El escondite de la bruma


No son mis ojos
el amparo de un prado.
Verías en ellos 
el mar sombrío
plagado de vencidos submarinos amarillos.

No son mis palabras
los versos indicados para curar herpes.
Apenas pronunciados,
brutales se funden en mi boca
provocándome llagas ocultas
cuando escribo
a ojos vista.

Por eso te niego
el desvarío de mis pasos
y la fiebre alternativa
que calcina este andar despelucado
por el borde de los días.
No lo quiero para vos,
prefiero el escondite de la bruma.

A cambio
elijo en esta hora ingenua
una acuarela despejada
que descubra en tu mirada
los colores que me nublan.

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Sin luz



No quiero luces.
Esas pequeñas linternas de tus ojos
han abierto un tajo despiadado
por donde me filtro.
Mecen las olas del día
esta pena oscura
en un lánguido vaivén.

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María y yo



Cada tanto me agarro una bronca y doy un golpe de puño contra la mesa, aunque me duela mi pobre mano que no tiene la culpa de estar atada a mi cuerpo rabioso. El puño tendría que golpear alguna cara idiota, pero estoy en contra de la violencia de todo tipo, por eso encierro en mi mano la amargura que genera este mundo urgente, olvidadizo, de fotoshop y escribo buscando alivio.

Cuando era una nena tuve entre mis mejores amigos una vieja que se llamaba María. Nos llevábamos muchos años de diferencia, pero a la hora de encontrarnos no se notaba. Nunca le pregunté cuántos años tenía, porque para mi tenía mas o menos 6, como yo. Nada mas que tenía muchos frunces en la cara, que le dibujaban una sonrisa eterna y el escaso pelo blanco eran unas hebras finas, formando un rodete que parecía un nido de gorriones.
María me esperaba cada tarde a la hora del té. Era una cita impostergable durante los días del otoño e invierno. Yo llevaba unas masitas dulces envueltas en papel de estraza y sobre su mesa estaban las infaltables “criollitas” y el enorme jarro de té que compartíamos, mientras ella me preguntaba por mis viajes a través del mundo.
A mi no me quedaba otra que inventar cada vez una historia nueva, porque ella era insaciable. Siempre pedía más. Algunas veces yo me preguntaba si ella se creería mis mentiras, que cada vez eran mayores, pero era tal el placer que me provocaba su atención y sus ojos claros agigantados y sus ¡¡¡ohhhhh!!! que yo me las ingeniaba para imaginar mundos infinitos y espantaba la idea de que la nariz, las orejas y la joroba iban a comenzar a crecerme a pasos agigantados cualquiera de esas tardes.

No fueron mis abuelos, ni viejitos de cuentos, ni de pelis o de libros, quienes me enseñaron el placer de tener un amigo sabio a fuerza de vivir, ellos vinieron después, pero la primera fue María.

Por eso cada vez que veo que se deja de lado a una persona porque es vieja, sin pensar que precisamente por eso deberíamos hacerle un lugar, exploto de rabia. Ese que apartamos por viejo, seguro sabe, seguro vio, seguro hizo, seguro tuvo, seguro piensa y siente y sueña. Es cierto que hay mucha gente que ha vivido una ponchada de años y nada mas sumó tedio, ignorancia o maldad. Basta con mirar a un tipo nefasto como Videla por poner un ejemplo de viejo de m. en este día de la Memoria, para ver que la vejez no te hace mejor persona ni más sabio.
Eso se trae de antes y se cultiva, por eso siento injusto y veo incomprensible desaprovechar en las personas ese bagaje que traen los años y busco no sumar mas indiferencia.

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Cucharas de lata



Hay voces enganchadas en mis costillas
meciéndose en el viento de los días.

Efímeras cucharas de lata
suspendidas del cable de luz
mojadas de lluvia y pájaros
algunos días me raspan
por dentro
arrancándome
un sabor de infancia.

