Aquí, digo que vive Antonia. Supongo que podría llamarse así, quien pinta unos postigos de un color que no existe y suspira con la tristeza de un bandoneón los días nostálgicos.
No importa el barrio en el que duerme cuando sueña. Tampoco dónde hace sus compras.
No tiene mucho sentido que yo anote la intersección de sus calles y que relate la monotonía del murmullo que en ellas se respira.
Lo que importa es el respiro.
Porque luego sobreviene el ahogo con forma de abismo, por eso lo único que quiero ver de ella en este día, es el aire en su ventana.
Me gusta verla allí.
Hay veces que la miro y es como si me viera.
El infinito amor que les tiene le lleva a balbucear palabras extrañas, en un idioma verde y crepuscular.
Mientras ella brilla como un dibujo de luna en el marco, el patio va tomando un color de pétalos recién pintados y le estampa una sonrisa a mi camino diario.