La niña de mis ojos

"La única cosa que compartimos es el mismo cielo"

Ella para los demas, era una niña extraña.
Se levantaba temprano por las mañanas y bajaba hasta una estación abandonada que había en la frontera de su pueblo, para perderse entre trenes que ya no funcionaban.

Sus ropas estaban descoloridas y no respondían a ninguna moda. Era como que había caído desde otro espacio y otro tiempo, pero todos la habían visto crecer en el mismo pueblo. Habian compartido escuela, patios y recreos. Se había hecho grande siempre desdibujada y ajena a la vida cotidiana del lugar.
Poco le importaba, ella vivía en un mundo de colores propios que ella pintaba.

Apenas se le escuchaba un hilo de voz al hablar y sus manos que eran finitas y blancas, siempre apretaban un cuaderno interminable, como si al hacerlo -manos y cuaderno- se volvieran una coraza y nadie pudiera atravesarla.

De sus ojos se decían muchas cosas, porque eran bajados del cielo.
Seguro que se los había robado a un ángel en un descuido y se los habia quedado. Seguro que cuando los abría iluminaba los caminos por donde iba.
Seguro que cuando miraban acariciaban con destellos.
Seguro que esos ojos no eran suyos.
-Eso pensaban en las cocinas del pueblo-

Lo mismo pasaba con su cabello. Eran como niditos de trigo acobachados, donde ella pinchaba florcitas que encontraba por ahí al pasar.
Mientras la niña de mis ojos iba ajena a todo, las miradas se le quedaban prendidas junto a las flores. Y alli iba su cabeza llena de nidos de oro, acunando no sólo mis ojos, sino constelaciones de ojos perdidos en su pelo.

Se le notaba a la legua que ocultaba algo, por eso cuando ella aparecía en escena el silencio se hacia de un barro espeso donde todos comenzaban a chapotear y finalmente salían todos embarrados.
Ella intocable y desteñida, ni se enteraba que por detrás las risas caían en cataratas y los murmullos tomaban forma de bola de nieve, suponiendo para su existencia historias increíblemente fantasmagóricas.

Sus pasos eran tan etéreos, que apenas escuchar esos chasquidos lastimosos, mordidos entre los dientes de la gente, se alejaba indiferente y caminaba como entre nubes de polvo que la llevaban siempre a un banquito de piedras que habia improvisado en un costado de la estación vieja.
La misma que está abandonada.
Y allí entre trenes oxidados, abría su cuaderno y su lapicera blanca y escribía con tinta incolora cosas que nadie podía leer. Se olvidaba del mundo, podía caerse todo encima suyo que ni se enteraba.
Desde lejos se podía ver que sus ojos le brillaban de manera intensa como luciérnagas sobre el papel, que su mano izquierda se agitaba con furia y apaleaba hoja tras hoja hasta agotarlas.
Los nidos de sus cabellos le bailaban en una gran danza y sobre ellos giraban rondas de florcitas y de ojos mareados hasta que de repente toda esta fiesta se terminaba.

Entonces regresaba.
Traía encendida la mirada, volvía radiante y envuelta en una calma diáfana.
Pasaba por un surco de miradas acostumbradas al fast food, que la comían sin poder saborearla. Atravesaba la jungla del sinsentido y los dejaba a todos elucubrando lo que se ocultaba en ese cuaderno que la tenía atrapada.
A su lado una lapicera cómplice cargada de penas líquidas la acompañaba.
Su cuaderno coraza la protegía.

Y por dentro, allí donde muy pocos llegaban se ocultaba un castillo construído con su magia.


Estas metáforas vacías
son todas en vano
como: no puedes ver que el pasto es mas verde donde llueve?

-Bell x1-


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Mis manos

"Que estaría bien
incluso si estuviera avasallada por las emociones"


Unos cristales empañados son como una tentación para mis ganas. Me llaman sin voz, sus ojos desiertos le dan de comer a mi alma inquieta, que sale a buscarme desesperada. Tan perdida sabe que estoy que apenas me ve, se queda inmóvil y como único rescate, busca mis manos, sabe que allí tengo un arma.

Unas horas detenidas en algún lugar del tiempo y mis manos dibujando flores en la ventana.

Un jardín de flores para una tarde inundada.
Flores sin colores, transparentes. Flores hechas de sonidos que hacen mal a los dientes y que te dejan el dedo mojado y sucio.
Un jardin dibujado en mi ventana, con flores surrealistas inventadas por mi y una sonrisa subida a uno de esos pétalos sale volando sin paraguas.
Un jardín de lluvia sin mas pétalos que millones de gotas de agua.

Y mis manos sin darse cuenta siempre me salvan.
En los cristales de las ventanas que dan al patio, manojitos de flores se resbalan perdiendo sus formas y en el teclado del piano, quienes se resbalan son mis manos buscando otras flores, igual de deformes, pero menos mojadas.

Mis manos encontrándome antes que nada.
Mis manos dibujando flores y dibujándome.


"que estaría bien
incuso si perdiera la cordura"

-Alanis Morissette-

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Paseo lunar

"ella tambien se cansó de este sol,
vino a mojarse los pies a la luna"

-Luis Alberto Spinetta-


Blanca de tiza o de espuma de afeitar o de harina, así de blanca y nívea era su luna.
Y apenas poner los pies descalsos en ella, aceptó la invitación blanda y traslúcida de abandonar su alma en ese reposo blanco y dejarse llevar.

Era un paseo lunar.

Si tan solo fuera la falta de aire, si tan solo fuera el silencio del crepúsculo, si con eso bastara para definir ese momento tibio, si los escenarios fueran de utilería y las ventanas al abrirse mostraran nubes de algodón, sería mas fácil.
El andar se llenaría de pétalos y los caminos se elevarían a su paso, pero no. La luna se hizo de leche, de pintura de vidrios, de postre de vainilla y ella chapoteó como pudo un rato y después de mojarse los pies, se alejó de esa orilla dejando huellas blanquecinas y regresó al sol, como siempre lo hacía, para quemarse las alas de mariposa que tenía.

