Tres rosas


"Tal vez necesite tu amor,
para mojarme los labios.
Tal vez necesite tu amor,
para barrer algún rincón en mi diario de soldado raso..."
-Quique Gonzalez-


Me regala rosas.
Tres.
Una por cada cicatriz y las deja cerca de mi,
para que las mire y me cure.
-Tiene que ser amor-
Las elige cerradas.
Una por una.
Tres veces.
Minuciosamente,
como si de ello dependiera mucho mi vida
Para que se abran mientras las miro
Para que me cuiden desde temprano
Para que no me queden dudas
Para que me dibujen alas
Y no esté sola.

Y crecen y crecen y crecen
las tres
hasta volverse árboles sonrojados en mi bolsillo.

Y mi sonrisa se hace de pétalos de sal
Y mis cicatrices toman forma de flor entre sus manos.
Tres rosas gigantes de terciopelo
rasgan sus vestidos
este octubre detenido.

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Papel


“No soy yo
quien escribe estas palabras huérfanas”
-Oliverio Girondo-


Ella
antes de cerrar
siempre habla sola.
Dice.
Nada.
Calla.
Cierra.
Cuenta.
Cosas sin importancia,
efímeros rompecabezas de hielo
nacidos para el olvido.

Después
una ciudad con llave
La luna viviendo en el espejo
como un beso estampado
de color añil.
Un corazón sin compartimentos
clavado con tachas en la pared
se raja
y provoca ese sonido desgarrador
de los papeles silenciosos.
A lo lejos
Siempre infinitamente lejos
el ruido del tren cruzando la noche
y en el cielo de su boca
un aguacero dormido
lavando el paladar.

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Peceras


-Quién sabe –dijo la Maga-.

A mí me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera,

casi nunca tocan el vidrio con la nariz.

-Julio Cortázar-

Se estrangula el tiempo en la garganta de tus ojos, se pega tibio a las paredes de tus pupilas y desde allí se arrastra infinito cerca del vidrio desde donde me mirás un rato, como si quisieras entenderme o aprenderme de memoria.
Casi apoyás la nariz como los peces tristes de Cortázar, pero antes das la vuelta.

Y yo me quedo aquí, sentada en el borde de esta silla, enhebrando con impaciencia un hilo por la cabecita minúscula de la aguja. Un hilo del color amargo de las almendras venenosas, por donde me dejo caer, igual que caen los pétalos distraídos en las tardes, igual que caen los rayos de sol en los andenes que ya no volveré a viajar.
Igual que cae sobre mis labios el salitre que deja tu espalda, cada vez que te vas.

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Desierto


“De golpe sus desdichas
se presentaron ante su pensamiento: no se muere de dolor,
o hubiese muerto en ese instante.”
-Stendhal-


Me pudo la fiebre.
Me quemó la cabeza con todas las ciudades que tenía por dentro. Las vi arder. Estando yo de pie ví cómo de una en una se fueron prendiendo fuego.
Vi correr a sus habitantes desesperados por pasillos estrechos, agolpándose entre paredes ruinosas. Lenguas de fuego los alcanzaban por detrás y ellos también ardían.
Sin poder moverme, sólo miraba cómo todo se retorcía y se reducía rápidamente a montañitas de cenizas.
Hubo un gran llanto después, como un tsunami y barrió todo ese mundo que vivía en mi cabeza. Un mundo hecho de casitas blancas y techos de barro y calles y sillas apiladas en las puertas de los bares. Un mundo de autos viejos, oxidados y con asientos rotos, con puertas traseras que se abrieron para que hiciéramos el amor y después la tierra sepultara margaritas. Hubo escaleras y aviones detenidos y tazas vacías y ojos ciegos.
Y pájaros picoteando manzanas en los árboles.
Todo ardió, bajo mis párpados extenuados, bajo mi inmovilidad y mi marea de fuego.

He pasado horas aciagas, he delirado durante la noche y la madrugada trajo algo de luz. Ya no tengo fiebre, ahora sólo queda un desierto de arenas negras y un viento que después de un rato parece gemir de tanto girar por mi cabeza.