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Pequeños detalles


Ahora han abierto la ventana, pero hace días que veo todo cerrado y tengo una leve sospecha. Creo que la ventana abierta y que hayan traído al viejo a esta hora de la mañana todo vestido de negro, me la terminan de confirmar. 
Es temprano y lo han traído solo.
Ayer lo trajeron, también solo, pero con un televisor y dejaron las puertas de la casa abierta, eso nunca sucedía antes. 
Al decir solo, me refiero a que sin ella.
Cuando abrieron, pude ver un mueble y unas sillas desordenadas, como cuando uno se va de apuro dejando todo revuelto. Y gente parada, pensando en silencio, mirando el piso, la luz alta encendida.
Eso no sucedía cuando.
Con una agilidad felina ella se bajaba antes que él, abría la puerta apenas y nada de abrir ventanas y quedarse ahí parados papando moscas. Ya los habían asaltado un par de veces por ingenuos y un día me dijo a mi no me agarran mas.
En efecto desde entonces cuando salían a cortar el césped lo hacían en medio de un importante operativo de seguridad, tomando todos los recaudos posibles, vestidos de jardineros, con gorritas para el sol y una ligereza que daba gusto. Juntos, escoba en mano, bordeadora, pala y bolsita en un periquete dejaban su jardín perfecto. Enseguida la casa era una tumba y ellos adentro.
Lo mismo cuando salían a hacer mandados del brazo, con sus viejos sombreros inestables y el chango y el paso vivaz, yo me quedaba mirándolos como quien mira un poema.
Siempre, desde que me mudé a esta calle, los miré como quien contempla una obra de arte.
La semana pasada, la vi bajar (del mismo auto que ahora está estacionado en la vereda) con dificultad, aún así entró rápido, cerró la puerta enseguida y nada de abrir la ventana. No como ahora, que está abierta de par en par.
Entre los dos –calculo- deben sumar 200 años.
Si, como detenidos en el tiempo y juntos para todo.
Ella salía a juntar tres hojitas de la vereda, él salía atrás con la pala. Él escuchaba que venía el vendedor de huevos, la llamaba con un ¡cheeee! y allí salía ella con una cesta a comprar huevos de campo para cocinarle a él una tortilla de papas, él sonreía cuando la veía venir con las manos llenas y ese paso de muchacha alegre, ¡cuidate! -le decía- a ver si te caés y rompés todos los huevos-.
-¿Te preocupan los huevos o yo?- preguntaba ella con sonrisa, pero rezongando.
¿Cómo no mirarlos como se mira a un poema?
Si eran como palabras imposibles de escribir, recorriendo los renglones hasta encontrarse levemente en cualquier acto, para instalar en mí la emoción tras los cristales y empujarme a la calle a comprar huevos frescos como si eso fuera parte de un ritual de bienestar. Entonces yo compraba huevos como ella, para una tortilla que después no hacía.
Ellos sin sospechar siquiera, que tenían una fisgona que se los comía con los ojos hasta explotar de ternura, a veces me veían y me saludaban con la sonrisa fresca, recién hecha toda para mí y se encerraban tras su puerta gris.
El auto que trajo al viejo sigue estacionado, igual que la ventana abierta.
Ya van dos o tres días que no la veo.
La gente que entra y sale, la puerta gris abierta, la luz alta encendida dejando ver el desorden nunca antes visto, el viejo solo y de negro, me tienen inquieta.
No sé porqué esos pequeños detalles, me dicen que ella ha muerto.