Y cerquita del sol, sabiendo que se quemaba, se abrió por entero a conciencia y se dejó fundir por ese calor extremo. Sus alitas de nada, se le hicieron un bollito de seda encogido y así, achicharrada como un día de verano la ví pasar por última vez.

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La yegua blanca

Mirando el cielo de un azulceleste intenso y buscando nubes con formas diversas, mientras el sol me tomaba por un rato, me acordé de la yegua blanca.
(Otro de mis lejanos bochornos)

Sepan disculpar el estado de la grabación que he dejado en el Stickam, pero esta canción corresponde a ese momento y el sonido -lo sé- es pésimo.

"Hubo un tiempo que fue hermoso
y fui libre de verdad
guardaba todos mis sueños
en castillos de cristal"


Cuando llegaba el verano nos íbamos con mis primas unos días al campo de unos amigos de mi abuela y de mis tías.

Vivían en una casona con varias habitaciones que daban a una galería que miraba hacia la ciudad, que sólo la vista de ellos podía divisar por las noches. Ellos sabían de dónde provenía cada luz, si era buena o mala, si tal o cual vecino estaba ausente, enfermo o con problemas. Todo lo definían las luces.
Se sentaban en la galería y comenzaban a elucubrar.

Ellos eran una multitud de hermanos, gente buena y gorda que nos esperaba con los brazos abiertos decididos a engordar nuestra flacura con leches recien ordeñadas, que yo tomaba con repugnancia y los ojos en blanco, sabiendo que ese era el pasaporte que debía pagar por unos días de aventura. Tambien había manjares exquicitos como las tortas fritas de la tarde y los salames caseros, sobre rodajas de pan horeado antes de cenar.

Yo tenía asignada una yegua blanca para pasear por el campo, era mansita y por lo general estaba cansada de tan vieja y supongo que cuando me veía venir a mi, se hacía mas la cansada, para que no la tuviera de acá para allá todo el santo día. Era una yegua renegada en realidad, era mansa pero abúlica, lo único que le interesaba era pastar, yo no decía nada por temor a quedarme sin ella y andar a pie.

De modo que ignoraba su indiferencia vegetal y le pegaba en los costados con mis pies para que apure el paso ya que me aburría ir al trote lento y ella seguía como si nada.

Así era nuestra relación, yo exigiendo velocidad y ella suplicando descanso.

Esa tarde uno de los "gordos" me pidió que le llevara un mensaje a un vecino, quedaba medianamente lejos la casa, de modo que decidí ir con la yegua blanca, que me miró con cara de piedad y los ojos acobardados, yo le hice unos mimos y me trepé completamente convencida de que era lo mas acertado que había hecho en los últimos tiempos.

Para salir del campo, hasta llegar a la tranquera había un camino ancho y largo, bordeado de eucaliptus añosos, que le daban un perfume único a ese paseo.

Yo era felizmente melancólica en mi adolescencia, iba cantando canciones de Sui Géneris y soñando.
La vida no me sonreía ni mucho menos, mas bien la vida me lloraba -eso era lo que yo creía, claro- pero eso me gustaba.

Y la yegua entre su cansancio genuino y mis canciones tristes se arrastraba por el camino como un alma en pena.
Allí íbamos las dos como dos momias dispuestas a cruzar el desierto.
Así llegué a la tranquera, con cero acción.
Así salí al camino de tierra que me llevaba a la casa del vecino.
Así llegué a la tranquera del otro campo, despues de media hora de un sol de fuego en pleno enero. Así traspasé la tranquera y asi recorrí el sendero que me conducía a la casa de este señor.
Todo ese trayecto de sol, el polvo en el aire, mi cabeza debajo de un sombrero de cowboy derritiéndose, la lentitud que llevábamos, en fin todo ese martirio lo hice con estoicismo, pensando que así me compenetraba mas con la vida de campo y mis días de aventura sumados a ese tipo de calvarios no quedaban solo en eso. Yo estaba convencida que este tipo de sacrificios me harían una mujer de temple.

Por suerte llegamos y me dejé de pensar pavadas.
Allí me bajé, golpeé las manos, me atendieron, yo era simpática en esa época e hice sociales un rato -siempre me gustó hablar con la gente del campo- y me subí a la yegua para regresar en idéntico andar mortecino.

Nomás emprender el regreso, por el sendero del vecino la noté mas activa, como que había revivido, entonces me entusiasmé y le golpée los costados para animarla, le di palmaditas en las crines. Cuando salió a la calle -madre mía- esa yegua estaba poseída, tenía la velocidad de estreno y se olvidó por completo de mi, o no le importó, juntó toda la velocidad de su vida en aquél regreso.
En minutos vi venir la entrada del campo de los "gordos", lo unico que pensaba era cómo hacer para frenar a ese animal que se había trasformado en un bólido y que gire correctamente para poder entrar en el camino del ingreso al campo. No me dio tiempo a ninguna maniobra, estaba desbocada, pero giró perfectamente donde debía con la velocidad de un fórmula uno y con ella giré yo volando por los aires, agarrada como loca a las riendas y ya gritando como una descosida.

Yo intentaba frenarla y era peor porque relinchaba y corcoveaba como loca, yo iba a los saltos intentando no caerme, de pronto vi que comenzó a desviarse del camino de eucaliptus y mis intentos por enderezarla fueron vanos por completo hasta que terminé llevándome por delante uno de éstos árboles gigantes que fueron los que detuvieron mi viaje, ya que quedé aplastada contra el tronco y sus cáscaras, con golpes por todos lados, como un dibujo animado.

La yegua blanca siguió su viaje enloquecido por medio del campo, la encontraron como dos horas despues poco mas muerta de sed, de calor y de cansancio.

