Pasaje


"¿en cuántas estaciones y aeropuertos
me esperó ese miedo que siempre me dieron los lugares de pasaje?"
-Julio Cortázar-


Siempre que estoy muy asustada, escarbando túneles para ver si puedo llegar a la China, me da por leer. No es que empiece un libro, empiezo varios y no paso de las dos hojas, porque el afán de cavar tierra me tiene mas atrapada, pero entre palada y palada de vez en cuando necesito un poco de agua para tragar el barro que se hace en determinadas zonas y entonces acudo desesperada a alguna sala de emergencia en busca de auxilio.
Recién me pasó eso.
Estaba ahogada de tierra.
Subí atravesando laberintos, estiré mi brazo y me automediqué. Encontré el jarabe apropiado para la herida del día.
En el envase decía Salvo el crepúsculo.
La fórmula: un conjunto de poemas ingenuos y melancólicos.
No leí las contraindicaciones, ni las indicaciones, ni la posología y forma de administración, mucho menos las advertencias.

Como una adicta abrí por cualquier parte y me tragué una dosis.

"A Julio siempre le dieron miedo los lugares de pasaje..."
Repetí esa idea en voz alta, como desayunándose mis ojos se tragaron esas letras sedientos. Me ví allí, en ese banco de estación, con un supuesto tren por llegar, con millones de bocas mordiéndome por dentro.
Y los pies amurados a las baldosas.
Sentada como si nada pasara, mirando un horizonte teñido de violetas, una puerta abriéndose a un probable cielo.
Y yo allí rumiando en silencio la fantasmagórica idea del pasaje.


(...la tercera que gruñe es la timidéz, esa abyecta criatura que no existe por sí misma, que exige ser inventada por los otros.
Me arrimo despacio a ese jodido libro, intento un orden, secuencias, barajo y desbarajo, carajo.)

Hace frío, cierro los postigos, ha comenzado el invierno en esta calle. Todos los grises ateridos se juntaron en mi ventana para anunciarme que ha llegado el invierno.
Y yo buscando no se qué en los túneles -es absurdo, pero tal fuera vez un poco de calor- me encuentro con este pasaje.

Escribo ésto.
Pienso en unos mates.
"Unos matecitos no vendrían nada mal esta mañana"
Algo de música para andar por la casa y un mapa que indique los lugares donde hay excavaciones, para no caerme allí cuando me vuelva a distraer.



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Fruta de estación


"Pasó cierto tiempo en el mismo lugar
hasta que un buen día se puso a escuchar
una melodía muy triste del sur
que así le lloraba desde su interior..."
-Luis Alberto Spinetta-


Ya no supo qué hacer.

Despacio se desarmó y se dejó secar sobre la mesa de una cocina que se había robado todas las naranjas del patio. Con sabiduría extraordinaria un lienzo blanco la envolvió, la cubrió de niebla clara, la ocultó de las ventanas y allí se quedó

sola

inesperadamente abollada.

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Mar de día


Que no llegue la noche,
que se quede exiliada junto a sus fantasmas
de sábanas sin sol.

Bordando otra orilla que no sea mi piel
durmiendo distraída en su almohada de lana
navegando lejos de mis pies, en otros mares.

Que yo ahora quiero un mar de girasoles.

Y que el día urgente viaje sobre mis labios
para que puedas caminar por ellos
sin perderte.

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Bajo fondo


Lastima, bandoneón,
mi corazón
tu ronca maldición maleva...
Tu lágrima de ron
me lleva
hasta el hondo bajo fondo
donde el barro se subleva.
¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón!
La vida es una herida absurda,
y es todo tan fugaz
que es una curda, ¡nada más!
mi confesión.
-Anibal Troilo y Cátulo Castillo-
Cuando se bajó del cuento, lo hizo en la esquina norte de una plaza madrugada por el invierno.
Tenía la mirada muerta, perdida en un punto fijo.
Se bajó con cierto temblor en las piernas.
La piel de un tenue gris calcáreo, su ropa venía de dormir en la tierra y sus manos oscuras como de haber escarbado pozos agrios, regados con vinagre,
La boca era una mueca que se perdía allí mismo donde se perdían los ojos. En un horizonte deshabitado.
Parecía no tener suelo bajo sus pies, caminaba despacio, acompasado, sin arrastrarse, sin pisar demasiado la vereda de piedras, sin dejar rastros.
Cruzó en diagonal la plaza.