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Pido "pido"


Termino de leer las noticias. Ya se que es malo para la salud, pero lo hago.
Un mundo convulsionado y corrupto me baila en los ojos. Siento asco, un tremendo asco que me nubla la vista.
Quiero volver a mi viejo y añorado tupper.
Donde jugar a la rayuela era tan fácil como soplar panaderos.
Respirar un aire menos contaminado de actualidad y que por favor nadie me cuente, ni me ponga al tanto, ni me diga nada.
Es demasiado para mi y para cualquiera, creo.
No digo siempre. Sólo por hoy pido “pido”.
Un día no es mucho.
Un día puro de gente honesta, ya no me importan si son de derechas o de izquierdas, me basta con que no sea corrupto. Un día sin reactores nucleares que se funden, sin catástrofes insoportables, ni fuerzas políticas jugando a las pulseadas con tu futuro, no formadores de opinión que me digan qué tengo que pensar, votar, cómo vivir y qué comprar.
Un poco de tiempo sin este dolor infame que te queda, después de darte cuenta.
Un día de sol gratis, sin tranzas, sin negociaciones, sin “arreglos” nefastos.
Veinticuatro ingenuas horas de tiza para dibujar en la vereda, cuadrado por cuadrado hasta llegar al cielo..
Está el día tan plácidamente suelto en mi ventana que me tiraría de cabeza, pero es tan grande el desconsuelo, es tan hondo el abismo, que lo intento y algo como un temblor interno, me dice que le voy a errar, que no voy a poder.

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Ensueño



En un sueño viejo encontré tus puertas abiertas. 
Una corriente de aire las empujó de par en par y pude escuchar tu grito. Derribando los muros del ensueño entre cáscaras de papel, retuve tu aliento agitado en el hueco de mis manos, para volver como un fantasma trémulo, asomando mi  ilusión, uno de estos días. Ayer en pocas horas, construí el escenario de cartón piedra, pero lo colmó el silencio.
Un candado carcomido por el óxido eran tus ojos marchitos.

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Limpieza o poesía con explicaciones


La poesía no debe tener esclarecimientos. Ni debe haber instrucciones para leer a un poeta, pero tratándose de un aprendiz de poeta como soy yo, tal vez deba poner luz donde no la hay.
Y llevar tranquilidad, antes que mala poesía.
Porque algunos de los que me leen, a fuerza de tragarse mis entradas, me quieren (eso es bien bonito =) y otros me conocen de la vida común y corriente y también me quieren =) y se preocupan si leen cosas tristes que yo escribo. Y me dicen, pero qué te falta? Si lo tenés todo, amor, salud, belleza (eso no me lo dijo mi madre en un ataque por subir mi autestima) una hermosa familia, un buen marido, amigos entrañables, etc...Y aún así no soy una campanita. 
Mi psicóloga me dice que soy muy exigente.
Yo escribo -pienso-.

Me quedan algunas opciones.
*Escribir todas cosas alegres, ya que pareciera que es casi una obligación ser feliz en un mundo donde insistentemente suceden cosas donde es complicado sostener la felicidad sin sentirte medio idiota. (No condeno a quienes son realmente felices y encuentran siempre un buen motivo para sonreír, casi los admiro, pero eso no me pasa así no mas. Quisiera que no se me condene a mi, por tener una visión mas oscura o melancólica, porque eso me deja en un lugar que no sé cómo definir, pero podría usar la palabra incómodo y estaría bien)
*Escribir y guardar sin publicar por autocensura (tengo un arsenal, se los aseguro)
*Escribir y publicar sin preocuparme por quién leerá o qué dirá o qué provocará o a quién preocuparé, a quién molestaré.
*Escribir con explicaciones.
He aquí un ejemplo:

