A-R. Hasta ayer estas eran dos letras significaban cualquier
cosa, menos dolor. Hoy ya sé que hay una enfermedad que se llama Artritis Reumatoide
Seronegativo y que todo indica que es lo que estoy padeciendo, entre otras cositas.
Ayer he recibido la noticia con serenidad. Raro en mí que enseguida pienso
grandes desastres cuando se trata de salud. He tenido una actitud positiva de
entrada. Estoy sorprendida. A medida que el médico me decía una serie de
palabras raras y feas, yo las iba acomodando en mi “entendedera” y pensando que
de eso iba a salir. El médico se inclina por este diagnóstico, luego de llevar varios
meses de análisis, observación y seguimiento a una serie de síntomas.
Fundamentalmente dolor en las articulaciones. No una. Muchas. Mas de las que yo
pensaba que existían en mi cuerpo. ¡¡Estoy llena de articulaciones!! Por favor,
yo que pensaba que articulaciones eran las rodillas y los codos, creo que tengo
articulaciones hasta en las pestañas. Las articulaciones me duelen y las siento
entumecidas. Mi cuerpo se fue convirtiendo en una especie de cárcel de la que
no puedo escapar. Me voy petrificando. No es broma, si me quedo mucho tiempo quieta
me convierto en estatua. Y necesito un remolcador para salir de ahí. Cuando
huyo de estas paredes de piel es gracias a la fuerza de mi espíritu (yo que
pensaba que no tenía), al koinor de mi mente que no se detiene y me empuja a
salir una y otra vez, pero salgo con dolor. Siempre ando con dolor. A pesar del
Ibupirac. A pesar de que ando riendo y haciendo bromas y cosas y puteando y
diciendo ayayayaay, también ando yendo y viniendo para no volverme roca, pero el
dolor está firme como rulo de estatua, nunca mejor dicho el refrán.
Llevo muchos meses
sin saber qué era esto que me estaba hundiendo. Me han tratado por diferentes
dolencias, algunas reales, otras confusas y por primera vez en mi vida he sido
una buena paciente. Del susto que tengo encima debe ser, creo que no me queda otra
más que ser buena y obedecer lo que dicen los que saben y también escucharme a
mí. En este tiempo aprendí a reconocer cuando mi cuerpo ríe, llora o se enoja.
Debo escuchar cuando mi cuerpo habla, para luego no tener que escucharlo gritar.