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Intento de nube


"¿Si intentara una nube
Una pequeña nube,
modesta
cotidiana
transprotable,
privada?"
-Oliverio Girondo-


Debería poder manejarlo como si fuera un ejercicio, pero no sé si voy a poder. Lo intento. Como se intentan las pequeñas o grandes búsquedas de tesoros.
La veo destemplada, me sonrío un poco y le ofrezco un café, algo calentito, que le quite ese frío que la vuelve mas flaca. Me dice que no, pero sin palabras, un leve movimiento de cabeza y se queda callada. Yo le acerco un chocolate, se lo llevo a la boca y ella lo aparta y se queda jugando con el papel metalizado y el chocolate se desvanece sobre la mesa, se ablanda, mientras sus manos hacen una flor con el envoltorio color canela.
Me la regala. Es bonita, parece una rosa un poco arruinada. De una mano me la pasa a la otra y la flor salta entre los dedos.
Pensá un poco en él, le digo. En sus ojos de almendra y en su voz. Le digo que su voz es como si algo estuviera raspando contra una piedra pómez y ella ríe, menos mal pienso para mis adentros y me atrevo a decirle que sus ojos padecen de insomnio y se enoja. Tiene razón en enojarse, no debí decírselo. Porque los ojos con insomnio parecen siempre a media asta y es feo. Intento arreglarlo y le hablo del color y de la mirada y de esas cosas bonitas que hacen de ella un puñado de ternura.
Sin querer veo que se lleva el chocolate a la boca y que le gusta, mientras revuelve el café y yo le canto bajito, y le acomodo la mirada en unos cerezos florecidos que hacen que todo el horizonte se vuelva una nube de algodón inflada.
Qué haría hoy por no verla así.
Tan lejana.
Sería capaz de peinarle las lágrimas o de jugar a las escondidas en el parque de aquél pueblo perdido del Oeste. Qué haría si pudiera encontrarla como me sucede en ocasiones, que le digo una palabra o dos y de pronto se sonríe y todo cambia, porque inesperadamente ella me mira desde los colores claros, donde no hay penumbras ni borrascas. Pero hoy no me mira, hoy tiene la mirada perdida allá, a lo lejos.
Sólo un intento quiso ser esto por alcanzarla y tomarle la mano antes de que se vaya quien sabe dónde. Mientras la cafetería se va llenando de gente que no importa, que no tiene nada que ver con el frío y los cerezos y con esta pena blanca.

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Intermedio

“Me saqué la ropa y corrí al océano
Buscando un lugar para comenzar de nuevo
Y cuando me estaba ahogando en las aguas benditas
Todo en lo que podía pensar era en vos”


Por un espacio de tiempo que no pude medir, detuve el mecanismo de relojería que moviliza a los fantasmas.
Ese descubrimiento, me pareció una conquista sobrenatural. Adueñarme por un rato de ese territorio tomado, que alguna vez fue mío y mandar allí. En mi casa.
Abrir las ventanas a mi antojo. Dejar que se renueve el aire viciado. Correr las cortinas pesadas, quitarle el polvo a los estantes, tirar a la basura esos papeles que no dicen nada.
Caminar pisando fuerte por esa casa mía donde supe ser feliz.
Esta casa de piel y huesos poblada de escaleras internas con forma de caracol por donde me tiro con los ojos cerrados y creo que vuelo o que aterrizo en pantanos. Mi casa con ascensor en forma de puño, enclavado en el costado izquierdo. Que me pasea por las arterias a velocidades inconstantes, dejándome sin respiración en ocasiones.
Mi casa que también es tuya, si pasás.

Estaba fascinada viajando por ahí, donde me alojo, donde vivo y me detuve en el afuera.
Mis ojos se aferraron a unas florcitas amarillas, que parecían bombitas de luz entre los árboles. Me quedé agarrada con fuerza a ese brillo entre las ramas, aunque ellas se quedaran allí sin presentirme, perdidas entre un follaje verde recién nacido y yo siguiera el viaje llevándomelas, por un camino sinuoso y angostito como cintas en el aire.





