La esquina


Sur...
paredón y después
Sur...
una luz de almacén.

-Homero Manzi-


Lo esperaba silenciosa, lo único que quería era verlo llegar y estarse quieta bajo sus pies.

De los dos lados lo esperaba, por alguna de sus veredas iba a llegar pisando fuerte, con ese paso que él tenía, para estar con ella.
Semiplantada sobre si misma, con ojos largos y manos encalladas era toda suya, iluminada por un farolito se encendía toda para él y se apagaba de a breves lapsos si no venía.
Su piel rugosa y sus caderas quebradas lo acunaban noche a noche, mientras él se fumaba un pucho apoyando sus espaldas en la pared descascarada.

El farol la amenazaba despacio, la luna gigante la celaba, el gato en el tapial se desvelaba ansioso y se estiraba marcando su sombra cada vez mas larga, el humo del cigarro jugaba en su rostro y ella toda esquina lo miraba, con esa mirada de adoquín, de vidriera, de baldosa, de pared y él ni se enteraba.

Así era su amor de ladrillo añejo, de abandono después del pucho, de pisada perdida, de espera eterna, de vereda rota.
Así de sólo era su amor de esquina, pero en las noches mas esquivas, esas en las que él pasaba indiferente y no la buscaba para recostarse en ella, se doblaba despacito sobre unos pliegues parecidos a los de un bandoneón y se arrugaba entera, se dejaba cerrar como un abanico y se escondía entre las calles viejas.

Y comenzaba a bajar a paso lento, por unas veredas que casi siempre desembocaban en ese río oscuro y allí frente a una luna de melón y miel, dejaba salir su media voz y se volvía canción.





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Soledad

Tal vez allá en la infancia su voz de alondra
tomó ese tono oscuro de callejón,
o acaso aquél romance que sólo nombra
cuando se pone triste con el alcohol.
-Homero Manzi-


Trabajaba desde los comienzos de los tiempos en una empresa familiar, una empresa que había fundado su abuelo y que su padre había continuado. Con la misma naturalidad que asumió un nombre que le iba a determinar su vida, tambien asumió la gerencia de esa empresa que no quería.
Y ataviada de soledades se le pasó la juventud.

Se le endureció la voz y la mirada, se le volvieron mas grises sus rulos negros y mas profundas las palabras. Aprendió a callar en las reuniones, a quedarse quieta entre las sombras de la tarde, a decir su nombre entre dos calles y despues a mirar de reojo en todas partes.
Se le hizo un hábito caminar despacio, pasear como si no fuera sola, pisar la sombra de los árboles, dibujar con los ojos un cometa y soltarse desde allí en pleno vuelo, para tener una caída libre y sentir que estaba viva.
Dejó de conversar en el mercado al que solía ir por distracción, ya no preguntó mas por el color de los tomates, ni le importaron mas las flores de las macetas del patio, que al igual que los tomates, un dia se secaron.

Supo entonces que había de vivir sólo callando y alguna vez, de tanto en tanto, cuando el alcohol le inyectaba la tristeza trago a trago, le daba por reir y contar algo.
Nadie sabia que ella era tristemente feliz al final de un vaso, que allí en ese fondo destrozado encontraba las piezas para armar su puzzle imaginario.

Siempre estaba sola a la hora de las confesiones truncas y el que escuchaba todo ese tango hervido a fuego lento, era el fantasma que vivía atrapado en las esquinas de su cuarto, era el único que se quedaba hasta el final del fatídico relato y la arrastraba hasta la cama, le quitaba los harapos de marca y le acariciaba los sollozos, desconsolado.

Entonces ella sola, desnuda y loca, entre risas y llantos y se dejaba sólo las botas para caminar sobre los charcos de la desolación de aquél cuarto y soñaba que trepaba la inmensidad de ese pecho fantasma y lo marcaba con sus tacos, despues le parecía mortal aquél encanto embrujado de alcohol, y se agachaba toda ternura estirando sus labios desesperados, besaba una alfombra ciega, que acumulaba a la mañana siguiente esos besos de carmín como si fueran pasos.

"Se llamaba Soledad y estaba sola
como un puerto maltratado por las olas,
coleccionaba mariposas tristes,
direcciones de calles que no existen"
-Joaquín Sabina-

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Un día cerrado

"Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor..."

-Baldomero Fernández Moreno-


Intentando encontrar la llave de un día cerrado, busco en los lugares donde siempre encuentro ventanas con balcones y esta vez, parece que se han vengado de mi.

Las ventanas muestran sus candados, con cadenas oxidadas por el olvido y los balcones se han quedado como en el poema de Baldomero, sin ninguna flor.