Luego de relatar mi bochornoso acontecimiento, me explicaron que la yegua volvió rápido porque conocía el regreso, que era muy normal -¡haberlo sabido!-. De mas está decir que por mas normal que fuera, nunca mas monté a la yegua blanca, por un tiempo nos miramos de reojo, las dos temiendo una de la otra.
En los ojos de las dos había odio y terror.

Recordando esto, acabo de amigarme con la pobre, que con seguridad debe andar mezclada entre nubes blancas que recorren el cielo tan lentas, como ella.


"Poco a poco fui creciendo
y mis fábulas de amor
se fueron desvaneciendo
como pompas de jabón"

-Canción para mi muerte-
(Sui Géneris)

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Sol y sal.


"El que quiere nacer, tiene que romper un mundo"
-Herman Hesse-


Apagó las luces de la casa una por una, como si las fuera matando de a poco, serenamente acarició las paredes que la llevaban a la sala y se tiró como desmayada en un sillón eterno. Le pareció que era un sillón de diez cuerpos de lo largo que era, podía entrar en él cuantas veces quisiera, repitiéndose a si misma en diferentes posturas y hubiera entrado igual, sintió que el sillón la tragaba como una boca gigante y la acomodaba en su lengua de espuma.

Despues de revolcarse un rato sobre los almohadones le supieron a dientes afilados y se dejó masticar por ellos sin ofrecer resistencia y se dejó engullir por sus pensamientos que tenían sabores amargos.

Se dio vuelta sobre si misma y se fue bajando por un esternón túnel lleno de malos presagios, se tragó toda ella, se acomodó en una especie de bolsa redonda y cálida que fue como si ella misma pudiera abrazarse toda y se quedó dormida. Toda redonda y tierna esperando la mañana.

Con los ojitos asustados y muerta de miedo amaneció temblando, se me vino encima toda de sal, se me largó como un chaparrón en venta, me ocupó por completo todos los rincones y se desmoronó entre mis brazos de mamá, que le hicieron un hueco para el llanto.

Ella que siempre es sol, algunas veces llueve.

(Deseo que mi muñeca "ojitos color del tiempo" hoy tenga un día feliz.)

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Pastel de manzanas

A esa muchacha
que dio a morder
su piel de manzana
cuando Cupido
plantaba un nido
en cualquier ventana.
-J.M. Serrat-

No tenían memoria desde cuándo los dos vivían peleados en la misma casa. El odio que se tenían era el producto de un amor aplastado por resentimientos y desganos.
Ella le fue censurando todas las mujeres que él miraba, él la fue dejando cada vez mas sola de otras companías.
Solos estaban los dos para tenerse.
Y en esa soledad se hacían pequeñas maldades, se malgastaban de a ratos en reproches, se arrollaban como trenes cruzándose por las mismas vías, para luego asustarse de los excesos y quedarse callados, rumiando culpas entretejidas de espanto, durante el resto del día.

No tenían otra vida, se habían olvidado cómo habían sido otras épocas, acumulando malos entendidos, esperando en vano cosas el uno del otro.
Los dos habían envejecido juntos hasta el hartazgo.

A él los días se le confundían entre lo que pasaba afuera de su cuarto de soltero, espiando la calle detrás de una ventana sucia y alguna que otra cosa que lo involucraba directamente con el mundo, como podía ser un saludo con algún vecino en la farmacia, el pago de algún impuesto, una visita al médico o las preguntas incisivas de su madre al entrar en esa habitación venida abajo.

Ella era una anciana eléctrica que lo único que hacía era cuidar de él, que era otro anciano algo menor, pero curiosamente parecía mas viejo. Habían tomado la apariencia de un matrimonio sin amor, los unían esas paredes despintadas y un pasado lejano que se perdía en el tiempo, un pasado que se descolgaba en fotos en sepia tapizando las paredes.
Allí se los podía ver en días remotos donde los cumpleaños se festejaban, las vacaciones tenían paisajes detrás y los encuentros familiares merecían ser fotografiados.
En aquellos días de fotos y cuadros, recien uno intuía el vínculo que había entre ambos. Ella era una madre gorda de cabellos renegridos, sonreía desde unos labios oscuros supuestamente rojos y el niño un muchachito regordete y rosado a lápiz, con un pantaloncito corto.
Ya portaba una mirada solitaria.

Los días presentes ya no se fotografiaban mas que en sus miradas, las palabras apenas se decían y las comidas eran eternos silencios masticados al compás de un televisor que dibujaba fantasías de colores para dos estatuas.

La anciana madre seguía viviendo por él. Vivía de mas por ese anciano que tenía que cuidar como a un niño y cuando la fatiga de vivir la acobardaba pensaba en diferentes maneras de deshacerse del viejo. Cuando llegaba a aquél punto se horrorizaba de sí misma porque ese viejo era su hijo y saltaba de la cama, corría al jardín a cortar flores o a la cocina a preparar manjares que luego el anciano niño deglutía.
Salvo el pastel de manzanas que era su preferido y ya nunca mas se lo cocinaría, en penitencia por algo que la había ofendido mucho.

Y él no se moría por no darle el gusto a la vieja bruja que le había dado el ser, entonces engordaba felíz todas las horas que podía, la mataba con la indiferencia, no la miraba y no le contestaba preguntas.
Pero si una mañana no la escuchaba andar por el patio desde temprano, comenzaba a temblar de miedo y se acercaba despacio a la cama de ella, atormentado de no escuchar su respiración y entonces cuando ella lo tenía sobre sí, todo compungido y arrepentido llorando del susto, la vieja largaba una carcajada sonora y todo el amor que se le estaba por desparramar en los brazos a él, se le volvía furia y le decía las peores cosas que se le venían a la boca.
Luego en su cuarto, se reía de esa vieja malvada y pensaba en alguna venganza por el estilo.
Hasta en la remota posibilidad de morirse en serio, así la vieja estiraba la pata de bronca por no ser ella la primera en partir.
Pero estaba tan bien alimentado, tan bien cuidado por su madre que era dificil morirse así. Los problemas de la vida nunca lo tocaban del todo gracias a esa protección enfermiza que había hecho el milagro fatal de mantener a un niño caprichoso en el cuerpo de un anciano virgen.

