Destierro


¿Qué le importan a las palabras
el color del manto
que cubrirá su destino de ocaso?
Estos últimos días he vivido en una palabra.
Cambié de casa, de habitación, de ropa, de costumbres, de risa, de gente, de libros, de música, de hastío. Todo por una palabra que me tuvo de huésped permanente.
Yo no sé cómo pude, pero me instalé allí como si hubiera vivido siempre en ella.
Hice de su puerta mi pasaje, de su sala mi antojo, de su ventana mi nido, de su cielo mi destino, de su tristeza mi río. Y así he vivido, partiendo de todo lo demás, para vivir en ella.

Las dos hicimos buenas migas, nos levantábamos casi al amanecer para contemplar el día desde el principio. Si el tiempo se parecía a nosotras lo dejábamos entrar, sino bajábamos los ojos tercos, mirábamos para otro lado y nos pintábamos de los colores que tienen los días de bruma. Cuando nos hartábamos de estar quietas, nos poníamos la mochila al hombro y nos tirábamos por las calles que nos llevan directo al barranco. Sólo para quedarnos apostadas en el mirador que da al río, con la esperanza de verlo, pero nada de él se vislumbra. La ciudad ha crecido tanto, que se pierde en un caserío y mas allá las autopistas del sur.
Todo lo que llega de él es su viento anunciando la crecida.
Esa voz de sudestada que avisa que vendrá, que siempre está volviendo.

Y después, las dos -quien me aloja y yo- de regreso.
Hotel de media estrella y mujer, recolectando los perfumes de un verano de tilos que termina.
Posada y mujer, pensando qué palabras pueden contar este ocaso, cuando aún el cielo está en lo alto y la mañana tiene un arrebato deslucido.

Destierro, ¿de qué color te visto?

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El color del manto

"Primero hay que saber sufrir,
después amar,
después partir
y al fin andar sin pensamiento..."
-Homero Expósito-


He completado una frase para mi tranquilidad.
He dejado en el cuaderno (donde escribo las cosas que brillan) unas líneas que garabatean una idea.
Lo he cerrado.
He bebido muy despacio mi café, hoy con azúcar.
He mirado como perdida en los tejados vecinos, pienso que tambien son rojos.

(Eso dice mucho -quiero decir- no lo del color, sino que yo cierre el cuaderno, que me dedique al café y a mirar un horizonte silencioso. Ese acto reflejo de dar por terminado un pensamiento, me dice que lo que iba a decir, dicho está, aunque breve)

Entonces me he quedado sentada, frente a unas palabras escritas, como si muriesen allí, bajo una gruesa e inconfundible tapa.
Mas que tapadas, aplastadas.
Palabras presas en una cárcel de cartón, deliciosamente forrada de un rojo intenso.

¿Qué le importan a las palabras el color del manto que cubrirá su destino de ocaso?

Sólo una frase más, entre tantas, pero retenida.
Un café mas dulce que el de ayer. La mirada más que fría, seca.
Y mis manos, siempre mis manos, inconfundibles sobre su cuaderno rojo.

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Dolor de belleza


De chiquilín te miraba de afuera
como a esas cosas que nunca se alcanzan...
La ñata contra el vidrio,
en un azul de frío,
que sólo fue después viviendo
igual al mío...
-Discépolo-
Duele la belleza.
Aquí en el medio del pecho duele como un puñal dulce y no me quejo; por el contrario intento respirar para no morir, pero estoy -mientras escribo- bajo un estado de emoción tan fuerte que puedo olvidar que ahora toca mandar aire a los pulmones y descuidar a mis ojos.
Y no quiero.
Entonces casi ni respiro.
Ellos me tienen bajo su dominio, en fuga.
Extasiada.
Llevo horas aprisionada en sus brazos mortales, no entienden la palabra basta, la palabra asimilación, la palabra suficiente.

Me preguntan mis ojos con su mirada ingenua:
-¿Acaso hay lugar para acumular belleza?-
-¿Acaso es posible que sientas que podés explotar nada mas que de pura belleza?-
-Claro que si -les respondo-
Es posible explotar, aunque tambien puede que el lugar donde guardemos lo bello no se llene nunca y siempre haya espacio para un poco más. Sólo que estoy sorprendida pues hacía tiempo no me sucedía, llevaba meses con mis ojos en prisión, los tenía cumpliendo condena y hoy fueron liberados. Tal vez no dure mucho, pero el tiempo que estén libres, iré tras ellos.

