siente que ha crecido.
Fue en el momento exacto en que el fotógrafo se nos acercó a Verónica y a mí y nos invitó a posar para la foto. Yo estaba sentada como una nena, con las piernas abiertas y los pies enganchados y rápidamente crucé mis piernas, me incliné y miré a la cámara con un gesto provocativo, como con cierto aire de seducción que no sabía que tenía. Me salió natural ese mohín.
Verónica quedó para siempre sonriente con su boca gigante llena de dientes.
Yo no reía como antes, sólo miré desafiante, con una media sonrisa.
En esa foto era una señorita.


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Vuelvo (sin cordura)

Ustedes, ventanas de luz que guían mi andar.


Vuelvo y no he recuperado la cordura.
Vuelvo antes de quedarme a oscuras.

Simplemente vuelvo a un mundo hecho de letras que se pueden tocar, apenas apoyando los ojos.
Vuelvo antes de que se me “marchite la frente y las nieves del tiempo pinten de plata mi sien” (mientras escribo este impulso de regreso, parafraseo el tango Volver que me encanta)
Siento que “es un soplo la vida” y por eso también vuelvo.

Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida.
Pero, como dice el tango, “el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar”.
He detenido el mío, porque extraño y necesito andar por ahí, por sus veredas, dejando mis huellas en los caminos amigos. Y he regresado, como quien vuelve a su casa después de un viaje, con la valija revuelta, las fotos sin revelar y un cansancio reparador.
Lejos de lo que me propuse. Muy lejos estoy. Tal vez ni pueda con eso, mas “nada ha matado mi vieja ilusión”. Guardo esa esperanza humilde, que es toda mi fortuna.

Y esta mañana el aire imperturbable del otoño y el tango Volver con la voz de Andrés me trajeron hasta aquí, adivinando el parpadeo de las luces que a lo lejos han marcando mi retorno.

Eso son sus ustedes y sus letras, ventanas que dan luz a mi camino.
Por eso vuelvo.


Muchas gracias a quienes con sus comentarios y mails han estado cerca de mí en esta pausa.

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Pausa


Frases como paja húmeda, le hacía decir Woolf a uno de sus personajes en Las olas, estoy envuelta en frases que son como paja húmeda.
Cuando subí esta frase de VW, lo hice porque me quemó esa idea, me sentía así con mis frases.
Estaban allí, golpeándome las sienes, pero nunca encendían. Escribiéndose en mis paredes internas, sin atravesar mi piel.
Siempre veo historias.
Por donde voy leo historias.
Las leo con mis ojos, aún no escritas y las saboreo por dentro, me viajan en la sangre las historias que me conmueven, se me vuelven frases las imágenes, los gestos y quedo colgada como en suspenso.
Sin atreverme a mas.
Debo confiar en mí, me digo.
Debo confiar.
Me lo repito una y otra vez, a ver si dejo de sentir mis frases como paja húmeda, mis historias como ajenas, mi fuego como un peligro.
Pues bien, una frase sin humedad se me pegó a la piel, me abrió los ojos, y me dijo mirá, ahí tenés una historia ¿te animás?
En eso estoy, tratando de confiar en mí.
Intentando que al primer fuego, todas las frases ardan en mi cabeza, en mi pecho, en mis manos.
Prestándole toda la atención a esta historia, que no sé hasta cuándo podré sostener viva y ni sé, si tiene algún sentido, es que me vino a la memoria algo que leí el otro día de Silvina Bullrich, ella dice “Y si alguien pregunta para qué sirve un cuento, podríamos preguntarle sin siquiera intentar llevarlo de la mano hasta una verdad que tal vez le parezca falaz, ¿para qué sirve una flor, un pájaro, una pradera y evitaremos preguntarle para qué sirve usted o yo, los dos mil y pico de millones de seres que se agitan sobre la tierra para la armonía secreta del universo.”
¿No es esto genial?
De momento el sentido que le encuentro a esta historia, es que me sirve a mí, después ya veremos si le sirve a alguien más.

¿Cuál es la verdadera historia? Se pregunta Woolf.
Me lo pregunto también yo.
Y no sé si será esta la respuesta, pero hoy siento que la verdadera historia es individual, es personal en un principio (es algo que te conmueve hasta los huesos) y necesita de frases despojadas de humedad, capaces de prenderte fuego y de tenerte en vilo.
Después, esa lectura que vos hiciste de esa historia, esas frases que se encendieron dentro te piden que les busques el vehículo por donde van a salir, quienes las van a vivir, decir, respirar, resistir…

En eso estoy amigos, me siento urgida por esta historia que se me instaló en las venas y que me pide que la escriba.
Debo confiar en mí, me vuelvo a repetir, como una retahíla me digo “debo confiar”…”debo confiar”…
Tal vez lo consiga.

Todo este palabrerío es para contarles porqué estoy caminando lento, porqué pongo una pausa, porque no me ven por sus blogs con la frecuencia que antes lo hacía.
Pido disculpas por eso, pero no me dan los tiempos.

Pongo en pausa el blog, porque me siento en falta con ustedes, al no poder brindarme, como ustedes lo hacen conmigo.
Cuando recupere la “cordura”, vuelvo.

Los quiero mucho amigos, mucho.
Un abrazo fuerte y hasta luego.


