La poeta que llevo dentro me pudrió y en breve va a entrar a pudrir al resto. Me tiene harta su baja autoestima y esa actitud abúlica que tiene cuando me invitan a ciclos de lectura, en los que obvio me invitan por ella, no por mí que soy la reina de las entusiastas. Me invitan por ella que en esos momentos le encanta volatilizarse, porque HORROR, nunca sabe qué leer.
Entonces me mira a mí que soy la que le escribe y me hace responsable a mí de lo que pasa, me mira desde adentro y me dice, ché buscáte algo al menos, dame una mano vos que decís que si, que gracias por la invitación, ahora poné media pila y dame una mano. Entonces la mano consiste en romperme el bocho pensando qué leer. Pasan los días sin que busque nada. Llega el día en cuestión y las dos nos miramos ¿Y…qué leemos? Y ahí empiezo a buscar como loca mala qué corno leer. Podría leer mil cosas, de otros por supuesto. Los otros siempre escriben cosas geniales, no como mi poeta. Leer a mi poeta es como desandar escaleras, o caminar para atrás, o por cornisas enjabonadas. Es tener un porrazo asegurado.
Seguramente quien lea esto va a pensar en un desdoblamiento de la personalidad o que soy una complicada o que bue... Algo de todo eso es cierto, inlcuso a veces soy una multitud de desdoblados. A ver, tampoco nadie me obliga o me pone un arma en la nuca y me dice leé tu genialidad, el mundo va a seguir girando igual si yo leo o no leo, el tema es que yo no sigo igual, si no leo. Mi poeta no quiere, pero quiere ¿Verdad que se entiende? He aquí el problema, el tema del deseo en los fóbicos funciona así. Y yo soy fóbica y vuelvo al principio, al asunto de la autoestima del demonio y todo ese rollo. Si tuviera que leer a Mario Benedetti, ponele, estaría repancha, es refácil, leerlo bien, trae aplauso y ovación garantizada. El tema es leer eso que escribí yo. O dicho de otra manera leer eso que me hizo que le escriba la inquilina. La poeta en cuestión, la que me tiene podrida, vamos.
Leer algo propio no es tan simple como parece, uno en ese momentito, quiere aprovechar y leer lo mejor que ha escrito. Vos le preguntás al que te invita ¿Qué leo? Y la respuesta es fantástica, lo que quieras, lo que mas te guste qué se yo, en todo eso que tenés escrito, fijate. Y vos venís…Es decir yo vengo…No vengo sola, vengo a la rastra con la inquilina poeta y miramos. Miramos. MIRAMOS. Miiiiraaamos, todo esto que llevamos escrito y lo que no está subido al blog y lo que garabateamos por ahí y no encontramos nada que nos interese leer. Nada.
Por lo general eso sucede cuando ando así, volando bajito con el asunto de la escritura. Veo un gran desierto por todas partes. Un cactucito por aquí, y otro que baja y se pierde, un río sequito allá lejos. Otras veces –las menos- en que me siento mas entera, y la inquilina no me revolotea por dentro como un alma en pena, voy con lo que primero encuentro a mano, es decir un cuaderno con escritos de hace mil años y leo algo de ahí. Siempre pienso que algo voy a encontrar, entonces cuando me falta poco para leer, me agarra la duda, empiezo a elucubrar en medio de la oscuridad (por lo general en estos lugares no abunda la luz) entonces en medio de las tinieblas todo me parece fantástico y me doy algo de coraje y subo a leer mi pelusa de ombligo, como ya les conté alguien definió a la poesía que hacemos algunos que escribimos, entre los que me incluyo como pelusa de ombligo. Subo y leo la pelusa, mejor dicho repaso en voz alta las palabras que escribí alguna vez y en medio de la exposición, una parte de mí se pregunta ¿En qué momento escribiste esto? ¿En qué pensabas? ¿Qué quisiste decir, porqué esta palabra inoportuna acá? Todas preguntas que un rato antes en la oscuridad de la sala no me hice. Me vienen todas ahí, bajo una lámpara confesional, donde cada gesto tuyo está quedando registrado en alguna cámara indiscreta, o en la retina del que está sentado ahí delante tratando de entenderte o durmiéndose una siesta.
Esto de buscar con antelación qué leer, es el proceso anterior al cual estoy por pasar en cualquier momento yo, es decir subir totalmente en blanco, sin haber preparado nada. Veo que esto les pasa a muchos poetas, me he preguntado mil veces cuál es la razón y hoy me cayó la ficha, todos ellos están podridos del poeta que llevan dentro, o para el que escriben, o por el que viven. Les pasa a muchos y temo que entre a pasarme a mí en cualquier momento. La cosa funciona así. Acuden a la invitación, se sienten felices, entran como flotando, suben al escenario y una vez sentados en su silla, con el micrófono por delante y con el cuadernito con sus poemas en la mano empiezan a buscar qué leer. Ahí, empiezan a buscar qué leer, y eso es porque ya se pudrieron de hacerlo antes y de pasar por esto que les cuento que estoy pasando yo el día de hoy. Y vos le ves la cara de glup, esto no lo leo ni mamado, ¿Ésto… cuándo se me ocurrió ésto? ¿Qué pavada ésto madre mía…Por qué estoy subido acá? ¡Éste puede ser, a ver si, si éste, leo éste! Y cuando el brillo de sus ojos se vuelve miel, y vos te acomodás en la silla porque el poeta va a leer, si va a leer, ha encontrado lo que va a leer…Era de mentira, no va a leer nada eso, porque en ese instante descubrió que prefiere leer otra cosa. Un poema que recuerda tiene escrito entre esas 250 hojas, uno genial que un día inspiradísimo ajustició apretándolo entre los renglones y que vendría de perlas encontrarlo ahora, pero hete aquí que no lo encuentra. Y lo busca, pasando hoja tras hoja como afiebrado. Con ese seguro podría impresionar al desesperado auditorio, que impaciente en medio del silencio sordo comienza a toser, a masticar comida o chicles o girar hielitos en copas, hacer ruidos con las sillas, y todas esas cosas que hacemos los mortales cuando entramos a pudrirnos del poeta aterrado del otro.
Todo esto para decirles que a mi me pudrió la inquilina lírica que me habita, la que me deja de a pie cuando se le da la real gana, la que viene cuando quiere y usa lo que hay en mis alacenas y con eso cocina y come y reparte y freeza y guarda para después y después se olvida y cuando quiere volver a comer eso está vencido. La que desordena mis cajones, la que me despierta a media noche a mirar la luna que cuelga en la ventana y escuchar los perros ladrar y me despeina, y me deja sin delineador. La que se pone mis zapatos y me empuja a subir y a estar acá con cara de yo no fui, pero ahora leo. Cara de yo no escribo nada interesante que deba ser leído delante de nadie. Yo casi que no quería venir. Perdón, es ella, no soy yo.