Por eso me puse a escribir.
No es que no quisiera seguir adorando detrás de los cristales cómo es la vida en esos momentos donde me siento dueña de mi, sólo quise asegurarme. Y no olvidar.
Sobre todo no dejar pasar por alto que es necesario memorizar el camino que te lleva a los momentos únicos. Y si la memoria falla, es necesario anotar pequeños pasos como por ejemplo escribir en un cuaderno “farolito chino” *. O la letra de una canción de Keane que me canta mi hija, mientras los ojos le brillan.
No olvidar que tras los cristales de esta casa mía, en algún momento se puede ver algo increíblemente bello y que eso paralice todo, incluso provoque sopor en los fantasmas y los deje inmóviles. Como embobados.

Entonces para no olvidármelo es que dejo registro de las dos vueltas de llave hacia la derecha. Y lo anoto. Que hay que caminar diez pasos mirando para delante. Y lo anoto. Dar un medio giro hacia la izquierda y sacudir varias veces la cabeza como diciendo que no. Y lo anoto.
Finalmente pasarle un paño a los vidrios empañados y mirar.
Mirar con el alma que otra no queda, con el ascensor subiendo y bajando. Mirar desde la escalera caracol interna y tirarse desde allí en picada, aunque el vértigo queme por dentro, pero siempre con los ojos bien abiertos, sin perderse nada.

Es muy importante recordar cómo se atan las puntas de esos ojos ávidos, cómo se cosen las bocas rotas en las sábanas, cómo se trepan las miserias con las manos por las paredes para poder pintarlas y de qué manera se sacuden los instintos en los rincones de los pasillos quedándose mudos.
Tengo que estar bien atenta para la próxima vez, cuando despierten los fantasmas, si es que despiertan.
Por eso escribo, para distraer al olvido.


“Así que ahora recorro el único camino,
el único camino que conozco
No hay ningún lugar a donde ir salvo mi hogar”
-Keane-
*Farolito chino: subarbusto sin hojas de color amarillo brillante u ocre, hemiparásita, que habita sobre las ramas de las lengas, ñires o guindos. Muy notorio a la distancia. Su hábitat es todo el bosque andino-patagónico.

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Descanso

Quiero saber si fue realmente bueno
o una sonrisa a cara de perro para disimular
todo lo que llevas dentro…
-Quique Gonzalez-


(Dejo mis huellas descansando en las veredas / de tus ojos /están a buen resguardo/
Escribo / graffitis en el aire / ¿Podrás leerlos? /
Araño escalones en mis arterias. / Me desangro.
Traspaso todo el cielo / paraguas-para-caídas / aterrizo en el fango)

Soy ladrona de instantes
en un desesperado intento
por salvar del óxido a mi reloj de plata.





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Geranios

No caeré.
He llegado al centro.
Escucho el latido de un reloj divino
a través del delgado tabique
carnal de la vida llena de sangre,
de estremecimientos y de jadeos.
Estoy cerca del núcleo misterioso
de las cosas,
así como en la noche
nos hallamos, en ocasiones,
cerca de un corazón.

-Marguerite Yourcenar-




Media mañana.
Y los geranios que pudieron ser azules, lilas, ocres, invisibles, despoblados están ahí.
Pudieron no haber existido, pero yo los vi y eran de un rojo aterciopelado.
Espeso como la sangre.
De un rojo atrevido que bailaba para mí, entre las puertas entornadas, de las galerías sombrías, donde a veces me pierdo. Pero esta vez se adelantaron y salieron a buscarme, para terminar enredados entre mis manos y salvarme.
Geranios carmesí completaron el paisaje de mis ojos, y apagaron la oscuridad.
Aunque no sé si estaban o me los inventé.

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Calles de agua

Una ciudad es un laberinto de agua
y yo puedo ser un barco

Llevándome.
Llevándote.

Yo no supe que podía navegarla
hasta que me hice de papel,
me doblé en partes perfectas de navegación
y salí a nadarla
por sus estrechas e inesperadas
calles líquidas.


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