que el viento me lleve
como a un trapo

dejando escurrir el hervidero 
que soy

me ausento de

No son más que expresiones pueriles con las que intento expresar cierto desencanto.
No me pienso colgar de ninguna cuerda.
No me pienso desangrar.
No me pienso vaciar.
Me ausento de mí, para descontaminarme.
Podría haber escrito algo más prosaico y decir que me voy a baldear con litros de cloro.
Sólo busco un poco de claridad, dejar que pase el tiempo, secar un disgusto que lleva meses revolcándose dentro mío y que no puedo escribirlo con blancura de crema dental, porque terminaría convirtiéndose en agravio.
Entonces, me degluto mi bronca. 
La pico. La licúo. La rayo, pero me queda en la sangre.
Y circula en mi interior con espasmos acompasados provocando un ronroneo que debería adormecerme, pero no sucede eso. Porque cuando estoy por caer rendida y dar paso a lo liviano, un grumo apelotonado obstruye una vena, la sangre se aglutina y otra vez me acuerdo de la rabia y pico y pico el grumo para que la sangre pueda seguir viaje, pero a la larga todo ese picadillo se adueña de mí y no quiero.
No quiero que ninguna bronca se me instale, no quiero que ningún desencanto me quite el entusiasmo y la vitalidad.
Quiero vivir en un lugar limpio.






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Pienso que puedo




Dejar que el viento me lleve
como a un trapo.

El día se abre y se estira generoso.
Es un delgado cordel
del cual puedo suspenderme 
con un broche
cabeza abajo
dejando escurrir el hervidero 
que soy.
Gota a gota el río sangriento
se irá evaporando
-pienso-.

Me ausento de mí,
como quien abandona
una casa
con agua, luz,
rastros de los cuadros
que vivieron por años
y un teléfono roto que
agita el desencanto. 

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Instante


-Melanie Köhle-

En la mitad del cielo, las nubes de espuma se sacudieron con un grito desgarrado. Idéntico al que clamó Gloria Stuart en tantas películas de terror.
Un sonido agudo, un aullido filoso, nacía en mí. Agrietando la burbuja del sueño, me revolví estremecida.
Mis ojos agazapados en el cielorraso vieron la proyección de unas breves imágenes en movimiento, entrecortadas, borrosas. Advertí en medio de los grises, cómo el miserable insecto corría sobre la cama sin importarle mi serenidad. Por el contrario, aprovechándose de ese refugio frágil del sueño, iba a embestirme veloz, cuando grité.
Fue un instante.
Alarido y derrumbe, una misma cosa.
Todo hecho trizas sobre la cama. Restos de cielorraso entre mis uñas. El refugio socavado, ahuecada la calma, partido el encanto, la espuma desvanecida, el cielo desplomado y mi llanto.
Todo estaba allí, menos el motivo del pánico.




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Mujeres sin nombre

(no es una obra de arte, es un teléfono público empapelado con oferta sexual)


Quedan pocos minutos para que termine el 8 de marzo, fecha en que se conmemora el Día internacional de la mujer.
Hoy se ha hablado de las mujeres con respeto, admiración y se agradece. He escuchado nombres de mujeres geniales en la literatura, el cine, la medicina, la política, en fin habrán escuchado hablar de muchas mujeres renombradas durante el día de hoy. En cada país se habrán hecho listas que se trasmitieron en noticieros o programas radiales con nombres emblemáticos y representativos de mujeres luchadoras.
Mujeres inolvidables.
Gracias.

