Crónica de un momento.

"La soledad es un amigo que no está
es su palabra que no ha de llegar igual"

-Almendra-


Desde mi lugar de sobrevuelo se podía ver bien.

La vi levantarse de la mesa del fondo, la cabeza le daba vueltas, se le habia hecho un torbellino de sensaciones y de tormentas por dentro, tanto giraban y a tanta velocidad que cuando salió del café, esa marea interior se le escapó hacia afuera y ya no pudo mas que tolerar el día con eso girándole en derredor.

La seguí desde lejos mientras remontaba las cuadras que faltaban para alcanzar el tren, peleando con todo eso que le impedía caminar en paz, parecer una persona ajena a un remolino que la rodeaba por completo, fue toda una hazaña.

Ella sabía de alguna que otra hazaña, de modo que se dejó rodear.

El tren no la esperó, igual que le pasó con el resto de las cosas.
Tuvo que correr unos metros hasta alzcanzarlo y una vez arriba se sintió menos desesperanzada, al menos esto tenía:
Un asiento en un tren destartalado del conurbano bonaerense.
Un asiento destrozado y mudo, una ventanilla sin vidrios donde el aire se adueñaba por completo de su aliento y respiraba quisiera o no.
Ella hubiera querido no respirar mas, pero el vidrio inexistente de la ventanilla la obligó y ahí estaba tragando smog a bocanadas y condenada a seguir viva.
Tenía esa ventanilla que la apuntaba con aire frío y que le ordenó vivir.
Obediente se quedó con el aire cargando de misiles sus pulmones.

Tenía miedo de quedarse dormida y que le roben la poca plata que tenía, el reloj y el wolkman viejo y tenía miedo de quedarse despierto y que lo asalte la culpa, esa vulgar pesadilla que la tenía atrapada sin salida.
De modo que hizo "como si".
Jugó a ese juego que había aprendido hacía tiempo ya y se dejó un ojo abierto para que los ladrones no se le tiraran encima y cerró el otro para que la culpa siguiera de largo.

Con el ojo cerrado se fue mirando por dentro, acomodando estanterías casi vacías, descubriendo espacios de relleno, mirando con pena un corazón asustado, quitándole restos de tachuelas a los pulmones y con un barredor de penas limpió el pasaje de su garganta que desde hacia rato se habia obstruido y le costaba repirar, tragar, hablar...
Todas las palabras que pudo decir, habían quedado en la mesa de ese café, formando un puezzle desgraciado, las otras estaban ahí amontonadas en su garganta, violetas, con la lengua afuera, como si al querer salir todas de golpe se hubieran quedado atascadas.

Con el ojo abierto iba mirando lo rápido que corría el riel de las vías, las casitas que se descolgaban de la nada ante el paso del tren, los tendales de ropa heridos de muerte, las ventanas que se iban cerrando como ojos rendidos, las luces de los autos que avisaban el regreso, los perros vagabundos con miradas humanas le asestaban dardos en su ojo único.

Y de repente por los dos ojos el despierto y el dormido empezó a correr un río.

Y contando lo que tenía, enumeró con los dedos de una mano, el asiento roto, la ventanilla impertinente, los ojos de a ratos tuertos, de a ratos abiertos como una herida, pero contó dos ojos y en quinto lugar contó un gran vacío recién hecho.


-Escrito de manera no tan furtiva en el Café Mo-

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La chica del circo.

"Por una cabeza
todas las locuras
su boca que besa
borra la tristeza,
calma la amargura"

Desde tiempos inmemoriales su familia trabajaba en un circo. Ella había dado los primeros pasos en medio de alguna función, entre elefantes, payasos eternamente tristes y trapecistas.

Su escuela habia sido ese espacio redondo de colores, no sabía que había mas allá de cada terreno municipal donde la carpa se demoraba un par de meses para seguir visitando pueblos y pueblos de manera interminable.

Así conoció los amaneceres de todo el mundo y las tardes mas solitarias del planeta tambien.
No sabía de amigos ni de fiestas de colegios, ni de habitaciones de ladrillos.

Solo sabía de quebrantos, especialmente en el amor.

Amores que empezaban luego de alguna función, entre bambalinas, iluminados por farolitos de colores y ritmos salidos de algún acordeón a piano.
Flores robadas en los caminos que rodeaban el circo, de esas crecidas a granel en los jardincitos de barrios humildes, florcitas mustias, florcitas que se iban desmayando durante la espera.
No importaba si estaban desinfladas o en perfecto estado, ella siempre recibía flores despues de cada función y siempre se enamoraba de sus admiradores. Sabiendo que iba a ser un amor para romper en unos días, ella soñaba igual.