Y así por no darse el gusto de dejar al uno sin el otro, podrían haber alcanzado la inmortalidad.


Pero un día de otoño, de esos en que el sol entra a volverse tibio y las manzanas brillan de ganas en el mercado, el niño viejo estaba aburrido pensando maldades para molestar a su madre, cuando sin querer detuvo su mirada en la dama que entraba en la casa de enfrente. La mujer traía la bolsa llena de manzanas verdes y sintió que el placer en su boca le embriagaba los sentidos. Para completar todos sus males ella era bien gorda y morena como debían ser las buenas mujeres y como si eso fuera poco encanto, con el correr de los días él descubrió que ella cocinaba como los dioses, los aromas que escapaban de esa cocina eran un elixir y superaban los de su madre, que ya era mucho decir!
Desde el felíz día en que descubrió a su gorda vecina, vivió pegado a la ventana, llenando su alma de perfumes gastronómicos y elucubrando manjares. Adivinando lo que se escondía en la canasta de la mujer gorda él edificaba fantasías deliciosas.

Cuando ella lo descubrió completamente pegado a los cristales, divisó su mirada derretida, su nariz humeando novedades culinarias y su sonrisa embobada imaginando sus bocados el amor fue definitivo.

Una tarde de invierno que la casa se le estaba viniendo encima, ella puso manos a la obra y corrió a la alacena por el pote de harina, entibió la manteca, buscó los mejores huevos, los mas grandes y amarillos que encontró, los batió con ganas y con sus brazos enormes que estaban de fiesta. Una vez que estuvo la masa lista la dejó descansar en la heladera, para que todos los ingredientes se enamoren entre si.
Como enamorada estaba ella.
Fue por las manzanas mas verdes, las mas lustradas, las que tenía de adorno sobre la mesa, esas grandotas y jugosas y las cortó en tajaditas bien finas, las bañó con limón, las zambulló en azúcar y canela y las acomodó prolijamente como si de una pintura se tratara, en una fuente bien linda que tenía, sobre ella esparció la masa y dejó que se horneara.
Esos momentos de espera fueron siglos, su corazón le saltaba por todos lados, se le había escapado del pecho y lo tenía en la garganta, de repente en la boca, ahora en los ojos, luego en las manos, despues en los pies.
Cuando estuvo listo el pastel, su corazón se metió ahí dentro y ella que ya era todo un regalo con moño de lo bonita que estaba, se cruzó a la casa del solterón de enfrente, a saludarlo a él y a su ancianisima madre, con el pastel en las manos.

Al oir el timbre él bajó esas escaleras que lo conducían a la sala, temblando, donde seguro tambien estaba la vieja. Y se encontró con su recién llegada vecina, sonriendo y nunca supo si fue esa risa anaranjada o el pastel entre sus manos, pero algo de todo eso lo hizo sentir vivo.

-Es para la hora del té- le dijo ella-. Y dio por sentado una tarde juntos.

El corazón de algodón apelmazado del niño viejo pegó tal salto que las dos mujeres se dieron cuenta y se sonrieron cómplices de ver al solterón felíz por un momento.
Esa tarde por primera vez en años fueron felices todos en esa casa desvencijada y triste.
La vieja y la gorda hablaron de manjares, mientras el niño crecía de felicidad sin entender muy bien los motivos de aquella alegría, ni detenerse a preguntar nada. Estaba contento de que esas dos mujeres se entendieran y hablaran de cosas tan interesantes.
Él participada con la mirada, se devoraba el pastel y sonreía sin poder evitarlo.

Desde esa tarde en que las hojas resecas del otoño hicieron un cordón en la calle para que la gorda cruce de vereda con el pastel humeante, él fue dejando los cristales de su cuarto y los fue cambiado por unos cristales mas pequeños y redondos, que resbalan lentamente sobre la naríz de su hermosa vecina y agrandan sus ojos azules hasta el delirio.
Allí se pasan el día los dos jugando a las palabras cruzadas, tejiendo ilusiones de telenovelas y hablando bajito para que las paredes no escuchen el escándalo que provocan sus palabras.

Y en la casa de enfrente la anciana mayor ha comenzado a descansar felíz entre unos almohadones blancos y sonríe complacida, sabe que el viejo debe estar retozando entre unos brazos gordos y aterciopelados, mientras las manzanas se confunden con el caramelo, ellos se confunden en abrazos y luego abren las ventanas para espantar el olor a quemado.

Ella cierra los ojos, imagina unas manzanas tiernas bañadas por el azúcar a punto caramelo y su alma por fin encuentra descanso.

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MONUMENTO A TORO

Si algo le faltaba a mis caminos era un monumento y acá está:

Para el único Toro con alas que hay en el mundo.

"Nuestra amistad no depende de cosas como el espacio y el tiempo"
-Richard Bach-

Ahora estamos a mano :)

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Pergeñando un cuento felíz.

Amor es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad.
-Anónimo-


Me encontró en plena acción, yo estaba ahí viendo qué hacer con su vida y ella cerró la puerta de la habitación y se dirigió hacia mi con la mirada prendida fuego.
Cuando miraba así era temeraria.
Me miró de lleno a los ojos y me dijo -Mas te vale que me hagas feliz-.

Yo pegué un respingo en mi asiento y contuve el grito, que se cerró en mi garganta sin poder salir y me quedé contemplando cómo se difuminaba su imagen en la penumbra de mi cuarto.

Tal era mi confusión que no pude seguir escribiendo. Comencé a divagar y terminé colgada otra vez del cielorraso, escondida entre unas telas de araña que amenazaban con tragarme.

