"No señor, no hay nada peor.
Qué hay peor que un desamor,
que me trates como a un perro.
No señor, no hay nada peor.
Pero qué te he hecho yo,
si es que no te pido nada,
tan siquiera una mirada.
¡Pero qué maldita eres!"
Todos los días, despues que se terminaba su jornada de trabajo abrumado por la rutina, de regreso a su casa paraba en un barcito que había encontrado en una calle cortada y se dejaba tentar por una mujer que trabajaba allí de camarera. Creo que él se había enamorado de ella porque era la ultima en irse, porque la veía pasar todo el tiempo contoneándose, por su sonrisa eterna, porque era gentil y simpática con los clientes, porque una vez lo miró a los ojos y él sintió que se le aflojaban las piernas.
Desde ese gran descubrimiento que había hecho sus pies aprendieron el trayecto de la felicidad.
Así fue durante un tiempo, hasta que la ilusión comenzó a desvanecerse y sintió que no podía seguir esperando nada, porque ella lo ignoraba.
Igual sus pasos lo llevaban sin prisa hacia allí, incluso contra su voluntad. Un día supuso que eran sus botas quienes habían aprendido ese trayecto y en un intento de huida cambió su calzado y con botas o sin ellas al salir del subte sus pies se dirigían a ese bar donde tarde a tarde ella se colgaba su delantal de camarera y encendía su mirada.
Sus pies eran los que habían aprendido el camino y quiso renegar de ellos por un tiempo, porque ella no le prestaba atención y se sentía un pordiosero de amor.
De manera que una noche al regresar a su casa, no pudo contener su bronca y se cortó los pies con piernas y todo, las dejó en algún lugar para no mirarlas retorcerse de dolor, y sin salir a la televisión para contar su tragedia, sin llorar ante cámaras se acostó a dormir sin ellas.
Esa noche durmió mas tranquilo y amaneció esperanzado.
Al salir tuvo una sensación de alivio que hacía tiempo no tenía, estaba seguro ademas de que iba a poder sortear todas las dificultades que se le iban a presentar por el hecho de no tener mas piernas, pero al menos a la salida de su trabajo se iba a dar el gusto de no correr a ese bar que era su perdición.
Y pasó luciendo una sonrisa nueva ante sus vecinos que respondían inclinándose.
Esa jornada fue espléndida, mientras trabajaba se sentía conforme con la desición tomada, estaba mas bajo que el resto de sus compañeros y el piso era frío, pero estaba seguro de que había sido lo mejor. Se había quitado las ganas en esas piernas absurdas y retorcidas.
Al salir la sonrisa le duraba, se arrastró hasta el subte y pudo comprobar que nadie le cedía el asiento como esperaba que podía suceder, pero no le importó, todo sucio y pisoteado llegó a la esquina, ahora se daría el lujo de doblar en sentido contrario y darse vuelta.
Craso error, su cuerpo en plena carrera se arrastraba entre los charcos que acababa de dejar la lluvia, su panza se aferraba a cada baldosa y las manos con sus uñas y sus dientes metían toda la fuerza de la que eran capaces.
Así hasta estar frente a la puerta del bar y con cierta compostura, y con el escaso decoro que le quedaba se sacudió lo que pudo y entró, casi sin ser visto, se filtró entre las mesas. Como pudo escaló a la mesa mas lejana y desde allí se puso a contemplarla, nada mas que eso y le volvió la tranquilidad a su mitad apoltronada.
Si ella no lo veía antes, menos lo iba a ver sin sus piernas, casi sin llegar a la mesa, con su cabecita asomando.
Era la camarera mas inconmovible del mundo y estaba en ese bar de la calle cortada, como sus piernas.
Entrada la noche se fue mas a la rastra de lo que había entrado y al llegar a su casa, se cortó esa parte que le retumbaba en su centro, se cortó sus deseos y los tiró a la basura, llorando como un loco abandonado.
Despues de mirar la imprudencia que había cometido y de golpearse la cabeza contra la pared, se dijo a si mismo que era lo mejor, ahora iba a vivir tranquilo, sin urgencias, sin premuras, sin esperas, sin magia, sin sexo, pero le quedaban muchas mas cosas en la vida y se acostó a dormir.