Así pasó su juventud armando y desarmando noviazgos, guardando en una cajita de madera todas las flores de sus amores hechas promesas y todos los pétalos deshojados por el tiempo, que le hacían una almohada a sus penas.

Su belleza se fue asentando con los años y su seguridad tambien, de manera que dejó de ser una bailarina más con el corazón alborotado, se convenció que el amor era puro cuento, dejó de lado sus amoríos y pasó a ser la mujer que acompañanaba al hombre de los puñales que era el plato fuerte del circo, pero de amores ni hablar.

En los ensayos diarios él se fue enamorando de ella y fue buscando detalles para hacerle saber lo que sentía, pero ella jamás lo registró.
Él siguió a su lado en silencio, siendo un eficiente compañero de trabajo y ella dejó crecer su fama de orgullosa y de corazón imperturbable.
En realidad ya no creía en el amor, todos sus amores empezaban para terminar con flores degolladas y besos estrujados detrás de las cortinas.
Pero descubriendo las intenciones de su compañero, quiso asegurarse y se confeccionó una armadura de un material especial hecho con lágrimas de plomo y antes de cada show se lo ponía debajo de su traje, de ese modo jamás podría dañarla atravesándole un puñal en el corazón, como era su secreta fantasía.

Cuando él comenzaba su show se hacía un gran silencio y desde las gradas bajaban suspiros, los ojos se volvían mas redondos, igual que las bocas que todas parecían estar hechas para decir la letra O en sus diferentes entonaciones.

Ella lucía ropas brillantes y de colores fuertes, marcando y resaltando sus formas, había descubiero cuán hermosa era y estaba convencida que el espectáculo era ella y no el hombre que hacía todo un show con su puntería.
Con la seguridad de quienes se saben a salvo subía cada día al escenario, se paseaba feliz y radiante por toda la pista, dejando tras su paso destellos de colores y las lentejueleas brillaban en los ojos de un público expectante y emocionado nada mas de verla pasar.
Se meneaba con gracia y simpatía, arrancaba aplausos de todos los rincones del circo y se acomodaba en una pared especial donde se apoyaba esperando con los brazos en cruz, que los puñales marquen el contorno de su cuerpo, ese era un momento de silencio rotundo, donde sólo se escuchaban tambores que parecían el eco de los corazones amplificados de la gente allí reunida.

El jóven de los puñales esperaba su momento tambien de manera triunfal, arrastrado por aplausos ingresaba al centro del circo, dueño de una sonrisa ancha se paraba frente a ella conservando las distancias.
Muy adentro suyo poco le importaba aquella fama, él sabía que entraba a perder una vez mas, una vez mas marcaría su figura perfecta, la rodearía de puñales y nunca haber fallado era la medida de su error. La sonrisa de ella jamás se borraría por mas que roce su piel, la mirada de ella jamás se quitaría de la suya mientras él la miraba hasta el fondo, diciéndole a gritos que esta vez fallaría e iría directo a su corazón.

En eso estaba concentrado, en enviar un puñal certero al centro de su vida y justo en ese momento se dio cuenta que no tendría sentido clavarlo allí y subió un poco mas su mano, decidido a que ese día sería el último para él en el circo y lanzó tambien así, el último puñal.

Ella estaba esperando, con la sonrisa congelada en su cara bonita cuando sintió un golpe fortísimo en su frente, en el medio de la frente, de lleno, un golpe seco y profundo que la dejó de piedra y con el corazón conmovido y en pleno revuelo.

A él se lo llevaron detenido y ella desde entonces luce como enamorada, siempre pensativa con su puñal de sombrero y una sonrisa de Mona Lisa que encanta, está entre los fenómenos del circo, rodeada por la mujer barbuda y el hombrecito mas pequeño.


"Por una cabeza
si ella me olvida
que importa perderme,
mil veces la vida
para que vivir..."

-Carlos Gardel-

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Para Andy, en su día


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Estaba cerrado adentro de una cartera. Olvidado, oxidado en partes y con el alma hecha un bollo del hastio que soportaba en ese fondo espeso.

Ya habia dejado de hacer cuentas; del tiempo que llevaba escondido en esta vida; de esperar los días grises y húmedos para que lo tengan en cuenta y sólo se regocijaba pensando en que algun día el sol se hartaría de salir todo el tiempo y las nubes se harían cargo del cielo, lo llenarían de presagios de tormentas y la mano volvería a elegirlo y darle vida.

