"El dia que me dijiste adiós
el tiempo se paró
o a mí me pareció
y entre los dos
y entre los dos
hay palabras escritas con viento
No hace falta decir
No hace falta decir
adonde van 100 pajaros volando! "
Su cuerpo había tomado la forma de una jaula de pájaros.
Al principio era fácil llevarlos por dentro encerrados, entre ellos se entendían, no se amontonaban todos en la puerta, existía el respeto, no ansiaban salir por mas cielo, no les importaba disputarse los rincones, cada pájaro tenía el suyo, cada quién se habia hecho dueño de un espacio y así algunos anidaban entre las costillas, otros se enroscaban las alas en el esternón y bajaban haciendo tirabuzones, otros subían y bajaban por las arterias como si fueran túneles frescos.
Pero con el tiempo se fueron reproduciendo, los hijos de los hijos de los hijos de los primeros pajaritos y ya los espacios se hicieron escasos, vivían amontonados detrás de los ojos de ella intentando mirar de qué color era el cielo, se acercaban desesperados a la boca cada vez que ella la abría y se quedaban atrapados sin poder salir batiendo sus alitas, suplicando un poco de aire.
Cuando desesperados por semejante quietud se amontonaban todos en los brazos y empujaban para arriba, ella sentía que volaba y los pajaritos por dentro tambien se llenaban de ilusiones, se miraban contentos de los intentos que ella tenía, pero al rato desde los pies, los pajaritos que vivían por abajo se iban pasando la voz unos a otros para decirse que eran intentos vanos de vuelo, porque ella no despegaba los pies del suelo, era solo una danza para tenerlos tranquilos, era nada mas que un movimiento como si los meciera para adormecerlos, porque ella tampoco debería soportar tanto peso por dentro.
Y era verdad, había días que ya se levantaba con la pesadumbre de cientos de almas que la devoraban, como si todos los ojos de los que ella era capáz de contar la miraban desde su interior con miradas de fuego, como si todas las bocas juntas de un gran coro le cantara y le hablara al unísono cosas dispares y creía enloquecer.
Entonces para poder convivir con ellos los tenía encerrados en un riguroso órden.
Un día estaba con todos los pájaros reclutados, paraditos como si pertenecieran a un ejército de serios y alguien acercó su mano a la puerta y todos los pájaros adustos se volvieron locos de alegría y provocaron un gran revuelo con sus piruetas, ocasionaron grandes choques y vuelo de plumas.
Ella se sintió muy mal en un principio, creyó que estaba enferma cuando tuvo la sensación de que un ascensor le habia crecido en el centro de su ser, un ascensor repleto de pájaros subiendo y bajando para salir por la puertita que estaba a punto de abrirse y fue al médico. El doctor escuchó con atención las explicaciones que ella le daba, la examinó y para nada asombrado le indicó una radiografía para asegurarse y ver el grado de compromiso que tenía esa afección tan grave y allí vieron que estaba toda ocupada por ellos, que su interior eran todas alas volando y revuelo empedernido de pájaros, que su cabeza era la antesala del delirio y por sus manos viajaban libertades aladas en caravana.
Así salió del consultorio, con el convencimiento absoluto de que la cura era dejar abrir la puerta y que salieran todos de ella para ser libres.
Y así lo hizo, apenas llegar se abrió por entera y se dejó ver y salir de ella y en ese preciso instante sucedió la maravilla y se sintió aliviada, los pájaros entraban y salían de sus rincones, se iban y regresaban, la seguían habitando, pero habían aprendido a volar por fuera y cada vez que regresaban su vuelo era tan perfecto y tan intenso, que no se dieron cuenta pero ella de a poquito fue despegando los pies del suelo y hay días en que ya ni lo toca, se lo pasa volando con ellos.
"En una mano
hay palabras escritas con fuego Al principio era fácil llevarlos por dentro encerrados, entre ellos se entendían, no se amontonaban todos en la puerta, existía el respeto, no ansiaban salir por mas cielo, no les importaba disputarse los rincones, cada pájaro tenía el suyo, cada quién se habia hecho dueño de un espacio y así algunos anidaban entre las costillas, otros se enroscaban las alas en el esternón y bajaban haciendo tirabuzones, otros subían y bajaban por las arterias como si fueran túneles frescos.
Pero con el tiempo se fueron reproduciendo, los hijos de los hijos de los hijos de los primeros pajaritos y ya los espacios se hicieron escasos, vivían amontonados detrás de los ojos de ella intentando mirar de qué color era el cielo, se acercaban desesperados a la boca cada vez que ella la abría y se quedaban atrapados sin poder salir batiendo sus alitas, suplicando un poco de aire.
Cuando desesperados por semejante quietud se amontonaban todos en los brazos y empujaban para arriba, ella sentía que volaba y los pajaritos por dentro tambien se llenaban de ilusiones, se miraban contentos de los intentos que ella tenía, pero al rato desde los pies, los pajaritos que vivían por abajo se iban pasando la voz unos a otros para decirse que eran intentos vanos de vuelo, porque ella no despegaba los pies del suelo, era solo una danza para tenerlos tranquilos, era nada mas que un movimiento como si los meciera para adormecerlos, porque ella tampoco debería soportar tanto peso por dentro.
Y era verdad, había días que ya se levantaba con la pesadumbre de cientos de almas que la devoraban, como si todos los ojos de los que ella era capáz de contar la miraban desde su interior con miradas de fuego, como si todas las bocas juntas de un gran coro le cantara y le hablara al unísono cosas dispares y creía enloquecer.
Entonces para poder convivir con ellos los tenía encerrados en un riguroso órden.
Un día estaba con todos los pájaros reclutados, paraditos como si pertenecieran a un ejército de serios y alguien acercó su mano a la puerta y todos los pájaros adustos se volvieron locos de alegría y provocaron un gran revuelo con sus piruetas, ocasionaron grandes choques y vuelo de plumas.
Ella se sintió muy mal en un principio, creyó que estaba enferma cuando tuvo la sensación de que un ascensor le habia crecido en el centro de su ser, un ascensor repleto de pájaros subiendo y bajando para salir por la puertita que estaba a punto de abrirse y fue al médico. El doctor escuchó con atención las explicaciones que ella le daba, la examinó y para nada asombrado le indicó una radiografía para asegurarse y ver el grado de compromiso que tenía esa afección tan grave y allí vieron que estaba toda ocupada por ellos, que su interior eran todas alas volando y revuelo empedernido de pájaros, que su cabeza era la antesala del delirio y por sus manos viajaban libertades aladas en caravana.
Así salió del consultorio, con el convencimiento absoluto de que la cura era dejar abrir la puerta y que salieran todos de ella para ser libres.
Y así lo hizo, apenas llegar se abrió por entera y se dejó ver y salir de ella y en ese preciso instante sucedió la maravilla y se sintió aliviada, los pájaros entraban y salían de sus rincones, se iban y regresaban, la seguían habitando, pero habían aprendido a volar por fuera y cada vez que regresaban su vuelo era tan perfecto y tan intenso, que no se dieron cuenta pero ella de a poquito fue despegando los pies del suelo y hay días en que ya ni lo toca, se lo pasa volando con ellos.
"En una mano
y en el corazón (hay) 100 pájaros menos"
-Andrés Calamaro-