Creo que tuve la primera sensación de ex presidiaria cuando ví el río oxidado.
Y escribí en el aire, mejor dicho dibujé en el aire una imagen, que luego cuando pude sentarme la escribí; intenté bosquejar esa idea del mar cubierto por una película de tristeza corrosiva, como si una espera allí hubiera envejecido sin poder hacer nada, sólo mirar de lejos.
Esos barcos arrumbados, esa quietud del domingo de verano cuando la ciudad es objeto de abandono y nadie piensa volver, me capturó por completo. Ya con eso me habría conformado, pero claro mis ojos estaban haciendo uso de su libertad condicional y nadie los detenía.
Han estado cual prófugos huyendo por toda la ciudad y llevándome con ellos.

Ahora, casi termina este día memorable y sin pereza alguna, me ponen a mirar la luna, que como un sol nocturno baña toda esta desnudéz. Casi siento pudor al ponerle letra a las imágenes que han recolectado mis ojos, pero lo hago para no olvidarme que ésto ha sucedido.
Soy lamentablemente una persona ingrata, me olvido con facilidad de la belleza y eso no está bien. Sobretodo porque ya estoy grande y se me quedan con mas fuerza los detalles oscuros que los que brillan. Debo anotar todo lo que brilla, así como si me anudara un hilo en el dedo, para recordar que tengo algo que hacer.
Anoto en mi cuaderno rojo cosas que brillan:

*El río: cuando una película entre naranja, marrón y verde se posa sobre él y le dice al oído -de plata, sólo el nombre-.

*No sé cómo, luego de pasar mil veces por la 9 de Julio nunca antes había visto los árboles florecidos en un abanico de rosas y fuscias, al tiempo que se lleva a cabo un festejo multitudinario de un grupo de turistas, por haber podido cruzar la avenida sin morir arrollados por los autos y atrás, justo atrás pero un poco más arriba una cúpula de cobre con un ángel a punto de volar.

*No debo olvidar que puedo cruzarme la ciudad uno de los días mas calurosos del verano para ir a ver una película que ya vi, convencida por completo de que no la había visto, y apenas ver las primeras imágenes recordar que sí, y morir de felicidad de ahí en más, sin que nada importe. Hasta que la felicidad se vuelve emoción y de ahí al llanto hay nada, un abrir y cerrar de ojos.
Y me doy cuenta que termina la película y que todo mi cuerpo son tres puntos en suspenso...

Luego sentir esto que no es otra cosa que belleza doliendo, acá en el medio de mi ser.
Entonces camino por calles extrañamente solitarias, y mis ojos sin registrar que ya duele demasiado, siguen hartándose de lo que llevan tiempo privándose y van conmigo hasta un portal abandonado, altísimo, de madera con un alto grado de deterioro y sonrío. Quisiera mi cámara de fotos para retener alguna de todas esas imágenes, pero no, sólo tendré un relato, que será ínfimo y jamás alcanzará a contar lo que yo vi y sentí frente a tanta belleza junta, como si todas las delicias hubieran salido al mismo tiempo escapando de la oculta Buenos Aires para mi.

Y mi dolor en plena euforia a punto de estallar.
No tengo fotos, ojalá sirvan estas torpes y precarias palabras.

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Menos mi mirada

"He perdido...la fuerza sagrada, vivificante,
con que creaba mundos en torno mío."
-Goethe-


No hago otra cosa que buscar en los antiguos lugares
las huellas que me llevaban directo al submundo de aquél cielo.

Y todo lo que me conducía por senderos mágicos se ha esfumado sin dejar señuelos.
Camino entonces, como un ciego reciente.
Tropezando con mis propios pasos
mientras atravieso la tormenta
de unos versos vanos.

Una tempestad iracunda
aturde el fondo de mi alma
y viaja enloquecida por mis venas
arrasánsolo todo.

Menos mi mirada
todo lo demás se pierde en las compuertas de mi boca
que abiertas de par en par
vuelcan un vagar desesperado y mudo
típico del agua que desaparece en las alcantarillas.

Encontrando sólo escombros y sombras paso a través de este día.
Este largo, tibio y solitario día de febrero.