Abirse por entero, y ser.
Eso era lo unico que quería, ser él.

Un paraguas.

Y

Una gota.

Que llevaba meses sin caer, que se habia apertrechado a una nube voladora, que cruzaba el cielo día tras día sin lloverse, sin perderse, enterita y pura, se asomó de una vez por todas.
Ella que llevaba esperando toda una vida de gota sin derramar esperando encontrarle sentido a esa caída, se habia agarrado con fuerza a toda nube que se dejara atrapar por ella, se habia aquerenciado en cada tormenta y había esperado hasta el final de las lluvias, hasta que no era necesaria su caída y así fue viviendo esa vida de gota gorda, redondita, llena de agua, pero sin plenitud alguna, porque ella sabía de sobra que el destino y la gracia de una verdadera gota era caer alguna vez sobre un suelo reseco, o sobre las hojas acumuladas del otoño en las veredas o a lo sumo en los parabrisas de los autos, en fin ella sabía que eso de permanecer eternamente en el fondo de una nube no estaba bien, pero tampoco le daban ganas de caer porque si.

Ella tenía sueños de grandeza, de eternidad demorada, de caricia pefecta, de roce delicioso y de infarto. Ella transportaba escondida en el cielo de las nubes su humedad extraordinaria sin pensar que un día cualquiera podía perder el equilibrio y caer.

Y eso fue un mediodía de primavera cuando al salir de su trabajo una mano sacó de la cartera un paraguas que llevaba siglos de abandono y lo abrió ante una llovizna leve que empezaba a ceder sobre la ciudad de Buenos Aires.
Menuda felicidad sintió el paraguas que con sus costillas abiertas comenzó a brillar a un cielo encapotado y con toda su sonrisa de dientes perfectos se anunció fuerte y presto a recibir a toda la lluvia de la primavera y ahí en el final de todas las nubes, en el borde del mismisimo cielo apareció ella, en puntitas de pie, convencida de que le había llegado el momento y como si de un trampolín se tirara, tomó envión en el ultimo pedacito de tormenta que quedaba y cabeza abajo, con sus bracitos entregados a un paraguas se desvistió de gota eterna y fue esperada.
Fue recibida por ese techo de seda negra que la tragó en su entramado como si fuera la gota mas deseada.

Y entre las calles apretadas de una ciudad que no descansa, se quedaron gota y paraguas conversando de amores fatales hasta terminar bajo la mesa de un bar de mala muerte, es posible que iniciaran su romance en el fondo de un cesto de basura, pero poco importaba el sitio si del inicio de un romance se trataba.


Andy, que pases un hermoso día y que los cumplas muy feliz.
Te quiero mucho
-Pata-

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Felipe, el hermoso.

"Lo viste.
Seguro que vos también, alguna vez, lo viste: te hablo de ese eterno ciclista solo, tan solo, que repecha las calles por la noche"

Se llamaba Felipe, era un hombre alto, delgadisimo, con una cabecita de dimensiones normales, pero que se empequeñecía al tener que sostener una nariz de antología.
Su naríz era algo descomunal, algo jamas visto, sin embargo en el pueblo no le llamaban "el narigón", habia otros narigones famosos y él ni siquiera llegaba a tener tanta fama, simplemente le decían Felipe el hermoso, en clara alusión a su inexistente belleza.

Estaba permanetemente unido a una bicicleta amarilla que lo hacía sentir importante, él era una persona casi triste cuando estaba sin su bicicleta, era mas bien apagadito y serio, sin embargo cuando se subía a ese mundo fantástico de dos ruedas, los ojitos le brillaban y su nuez de adán tan gigante como su nariz subía y bajaba dando saltos.

Todos los trabajos que conseguía eran sin bicicleta y los aceptaba a regañadientes, porque tenía que vivir, pero esas horas vividas separado de ella, eran un tormento, se le iban escapando de a poco las fuerzas, hasta volverse finito y doblado sobre un reloj tirano. Esas horas pasaban en cámara lenta mientras sus ojitos se escapaban cada tanto para mirar a su bicicleta estacionada entre cientos de bicicletas mas, pero desde lejos la reconocía por su brillo y una cosquilla lo recorría por dentro, imaginando la hora de salida, el momento de subirse al cielo, el viento golpeando en su cara, la voz fluyendo de su garganta en forma de tango, las calles esperándolo para que el las sobrevuele de arriba abajo con su jirafa de patitas redondas.

