“Me saqué la ropa y corrí al océano Buscando un lugar para comenzar de nuevo
Y cuando me estaba ahogando en las aguas benditas
Todo en lo que podía pensar era en vos”
Por un espacio de tiempo que no pude medir, detuve el mecanismo de relojería que moviliza a los fantasmas.
Ese descubrimiento, me pareció una conquista sobrenatural. Adueñarme por un rato de ese territorio tomado, que alguna vez fue mío y mandar allí. En mi casa.
Abrir las ventanas a mi antojo. Dejar que se renueve el aire viciado. Correr las cortinas pesadas, quitarle el polvo a los estantes, tirar a la basura esos papeles que no dicen nada.
Caminar pisando fuerte por esa casa mía donde supe ser feliz.
Esta casa de piel y huesos poblada de escaleras internas con forma de caracol por donde me tiro con los ojos cerrados y creo que vuelo o que aterrizo en pantanos. Mi casa con ascensor en forma de puño, enclavado en el costado izquierdo. Que me pasea por las arterias a velocidades inconstantes, dejándome sin respiración en ocasiones.
Mi casa que también es tuya, si pasás.
Estaba fascinada viajando por ahí, donde me alojo, donde vivo y me detuve en el afuera.
Mis ojos se aferraron a unas florcitas amarillas, que parecían bombitas de luz entre los árboles. Me quedé agarrada con fuerza a ese brillo entre las ramas, aunque ellas se quedaran allí sin presentirme, perdidas entre un follaje verde recién nacido y yo siguiera el viaje llevándomelas, por un camino sinuoso y angostito como cintas en el aire.
Por eso me puse a escribir.
No es que no quisiera seguir adorando detrás de los cristales cómo es la vida en esos momentos donde me siento dueña de mi, sólo quise asegurarme. Y no olvidar.
Sobre todo no dejar pasar por alto que es necesario memorizar el camino que te lleva a los momentos únicos. Y si la memoria falla, es necesario anotar pequeños pasos como por ejemplo escribir en un cuaderno
“farolito chino” *. O la letra de una canción de Keane que me canta mi hija, mientras los ojos le brillan.
No olvidar que tras los cristales de esta casa mía, en algún momento se puede ver algo increíblemente bello y que eso paralice todo, incluso provoque sopor en los fantasmas y los deje inmóviles. Como embobados.
Entonces para no olvidármelo es que dejo registro de las dos vueltas de llave hacia la derecha. Y lo anoto. Que hay que caminar diez pasos mirando para delante. Y lo anoto. Dar un medio giro hacia la izquierda y sacudir varias veces la cabeza como diciendo que no. Y lo anoto.
Finalmente pasarle un paño a los vidrios empañados y mirar.
Mirar con el alma que otra no queda, con el ascensor subiendo y bajando. Mirar desde la escalera caracol interna y tirarse desde allí en picada, aunque el vértigo queme por dentro, pero siempre con los ojos bien abiertos, sin perderse nada.
Es muy importante recordar cómo se atan las puntas de esos ojos ávidos, cómo se cosen las bocas rotas en las sábanas, cómo se trepan las miserias con las manos por las paredes para poder pintarlas y de qué manera se sacuden los instintos en los rincones de los pasillos quedándose mudos.
Tengo que estar bien atenta para la próxima vez, cuando despierten los fantasmas, si es que despiertan.
Por eso escribo, para distraer al olvido.
“Así que ahora recorro el único camino,
el único camino que conozco
No hay ningún lugar a donde ir salvo mi hogar”
-Keane-
*Farolito chino: subarbusto sin hojas de color amarillo brillante u ocre, hemiparásita, que habita sobre las ramas de las lengas, ñires o guindos. Muy notorio a la distancia. Su hábitat es todo el bosque andino-patagónico.