-Me dijo que la haga feliz-.

Enorme tarea para alguien sin mas facultades que las letras, a favor en ocasiones y casi siempre en contra.
Que la haga feliz, como en las películas rosas, como en las mañanas de verano en el campo, como en los momentos fugaces donde dos miradas se reconocen en medio de una multitud de gente, felíz como en las publicidades de la tele...
¿Qué tipo de felicidad me está pidiendo?
De esa felicidad que se escurre entre los dedos o de la que se guarda en cajitas apilables y se le pone nombre en alguna etiquetita, para recordar cuando ya se fue. Y uno mira las cajitas despues de un tiempo y suspira recordando. O de la felicidad que se mira y no se toca por temor a que se desmenuce al primer contacto.
Yo no sabía de qué felicidad me hablaba.
Sólo me dijo que la haga feliz.

¿Qué pensará de mi? ¿Pensará que me resulta fácil la felicidad? Si supiera los días que paso buscándola sin éxito. No tiene ni idea.

Pero ella fue implacable al exigir felicidad, ella me lo dijo con los dientes apretados, como si fuera mi deber su dicha, me lo dijo de manera imperativa y acá me tiene completamente preocupada viendo qué tipo de felicidad darle.

No pude entender porqué la había sacado de allí, donde tenía un sueño aparentemente tranquilo, cubierto de ácaros y libros viejos, porqué se me ocurrió sacarla de aquellas hojas amarillas que tenía olvidadas y traerla a este presente mío. En qué estaba pensando cuando recurrí a ella, a su memoria, a su pasado oxidado, a su mundo de muñecas rotas, a la tempestad de su alma. ¿Cómo pude yo querer nombrarla sin que se despierte?
¿En qué estaba pensando?
¿Cómo no me di cuenta que ella estaba esperando sólo ese gesto mío, esa mirada evocativa para volver como un torrente helado, a reclamar lo que humanamente todos piden?

Que la haga feliz, me dijo. Aún me quema su mirada y su voz se me repite de manera incesante. Es como una retahíla que baila en mis oídos.
Así me levanto, así hago mis cosas, así viajo, así me siento y leo, con su voz detrás.
Así vivo estos momentos.
Con esa urgencia de felicidad a pedido.
Como si yo fuera un delivery.

De modo que esta mañana en la que el sol no va a salir porque se ha perdido en el camino, estas horas nubladas y húmedas, horas de absoluto silencio, yo pergeño su felicidad.

Hago un atado de sueños indomables entre mis manos y como si fuera un ramito de flores se lo regalo. Ella que no sabe de sueños ni de flores frescas, sólo conoce las que mueren el olvido eterno entre dos hojas, me sonríe y piensa que eso es un momento feliz, luego se pone como una niña a desatar los sueños y se fascina con la posibilidad de hacerlos realidad, los acomoda como si fueran una serie, los ordena de mayor a menor, les pone nombres, los pinta, les dijuba sonrisas, les habla y elige uno para que yo la haga vivir en él.

Entonces yo escribo un cuento donde ella es feliz.

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La otra

"Estás doliendo, te estás quebrando
y puedo ver el dolor en tus ojos
Decís todos están cambiando
y no sé porqué"
-Keane-


Todo comenzó despues de cortar flores, no se dio cuenta, pero a medida que el ramo crecía entre sus brazos, algo por dentro se desinflaba y nunca supo, que en cada vara que cortaba, también cortaba ilusiones que la tenían atada a esta vida que llevaba y así un poco arrastrada por el ansia de llenar un gran florero de la sala y un poco fascinada por la variedad de flores que encontraba en el jardín, terminó con casi todas las ilusiones que le quedaban.

Entonces entró a la casa, acomodó las flores que había cortado, se duchó como si la vida dependiera de ese mar que la bañaba, se quitó apenas el agua con un toallón, se dirigió desnuda hasta su cama, esparció sobre las sábanas pétalos de rosas recien cortadas, el perfume tenue comenzó a invadir su alma y ella se tiró de espaldas y se quedó mirando el cielorraso mientras se dibujaba en el aire.

Recordó que el espejo del baño le devolvió una imagen inusitada -se había visto tan linda- no estaba acostumbrada, siempre encontraba algo para criticarse y pensó que así quería morir, en ese momento, en esa cama perfumada, en esa noche blanca, con ese aire que flotaba liviano en una danza, con esas manos huecas repletas de pétalos y esas montañas de gelatinas que aún temblaban en su pecho, con ese sueño absurdo que le viajaba por dentro sin llegar a ninguna estación, sin encontrar la parada, así quería partir.

Se cubrió los senos con los pétalos que le quedaban y cerró sus ojos, antes cortó con una tijera imaginaria el último hilito de ilusión que le quedaba, despues ya todo fue esperar que llegue la mañana, esa luz eterna donde ella por siempre estaría dormida.

Y la mañana llegó, como siempre llegan, con los pajaritos de fiesta en la ventana, con el reloj en plena algarabía, con las cortinas batallando contra un sol tambien dormido, con el sueño abrazado y abatido en una almohada.

La que se levantó y se tiró una bata sobre su cuerpo no era ella, no era la de las flores, ni era la que cortó los hilitos de las ilusiones, ni la que tenia un sueño que le viajaba por dentro, ésta que se levantó no brilllaba ni un poquito, ni los pétalos se le hubieran quedado jamás en la piel, es mas cuando se miró en el espejo se soportó con un aire resignado y fatal.

Caminó hasta la cocina, preparó el café y las tostadas, adentro en la sala, sobre la mesa del centro un florero vacío la miraba.

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Para el olvido :)

Aquí voy a intentar responder a la invitación que hizo May en su blog.

