Esta tarde vi llover


A los ocho años no conocía un gordo más gordo que aquél. Ni tan alto, ni tan rojo, ni tan malo cuando se enojaba, ni tan sonrisa compradora, cuando venía todo feliz porque había descubierto una nueva manera de cocinar esas asquerosas y flacas aves de caza que traía del campo.
Las preparaba en una cacerola tan grande en la que entraba yo parada y mi amigo Miguelito. El otro Miguelito, no el de los trenes. Otro que también era mi amigo.
Con él solíamos espiar al monumental cocinero, escondidos tras la ventana que daba a los fondos de su casa y allí nos desmayábamos entre escalofríos de horror, mientras el gordo descuartizaba sus presas.
Primero miraba yo que era la mas curiosa y le contaba lo que veía a Miguelito, después se subía él y mientras miraba me contaba, pero sus relatos tenían demasiados aggg que asco, puaajjjjj me muero, y ahora le agarra la cabeza y levanta la cuchilla y no veo bien, veo todo blanco o todo rojo, o todo negro y ahí era cuando yo lo tenía que agarrar bien fuerte porque mi amigo se caía redondo. Entonces lo dejaba sentado y lo espiaba yo. La cuchilla era de un tamaño espantoso, podía cortar en trozos un dinosaurio entero si quería. Y lo hubiera hecho, si hubiera encontrado alguno vivo en el campo.
Tenía en su haber conejos cocinados, peludos, perdices, palomas, pajaritos, caracoles que ponía en una caja con tierra a purgar y luego los preparaba en una salsa inmunda.
Patos escabechados, gallinas estofadas, liebre o gato, daba igual.
Teníamos la certeza de que si llegaba a encontrarnos escondidos, espiándolo preparando sus recetas magistrales, nos cocinaba a nosotros. De modo que teníamos extremo cuidado en que nadie supiera de nuestro escondite y menos aún de sus macabras recetas de cocina.
Pero no quería entrar a recordar los vomitivos pucheros que con tanto arrebato preparaba, sino el día que pensamos que iba ser cocinado él, por él mismo.
Todavía lo recuerdo como si fuera ayer. Tal fue la emoción que nos dio, que esa vez dejamos de turnarnos y buscamos la manera de ver los dos al mismo tiempo cómo se cocinaba el gordo mas gordo de aquellos tiempos.
Lo vimos quitarse la ropa ensangrentada. No se veía nada, me refiero a sus partes pudendas. Miguelito me decía “no mires”, “ no mires”, pero yo miraba igual con la mano cubriéndome el rostro y dejando los dedos entreabiertos por las dudas se viera algo y tuviera que cubrirme rápido, pero no se veía mas que carnes y carnes colgando.
Ya sé que debimos habernos bajado de allí en el acto, pero ahora lo recuerdo tal como fue y no pudimos bajar porque quedamos tiesos, petrificados atrás de las hendijas de la ventana con los ojos como platos.
Antes de quitarse la ropa, el gordo llenó una palangana enorme de metal, era tan enorme que él entraba sentado, yo pensaba que era un tanque australiano. Tal vez lo era. Lo cierto es que lo llenó de agua hirviendo durante largo rato. Cacerolas y cacerolas de agua se necesitaron para llenar aquél piletón. Nosotros pensamos que planeaba cocinar un caballo o una vaca entera, pero no, se quitó la ropa enchastrada y se metió él, allí dentro. Sumergido entre vapores, lo escuchamos estremecido cantar un bolero de Armando Manzanero.
“Esta tarde vi llover.
Vi gente correr y no estabas tú”
Quietos, en absoluto silencio lo escuchamos cantar. Y también lloró. Mientras se miraba las manos y el fondo solitario de su patio, lloró.



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Escaleras invisibles

-Georgia O`Keeffe-


Eso ha de ayudarme. El saber. Yo sé que pasarán los días, que el calendario se volverá una especie de lluvia de arena finita sobre los techos y que resbalaré de los andamios que levanté para alcanzar la torre de cristal donde a veces creo encontrarme, pero qué importa eso.
Eso ya lo sé.
Saberlo, apenas es un detalle más entre tantas otras cosas.
Lo tengo decidido, voy a seguir subiendo escaleras invisibles a los ojos, pero que a mis pies le devuelven la fe.
Mis pies sienten los peldaños y con eso me basta.

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Los hacedores

No importa quien seas
no importa donde vayas en la vida
en algún punto vas a necesitar a alguien que se
quede junto a ti (stand by me)
Amo a los hacedores.
Me gustaría profundamente ser uno de ellos, pero si bien tengo por dónde empezar, mi odiosa quietud (¿Sabías que soy una estatua?) no deja que llegue a destino.
Por eso los amo. Por eso los admiro, porque quien hace, quien construye, quien edifica, quien proyecta y lleva a cabo, es un grande. Aunque sea pequeño lo que haga, el mundo funciona y tiene sentido gracias a ellos.