Esa noche si que durmió en paz, ni pesadillas, ni sueños eróticos, ni nada.
Así desde esa nada que abundaba se levantó a la mañana y como cada vez tardaba menos en vestirse, cada vez le sobraba mas tiempo, vio el lado positivo y se puso la sonrisa mas grande que pudo y como siempre saludó a sus vecinos, que no entendían la manía que tenía este hombre de ir cortándose en partes, pero como era tan amable lo seguían saludando igual y no le preguntaban nada.
Esa mañana en el trabajo estuvo con todas las pilas y a la tarde estaba mas seguro que nunca que su vida iba a dar un giro, que había encontrado la solución. Al salir rodó hasta el subte y con el corazón en la garganta saltándole sin parar llegó a la famosa esquina, allí ocurrió el desastre, porque sin siquiera pensarlo dos veces, se trepó a un chico que pasaba en bicicleta y se dejó caer como una pelota en el bar de siempre.
Ella estaba con la mirada perdida y ni lo vio entrar, ni lo vio sentarse en la mesa del fondo, es mas ni lo atendió.
Estaba tan hecho pelota que cuando salió del bar se coló entre los pies de unos muchachos que pasaban y creyeron que era una pelota de verdad, de modo que lo fueron pateando hasta que lo dejaron tirado y con dolor en todos los lados que le quedaban todavía, como pudo rodó hasta su casa.
Al llegar, era tardisimo pero igual tuvo tiempo de cortarse la cabeza, porque era ella la que lo hacía ir hasta allí sin parar, era esa cabeza necia que tenía, obtusa y caprichosa a la que daría fin de un hachazo y eso fue lo que hizo -más para la basura- pensó su cabeza, que testaruda como era, cortada y todo seguía pensando.
Lo unico que le quedaba era un corazón con dos bracitos asustados, temerosos del destino que le darían sus propias manos.
Esa noche fue fatal, porque el corazón no encontraba postura en la cama, se pasó la noche en vela haciéndose el dormido y esperando que las manotas en un ataque de locura lo arrancaran y fuera él tambien a parar a la basura y por su lado las manos se revolvían entre ellas, muertas del espanto que les causaba tener que arrancar a ese corazón con el que habían nacido.
Ellas no durmieron esa noche y tampoco fueron capaces de hacer nada mas que tener los ojos como platos hasta que llegó la mañana.
Ya con el sol alto salió lo que quedaba para el trabajo, sin saludar a nadie, sin que nada importe demasiado, juntos y rotos corazón y manos se soportaron las ganas de asesinarse todo el día y al salir del trabajo no opusieron resistencia alguna, se fueron a los manotazos para el bar, total despues las manos iban y arrancaban al corazón que tambien iría a parar a la basura y ellas se colgaban de algún pasamanos a esperar la muerte ahí, como secándose al sol.
Cuando entraron al bar, el corazón casi es aplastado por la camarera que venía cargada de tragos y se cayó sobre él sin poder evitar pisarlo, era lo que le faltaba, el desastre terminó con el corazón con un taco aguja clavado como una flecha y bañado por una serie de bebidas y ella sólo atinó a pedirle mil disculpas por los problemas causados y él la miraba todo corazón atravesado. Creo que fue en ese momento en que ella lo vio por primera vez y con una suavidad extrema le quitó el taco que lo lastimaba, se sacó su delantal y lo envolvió como si fuera un animalito herido.
No dijo nada a nadie, pero lo guardó en su cartera, nunca antes había visto un corazón desnudo, triste, temblando, muerto de frío y atravesado por un taco aguja, como esa vez.
Y se lo llevó a su casa, lo acostó en su cama, lo arropó, le habló despacito hasta que sintió que volvía a latir y volvía a tener color, lo besó con sus labios de fresa y lo acurrucó entre sus brazos hasta que el sueño pudo con los dos.
Esa mañana cuando el sol entró por la ventana ella no entendió qué hacía un hombre durmiendo a su lado si a la noche sólo era un corazón.
Se sonrió con esa sonrisa errática que tenía y se quedó maravillada mirándolo dormir.
"No me creo lo que veo;
es verdad o es un sueño;
una sombra en el desierto;
un regalo del cielo"
-Desamor- (Jarabe de Palo)