Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas: bájala un poquito.
Déjame sola
(…)
Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
-Alfonsina Storni-
“no debió ser muy alegre su vuelta al centro en el frío y lento tranvía, llevando una ilusión y dos rosas marchitas como saldo de la velada” (Nalé Roxlo)
En el último vagón había varios asientos vacíos, a esa hora poca gente estaba regresando. La mayoría hombres o parejas. Ella iba sola, un vestido suelto, gris, algo viejo, sus zapatos negros con los tacos gastados y en su mano una carterita donde entraba un cuaderno doblado. Luego de sentarse lo sacó y releyó algunas líneas, lo cerró con brusquedad, volvió a guardarlo.
Apretó los labios mordiéndose la pena.
Se dejó llevar por la noche desolada que le devolvía la ventanilla. Esa oscuridad era como un bostezo siniestro del mar, una garganta de aire donde se hubiera hundido para no tener que pensar más.
Con su mano derecha tomó una de las rosas que aún conservaba en la cintura, para deshojarla lentamente, dejando caer mustios, los pétalos, sobre su falda. Cada pétalo arrancó un verso de sus labios, que no llegó a escuchar nadie. El traqueteo del tren era superior al hilo de su voz y cantó un poema. Uno de los que esa tarde desierta había recitado a viva voz ante un público ausente. Pensó que era mas dramático así, tenía ganas de llorar, y lo hizo de esa forma, deshojando una rosa.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas: bájala un poquito.
Déjame sola
(…)
Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
-Alfonsina Storni-
“no debió ser muy alegre su vuelta al centro en el frío y lento tranvía, llevando una ilusión y dos rosas marchitas como saldo de la velada” (Nalé Roxlo)
En el último vagón había varios asientos vacíos, a esa hora poca gente estaba regresando. La mayoría hombres o parejas. Ella iba sola, un vestido suelto, gris, algo viejo, sus zapatos negros con los tacos gastados y en su mano una carterita donde entraba un cuaderno doblado. Luego de sentarse lo sacó y releyó algunas líneas, lo cerró con brusquedad, volvió a guardarlo.
Apretó los labios mordiéndose la pena.
Se dejó llevar por la noche desolada que le devolvía la ventanilla. Esa oscuridad era como un bostezo siniestro del mar, una garganta de aire donde se hubiera hundido para no tener que pensar más.
Con su mano derecha tomó una de las rosas que aún conservaba en la cintura, para deshojarla lentamente, dejando caer mustios, los pétalos, sobre su falda. Cada pétalo arrancó un verso de sus labios, que no llegó a escuchar nadie. El traqueteo del tren era superior al hilo de su voz y cantó un poema. Uno de los que esa tarde desierta había recitado a viva voz ante un público ausente. Pensó que era mas dramático así, tenía ganas de llorar, y lo hizo de esa forma, deshojando una rosa.