Me quiero referir antes de que termine el día a las mujeres que se olvidan.
En mi país hay miles.
Mujeres anónimas que viven en silencio trepadas a una vida indigna.
Si me tengo que poner a enumerar los hechos de mujeres olvidadas, desconocidas, marginadas, con hambre y desnutrición, muriendo por abortos clandestinos, víctimas del maltrato, la violencia y la prostitución me agarra el próximo 8 de marzo.
Sólo quiero contar un detalle que me tiene asqueada. Y es la oferta sexual que hay en las calles de la ciudad de Buenos Aires y que me llena de vergüenza.
No he mirado en Plaza Constitución, dicen que está minado, pero sí Plaza Once y es una epidemia.
No hay poste de luz, teléfono público, árbol, pared, banco de plaza que se salve. Si te quedás un tiempo prudencial sin moverte seguro te empapelan a vos.
Todo está empapelado por pequeños papelitos con mujeres desnudas ofreciendo sexo con diferentes nombres de guerra. Uno podría pensar que Buenos Aires está lleno de prostitutas que alegremente ofrecen su servicio.
Error, son organizaciones.
Prostitutas por elección debe haber como en todos lados, pero la mayoría de estos papelitos tienen el mismo número de celular. Ofrecen chicas muy jóvenes, que han sido engañadas con alguna oferta laboral tentadora en la capital. Trasladadas desde el interior del país o desde países vecinos. Esas chicas están esclavizadas, amenazadas y violentadas a ejercer la prostitución. Una vez que están en la capital no les queda otra que apechugar y salvar el pellejo. Ustedes pensarán lo mismo que yo ¿por qué no se escapan? Supongo que no debe ser fácil y que luego de haber recibido varias palizas y amenazas debe primar la supervivencia.
Se han hecho denuncias, pero esto sigue como si no pasara nada.
Movimientos de mujeres han pedido que se quiten estos papelitos de las paredes, postes y teléfonos. Muchas personas lo hacen, aunque sea un trabajo de hormiga. Yo cada vez que paso arranco todos los que puedo, pero atrás vienen pibes con pilas de papelitos y pegan más.
Por supuesto los nombres de estas mujeres son falsos y fácilmente olvidables. Ya perdieron su nombre, ahora se llaman “paraguayita ardiente”  “gatita en celo”  “niña traviesa” “colegiala perversa”.
Ojalá que este año alguna de estas mujeres anónimas, recupere su nombre.





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Historia de un tallo por decir.


Mi silueta se ocultó en el día, desaparecí en un sendero de otoño del mismo modo que desaparecieron mis pasos dentro de mi cuerpo. Descubrí que estaba caminando sin rumbo, perdiéndome entre las calles de marzo. Una travesía gris, suburbana, un humo empecinado se esparcía en el aire.
Comenzaron a picarme los dedos. Sentía como hormigas revolviéndose. Negras habichuelas comenzaron a escarbar bajo mis uñas antes de tiempo. 
Comprendí que estaba en peligro. 
Entonces corrí hasta el primer barcito que encontré abierto, con el café me trajeron un pequeño vaso de agua, allí hundí mis dedos, le di de beber a unas palabras curiosas y el alivio me invadió milagrosamente.
Mientras daba sorbos breves en la taza y miraba la calle desierta del domingo, las semillas se abrieron generosas bajo el agua. Un tallo desplegó sus ganas buscando la luz que entraba por la ventana, tallos secundarios se apuraron a la par del vástago principal y dos incipientes hojas diminutas se abrieron para mí...

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La grieta *

*Este relato ya lo publiqué hace un par de años atrás. Lo rescaté el otro día para leer en la radio y como le encontré varios detalles para arreglar, lo subo ahora podado, pero con la grieta intacta, 


Me ocurría a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedía terreno, aceptando sin resistencia que se pudiera ir así de una cosa a otra. Digo que me ocurría, aunque una estúpida esperanza quisiera creer que acaso ha de ocurrirme todavía."

El otro cielo (Julio Cortázar)


Investigo en tu mirada que es la mía. Y descubro que te sacude un fuego de tormenta mientras estás en silencio y ausente frente al espejo. La mirada se nos pierde en la pared que hay detrás nuestro.

Me pregunto qué incendios te devoran, qué ausencias no esperabas, qué signos son los que te lastimaron más, si los de interrogación o los que exclamaron con horror aquellos años de espanto.
No hay respuestas.

Te pregunto cosas y cosas mientras todos los porqués lapidarios, todos los encierros, todos los hallazgos, se desmoronan apoltronados en tus ojos clavados frente al espejo y detrás tuyo en los ladrillos, avizorando grietas, hurgando entre ellas algún paso, estoy yo.

¿A dónde querés irte, a qué otro lado...?

Yo no me atrevo a sacarte de ese estado, estás como dormida pero con los ojos abiertos, te veo flotar como hechizada. Incluso cuando te veo marchar entre los muebles que te separaban de la pared hasta hace un rato, te dejo ir nomás.