Amo a los artistas, a los que hacen un remolino digno con las emociones del otro.
Siempre me llaman la atención los músicos callejeros, que se sientan en cualquier lugar, sacan su guitarrita o una armónica y embellecen el camino.
No es fácil hacer.
Hacer es atrevimiento, es osadía, es sentimiento en acción, es ganarle al miedo, es placer. Es salirse del mísero asesino que todos tenemos dentro, de ese mísero dictador que te acobarda, que te dice que te va a salir mal, que no servís. Si, ese mismo que te mete en tu cocina, en tu cama, en tu cueva y te tapa hasta dejarte bien solo temblando de frío.
Ese que te hace sentir un ridículo o un imbécil solitario, cuando tan sólo sos un soñador.
Amo a los que hacen, porque me emociona esa chispa que los saca de la nada, del vacío, del mutismo, del silencio malhechor que acecha en las esquinas de la mente.
Este video me ha hecho sentir en la piel y en el alma el sentido de esta canción.
No me dejes sola.
Cuento con vos, contá conmigo.
(Para escuchar el vídeo que es alucinante, hay que silenciar el Gcast)

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Convalesciente



"Tengo alma de valija, pero de valija que vuelve"

-Discépolo-

Ya no tengo corazón. Ahora no sé qué tengo, ellos me lo han explicado a la perfección utilizando el lenguaje de los médicos, que generalmente a las dos palabras me pierdo, de modo que no entendí bien. Da igual, lo que importa es este sol, el parque, esos niños jugando...

Lo de que no tengo corazón, no lo digo yo, lo dicen unos estudios médicos que me hice hace unas semanas. Aseguran que tengo un maletín. Para convencerme han tenido que llevarme a una sala especial, donde me han conectado a una máquina de imágenes y me lo han demostrado.
Todo este chequeo sobre mi salud, lo comencé pensando que algo en mi psiquis andaba mal, para ser mas concreta, que me estaba volviendo loca.
Porque de un tiempo a esta parte, diariamente comencé a sentir dentro mío un cierre que se abría y se cerraba, como oxidado.
Pensaba que era algo psicológico, algo de índole psiquiátrica y no. Me dicen (extrañamente) que de la cabeza estoy lo bien o lo mal que está todo el mundo en estos tiempos, nada para preocuparse, pero lo del “bobo” es una rareza.
El ruido oxidado viene de ahí.
Es necesario abrir (cuando dicen abrir con tanta naturalidad a mi se me aflojan las piernas, pero resisto). Luego hacer un informe exhaustivo para elevar a determinados círculos de la ciencia.
Voy a salir en los diarios, en la televisión, en la radio. Me han sentado frente a ellos y con serenidad y cierta excitación en sus voces me lo han manifestado así.
Les he pedido reserva.
Me han dicho que será muy difícil.
Les he suplicado que mantengan mi anonimato, por no causarle un daño a mis seres queridos. Imaginen por un momento que se sepa que en lugar de corazón, tengo una pequeña valija, de un cuero reseco y viejo. Repleta de souvenires apretados, revueltos, que he ido guardando a lo largo de la vida. Todos mezclados, sin orden alguno.
¿Qué se hace con todo eso si es que hay algo?
¿A quién le interesa quedarse con todo ese rejunte, en caso de que muera en el intento de abrir la valija para investigar lo que hay adentro? Si es verdad que son recuerdos, o es un montón de viento…
Me lo han preguntado en serio, mirándome a los ojos con el ceño fruncido, con la severidad que indica un caso semejante, con sus rostros levemente enrojecidos.
Y me he quedado callada, no he podido responder, la vista se me nubló y de la letra chica no entendí nada.
Firmé igual, obedeciendo un curioso impulso, por primera vez me sentí importante. Pasaré a la historia de la ciencia –pensé-. Mi corazón –que ahora me vengo a enterar que no es un órgano musculoso, sino una valija- será objeto de estudio.
Una serie de razonamientos en cadena, cual efecto dominó se apoderó de mí. No haré de ellos mención, para no extenderme en el relato, pero frente a ellos, mansamente firmé, pues llegué a una tibia conclusión, casi húmeda, como con sabor a cuero mojado y me dije para mis adentros “ahora comprendo”.
“Ahora comprendo” repetí y entonces firmé.
Ellos, unos hombrecitos pulcros, desinfectados, con guantes y sombreritos verdes, me llevaron al quirófano. No sufran, yo iba contenta, por no decir que iba camino a la gloria.

Bueno.

Esto sucedió hace unas semanas atrás, llevo días sentada mirando detrás de la ventana lo hermosas que son estas mañanas soleadas de invierno. Se huele desde aquí el delicioso vapor de las verduras. En un momento más, almorzaremos. Luego vendrá el paseo por los jardines, la tarde, el té de hierbas en las tazas de losa y las galletas de limón que hace Elvira.
No han podido explicarme lo que ha sucedido con mi operación, dicen que los resultados arrojaron nada
Bueno, tampoco es nada…Un gran vacío difícil de explicar, que ellos han dado en llamar nada. Han tirado a la basura cuanto encontraron. Y lo extraño, es que no he tenido fuerzas para reclamar, lo mucho que me importaba cuanto había allí adentro.
Lo que todavía me pregunto y les pregunto y no tengo respuesta, es qué hicieron con la valija. No sé si lo soñé o leí por estos días en algún diario (debo decir que mi vida se ha vuelto confusa) o lo imaginé en estas horas que gasto mirando el parque de enfrente donde juegan unos niños sobre la arena haciendo castillos que luego el viento vuela, pero me pareció verla esperando sola, el paso de un tren carguero, que alguna vez supo ir hacia el Oeste.

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