Trabajaba en un taller en el que hacían unas piezas en serie. Todos a la misma hora, de todos los días, de todos los años hacían lo mismo, cada quién sabía lo que le correspondía hacer y para eso vivían, sus mamás desde sus panzas los habían engendrado para eso, para eso se alimentaban, para eso hacían el amor una vez por semana, para eso tomaban un helado de frutilla los días de calor, para eso leían el diario los domingos, para eso miraban el programa del horario central en la tele, para eso se levantaban cada día, por suerte nunca se preguntaban absolutamente nada y seguían haciendo lo suyo, sino la tristeza se hubiera apoderado de ellos y las piezas en serie hubieran dejado de existir, ocasionando graves trastornos mundiales.

Felipe aparentemente llevaba una vida que era tan gris e insignificante como la de los demás, pero le sucedían cosas extrañas que les llamaba la atención al resto, y es que cada tanto se asomaba por la ventana a mirar su bicicleta como un obsesivo y de su boquita que tenía el aspecto de haberse esfumado sin decir nada, se le hacía una mueca brillante parecida a una sonrisa. Eso de verle a Felipe una fugáz felicidad, tenía a varios compañeros molestos, en especial a uno que se jactaba de ser el mas piola de todos y día tras día abrumaba a sus compañeros con chanzas que sólo lo divertían a él y como era de esperarse la atracción favorita de sus cargadas eran Felipe y su pequeño mundo.

Era tan grande su nariz, tan pequeñitos le quedaban los ojos, tan solas y grandes parecían sus manos, tan callada era su voz, que ademas de raro, pensaban que era tonto. Felipe no hacía nada para demostrar lo contrario, los miraba incrédulos desde esa altura inconmensurable, los miraba hasta con cierta pena, con esa vaga sensación de lástima que nos embarga cuando vemos que una persona se está perdiendo algo importante y no sabemos cómo hacérselo saber.
Felipe bajaba su cabeza para no cortarse un dedo y seguía con su trabajo, respiraba profundo mientras pensaba que en un par de horas terminaba la pesadilla de esas risas opacas y se largaba con su bicicleta a donde se le antojara.

Un día de esos en que la vida se termina sin despedida alguna, Felipe se hartó de todo, de la fábrica, del horario estricto, de la burla interminable de su compañero, de las caras de nada del resto, de la comida sin sabor y aceitosa del mediodía, de la ventana, del cuidado que tenía que tener para seguir conservando sus dedos, hasta de su nariz se hartó y le dijo a su compañero, el que lo tenía a mal traer con las gastadas, si no se animaba a escaparse con él un par de horas, para ir a dar una vuelta en su bicicleta jirafa. El compañero lo miró con los ojos alucinados y muerto de miedo, porque en el fondo era incapáz de vivir fuera de ese reducto.

Felipe lo hizo sentir cobarde con la mirada y finalmente lo convenció, allí salieron Felipe corriendo escaleras abajo; el otro dudando al pisar cada escalón que lo alejaba de su mundo de piezas idénticas. La cuestión es que llegaron los dos hasta donde estaba la bicicleta, se subieron en ella y salieron disparando.

En la calle las señoras barrían las veredas, los niños jugaban a la pelota, los señores cortaban el pasto, las mujeres iban a la feria y justo donde termina la calle principal y los girasoles del campo se funden con el horizonte, Felipe remontó vuelo con su compañero agarrado con fuerza a su cintura y no pararon hasta tocar el cielo, las nubes eran pompas de jabón y el sol se les vino encima con sus rayos enloquecidos y les quitó las manchas de grasa, les dibujó caricias en el pelo, les hizo una ruta de luz y por allí siguieron subiendo hasta tocar la luna con la punta de los dedos. Y los dos locos de contentos fueron por un rato los protagonistas de una película viendo en technicolor lo que quisieron y con los ojos bien abiertos a mas no poder tragaron felicidad.

Al día siguiente regresaron a la hora de siempre a la fábrica.
Felipe era el mismo, con su narizota de castillo, con sus manos de manubrio, con su locura aparente, el que no parecía ser el mismo era su compañero, el cargoso, estaba como enjuto, comprimido en su silla asignada, callado, desmoronado sobre su tarea, de los ojos se le escapaban rayos de sol y los demás no entendían porqué cada tanto se levantaba y espiaba por la ventana, para el lado de la bicicleta.