Generalmente soy despistada y en ocasiones MUY ridícula, lo tremendo es cuando los dos pesares se ponen de acuerdo y aparecen juntos y suceden cosas como las que a continuación les contaré.
He aquí cinco cosas que no saben de mi, es mas luego de leerlas se las olvidan.

En el jardín de infantes recuerdo que tenía un amiguito que se llamaba Sergio, y juntos éramos dinamita. Una mañana de primavera estábamos aburridos de estar en la sala y nos escabullimos al patio, allí estaban todos los juegos y nos divertimos un buen rato subiendo y bajando por el tobogán y hamacándonos hasta tocar las ramas mas altas del árbol. El error fue descubrir entre los arbustos una manguera enorme -yo la recuerdo como si fuera una boa constrictor- y el segundo error fue abrir la canilla, porque de allí entró a salir agua con una fuerza tremebunda, ni él ni yo podíamos controlar la manguera. De modo que estábamos los dos luchando para domar esa cosa, cuando apareció el portero a los gritos y al mirarlo, lo apuntamos y lo empapamos tirándolo al piso, luego llegó la maestra de música y tras ella la directora y nosotros seguíamos allí bañando con el tremendo chorro de agua a todas esas personas sumamente importantes en ese momento de nuestras vidas.
Así que fuimos llevados de las pestañas mi amiguito y yo a la dirección, los dos pasados por agua y por mas que no paraban de retarnos nosotros no podíamos dejar de reir, lo cual terminó en varios días de penitencia y por supuesto nos prohibieron jugar juntos para siempre.

Una vez, en mi adolescencia, vi que de la cama de mi tía salía un cable que se enchufaba en la pared, le pregunté las razones y ella me dijo era por el frío. Mi pueblo estaba enclavado en la pampa húmeda y los inviernos eran sumamente crudos.
No existía aun en esa zona la red de gas, de modo que la calefacción era el hogar a leña -que adoraba- o las estufas de kerosene -que odiaba-, y yo siempre estaba a punto escarcha, de modo que aquél cable metido en la cama me llenó de felicidad, porque supuse -ahí está mi problema, suponer- que era una estufa de cuarzo, que tienen cables, no se me ocurrió pensar en otras cosas que tambien tienen cables, como ser una plancha, una manta eléctrica-que luego me vine a enterar que era eso-, una batidora, una enceradora, en fin hay muchos artefactos eléctricos, si bien no todos transmiten calor y hay algunos que son mas peligrosos que otros, especialmente cuando están funcionando, yo no lo pensé, en mi cabecita de corcho sólo una estufita podía trasmitir calor. Yo sólo medí las consecuencias de placer que iba a obtener colocando la estufita dentro de mi cama y lo calentitas que iban a estar las sábanas al acostarme!!!
Así que mientras me preparaba para acostarme la encendí y la tapé, yo me puse a peinarme frente al espejo de espaldas a mi cama que estaba en el centro de la habitación cuando de pronto veo por sobre mi cabeza un humito, -qué calentita debe estar- pensé- y fui a acostarme asi, toda feliz. Cuando corrí las mantas y entró aire, el fuego llegó hasta el techo, por suerte dentro de mi estupidéz, me di cuenta de tapar el fuego con las mantas y dejarlo sin oxígeno mientras desenchufaba la estufa. ¡Qué espanto!
Controlé el fuego, sin llamar a mis padres, esa noche dormí vestida y semicongelada, porque habia sacado todo lo que se habia quemado y lo habia escondido en el placard de mi cuarto y heché un aerosol antitabaco que habia en casa. A la mañana me fui tempranito al colegio sin decir nada, cuando llegué me encontré a mi madre enfurecida porque "suponía" que yo fumaba a escondidas por las noches, o sea...De tal palo...

Estando en el tercer año de la secundaria me llevé matemáticas, la profesora era amiga de mi madre y había hecho increíbles malavares para que yo apruebe el año, no hubo caso. Yo estaba en otra galaxia todo el tiempo y lo unico que me interesaba era escribir y tocar el piano, como no sabía escribir ni hacer música con números, éstos no me interesaban en absoluto.
Termina el ciclo lectivo y allí voy a dar mi exámen.
Era un bochorno familiar aquél acontecimiento.
Así que mi sentimiento de culpa tenía un tamaño sideral y mi desconocimiento sobre la matería tambien.
Me toca el turno y comienza mi tortura.

-A ver Patricia, resolvé este ejercicio-.

Yo ni para atrás ni para adelante, miraba aquello como si fuera chino básico. La profesora, me cambió el ejercicio, supongo que me escribió uno mas fácil, que para mi seguia teniendo idéntica dificultad.
Luego de un momento de ver que yo me estaba yendo al muere otra vez, contenta y resuelta a ayudarme dijo:

-Patri (nótese que a pesar de las ganas de estrangularme, me trataba con cariño) dibujáme un triángulo rectángulo-.

Y ahí, sentí la felicidad por completo, pensé que no podía ser tan tonta de desaprobar el exámen con una profesora que me estaba ayudando de ese modo, un triángulo rectángulo qué cosa mas fácil, qué dicha la mía!!. Todo esto pensaba mientras dibujada, de espaldas a los tres profesores examinadores, un rectángulo y un triángulo, claro... Por separado, entiéndaese, un rectángulo y luego el triángulo apoyado en el lado superior y mas angosto del rectángulo. Cuando me doy vuelta con una sonrisa perfecta, digna de una publicidad de crema dental, la profesora completamente alterada me grita -¡¡¡Eso no es un triángulo rectángulo, eso es un cohete espacial!!!! En mi desesperación al verla tan enojada, agarré el borrador y me puse a borrar aquello que tan feliz habia hecho y con tanta mala suerte que se me escapó de la mano el borrador, voló por los aires, y cayó en la frente de la profesora, todo en una fracción de segundos, cuando escuché el alarido, me di vuelta y la vi ensangrentada y mirándome con horror!

De mas está decir que esa vez no aprobé matemáticas, fue tres meses despues que llevé a cabo la hazaña.

