“Todos los días de mi vida, todas las horas, todos los momentos son así.
Calcados. De molde.
Salvo cuando puedo mirar por el agujero de una cerradura”
Me había salido del borde una tarde, que por no usar reloj, jamás supe la hora que era. Hubiera sido importante tener ese dato, pero hace tiempo que le escapo a los relojes y me quedé sin saber. Tampoco tuve conocimiento de qué día era, ni qué año. Tal la distracción en la que vivo. Lo importante fue comprender que los bordes mas estrechos pueden resultar infinitos.
Anchos desiertos de inauditas bocas oscuras, desdentadas.
Trampas de arenas movedizas.
Los bordes...
Ahora mismo camino sobre uno muy delgado y filoso como la noche. Un borde gris plomo de navaja rozando la carne y poniéndome sobre aviso.
Para que después no diga que no me dijo nada.
Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al Malo. Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.
Alejandra Pizarnik