I
conoce el apetito del pantano de punta a punta
mientras el sol devora la mañana en su cabeza
igual baja los escalones de dos en dos
baja de una pieza sin revoque inestablemente ubicada arriba de otra pieza,
que está arriba de otra pieza inestable
todas de ladrillo hueco
crudo
injertadas como a un tallo
en una de esas barriadas populosas
que hacen inconmensurable
el conurbano bonaerense
la calle no conoce el desierto ni el sueño,
la cumbia y los entreveros ocupan todos los espacios
los pibes caminan descalzos entre los charcos desde temprano
y las mujeres apaleadas miran con resignación el paisaje que les ha tocado
y los carros
lleva los ojos del lunes algo nublados
tiene las preguntas del martes a las tres de la tarde
los puntos en suspenso del miércoles
el vacío del jueves por la noche
los días siguientes están colgados de los signos de interrogación
de una heladera de carnicería
en la feria del barrio
afila el cuchillo hasta dejarlo plateado
comienza a cortar en trozos uno de esos días congelados,
luego corta otro
y así hasta llenar el exhibidor de la heladera
una vez que ha ordenado con maestría ese amasijo
cuelga un cartel
“la poesía no se vende”
se sienta a esperar atrás del mostrador
a degustar su obra de arte
que es ver la fragilidad del otro
mira las caras que se detienen a observar el exhibidor
disfruta secretamente,
casi con malicia
cómo revuelven sus bolsillos descosidos,
y pegan su nariz sobre el cartel sin entender
lo miran con mas ganchos de preguntas
elucubran las sumas de las partes,
picotean el vidrio
después se termina el teatro y desilusionados siguen de largo
sin poder comprarle esos días congelados.
III
arma pequeños monstruos de días pegados unos a otros
y los regala en las esquinas mientras los autos se detienen en los semáforos.
Alguna vez alguien le da una moneda con forma de sonrisa
Otras veces los lleva a un solar baldío
entre las flores de cardos tira los pedazos en mal estado
para que enjuguen su sangre y se lo coman los gusanos,
pero tiene bien presente