Solo puedo sentir este frío que me recorre los costados y estarme quieta.Contemplando como te vas de mis formas, para después poder contarlo, no importa lo que ocurra mientras tanto.

Vos extasiada, apoyando tu nariz, tu boca, tus dos manos y tu ojo de cíclope agigantado entre las grietas de la pared del cuarto.
Yo cerca de la puerta, sostenida por una silla y temblando, conteniendo mis latidos azorados en las paredes de mi piel, mientras soy testigo de cómo ya no estás.

No hubo resistencia entre tus manos, al contrario las pude ver escarbar desesperadas entre los pedazos de pared que quedaron descascarados.
Ya nada de vos hay en este cuarto, tan solo un envase parado sobre estos pies que me sostienen.
Sin embargo tendrías que estar aquí, si estábamos frente al espejo, pensando...

Entonces ordeno la ropa, la cama, los almohadones de más que están tirados por ahí, repaso los libros apilados...

Y cuelgo un cuadro de flores para tapar la grieta, ese atajo.

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Los zapatos malditos II


Nada tan demoledor como encontrarse con su mirada al cerrar la puerta. Sin embargo no sólo cerró la puerta sino que dio dos vueltas de llave, colgó el abrigo, la cartera y saludó con amabilidad a ese hombre que sentado en el sofá respiraba con el fastidio de los que esperan a quienes se demoran.
Al acercarse para besarle los labios, él corrió la boca con asco para preguntar si otra vez la habían retenido hoy.
-Mse- murmuró ella mientras se quitaba los zapatos de taco rumbo al pasillo.
-No dejes eso tirado por ahí, que luego me tropiezo-rezongó M- poniéndose de pie y encaminándose a la cocina.
-Ojalá te los llevaras puesto y te quebraras en mil pedazos- dijo la mujer de M, mordiéndose los dientes frente al espejo del baño, pero en voz alta corrigió-ya los guardo gordo, no los soportaba mas-
Desde la cocina M se preguntaba en voz alta (gruñendo) cuál era el motivo de tener que ir a trabajar con tremendos tamangos, que sólo las putas usan tacos así y que si ella seguía yendo con esos zapatos a trabajar, él se los iba a tirar todos al fuego.
-¿Qué les pasa con el fuego a los hombres?- se preguntó inquieta, mirándose en el espejo.
-¡Y dale que ya está la cena!- gritó M - sentándose en la mesa y partiendo el pollo por la mitad con la cuchilla, un poco del jugo le salpicó la cara quemándole el párpado y haciéndolo putear -¡pero che, la puta madre, será posible que hasta para sentarnos a la mesa te tenga que esperar…!

Cuando ella traspasó la puerta de la cocina desnuda, con los zapatos mas altos que tenía y alzó la pierna contra el vano de la puerta rozándolo y bajando el muslo lentamente como si fuera una caricia, él se atragantó con un pedazo de pollo, abriendo los ojos como platos hasta que las cejas le llegaron a la nuca. El desenlace fue inmediato, se desfiguró su cuello como un tronco arrancado, se hinchó enrojeciéndose hasta ponerse violeta, se cayó pesadamente y se desplomó sobre la mesa. Todo sin cerrar los ojos. Su cara aceitada y lila mirándola fijamente le recordó a la que hacía minutos la esperaba sentada en el sofá impaciente. A pesar de la impresión, se acercó y lo inspeccionó, estaba muerto. Esto le causó gran desconcierto a la mujer, que desnuda, corrió a vestirse y pedir auxilio a los vecinos. Se tiró encima un batón, unas chinelas y golpeó la puerta de los de enfrente que apenas escuchar lo que había ocurrido se compadecieron y la auxiliaron llamando al 911.
Poco después en la sala velatoria, todavía sin salir del asombro la mujer de M conservaba su palidéz y sus tacos.
No sabía cómo hacer para disimular la alegría, ahora que nadie iba a poder quemarle los zapatos.




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