"La piedra desnuda de tristeza agobia,
¡dan una tristeza los negros balcones!"

Muertos de hastío se han ido descolgando de las paredes y han caído al vacío de tanto soportar una pena que llevaba mil años apoyada. Una pena que hubiera sido enredadera para poder vivir, pero se fue secando por tener pereza.

Entonces, viendo esa pena caer, escapo a la calle como una ladrona, a robar alguna mirada que me abra una puerta o alguna sonrisa que se perdió en una bufanda, alguna palabra que salte de algún diario, un graffiti que me deje acribillada y hoy evidentemente, no es mi día, todo tiene cartel de clausura.

Vago sin consuelo por una ciudad ausente.

Hoy no habrá ventanas con cortinitas de voile corridas por el viento. Ya sé que las cortinas se quedaran quietas, la brisa no podrá con ellas. Los postigos no les van a permitir jugar.
Tampoco podré con los candados.
El sol será una promesa al salir y luego de un rato será un peso en mis hombros insolados. Un peso que se recostará en mi nuca y hará el nido insaciable de los escándalos.
Los balcones no podrán con las penas, lo sé con sólo mirarlos y se irán suicidando.
Las miradas tendrán anteojos negros.
Las sonrisas vendrán con yesos en los labios.
Las manos no encontrarán los pasamanos y se quedarán en los intentos vanos.

Entonces la ladrona volverá con las arcas vacías y el corazón encarcelado.


"Remontar el barrilete
en medio de esta tempestad
solo hará entender
que ayer no es hoy
que hoy es hoy
que no soy actor de lo que fui."
-Divididos-

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Reflejos

Cuántos desengaños,
por una cabeza,
yo juré mil veces no vuelvo a insistir
pero si un mirar me hiere al pasar,
su boca de fuego, otra vez, quiero besar.

Los días imposibles, ella se escapaba de las garras de las paredes por caerse, con una excusa: comprar antigüedades.

Luego las dejaba apoltronadas, en un orden simétrico y cuando estaba aburrida, se detenía a mirar su propio museo de días muertos. No pudo sentirse mas contenta cuando encontró lo que buscaba.

Azulado y a su lado, en el estante dormía el sueño del hastío un sifón de vidrio.

Cuando se vio amontonada entre esa multitud de estorbos parecidos a ella, se miró reflejada en los vidrios de colores y sonrió. Descubrió allí que alguien mas la miraba. Alguien con mirada imperturbable. Parecía tan contento de verla, que eso la tranquilizó al instante.
Y entonces le prestó su mirada esa tarde.
Y ella se quedó con la de él.

Azulado y a su lado, en el estante abría los ojos pícaros un sifón de vidrio. Que fue el único testigo de ese amor recien nacido.

Ella y él, extraños personajes de un domingo sin sol en Plaza Dorrego, conversaron un rato.
Hablaron de los trastos que se vendían a cada paso, de lo que habían comprado, de los discos viejos, se mostraron los hallazgos y de a poco tambien ellos se mostraron como si fueran otro trasto.
Eso le dio risa y al estar tan cerca, casi se besaron.
Fue un segundo que los dos bajaron sus miradas para verse los zapatos, que eran del siglo pasado y al mismo tiempo les dio por rozarse con los ojos y esa mirada tuvo el sabor de un beso ensangrentado.

Sin decir palabra, ruborizados, los dos caminaron unos pasos y tambien sin darse cuenta se pararon y la risa les brotó descabellada, no entendían que les pasaba si eran dos extraños.
Y cuando estaban preguntándose estas nimiedades, parados delante del mesón de sifones, por un momento les pareció escuchar silbar un tango.
Un tango acogotado se escapaba de un sifón bermellón, que se ofrecía como banda de sonido de un domingo inolvidable.
Pudieron estar locos y no hubiera sido raro, la ciudad está repleta de enajenados.
Lo tremendo fue ver a los sifones bailando tangos al compáz de un acordeón, con sus narices enfiladas todas para el mismo lado y sus manos escondidas formando lazos.

Ella quiso escapar pero era tarde, él se quedó petrificado y un ejército de sifones enloquecidos, dejaron los estantes por un rato y los llevaron en andas al callejón de los enamorados.


Por una cabeza
todas las locuras
su boca que besa
borra la tristeza,
calma la amargura.
-Por una cabeza-

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Sola


Si algo frágil se rompe,
y del susto las lágrimas se encajan sin salir

Si mis manos no se estiran
y solo penden de mis brazos como tajos

Si la tarde se termina en un desgarro
y mi alma se transforma en ojos subterráneos
¿Cómo hacer para permanecer entre el cielo y la tierra,
cuando todo tira para abajo?
¿Qué se hace con las palabras cuando vienen sosteniendo puñales?
¿Qué hago en un túnel averiado?