" y hasta yo, pibe, yo que soy las penas,
lloré de alegría bailando bajo esa luz la polka del ciclista"

Astor Piazzola - Horacio Ferrer

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Margaritas para vos

"Te vi, te vi, te vi
Yo no buscaba a nadie y te vi"

Durante 40 años vivieron desencontrándose en el mismo barrio, caminaron las mismas calles sin cruzarse, se alejaron siempre en forma contraria, cuando ella entraba él estaba saliendo, cuando él regresaba ella cerraba las ventanas, cuando él salía a pasear el perro, ella se acostaba a dormir la siesta, él iba al mercado que quedaba al final de la calle bien temprano por la mañana y ella prefería los mercados del centro y salía por las tardes cuando el sol no le ardía en la piel.

Los días de todos los calendarios se cayeron derrotados sin que nunca jamás se hayan cruzado.

Sin saberlo algo los unía. Era un jardín desencantado al que le brotaban unas margaritas perdidas, ella amaba las margaritas y solía quedarse un rato por las tardes mirándolas embelesada cuando venía de sus mandados y él adoraba cuidar esas margaritas de mañana bien temprano, no le preocupaban el resto de las plantas que crecían de manera descontrolada, él sólo cuidaba margaritas, era casi un experto.

Una mañana que ella salió sin darse cuenta de la hora y que él se levantó mas tarde, ambos erraron sus caminos diarios y se cruzaron sin querer frente a unos tallos, los de ella recién arrancados, los de él casi temblando y la sonrisa se les filtró entre unos pétalos blancos que se deshojaban fascinados.

Creo que desde esa mañana no se han separado, tampoco se los ve juntos, no es que te los podés encontrar caminando por las calles de mi barrio, como a otros jubilados, paseando del brazo y dejando que el sol les haga brincos en los labios, eso no sucede.

Pero yo pude ver cómo el jardín de esa casita de techos bajos, donde él vive, se ha desparramado, lo que antes era pastizal ahora es un mar de pétalos todos blancos y corazones amarillos, de a ratos salen unos brazos enredados entre los tallos y se alcanzan a ver unas piernitas torcidas por el peso, que luchan con un ramo agigantado y se pierden por la vereda que va derechito a la casa del final del barrio, donde ella vive, allí hay una cesta de mimbre que siempre está esperando, él deja las flores y se lleva algo que no logro ver, porque lo aprieta fuerte entre sus manos, pero por su andar, porque regresa silvando, se me hace que algo que lo hace feliz recibe a cambio.


"Todo lo que diga esta de más

Las luces siempre encienden
En el alma"

-Fito Páez-

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Carta de un león a otro

Perdón hermano mío si te digo
que ganas de escribirte no he tenido,
no sé si es el encierro,
no sé si es la comida
o el tiempo que ya llevo en esta vida.

Lo cierto es que el zoológico deprime
y el mal no se redime sin cariño,
si no es por esos niños que acercan su alegría
sería más amargo todavía.

A ti te irá mejor, espero,
viajando por el mundo entero,
aunque el domador, según me cuentas,
te obligue a trabajar más de la cuenta.

Tu tienes que entender, hermano,
que el alma tiene de villano,
al no poder mandar a quien quisieran
descargan su poder sobre las fieras.

Muchos humanos son importantes,
silla mediante, látigo en mano.

Pero volviendo a mí, nada ha cambiado,
aquí, desde que fuimos separados,
hay algo, sin embargo,
que noto entre la gente,
parece que miraran diferente.

Sus ojos han perdido algún destello,
como si fueran ellos los cautivos,
yo sé lo que te digo,
apuesta lo que quieras
que afuera tienen miles de problemas.

Caímos en la selva, hermano,
y mira en qué piadosas manos,
su aire está viciado de humo y muerte
y quién anticipar puede su suerte

Volver a la naturaleza sería su mayor riqueza,
allí podrán amarse libremente
y no hay ningún zoológico de gente.
Cuídate, hermano, yo no sé cuándo,
pero ese día viene llegando.
-Chico Novarro-


Ya sé que es una canción triste, es mas es una versión altamente triste, pero decía en canto lo que yo hubiera querido decirles entre los comentarios, si hubiera podido dejar esto allí lo hubiera hecho, pero no se puede, de modo que lo dejo por acá y les doy un abrazo inmenso a todos.
Gracias por estar ahí:
Drácula, Sil, Dalia
Pez, La caña,
Toro
May, Zooey
Noa, Cielo, Supermamá
Badanita
Petra, Hilda, Isthar
Meiga, Andrea
-Los quiero mucho-

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Alma con candado


"Tus ojos eran puertos que guardaban ausentes,
su horizonte de sueños y un silencio de flor..."

