"Loco, loco, loco, como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad,
ya vas a ver."
Ella estaba siempre apoyada en su ventana, como si la hubieran plantado allí desde pequeña y hubiera crecido como una flor gigante con ojos, boca y naríz y sus pétalos de rulos deshojándose con el viento.
Ella me inspiraba un temor enorme.
Mi temor era que creciera hasta el cielo, que atravesara la ventana y cayera sobre mi, que sus manos se estiraran hasta la planta baja y me tocara la cabeza, que de tanto insistir yo aceptara y subiera a jugar con sus muñecas.
Ella se pintaba como un cuadro de Quinquela, se vestía como si fuera carnaval y era tan feliz...
Que a veces yo me veía tentada a subir.
Por eso le temía.
Hasta que mi madre me dijo que nunca iba a salir de allí, ni me iba a hacer daño.
Esa palabra nunca o siempre que dicen los adultos, para tranquilizar a los niños, a veces toman dimensiones inesperadas y yo fiel creyente de las palabras de mi madre en aquellos tiempos, le creí.
Y así viví pensando que la loca de la ventana ya nunca se iría de allí.
Y por mucho tiempo fue así, estaba a toda hora. Permanecía con gran alegría en los días mas calurosos del verano, cuando el sol pegaba sus rayos de fuego y sus maquillajes parecían derretirse.
Cuando hacía mucho frío, tanto que yo ni salía, ella estaba inmutable en la ventana.
Invitando a cualquier transeúnte a pasar.
Diciéndole suavemente -Subí que te espero-.
Cantando canciones tristes, de amores no correspondidos, canciones de penas y de olvidos.
Recitando versos de Carriego como le había enseñado su padre.
La loca tenía una felicidad enorme, para mi que la regaban y por eso crecía de manera desmedida.
Los días de lluvia tambien estaba allí, sólo que detrás de los cristales y nunca supe si el agua que rodaba por sus mejillas esos días, era pura agua de lluvia o pura pena líquida.
Lo cierto es que en su ventana carcelaria vivía todas las historias que quería.
Tenía la libertad de los presos, toda concentrada bajo la piel y te invitaba a vivirla.
Pero un día la palabra nunca que me había dicho mi madre, se rompió. Un día de esos fatales, al pasar por la vereda no la vi, pero no la vi ese día, ni el siguiente, ni los otros.
No la vi más.
Y entonces pregunté por ella, porque yo le había perdido el miedo y a quienes les pregunté me repondieron que se había ido con un marinero.
Desde entonces siempre que me acuerdo de ella, no sé si pensarla en un barco nadando eternamente, en un mar revuelto, con grandes ventanales a estribor y babor o pensar que detrás de esa ventana cerrada de su casa, está ella y su marinero plantando sueños como flores y el día menos pensado se van a abrir esos cristales empañados y va a brotar un jardin de locos bajitos, todos invitándome a jugar.
"Quereme así, piantao, piantao, piantao...
trepate a esta ternura de loco que hay en mí,
ponete esta peluca de alondra y volá,
volá conmigo ya:
vení, quereme así piantao, piantao, piantao,
abrite los amores que vamos a intentar
la trágica locura total de revivir,
vení, volá, vení"
-Piazzolla y Ferrer-