Mi amado Julio Cortázar escribió un Manual de instrucciones, donde daba una serie de pasos a seguir cuando por ejemplo hay que subir una escalera, para llorar, para dar cuerda a un reloj, instrucciones para entender tres pinturas famosas, para matar hormigas en Roma, pero no da instrucciones para no tener miedo, qué hacer cuando uno tiene miedo de ese que te corroe por dentro. Yo sé que él lo tenía y ha debido espantarlo con relatos como este, que cuenta ejemplos sobre la forma de tener miedo:
En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere. (Como Cortázar era un mentiroso yo nunca creí que Escocia fuera Escocia, siempre pienso que es donde yo vivo y que soy el lector que está por desembocar en la página en blanco) En la plaza del Quirinal, en Roma, hay un punto que conocían los iniciados hasta el siglo XIX, y desde el cual, con luna llena, se
ven moverse lentamente las estatuas de los Dióscuros que luchan con sus caballos encabritados. (Veo la luna invadida por los Dióscuros)
En Amalfí, al terminar la zona costanera, hay un malecón que entra en el mar y la noche. Se oye ladrar a un perro más allá de la última farola. (¿No es esto miedo intenso? Sentir cómo despacito de vas adentrando en un pantano y lo único que escuchás es un ladrido de perro.)
Un señor está extendiendo pasta dentrífica en el cepillo. De pronto ve, acostada de espaldas, una diminuta imagen de mujer, de coral o quizá de miga de pan pintada. (Cuando uno siente miedo, también te sentís mas solo que Kung Fú)
Al abrir el ropero para sacar una camisa, cae un viejo almanaque que se deshace, se deshoja, cubre la ropa blanca con miles de sucias mariposas de papel. (En cualquier momento, tras una acto cotidiano, en medio de eso que hacés automáticamente, algo se quiebra y se entran a caer pedacitos sueltos, y todos caen sonbre vos como una lluvia finita de vidrios)
Se sabe de un viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda, justamente debajo del reloj de pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó la sangre: la herida mostraba la huella de unos dientes muy finos. (Eso también me pasa, pero
empiezo por la muñeca derecha y sigo en los talones, un sendero de dientes me recorre) El médico termina de examinarnos y nos tranquiliza. (Ahí siento alivio inmediato e inmediatamente después pienso "me tranquiliza porque es grave" y me vuelve la intranquilidad) Su voz grave y cordial precede los medicamentos cuya receta escribe ahora, sentado ante su mesa. De cuando en cuando alza la cabeza y sonríe, alentándonos. (¿Porqué hacen eso? Mi médico me habla de Fogwill, escritor argentino que se murió hace poco, pero que vivía por mi barrio. Antes porque estaba vivo, ahora porque ha muerto. Aumenta mi miedo) No es de cuidado, en una semana estaremos bien. Nos arrellanamos en nuestro sillón, felices, y miramos distraídamente en torno. De pronto, en la penumbra (ahí volvemos a intuir la sombra comecocos)
debajo de la mesa vemos las piernas del médico. Se ha subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer. (Las personas que padecemos del miedo como enfermedad siempre evitamos hablar de eso porque nos sentimos ridículos. A mi hace tiempo que dejó de importarme ser ridícula, me siento mas ridícula siendo solemne, ahí si que muero del bochorno, algunas veces me sucede y lo paso fatal)
Amo leer a Julio, siempre me hace sentir cerquita de su alma tibia y arrugada de terrores nefastos, me siento menos sola, menos desamparada, menos loca de atar.
(¿Les pasará esto a alguno de ustedes?) -aclaro las letritas verdes, soy yo leyendo el relato y agregando lo que pienso-