Este texto que subo, ya lo subí alguna vez. No acostumbro a repetir entradas, me aburre eso, pero cuando hoy estaba buscando para Perras Negras un relato o poema sobre las distancias, al leerlo quise darle otra oportunidad para quien no lo leyó, porque le tengo un cariño especial.
Aprovecho a pasar el chivo de Perras Negras (mi programa de radio) por si a alguien le interesa, estoy en el mismo horario, el mismo día y por el mismo baticanal. Este año junto a Ana Jannelli y Alejandro Alberti.
O sea, Sábados a las 20 Hs por radiohartares.com perreando con las palabras.
Y para entrar al blog Perras Negras haciendo clik en el link entrás =)
Zona de tránsito
Aprovecho a pasar el chivo de Perras Negras (mi programa de radio) por si a alguien le interesa, estoy en el mismo horario, el mismo día y por el mismo baticanal. Este año junto a Ana Jannelli y Alejandro Alberti.
O sea, Sábados a las 20 Hs por radiohartares.com perreando con las palabras.
Y para entrar al blog Perras Negras haciendo clik en el link entrás =)
Zona de tránsito
La última vez que lo vi, fue para
despedirlo. Yo andaba medio perdida por dentro y él estaba sentado en un café
del aeropuerto. Se iba a París y tenía miedo. Él no me lo dijo, pero su manera
de indicarme cosas, de recordarme un poco todo, me hizo pensar que tal vez era
su forma de decir que estaba asustado y por eso se despedía así. Yo jamás
hubiera pensado que viajar lo angustiaba (si viaja siempre) pero estaba ahí,
con su voz de trapo rasgado, rumiando tonterías, como que no me olvide de
escribirle, que junte los recortes de los diarios, que no sea haragana y que
cada día haga un esfuercito, más que nada por mí.
Me repetía a cada rato que él iba estar bien, que yo me quede tranquila (cuando él, era el nervioso) que no me preocupara si tardaba en volver, que cualquier día regresaba y se aparecía por mi casa.
El piloto gris y el cigarrillo eran un dibujo suyo en mi memoria, sin embargo ahora él era ese humo y ese pilotín aún seco, escondido tras el periódico y las tacitas de café, mientras me decía todo eso, por no decir que estaba asustado.
Pero lo estoy contando mal, porque no era exactamente así.
Ahora que lo cuento parece evidente que él tenía miedo, pero en el momento no; en ese momento no me parecía. Él daba vueltas sobre su ausencia o su posible regreso para estancarse en esos dos territorios donde había suelo firme. Entonces me organizaba la vida sin él, me decía que fuera más seguido a lo de Guille, que a ella le encantaba verme llegar y que cuando lo veía en algún lado, siempre le decía que le daba mucha felicidad que yo la visitara. Entonces me recordaba que a Guille le gustaba especialmente cuando yo iba con la guitarra, porque le cantaba esas canciones de antes, que ya no se escuchan en las radios. Cuando le decía que si, que iba a ir, medio que se tranquilizaba y se quedaba mirando la gente pasar, hasta que eso lo agobiaba un poco y volvía al ataque con que si en las mañanas me costaba concentrarme, saliera a caminar. Que el parque de los tilos se iba a poner fantástico ahora que venía la primavera. Me insistía en que no me quede mucho tiempo sola en casa, que vaya a lo de Guille, que salga, que a él le costaba salir a la calle después de muchos días de encierro, por eso me lo decía. Para que no me pase eso, que a él le pasaba. Y sino, me salía con que cuando volviera ya íbamos a encontrarnos para conversar de todo, esa era la parte que más me gustaba y yo le comenzaba a preguntar, pero cuándo vas a volver ¿Cuándo? Y ahí era cuando otra vez caía en esa especie de hoyo que debería haber en el aire, en los que él se encajaba a veces y no me contestaba nada, sólo miraba hacía allá, como si mirara pasar la gente, pero su mirada se iba mas lejos, se perdía entre piernas y zapatos y no me contestaba nada.
Me repetía a cada rato que él iba estar bien, que yo me quede tranquila (cuando él, era el nervioso) que no me preocupara si tardaba en volver, que cualquier día regresaba y se aparecía por mi casa.
El piloto gris y el cigarrillo eran un dibujo suyo en mi memoria, sin embargo ahora él era ese humo y ese pilotín aún seco, escondido tras el periódico y las tacitas de café, mientras me decía todo eso, por no decir que estaba asustado.
Pero lo estoy contando mal, porque no era exactamente así.
Ahora que lo cuento parece evidente que él tenía miedo, pero en el momento no; en ese momento no me parecía. Él daba vueltas sobre su ausencia o su posible regreso para estancarse en esos dos territorios donde había suelo firme. Entonces me organizaba la vida sin él, me decía que fuera más seguido a lo de Guille, que a ella le encantaba verme llegar y que cuando lo veía en algún lado, siempre le decía que le daba mucha felicidad que yo la visitara. Entonces me recordaba que a Guille le gustaba especialmente cuando yo iba con la guitarra, porque le cantaba esas canciones de antes, que ya no se escuchan en las radios. Cuando le decía que si, que iba a ir, medio que se tranquilizaba y se quedaba mirando la gente pasar, hasta que eso lo agobiaba un poco y volvía al ataque con que si en las mañanas me costaba concentrarme, saliera a caminar. Que el parque de los tilos se iba a poner fantástico ahora que venía la primavera. Me insistía en que no me quede mucho tiempo sola en casa, que vaya a lo de Guille, que salga, que a él le costaba salir a la calle después de muchos días de encierro, por eso me lo decía. Para que no me pase eso, que a él le pasaba. Y sino, me salía con que cuando volviera ya íbamos a encontrarnos para conversar de todo, esa era la parte que más me gustaba y yo le comenzaba a preguntar, pero cuándo vas a volver ¿Cuándo? Y ahí era cuando otra vez caía en esa especie de hoyo que debería haber en el aire, en los que él se encajaba a veces y no me contestaba nada, sólo miraba hacía allá, como si mirara pasar la gente, pero su mirada se iba mas lejos, se perdía entre piernas y zapatos y no me contestaba nada.
Entonces entendía que me estaba hablando
sin palabras y también miraba ese horizonte incierto donde yo creía que él
posaba su mirada y lo acompañaba en el silencio.
Sentados así, en una silla del aeropuerto fue que me lo dijo.
Con los ojos abiertos y claros.
Se reía de nervios, como si al hacerlo le restara importancia. Ya no hablaba de los días de ausencias, ni de los días de regreso. De pronto mirando la zona de tránsito, hacia donde él se iba a dirigir luego de darme un abrazo apretado, me dijo “siempre me dieron miedo los lugares de pasaje”.
Sentados así, en una silla del aeropuerto fue que me lo dijo.
Con los ojos abiertos y claros.
Se reía de nervios, como si al hacerlo le restara importancia. Ya no hablaba de los días de ausencias, ni de los días de regreso. De pronto mirando la zona de tránsito, hacia donde él se iba a dirigir luego de darme un abrazo apretado, me dijo “siempre me dieron miedo los lugares de pasaje”.