Esta tarde de otoño, mis ojos se han metido en un callejón sin fondo, a los costados hay botellas rotas y los pedazos de vidrio lastiman mis zapatos. Los gatos huyen a los tejados y los rostros invisibles pasan abrigándose de mi, poniéndose a buen resguardo.
Mis ojos se han hecho daño, han mirado un atardeder impiadoso hasta el cansancio. Se han subido ciegos por paredes corroídas de humedad y han caído detrás de esos edificios sin paracaídas sobre un montón de despojos abandonados tapados bajo la hojarasca seca.



Yo no se bien qué es, vos dirás
Son intuiciones
Verdaderas alertas
Debo confiar en mi
-Charly Garcia-

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Imágenes y fondos


"Me fui saliendo del lugar,
estábamos ahi
a medio paso de tu amor,
te dije que algo andaba mal
podía ser el fin
que triste, triste, triste estás,
niñita en tu jardin
a medio paso de tu amor, tan solo me perdí"
-Fito Páez-

Sobre un fondo rosa viejo y descascarado, a medio paso de mis ojos me perdí en una imagen detenida detrás de unos cristales turbios y un marco.
Las paredes estaban gastadas por fuera y por dentro, en la imágen había un umbral raído, alguien tan roto como el umbral estaba sentada, apoyada sobre sus manos y había una vereda en otoño bajo sus pies.
-Deberia ser otoño por las hojitas secas cubriendo la parte baja del cuadro-

Yo imaginé que le acababan de decir adiós y ella se quedó allí persiguiendo esas palafras finales con la mirada, desde su reacción de piedra, mucho rato despues que él se había marchado.

El día ya se iba -porque el cielo estaba anaranjado y violeta en lo mas alto- y ella se encontró detenida en un tiempo muerto. Un espacio con fín, su mirada quieta en unas hojas que le dijeron que no al viento y bajo un cielo que no se caía porque estaba dibujado.
Así, perpetuo y violáceo, ese cielo dibujado se venía abajo.
Y era eso lo único que podía llegar a moverse aquella tarde.

Ese cielo perturbado, me daba la señal exacta del dolor que ella sentía, de la tormenta que la acobardaba y de las palabras que no decía.
Acababa de perder un amor nacido en los arrabales -eso pensé- y nada mas que ver esas palabras que él habia dejado tiradas sobre sus manos era lo que le importaba mirar.

Estaba callada y quieta.
De pronto la vi ponerse en movimiento, yo quedé perdida mirando a esa mujer infinitamente triste que decidió hacer una pulserita con letras recortadas, quitó las consonantes que le habían dolido tanto y se quedó nada mas que con las vocales, a las otras las dejó por ahi tiradas entre las hojitas secas.
Luego vendría la lluvia y haría su trabajo final.
-Todo daba la impresión que iba a llover-

Despues de un rato, mujer y pulsera con letras rescatadas de un naufragio, se pusieron de pie y se alejaron de aquél cuadro, salieron del marco, bajaron por la pared, deslizándose con una libertad absoluta pasaron ante mi, ignorándome.

Nadie vio mi mirada de espanto, nadie escuchó mi grito contenido, sólo a mis espaldas en el fondo de la habitación, alguien que ignoré, creo que miraba mis manos.

Me fui de allí con una sensación extraña, afuera lentamente comenzaba a caer la garúa.

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Fronteras

Al fin, ¿quién es culpable de la vida grotesca
y del alma manchada con sangre de carmín?
-Homero Manzi-

Se bajó del autobús, en una carretera polvorienta y extraviada como él. Se apoyó con fuerza sobre esa tierra reseca, golpeó sus zapatos uno contra el otro, como si de ese modo se llamara a bajar en este mundo, como si de alguna manera así pudiera aterrizar en aquél paisaje.

¿Estaria adentro o afuera?
¿Cómo reconocer la frontera de su piel?

El sol no solía brillar por dentro, sin embargo aquél día a las tres de la tarde le hizo falta un sombrero. Eso le dio la certeza de que estaba afuera.
En un desierto de bosques estaba
En un campo olvidado de toda siembra
En un mar seco

¿Cómo ubicar en el mapa ese lugar?
¿Cómo habitarlo sino a fuerza de coraje?