Había una banda de rock muy popular, en mi pueblo, de ex alumnos del colegio, estaban eligiendo dos chicas para el coro y en la casa de uno de ellos se tomaba la prueba, ese chico era guapisimo y todas soñábamos con él, al menos poder cruzar unas palabras y ya el sueño estaba realizado. Mis amigas vieron el modo: yo cantaba medianamente bien, siempre tuve oído y me defendía, razones por las que fui instigada -durante días- por ellas a dar la prueba. Aún no sé cómo es que lo hice porque soy muy tímida para esas cosas, pero la cuestión es que allí estaba dando mi prueba, con uno de los chicos mas guapos de los alrededores. No era fácil estar ahí, parecer cásual, simpática, resuelta, no prenderme fuego, no desafinar, pronunciar bien, en fin...Hice todo casi a la perfección motivo por el cual fui elegida.
Vinieron los días de ensayo, tardes enteras cantando en la casa de este chico, yo fui tomando confianza con la situación, eran todos mas grandes que yo y yo los miraba como si fueran famosos.
Llega el día del concierto, se llevaba a cabo en el salón de actos de mi colegio que era enorme y no faltaba nadie, cuando vi esa multitud de gente implosioné.
Yo tenía que cantar en dos micrófonos a la vez, en uno hacía mi voz y en el otro hacía un falsete junto a otra chica. Los micrófonos estaban distantes entre si un par de metros y yo iba y venía, según me tocara -aun no sé porqué motivo tenía que trasladarme-, cuestión que en un momento no pude moverme mas del tremendo enriedo de cables que habia hecho con mis pies, estaba atada, así de simple! Entonces me trasladaba despacito, arrastrándome a gatas, hasta que no pude moverme mas porque corría riesgos de morir electrocutada delante de todos!!
Así que por mas que me miraran e hicieran señas para que yo pasara al otro micrófono ni loca me movía de ahí y estuve aterrada el resto del concierto porque no me podía desatar.
Canté atada el resto de la noche con mi peor cara de terror.
Primera y ultima vez que canté en la banda, porque soy despistada y ridícula, pero no tonta.
Mis amigas felices de haber conocido "EL" chico y yo incendiada, en fin.

Hace pocos años, o sea ya era adulta, asistí a una exposición de arte invitada por una amiga que exponía sus pinturas. El ambiente era muy selecto, la mayoría eran artistas plásticos, gente muy simpática, con muchisimas ganas de hablar de su obra y yo con mucho interés en escuchar y aprender sobre pinturas que no entiendo nada, en fin lo estaba pasando bien. De pronto sucedió lo terrible, alguien nos pidió silencio porque un coro nos iba a regalar unas canciones, yo no sé bien porqué desgracia quedé parada frente a ellos, los tenía extremadamente cerca, porque era una sala pequeña y no habia modo de salir de allí por la gran cantidad de gente que habia, de repente descubrí que estaba en problemas, estaba demasiado cerca de esas 10 personas todas vestidas para la ocasión, con una expresión severa, estaban demasiado serios para mi gusto, la cosa se había vuelto solemne para mi desgracia infinita y nomás escuchar la primer estrofa de la canción, me dio risa. En vano fueron mis intentos por controlarme, por pensar en cosas horribles, por no temblar, pero enseguida estaba convulsionando de la risa, completamente colorada, con lágrimas en los ojos y la gente que me rodeaba comenzó a reirse a carcajadas junto a mi, ante la mirada atónita de la gente del coro que no dejó de cantar en ningun momento y a punto de morir ahogada estaba, cuando alguien tuvo la gentileza de dejarme pasar y huir de la exposición, si ese día no perdí una amiga, es porque me debe querer mucho.

Espero tengan mala memoria y se olviden con facilidad de este post.

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Regalo de reyes

Este es un cuento para compartir con el niño que llevamos dentro.





Debajo de la cama, en la oscuridad de la habitación, un par de zapatos viejos asomaban su nariz y pensaban que ya no había día de reyes para ellos.
De haber sido así, le hubieran pedido un par de pies cálidos que los ocuparan por completo.
Se debatían en la duda de correr a pedir lo que soñaban o soportar sus deseos en silencio como lo venían haciendo desde hacía años, chuecos y arrumbados se miraban entre los dos, resignados, muertos de pena.




Al llegar la noche, sintieron en su cuero arrugado, unas tremendas ganas de que un par de caricias lentas les recuerden su pasado de piel.
Y cuando todos en la casa dormían y los zapatos nuevos y los zapatos caros y los de todos los días, se pusieron en fila a esperar sus regalos, ellos dos se miraron a los ojos hasta encontrar uno la respuesta en el otro y cuando ya no pudieron mas, se largaron.



Luego
de atravesar la puerta emprendieron la carrera mas veloz de sus vidas, las veredas
les quedaban cortas, las calles se abrían a sus pasos como avenidas en el alma, los semáforos se ponían verdes de envidia, de la sana decían, pero ya sabemos, ellos se morían de ganas de salir corriendo tambien. Los autos por primera vez esquivaban zapatos, un gato que estaba adormilado los vio pasar a la carrera y se puso a la par de ellos, en la esquina estaban unos perros conversando y se pusieron a correr tambien como locos, sin saber a dónde iban, pero se fueron tras ellos.


Y un cartel de propaganda de esos que están aburridos de anunciar cremas para el pelo y refrigerantes para el auto, se puso a correr detrás de todos, seguro de que ese era su mejor momento y no se lo quería perder y sus dos patitas en el apuro por seguirlo olvidaron su calzado.



Finalmente terminaron todos sentados en la placita de acá a la vuelta, haciendo un gran círculo y todos con la lengua afuera, agotados de correr.


Los perros comenzaron a contar chistes de gatos y el gato como era minoría sólo levantaba su bigote izquierdo en señal de protesta y refunfuñaba.