-Maria- Cátulo Castillo


Solía descansar sobre nubes sucias mi mirada, le gustaba quedarse ahí entre el hollín y los túneles de espuma.

Solía ponerse a brillar por nada, tenía una habilidad mágica para abrirse como un diafragma ante lo inesperado reteniendo así suspiros en las flores, alcanzando gotas antes del desmayo en un paraguas, encontrando pasos perdidos en veredas olvidadas.

Solía dejarme inmóvil y trémula acunando sensaciones vagas.

Y no hablo en pasado porque ya no suceda
o porque mis ojos hayan dejado de perseguir rastros.

Sino, porque -no sé-
ha ocurrido algo

lo que ven mis ojos
se me pierde

algo entre ellos y mi alma
se ha cortado

y es lo mismo que estar ciega o
tener el alma con candado

Y a gatas me debato entre las nubes de este cuarto en el que quizá la luz se queme sobre las cosas y yo despojada del camino que tenía mi visión, sólo escarbo barro.

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Proyectando lluvias.

De un tiempo perdido a esta parte,
esta noche ha venido
un recuerdo encontrado
para quedarse conmigo.


Él dormía el sueño de los olvidados adentro de una cajita impermeable, en el fondo de unos ojos tristes.

Y algunas veces cuando al final de esos ojos dejaba de llover él se escapaba sigiloso, se paraba en puntitas de pie y avanzaba con dificultad por un pasillo lleno de charcos, se acercaba a la luz desesperado y se golpeaba con fuerza sobre unos párpados que se cerraban apurados. Otras veces ella lo dejaba saltar al vacío de sus dos manos, y se descolgaba como un prófugo anudando sábanas, dando vueltas en el aire hasta caer por completo ante los ojos de ella que se quedaban mirándolo como si fuera un pétalo aterciopelado y descolorido a punto de quebrarse.

Ella sabía que él venía de un desorden de años, que había llegado hasta allí atravesando alambres de púas oxidadas, mareas sin encantos y se dejaba convencer por esa mirada tibia que traía y lo proyectaba en la pared como si fuera un dibujito animado.
Lo miraba en technicolor sobre los ladrillos crudos y el recuerdo se atrevía, se dibujaba y comenzaba a hurgar, hacía un túnel desde el final de la nuca hasta sus pupilas hecho mar, siestas en un muelle, hojas amarillas, canciones viejas, números borrados, direcciones perdidas, calles no encontradas, miradas escondidas, días nunca vividos.

Allí sobre la pared él dejaba proyectaba su mejor visión, su mejor pasado, su sueño irreal, su deseo acalambrado, se resolvía entre medio de unos cuadros, se desmayaba detrás de unas cortinas, se ahogaba en una garganta de mujer y desde lejos la miraba sentada en un sillón, en la penumbra que sellaba la tarde y sin hacer ruido se volvía a esconder en el fondo de sus ojos, donde la cajita impermeable lo esperaba para siempre, se encontraba con los otros recuerdos tapados y mientras ellos se conmovían con los rayos del sol que traía el recién llegado y bailaban una danza tomados de la mano dando saltitos, ella moría un poco.

Como siempre que creía que vivía.


"De un tiempo lejano a esta parte
ha venido esta noche
otro recuerdo prohibido,

olvidado en el olvido"


-Los Rodríguez-

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Los envenenados

"Yo vivo en una ciudad
que tiene un puerto en la puerta
y una expresión boquiabierta
para lo que es novedad"

-Fabiana Cantilo-



Dicen por ahi que entre tus calles se respira veneno, que se nos va metiendo bajo la piel y eso causa esta melancolía profunda que padecemos. Dicen que por eso nos pasamos mirando el río los domingos por la tarde, esperando que algo llegue del mar, porque todavía tenemos metido en los huesos esa memoria tatuada a través del tiempo, esa tristeza de esperar que tuvieron los abuelos y esa cosa de añorar lo que hay detrás del mar nos gusta, aunque en el fondo ya no esperemos nada, solo mirar de lejos.

Ese dolor dulce nos conmueve, nos tiene mirando el horizonte y la bruma que se levanta por las tardes, cuando el sol empieza a desmayarse en las espaldas. Ese infinito lamento nos camina por las veredas, se nos metió en las venas y ese es el veneno que respiramos y dejamos salir de nuestra sangre.
Sale colado, con suerte sale en versos, sale en tangos, en dibujos marginales en las paredes viejas, en bandoneones lejanos, en casas de colores y callecitas de adoquines en barrios suburbanos.
Nos tiene atravesados, sin humor y a veces ni nosotros nos bancamos.
Somos tantos mezclados, somos uno y por dentro somos tantos, llevamos todo el tiempo tratando de entendernos y sabemos que no hay caso, tenemos claro que somos algo raro.