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Ausente con aviso

Estoy desde hace unos cuatro y cinco meses con la casa en obras, necesito mudarme para poder terminar con las refacciones y no morir en el intento. Así que estaré ausente unos días, no sé lo que demoraré en instalarme y poder retomar con este espacio, ya me haré ver cuando todo vuelva a la normalidad.


Les dejo un abrazo muy grande a todos, sé que los voy a extrañar en medio del caos :)

Esta semana estoy en: CuatroGatos


"Dónde estarás,
dónde estaremos desde hoy,
dos puntos en un universo inexplicable,
cerca o lejos,
dos puntos que crean una lí­nea,
dos puntos que se alejan y se acercan
arbitrariamente."
Julio Cortázar

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Cemento

"Tengo adentro del pecho un sólo presentimiento
como de haberme tragado una bolsa de cemento"
-Andrés Calamaro-

En el cemento caliente se funden las alas del viento
-si al menos lloviera otra vez-

Sudan las aceras una tristeza añeja
se les nota
un pesar rotundo
a las gotas que brotan en sus grietas
de nada sirve la oscura tarde que vendrá

mucho menos
las ruinas de este mediodía
que arde bajo el sol

algo fluye como lava
en esas horas quietas
algo que hierve en sus entrañas,
contamina.

Si al menos lloviera
el cemento dejaría humedecer un par de mentiras.

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Verde esperanza



"cuando estés bien en la vía,
sin rumbo, desesperao;
cuando no tengas ni fe,
ni yerba de ayer
secándose al sol"
-Discépolo-


Pensando en que los signos de la vejez avanzan sin que uno los llame es que me tiro en el sofá, con cierta abulia tomo el control remoto para jugar un rato mientras salto de un canal al otro, como si jugara a la rayuela.

Mi canal favorito me regala una sonrisa casi de inmediato:
Es una sonrisa nueva, recién sacada, una modelo desconocida, podría venderme a mi lo que quisiera, que yo se lo compro.

Dentífricos
Cremas para el cabello
Pefumes
Jeans
Autos
Cervezas
Arroz integral
Calditos saborizantes
Detergente para la ropa

Para mi sorpresa, ella desde su vejez vende vida.
Y lo hace desde una sonrisa eterna, desde un pelo blanco, y desde su rostro de antaño, en el que se puede leer y comprar la vida a palmos.
Inmediatamente, sin dudarlo, la compro.

Bien -le dijo a su interlocutor- que ella debería estar en un geriátrico, adormecida como las especies que se extinguen, pero qué iba a hacer si tenía un encendedor por dentro que le ponía a hervir la sangre y desde el amanecer la arrojaba de la cama, con la urgencia de quien era muy necesaria.

Entonces casi a modo de disculpa explicó lentamente -en un vago idioma, mezcla del francés remoto con un argentino del litoral, tan musical era que sonaba como una canción de cuna en los oídos- que ella tenía las ilusiones nuevas y los sueños frescos todavía, que el envase se habia vuelto pequeño y viejo, pero no sus inquietudes.

Que no sabía si todo lo que ella deseaba era cada vez más grande o que su cuerpo se iba haciendo cada vez más pequeño.
Importaba poco cómo era el proceso, lo cierto que ella estaba viva y con los brazos abiertos cada día para alojar a decenas de muchachas, que salen del monte en busca de conocimientos.

Allí en su cocina con olor a leña y pan recién hecho, mientras el mate pasa de mano en mano y ella calienta las suyas cuando le toca el turno. De pronto paseó su mirada inquieta por las cámaras que la miraban, algo de aquello logró intimidarla. Ese ojo indiscreto le recordó que ese no era su mundo. Entonces bajó la mirada, dobló una servilleta en mil partes y dejó de entregarse en retazos.
Con una sonrisa que aprendió a tejer entre sus dientes, miró otra vez y preguntó si podían terminar el reportaje.
La dejaron libre y huyó entre los fondos del patio, dijo algo de las gallinas y corrió como una niña, al fin y al cabo su cuerpecito la acompañaba en esa travesía.

Un señor casi de cien años es el periodista, el camarógrafo va por los doscientos y la dueña de estos ojos que los mira, que los engulle, se aproxima casi a los trescientos y sin embargo no sabría qué hacer si la dejan sola en medio de un patio tan grande como un bosque y repleto de gallinas.

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