Pasó ante mí, sin verme, yo no estaba en su mira.
Pasó ante mí sin sentirme, su olfato sólo percibía el perfume de la herrumbre y la madera.
Pasó ante mi sin escucharme, había olvidado la respiración y el aire.

Pasó de largo y me dejó atrás, me dejó haciendo equilibrio sobre su espalda torcida, cayendo por su nuca de piedra, mirando el pedacito raído de su saco descolorido, allí donde alguna vez anidó la vida.

Cuando recuperé la visión total, cuando quité mis ojos de ese mundo de saco roto que todavía se movía al compás de unos pasos aletargados, él ya estaba lejos.
Iba casi por la otra esquina de la plaza, como todos mis pensamientos.

Buscando ese portal de niebla.

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Detenido


En ese destino oscuro,
con las manos apretadas
a los barrotes de sus ojos

verá la muerte

lo han apresado unas manos definitivas
con un arma silenciosa
apuntándole la sien

espera callado.


Todavía no se sabe
si en la comisura de unos labios
o en el fondo de un pantano,
ha sido detenido un amor.

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Paseo en bicicleta.

"Lo viste.
Seguro que vos también, alguna vez,
lo viste: te hablo de ese eterno ciclista solo, tan solo,
que repecha las calles por la noche"
-Piazzola y Ferrer-



Me gusta
cuando pasea conmigo.

Se pierde en los arrabales de esta ciudad oculta y me espera en alguna esquina.
Mientras yo llego, ella que es de humo baila en las veredas sin pisar el fuego, camina por las paredes alcanzando las cornisas, se balancea de las ramas mas altas de los árboles, se desliza por los últimos rayos del sol, se tira en paracaídas cuando me ve venir...
Y me mira
con sus ojos encendidos como farolas, me mira.

Sombría se sube hasta mis pasos de rueda
y los guía.

Me gusta tu sombra, cuando se pega a la mía.

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Mano y birome



"Arañazos de piel roja, víctima sobre el papel."
-Quique González-
Sólo la mano se mueve.
Se vuelve azul el dedo, la uña blanca, la birome pálida.
Intuyo que la mano va a estrangularla, antes de ceder al impulso de escribir las palabras que la delatan.
Yo miro.
Tengo que mirar la mano que ahora se ha detenido en un punto.
.

Piensa.
Su mano piensa, piensa su uña y la birome. Todo allí es pensamiento dibujado sobre una letra. La mano no está del todo segura, pero la birome sí y no sólo escribe la letra, sino la palabra completa. Sabe que eso le puede costar la vida, pero igual lo hace. Lanzada como por un tobogán corre por el renglón acalambrado, que soporta la presión de la mano y la urgencia de la birome por decir algo, tal vez la última palabra antes de su muerte.

O de su nacimiento, quién puede saberlo ahora cuando todo es un punto.
Los puntos, esos lugares en apariencia mansos.
Aunque a veces así tan callados, tranquilos y pequeños, son puñales.
Antesalas del infierno.

.

Mano y birome detenidas en un punto, que toma forma de isla. Lo circundan lentamente rodeándolo de tinta, hasta convertirlo en charco. Ha de ser un agua turbia, porque al salir de allí los pasos arrastran barro, mojando el renglón que a esta altura todo lo soporta.
Tiembla la mano, como tiembla el brazo y si sigo subiendo mi mirada todo ha de estar temblando, pero no es esto lo que debo mirar, debo mirar la mano.

Blanca y revuelta en dudas la mano sigue apretándole el cuello a la birome, retorciendo y exprimiéndola.
Las palabras aprisionadas allí en su pobre garganta pujan por salir. Rojas y al borde del desmayo están amontonadas unas sobre otras, agolpándose por orden de llegada, analizando la importancia de quién será dicha primero, cuál será silenciada.
Algo escondido en lo profundo ha encontrado un pasadizo secreto entre la carne y la birome, abriendo con furia una puerta insólita.
Ha pasado el temblor de la mano a la cánula negra, que presa de un escozor que desconoce, se agiganta, se desgarra en pedazos para escupir afiebrada sus primeros versos desesperados.

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Nocturno


Toda la calle te tuvo
en sus manos, después...

Te alejaste de mi
para crecer en ella
-estirado a la luz de la luna-
empedrado y azul.

Te vi partir
sobre una lengua de cemento,
pocos pasos bastaron
para que te coma la noche.

Así de memorable
fue el último paseo
que diste
por las avenidas de mis ojos .

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