"Los sombreros están llenos de lluvia
en cada esquina de mi habitación"
Me estiro en el sillón mirando el fondo, el ventanal que se vuelve un cuadro inmóvil me dice que llueve.
Afuera los pájaros buscan su refugio. Eso es lo único que se mueve de verdad, lo otro parece detenido en un vaivén de hojas salpicadas, medianamente sorprendidas por un chubasco de mediodía, cuando esperaban el sol.
Yo también busco un refugio en el nido que forman mis palabras escondidas y me balanceo allí, alternativamente.
Me matan el hambre unos mates y los caramelitos de menta que me quedan, me calman la sed algunas canciones que llevo para el viaje, que siempre es de ida.
Y mis ojos lentos, ponen pausa al gris del cielo y se van por galerías interiores.
Hay corte de luz.
Allí.
Descienden a tientas por un pasillo encajonado y oscuro. Podrían caminar por afuera con paraguas, por una planicie de lavandas, están todas floreciendo ahora mismo bajo el agua, podrían haberse llenado las manos de ramos violetas y bajar por mi escalera caracol utilizándolos de paracaídas, pero no. Se han atascado con manojos de vidas solitarias, donde el color malva es una utopía para decoración de interiores.
Me pone a salvo un trueno, que me abre los ojos distraídos, cuando se habían perdido en fotografías que aún no tomé. Digo que me pone a salvo, y mastico unos versos detenidos entre mis dientes. Siguen teniendo sabor a menta.
Me siguen sabiendo a poco, pero igual hacen contacto y los escribo con urgencia, por las dudas sean los últimos.
Son versos de agua, se van a secar apenas salga el sol o se los trague de a poco el papel, pero qué importa eso ahora.
Si afuera llueve y están frescos en mis labios.
Y adentro llevo tantos días pegada a las paredes, puede que también necesite de un paraguas en un rato.
Yo también busco un refugio en el nido que forman mis palabras escondidas y me balanceo allí, alternativamente.
Me matan el hambre unos mates y los caramelitos de menta que me quedan, me calman la sed algunas canciones que llevo para el viaje, que siempre es de ida.
Y mis ojos lentos, ponen pausa al gris del cielo y se van por galerías interiores.
Hay corte de luz.
Allí.
Descienden a tientas por un pasillo encajonado y oscuro. Podrían caminar por afuera con paraguas, por una planicie de lavandas, están todas floreciendo ahora mismo bajo el agua, podrían haberse llenado las manos de ramos violetas y bajar por mi escalera caracol utilizándolos de paracaídas, pero no. Se han atascado con manojos de vidas solitarias, donde el color malva es una utopía para decoración de interiores.
Me pone a salvo un trueno, que me abre los ojos distraídos, cuando se habían perdido en fotografías que aún no tomé. Digo que me pone a salvo, y mastico unos versos detenidos entre mis dientes. Siguen teniendo sabor a menta.
Me siguen sabiendo a poco, pero igual hacen contacto y los escribo con urgencia, por las dudas sean los últimos.
Son versos de agua, se van a secar apenas salga el sol o se los trague de a poco el papel, pero qué importa eso ahora.
Si afuera llueve y están frescos en mis labios.
Y adentro llevo tantos días pegada a las paredes, puede que también necesite de un paraguas en un rato.
"Estoy perdiendo altura
a punto de quedarme a oscuras
como una tarde de invierno"
-Quique González-