Los zapatos de pronto vieron ante si las patitas desnudas del cartel, se ruborizaron por completo ante tanta belleza y se ofrecieron, como caballeros que eran, a cubrir su desnudéz.
Las patitas sonrojadas pero felices por la galantería ace
ptaron el ofrecimiento de los zapatos y en un descuido de los perros que seguían molestando al gato con sus humoradas, se tomaron de las manos y se fueron.


Se perdieron en una calle empedrada y llena de florcitas que caían de unos árboles amarillos, mientras el sol se ponía de fiesta en el horizonte, esa mañana.




Patitas y Zapatos Viejos se fueron caminando de la mano a regalarse caricias, que en definitiva era lo que le hubieran pedido a los Reyes Magos.



Las ilustraciones son gentileza de mi hija que es una dulce.

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Okupas

Estoy cansado de buscar
Algún lugar encontraré
Estoy malherido
Estuve sin saber que hacer
En algún lugar te espero

Estoy cansado de esperar
Pero igual
No tengo adonde ir
-Andrés Calamaro-

Llevaba tiempos inmemoriales paseando su eternidad por la casona de la esquina, se le habian hecho piel unas paredes corroídas por el tiempo, se le habian hecho rasgos definidos las manchas de humedad, los vidrios sucios en los ojos, las cortinas cargadas de polvo lo vestían.

Esa casona ubicada en el medio de un barrio hecho a nuevo, fue quedando descolgada arquitectónicamente con las construcciones vecinas, se fue notando su vejéz, su necesidad de desmoronamiento, sus ventanales altos sobresalían de todas partes, parecía un gigante dormido de pie, entre casitas de liliputienses recien pintadas.
Pero de dormida no tenía nada, por el contrario, en su abandono, nadie podía habitarla porque se la presentía viva.
Todos intuían las razones por las cuales la casona nunca se vendía, por mas que llevaba años con el cartel de venta colgado en la puerta, era de conocimiento casi público que allí nadie soportaba un par de horas, todos comentaban en el mercado, por las veredas del barrio, en los negocios cercanos, que adentro vivía un ser extraño, fantasmal y nadie se atrevía a enfrentarlo.

Ella que estaba atenta a todo escuchó las conjeturas que se hacían sobre la casona y sonrió internamente.

El fantasma se dejaba ver tras los cristales a modo de regalo cuando alguien posaba para alguna foto con la casona detrás, o cuando se le daba por abrir y cerrar los ventanales todos al mismo tiempo para divertirse un rato, tambien se le conocía un sonido agudo, generalmente en los días festivos, cuando todos estaban reunidos por algo y él estaba solo, aullaba una melodía ronca y muy triste que ponía a los perros del barrio a ladrar como condenados mirando en dirección al centro del barrio.

Estaba tan solo, se le demoraba tanto esta muerte, que los días parecían estar amordazados y las noches...¡Oh las noches! Se lo pasaba deamulando, haciendo ruidos, cambiando cuadros de lugar, dejando rastros, sin salir siquiera de aquellas paredes que lo tenían tragado, como se traga a un llanto.

Estaba cosiendo y descosiendo horas para no perder la costumbre cuando sintió un ruido que lo hizo saltar sobre los hilos y ponerse de pie de un salto. El vacío muerto que el ocupaba el pecho, ese lugar donde alguna vez había habido un corazón, de pronto se vió alterado como en otras ápocas, cuando vio pasar por delante suyo a una mujer de ojos negros como la oscuridad de aquél cuarto. La chica llevaba los ojos abiertos como linternas y con las manos iba tanteando a ciegas entre las penumbras los muebles tapados con lienzos, hasta llegar a una ventana y correr una cortina para dejar entrar algo de luz.

Es perfecto -pensó-. Esto me viene perfecto, de acá no me voy por mas fantasma que haya.

Y se puso a revolver sus escasas pertenencias, dio vuelta su bolso buscando un encendedor y cayeron unos pocos billetes, su indocumentación, su presente de okupa, sus rasgos aindiados, sus manos de arena, sus huesos cansados se quedaron allí apoyados sobre una mesa tan larga como su ilusión, mezclada con una pena errante que la seguia donde ella fuera.

El fantasma la miraba de lejos, de cerca, se le ponía delante, le bailaba sobre la cabeza, pero ella ni se inmutaba, hasta que en medio de una de esas danzas maliciosas que él hacía para asustarla y que huyera, ella le pegó un manotazo, lo tomó por el cuello de la camisa y lo acercó mucho a sus labios. El fantasma tembló como una flor frente a esa boca caliente y viva y se le derritieron los ojos como velas encendidas y los vacios de los que estaba hecho se fueron llenando.
Ella lo soltó despacito al ver que él temblaba, lo miró con esos ojos de chocolate tierno que tenía y le advirtió que nunca mas se iría de allí, que él tampoco dejaría de morar en la casona, ni de hacer escándalos y que entre los dos podían compartir ese techo.
No era una pregunta, era una afirmación.
Tal era la determinación de aquella mujer, tal la desición, que el fantasma se resignó a la invasion por todos lados, porque no sólo se metió en su casa, en su cama, en su cuarto, entre los cuadros, corriendo cortinas, acomodando sillas, limpiando cristales, descolgando fotos viejas que los miraban raro, sino que tambien se le metió bajo la piel de sábana que él tenía y lo fue enamorando.

Y cuando los dos se dieron cuenta de lo que sucedía entre ambos, planearon ya jamás estarse a salvo, inventaron momentos, hicieron magia de colores, naufragaron todos los tiempos y se aquerenciaron.

Para espantar a los curiosos ellos utilizan varias tapas de cacerolas que dejan colgar del techo, para que se choquen entre si las noches cálidas de verano que es cuando abren todas sus ventanas y el aire del río juega por dentro y los envuelve pegándoles en la piel florcitas secas que vienen volando.

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