Definitivamente es por culpa del veneno, por eso estamos algo pirados y somos capaces de amarnos como locos y al instante odiarnos.
En la mesa de un bar, de esos que abundan en las esquinas, pero no de los modernos que tienen luces caras y miran para otro lado, hablo de esos bien de acá, los comunardos, donde el mozo es como un guardián de secretos apilados y te mira desde lejos, porque te reconoce en otros ojos que pasaron, en esos bares se arregla la vida, el país, la psiquis y se recontruye el encanto, todo gracias al veneno que han tomado durante años.

En los trenes que dividen la ciudad partiéndola en mil pedazos, siempre tenés a mano algún veneno diario o diarios envenenados con las noticias de ultimo momento y en los subtes que se la devoran por dentro, para masticarla reciclada en cada estación, allí los podés ver a todos amontonados y cómo es que se les nota lo del veneno. Se los ves en los ojos gastados, en los trajes raídos, en las carteras apretadas salvándolas del manotazo, les ves los síntomas graves a los mas acobardados, igual siempre se mezcla entre esta gente alguien que recién empieza a envenenarse y algun auricular aun le deja un cachito de música en sus oídos y la mirada por suerte se le escapa volando como un ángel.

En las canchas los domignos es impresionante, los que no se van a sentir nostalgias al río agarrados a un mate, se van a gritar su pasión al campeón de turno, no importa si sos del rojo, si sos bostero, cuervo o gallina, lo que importa es con quien te vas a sacar ese veneno, que te quemó durante la semana y ahí encontrás el canal perfecto y desde las tribunas bajan tanto cantos de amor como puteadas, según vayan goleando o se vayan dejando golear, da lo mismo para sacar el mal de adentro.

Despues los mas envenenados, los que no tienen antídoto, los ves por todos lados si sabés mirar, si todavía no estás tan ciego con lo que vos te has tomado. Estan heridos de muerte en cualquier esquina sin que les importe a nadie, sin que llame la atención de nadie a dónde van a parar las monedas que junta una mano pequeñita, esos saben del veneno mas barato y viven de él aspirando, porque es lo único que les queda...

Y están llos otros, los verdaderos envenenados los que de tanto veneno y tan variado que tomaron, están duros como piedras, son inconmovibles. Ellos que se tomaron todo el veneno, el que se respira en las calles, el que teníamos heredado, el que se compra en cuotas, el alquilado, el que era para mi, el que era para vos se lo quedaron, ese común que se vende en cualquier lado y acabaron hasta con el mas caro, con el importado, sin saber que les hacía mal se lo tomaron atragantados, sin miedo, como hacen los glotones y ahora estan siempre por morirse, pero siguen respirando.
Sin morirse de asco siguen llenando sus enormes estómagos, mientras el hambre camina por ciertos lugares que mejor no miran, asi siguen tragando.

Y yo que te quiero tanto con veneno y todo, con el malhumor arraigado, con tus calles rotas y tu tránsito despiadado, con tu gente extraña, con tus árboles azules y la invasión de taxis que como peste te va tomando, me quedo acá mirándote detrás de esta ventana, que te deja ver mas allá del charco y te sigo respirando.


"Y sin embargo
yo quiero a ese pueblo
tan distanciado entre si
tan solo..."

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Corazón valiente

"pero al fin te segui
por un laberinto de espejos rotos
y apareci en un barrio
del que no puedo salir"


-Attaque 77- *


Una corriente de aire helada la llevó a ese paraje extraño. Con la curiosidad que ella siempre tenía en la punta de sus dedos, no pudo quedarse quieta y siguió el impulso, una vez que estuvo allí ya fue imposible volver a salir hasta agotar el stock de miedos posibles.

En ese callejón donde la humedad lloraba sobre paredes descascaradas y las ventanas habían sido cerradas con maderas y clavos, un ser siniestro se corporizó en la noche y con su mano oxidada la empujó contra la pared hecha pedazos y la sostuvo con violencia por el cuello, mientras que con su otra mano se enterraba en el centro de esa mujer y le arrancaba con furia su corazón, todo esto sin mediar palabra alguna.

Ella estaba cara a cara con el peor monstruo del barrio, el "arrancacorazones".