Sin saberlo fue valiente.
Respiró ese aire caliente hasta que sintió que los ojos se le agrietaban y el pecho le quemaba, agarró y cargó esa mochila que pesaba todas las toneladas acumuladas de su vida, después de todo era suya, aunque diera pena o risa y caminó perdido entre el polvo de esa carretera que se lo tragó, como si fuera un fantasma.

Señal de que estaba regresando.

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La loca de la ventana


"Loco, loco, loco, como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad,
ya vas a ver."
Ella estaba siempre apoyada en su ventana, como si la hubieran plantado allí desde pequeña y hubiera crecido como una flor gigante con ojos, boca y naríz y sus pétalos de rulos deshojándose con el viento.

Ella me inspiraba un temor enorme.
Mi temor era que creciera hasta el cielo, que atravesara la ventana y cayera sobre mi, que sus manos se estiraran hasta la planta baja y me tocara la cabeza, que de tanto insistir yo aceptara y subiera a jugar con sus muñecas.
Ella se pintaba como un cuadro de Quinquela, se vestía como si fuera carnaval y era tan feliz...
Que a veces yo me veía tentada a subir.

Por eso le temía.
Hasta que mi madre me dijo que nunca iba a salir de allí, ni me iba a hacer daño.
Esa palabra nunca o siempre que dicen los adultos, para tranquilizar a los niños, a veces toman dimensiones inesperadas y yo fiel creyente de las palabras de mi madre en aquellos tiempos, le creí.

Y así viví pensando que la loca de la ventana ya nunca se iría de allí.

Y por mucho tiempo fue así, estaba a toda hora. Permanecía con gran alegría en los días mas calurosos del verano, cuando el sol pegaba sus rayos de fuego y sus maquillajes parecían derretirse.
Cuando hacía mucho frío, tanto que yo ni salía, ella estaba inmutable en la ventana.
Invitando a cualquier transeúnte a pasar.
Diciéndole suavemente -Subí que te espero-.
Cantando canciones tristes, de amores no correspondidos, canciones de penas y de olvidos.
Recitando versos de Carriego como le había enseñado su padre.
La loca tenía una felicidad enorme, para mi que la regaban y por eso crecía de manera desmedida.
Los días de lluvia tambien estaba allí, sólo que detrás de los cristales y nunca supe si el agua que rodaba por sus mejillas esos días, era pura agua de lluvia o pura pena líquida.

Lo cierto es que en su ventana carcelaria vivía todas las historias que quería.
Tenía la libertad de los presos, toda concentrada bajo la piel y te invitaba a vivirla.

Pero un día la palabra nunca que me había dicho mi madre, se rompió. Un día de esos fatales, al pasar por la vereda no la vi, pero no la vi ese día, ni el siguiente, ni los otros.
No la vi más.
Y entonces pregunté por ella, porque yo le había perdido el miedo y a quienes les pregunté me repondieron que se había ido con un marinero.

Desde entonces siempre que me acuerdo de ella, no sé si pensarla en un barco nadando eternamente, en un mar revuelto, con grandes ventanales a estribor y babor o pensar que detrás de esa ventana cerrada de su casa, está ella y su marinero plantando sueños como flores y el día menos pensado se van a abrir esos cristales empañados y va a brotar un jardin de locos bajitos, todos invitándome a jugar.

"Quereme así, piantao, piantao, piantao...
trepate a esta ternura de loco que hay en mí,
ponete esta peluca de alondra y volá,
volá conmigo ya:
vení, quereme así piantao, piantao, piantao,
abrite los amores que vamos a intentar
la trágica locura total de revivir,
vení, volá, vení"
-Piazzolla y Ferrer-

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Coleccionista


"Los sombreros estan llenos de lluvia
junto a la orilla de tu corazón"


Como una gran lupa salgo a la calle, hoy soy coleccionista.
Voy perdiendo la noción de mi cuerpo, sintiendo bajo mis pies una calle desmantelada y fría,
mi cabeza toca unas nubes secas, me siento eternamente larga
y tan ancha como una red para atrapar mariposas.
Soy un dibujito animado, acaso una heroína.

Yo atrapo sonrisas.


Que luego pego en una plancha de corcho para que nunca se seque y tenerlas siempre a mano en las noches de frio


en las madrugadas con escarchas


para regalar a los que las pierden escondidas detrás de las bufandas.

Sonrisas de ventanas abiertas
sonrisas templadas como las siestas al sol
sonrisas de viento pegando en la piel

Sonrisas de papel de cigarrillo
de esas que se hacen en el borde de una mesa mirando el mar
de las que se dibujan en la arena con los dedos
dos puntitos y una boca

Sonrisas de cielo para dibujar entre tus manos cuando ya no pueda verte mas triste.


"No sé rodar por caminos estrechos"

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