Dice Bertolt Brecht que un analfabeto político es el peor analfabeto, pero de qué me sirve no serlo? Igual va a seguir habiendo prostitución, niños con hambre, abandono. Esclavitud, sometimiento, desgarro. Yo sé el precio de la harina, del pan, del vestido, del zapato. No soy un burro político, elijo aunque nunca gano. Y voto porque es lo menos que puedo hacer después de haber tenido un país donde eso estuvo vedado, pero ya ni en eso creo. Esta enfermedad, este no pertenecer a nada, esta sensación de parea, de destierro que me alcanza, este naufragio a mis años, haber creído en algo que no es y no va a poder ser, perdonen mi falta de esperanza, en serio perdón.
...
Debería escribir otra cosa, dejar libre mi honestidad lírica y chau.
Dejarme estar desolada como espontáneamente me pide la voz que aúlla en mis entrañas, rajarme de acá, bailar mi pena sobre las nubes de esta mañana urbana y que todo me importe un pito.
Algo bueno ha sucedido, creo saber lo que me está matando: se llama exceso de información.
Meto en la misma bolsa la desproporción de temas que no consigo procesar (personales, políticos, económicos, sociales, redes sociales, afectivos, culturales) y todos revueltos, emponchados y retorcidos, no termino de entenderlos, por más onda que le ponga a los diferentes asuntos, no entiendo. Y lo que entiendo me duele en extremo. ¡Qué raza jodida somos los humanos, miren el descubrimiento que me mando! No voy a profundizar en ésto, porque quien me lee tendrá su propia sensación al respecto, y respeto y casi que envidio profundamente a quienes piensan lo contrario, sé que hay seres angelados, de verdad me he cruzado con algún ser de luz y me he quedado feliz de saber que no todo es tan malo como mi pesimismo me hace creer, pero hay tanto ser oscuro, violento, putrefacto. Tanto ser macabro escondido detrás de caperuzas rojas que acabo desencantada, pensando que casi todo es una reverenda bosta. Me estoy volviendo una vieja boluda y anestesiada. Antigua, lenta, sola. Yo que he sido una crédula importante, imaginen la fiesta que se han hecho conmigo los vendedores de buzones. Sucede que hay un problema; a esta altura me doy cuenta, -lastima que eso sucede siempre tarde- porque en el medio soy de dar oportunidades hasta el agotamiento, generalmente mientras tanto se va venciendo la garantía, y claro, siempre pierdo. Pierdo en salud, en paz, en días bonitos -en este preciso momento un colibrí liba una flor en mi ventana, miren si no hay belleza para ganar- pero en vez de eso, yo pierdo en tranquilidad, en calidad de sueño. Pierdo, porque me diluyo y dejo de ser lo que mejor sé ser. Me vuelvo sopa, tranquera, pantano, sótano, esbozo de sopapo o patada en el culo. Y me enfermo ¿Cuánto hace que me siento así? Llevo meses nadando contra la corriente sin llegar a ningún lado, entonces me pregunto en qué me he convertido…Y digo ¡Soy un salmón! ¡Eureka! Debo ser un salmón. Si tuviera el talento de Andrés Calamaro o el descaro, según se mire, con eso haría algo. A mi me sale dolor, fiasco, engaño, pus, asco. Escribo ésta y otras mierdas, versos sin aire, el valor se me va al carajo. Naufrago, me digo para qué publico esto en un blog, si no le hago bien a nada ni a nadie, tampoco daño. Estoy hablando de mi persona en mi blog, y siento que debería estar feliz porque mi pequeño universo lo es, tengo que estar feliz y no lo consigo porque se me ocurre pensar. Se me ocurre no ser burra. O boluda total. Eso me dijo mi terapeuta, que no piense tanto. Y qué cuernos hago con toda esta información que me cae encima como lluvia acida…. No sé.
Y esto no sucede por tener alguna incapacidad de comprensión intelectual, no. Todo lo contrario, sumado a una especie de bobera que me hace creer en el otro aún cuando me miente en la cara. Veo que el fulano me está verseando y digo pero no puede ser así, se le escucha tan convencido de lo que dice, que tiene que ser verdad. Después claro, están los mentirosos consuetudinarios, esos macaneadores que ellos mismos creen que es verdad lo que dicen y por eso son tan veraces.
Y cuando me doy cuenta que piensan que soy blanco fácil, siento que me toman el pelo, me joden en mi buena fe, me desarman, me invaden, inquietan, me abruman, me dan vergüenza, picotean mi cabeza como pájaros carpinteros y soy presa de algo que me envenena.
Me siento triste como una esponja vieja y el desánimo no es bueno, porque te lleva por mal camino, estrecha tu mirada, te hace perder luz y uno termina sin poder escapar de las paredes que te aplastan a los costados. Anoche creí que no salía. Pensé en cierto final. Los muros comenzaron a volverse gruesos, pesados, a elevarse casi hasta tocar un cielo sin luna y yo como un pliegue de mi vestido, cada vez mas desecada.
Debería escribir otra cosa, tengo tanto por hacer y los ojos se me vuelven de vidrio sin que haga lo que debo.
Debería volver al cuaderno, irme lejos, aislarme, estuve unos días en una casita frente al mar, respirando sal y viento, el pelo anudado, los pies sin miedos, que pienso a menudo dejar todo lo que está acabando conmigo y ver si hay otra orilla para caminar descalza como me pide mi ser mas íntimo, pero sin tener que cuidar que la arena que piso, esté minada de clavos ni de buzones varios.