Luego del tormento él la soltó sin fuerzas y la dejó allí tirada desangrándose ya no le importaba, se sentó a contemplar ese corazón caliente que aun latía y saltaba con furia entre sus manos queriendo volver a su lugar. Todo lo que él hizo fue adorar el tesoro que tenía en sus manos, lo miraba absorto, incrédulo, una mueca parecida a la ternura le recorría la boca, él vivía sólo por ese momento, esa era su triste fama.
Pero toda su maldad se terminaba ahí, se desvanecía luego del corazón arrancado, cuando derretido miraba a su presa tiritar entre sus manos, huía muerto de miedo gritando como un loco, dejando a su víctima tirada en un charco de sangre y barro.

Esta vez el corazón no podía parar de temblar, se estaba helando, se le terminaba la vida en ese instante, en esas manos huesudas. De pronto el "arrancacorazones" quiso mas que de costumbre, sintió la necesidad de tener ese tesoro por dentro, de que fuera solo suyo, de tragárselo y masticarlo hasta que se perdiera en él. Lo apretó con furia hasta dejarlo escurrido y en un descuido el corazón se le escapó entre esos dedos apretados y a toda velocidad corrió con sus piernitas estrujadas y viendo que ella se moría la tomó ente sus brazos retorcidos y salieron corriendo de esa calle tenebrosa.

Corrió como un loco bajo la lluvia, desesperado iba con ella en brazos, alarmando semáforos, atropellándose entre la gente, pisando jardines, tropezando con baldosas flojas, desparramando el amor que tenía por dentro y que aun lo mantenía vivo y con ganas. En esa carrera frenética llegaron a una plaza, se sentó aliviado en el pasto en una de las lomas mas altas y a su costado la dejó a ella moribunda y empapada, se trepó como pudo a ese cuerpo casi sin vida, se metió por el hueco que asomaba en la camisa rota, se hizo un lugarcito en ese centro que siempre había sido suyo y se quedó acurrucado, hecho un ovillo de amor. Desde adentro se las ingenió, con esa habilidad que tienen los corazones arrancados de reciclar todo a su paso, y con un montón de hilos de oro que guardaba para estas emergencias cosió el pecho desgarrado y lo dejó como nuevo.

Dicen los vecinos del barrio que en las noches mas oscuras, esas donde ni la luna ni los farolitos se atreven a salir a la calle, el "arrancacorazones" llora su desconsuelo amargo y recorre hambriento las veredas perdidas en busca de ojos negros y corazones blandos.

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Un lugar inventado

Estoy cansado de buscar
Algún lugar encontraré
Estoy malherido
Estuve sin saber que hacer.

En algún lugar te espero...




El café estaba recien servido, la mañana invitaba a abrir las ventanas y dejar entrar el perfume de los jazmines en la sala.

Las tostadas saltaron como salté yo de la cama, listas para que un vestido de mermelada de frutas del bosque se nos tirara encima y el cabello se desmoronara sobre los hombros con desparpajo y nada importara mas que unas chatitas cómodas, un poco de aire fresco para limpiar el alma de clavos, un poco de sol para que el color se fuera animando y las risas fáciles de las flores arrullando un rumor de primavera a mi paso.

La calle estaba desierta, el chico del diario se quedó esperando que yo le compre uno y esta vez lo dejé plantado, no quería saber nada del mundo, quería sentirme sin mundo bajo mis pies, esa tierra que me sostenía era de otro planeta, donde todo se podía poner patas para arriba y no importaba.

Donde la lluvia subía y las nubes eran almohadones.
Un lugar donde el mar no me mojaba y era de terciopelo cada ola.
Donde las carreteras eran cintas remontando vuelos y las distancias se acortaban con las botas de las siete leguas y los abrazos de chocolate y crema no se derretían al sol.
Donde las casas estaban hechas de obleas pegadas con caramelo y los techos frutillas apiladas eran tan altos que lograbas perderlos de vista.
Un lugar donde las calles te caminaban a vos y de dejaban en la piel senderos de pasos hechos con piedras y las escaleras que encontrabas en las esquinas te llevaban de una sola vez a la estrella que vos quieras y allí te podías quedar el día entero escuchando las canciones que mas te gusten.

Asi salí a la calle esta mañana, con la cordura desatada, con las ganas de remate y el miedo amordazado.

Por suerte enfilé para otro lado, en la esquina que evité pasar estaban los demonios esperando, esta vez esperarán en vano.


Ayer la tormenta
Casi me rompe el corazón
Pero igual te quiero

-Andrés Calamaro-


DEBAJO DEL CONTADOR DE VISITAS HAY UNA SORPRESITA, ESPERO LES GUSTE :)

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