(relato lo mas breve que pude perteneciente a la serie de cuentos de Don Florindo y mis huesitos descarnados)
Cuentan en el pueblo de Don Florentínez que un día entre gallos y medianoche se la vio brillar en el estanque que está encuadrado en el pulmón de manzana. Dicen que una luz incandescente surgió de las aguas estancadas y los sapos y los mosquitos y las luciérnagas y los cuervos huyeron atemorizados ante tanto resplandor nocturno.
Cuentan que así cómo emergió de las aguas pútridas, se hundió y los ojos cobardes quedaron atónitos desde las sombras esperando la mañana para acercarse a la fuente y comprobar que se había tratado de una aparición.
Arriba, en la superficie no había nada.
Lisita y mansa el agua contenía la furia postrada de Flor de Loto, heredera al trono de la familia De Las Numphaceas. La futura reina se revolcaba en franca rebelión en el fondo barroso del estanque sin que nadie lo supiera. La eterna lucha que le consumía la vida intentando defender su destino, era centenaria. Sus fuerzas se apocaban ante la dura mirada de su abuela Ching Chung Phie, de la famosísima dinastía Sung, y los tristes ojos nacarados de su madre. Ambas conocidas en el pueblo por su gran belleza y arrogancia al caminar, balanceándose como flores en el aire gracias a sus pies pequeños. Los muchachos de todos los alrededores soñaban con adueñarse de las caricias de “pies de loto dorado I”. Así la llamaban a Ching Chung Phie en sus épocas mozas y todos le arrastraban el ala, pero su corazón fue para un mozo altanero y patudo que supo llegar del sur en pleno verano y la cautivó de tal manera que ella olvidó su recato y con sus pies pequeñitos lo recorrieron entero durante largas noches de estío, hasta que llegó la niña que sería la luz de sus ojos. Todo fue como un cuento de hadas hasta que le vieron los pies. Tremendas patas tenía Nelumbo. No había manera de detener el horrendo crecimiento de sus pies. Ching Chung Phie se pasaba el día vendando las patas de su hija y el mozo altanero se fue encorvando agarrado a su copita de ginebra, suportando con humillación cómo su china escondía y rechazaba de manera tan cruel su herencia. Su orgullo, lo mejor de sí, estaba en los pies de Nelumbo –pensaba el sureño- y la madre ignorando su fuerte pasado, los vendaba reventándole cada vez con mas fuerza aquél origen patagónico. Con los años lo consiguió, Nelumbo se convirtió en la joven "pies de loto dorado II" y resplandecía de la mañana a la noche, su andar soberbio la hacía aún más altiva y deseada. Un día en que nadie la vio y nadie la oyó, se arrancó las vendas y se subió a una voiture amarilla que se perdió entre el polvo de las calles en medio de la siesta. Las malas lenguas comentaron que se fue con un francés un domingo desierto de febrero.
Ching Chung Phie y su marido patudo consumían su deshonra en soledad cuando Nelumbo “volvió una noche -no la esperaban- había en sus ojos tanto dolor”, cantando un tango. La voluminosa panza no soportó los abrazos apretados, y esa noche tuvieron a Nelumbo en trabajo de parto hasta el amanecer. Así llegó al mundo Flor de Loto, hermosa como pocas y patuda como su madre y su abuelo. No nació de cabeza, primero salieron los pies, semejantes a dos patas de rana gigantes, se abrieron paso lentamente, ondulantes, simiescos y brillaron genuinos con la primera luz del sol.
El abuelo con una risa socarrona se fumaba un puro, mientras la abuela y la madre cortaban tiras y tiras de tela para ocultar los espantosos pies.
Presas del capricho, durante 340 años tuvieron a Flor de Loto escondida en el fondo del estanque, tratando de que la vergüenza se convirtiera en pétalos sumisos y pequeños.
Pero ayer, cuando todos dormían sacó sus enormes pies puros como el alba, se abrió entera ante el cielo y en el estanque del pulmón de manzana resplandeció la belleza, con su enormidad nívea espantó las algas, atemorizó a los cuervos, enamoró al sol de la mañana, que le ha prometido entre bambalinas, llevársela con él cuando se vaya.