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Pueblo mío


Me ha brotado un pueblo, con sus calles y sus casas y sus árboles añosos. Un pueblo pequeñito se ha levantado en mi pecho hasta romperme la camisa.
Veredas estrechas bordean los caminos laberínticos que hay sobre mi piel. Me han crecido casas blancas de techos bajos, donde duermen gatos vagabundos.
Hay faroles rojos en las esquinas que iluminan almacenes, donde por una sonrisa te regalan cervezas y poemas. Los árboles que crecen a los costados de las calles parece que están en primavera, cargados de estrellas y de flores.
Aunque atrás de mis cristales es otoño y estén casi pelados todos los árboles en el horizonte, en el pueblo que crece aquí en mi pecho, han florecido mas azules todavía, y la brisa de las horas me va cubriendo de pétalos.
Desde arriba por el color, soy como un lago del sur.

De tanto en tanto, rompen la armonía de los días, un puñado de autos vandálicos, escupiendo humo negro y disparando tiros al aire como si huyeran después de un asalto. Deteniendo el tránsito de mis calles, asesinando pájaros en pleno vuelo, rasgando mi piel, abriendo las compuertas de los ríos y provocando inundaciones que dejan la tierra estéril, las casas embarradas, los árboles hundidos.
Se quedan con mi aire en un respiro y con mis pétalos revueltos.
Me dejan las calles repletas de pájaros muertos.
La camisa rota manchada de sangre.
Después se van, quien sabe dónde y vuelve otra vez la paz, el inaudible murmullo de los pasos perdidos que caminan cada tramo de mi pecho. Pasos que limpian el barro. Pasos que secan los ríos. Pasos que yo junto cada día al caer la tarde, para convertidos en caricias de hilos que entretejo dándome vueltas, girándome, ovillándome, caminándome.
Céntrico, curvado, frondoso, tibio, con una hondonada vertiginosa en la calle principal, allí en el medio se ha fundado este pueblo blanco.
Que me vive y que me crece.
En la soledad de la noche, cuando apenas brillan los faroles pálidos y el viento frío eriza cada rincón de este caserío nuevo, un banco solitario que late todavía, abre los ojos y me cuida.

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Sin titulo


¡Ah, maldita seas!
Sos mi carcelera. Día tas días venís con tus manos de papel de arroz y me abris los ojos. Despacito, como para que no me de cuenta, levantás primero un párpado y luego el otro, con mucho cuidado, una vez abiertos le ponés un palito que los sujete abiertos y me hacés mirar para adentro, sobre ese paredón blanco donde vos desde tu mansedumbre, proyectás viejos filmes uno tras otro, rebobinas, te detenés a tu antojo en imágenes o palabras, las repetís en cámara lenta, las verbalizás con una voz muy ronca para que yo no me distraiga. Una voz de ultratumba te sale de los huesos y narrás los acontecimientos con un placer que te desborda. Ah maldita seas, te regodeás viendo cómo mis ojos se prenden fuego del ardor, cómo luchan por quitarse ese palito que clavaste entre los párpados. Gotas de sangre hervidas salen de allí y no te importa. Tu único fin es que yo no pueda volver a ser quien era. Tus horas me persiguen, me raspan la piel, se adosan a mis pasos de barro, me trepan las manos, estas pobres y resecas garras en que se han convertido mis manos de tanto llevarte a todos lados.
No te bastan mis noches de fiebre, esas noches de niebla, de pasillos interminables por donde viajamos iluminando y rompiendo fotos con los ojos rojos. No te basta la locura en la que me atasco cada día.
Te resulta poco.
Ahora también buscás mi sombra para perfumarla con tu pestilente aroma. Un nauseabundo olor a grasa vieja, mezclada con trapos sucios y zapatos húmedos, te trae.
Un vaho a ropero abandonado y a naftalina es la señal de que estás llegando.
Un murmullo de murciélagos agolpándose en los techos es la señal de que estás llegando.
Una luz turbia, titilante, es la señal de que estás llegando.
Un cuerpo aferrado a las paredes, unos ojos abiertos a la nada, unas manos apretadas soy yo.
Un grito desgarrado soy yo.
“Pasame el borrador” te digo, con desesperación las palabras escapan de mi boca y te escupen esa jeta hedionda, hasta llenarte de una baba que me brota espesa y caliente.
No hay brazo capáz de secar este río de lava que me quema por dentro.
No hay brebaje mas amargo, que supere al venenoso sabor de tu existencia.
Cómo te quito de mí, para no seguir pudriéndome bajo esta tierra que me asfixia, cómo te arranco de cada centímetro de piel, de cada tramo de estas horas en que soy tu sierva.
Yo no encuentro el modo.
A veces pienso que lo he intentado todo y que sólo quedan las pastillas de colores que consiguen algunos días adormecerme un poco.
Volverme neutra.
Con mirada de vaca detrás del alambrado.
Pero cuando ni con eso consigo despojarme de este elefante blanco que me vive en los hombros, me escondo de todo, dejo este envase vacío en el que me he vuelto, mas vacío todavía porque me voy lejos, camino por todas las cornisas de los edificios mas altos del mundo sin caerme, me subo a las torres mas altas, donde todo se ve pequeñito y allí, sólo allí mis ojos consiguen el olvido, porque dejo de ser humana y me vuelvo ave, entonces ya no pienso, ya no siento, ya no tengo recuerdos, ya no hay nada mas que cielo frente a mi.

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