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Angélica Gorodischer
(nace. en Buenos Aires el 28 de julio de 1928) es una escritora argentina. Vive en Rosario, Argentina. Es considerada una de las tres voces femeninas más importantes dentro de la ciencia ficción en Iberoamérica, junto con Elia Barceló (España) y Daína Chaviano
(Cuba). Ella ha escrito este texto que ha dado en llamar y que es
fantástico, especialmente para las mujeres que escribimos; para los
padres, esposos, amantes, novios,hijos, abuelos, amigos, profesores de
mujeres que escriben; para las madres, amantes, amigas, hijas, abuelas,
maestras y profesoras de mujeres que escriben.
Señoras
Oigo una y
otra vez voces de censura contra los talleres literarios y contra los
círculos de señoras que escriben. De los talleres podemos hablar en cualquier
otro momento: lo que quiero hoy es ocuparme de lo otro, de las señoras que
escriben. Dije señoras, no dije escritoras. Veamos.
Dale
Spender se preguntó una vez en dónde estaban y quiénes eran las madres de la
novela. Porque hablan eruditos señores, agudos ensayistas, sesudos
historiadores, sólo de los padres de la novela. Entonces, ¿no tuvo madres la
novela? ¿Nació como Atenea de la cabeza de Zeus, armada y a los gritos? ¿O
Metis en este caso sobrevivió? Y si lo hizo, ¿en dónde están esas madres de
la novela? La respuesta a esas preguntas fue un libro titulado Mothers of
the Novel que publicó Routledge & Kegan Paul (Pandora Press) en
Londres en 1986, y que tendríamos que leer todas muy atentamente para no
equivocarnos o errar lo menos posible cuando hablamos del tema mujer y
literatura.
En ese
libro no sólo se estudia a cada una de las madres de la novela (novela en
lengua inglesa, claro está, pero podría la señora Spender estar hablando de
la novelística en cualquier otra lengua), sino que se muestra la manera sutil
a veces, grosera otras veces, en la que una sociedad patriarcal, una
universidad patriarcal, editoriales patriarcales han conseguido hacer olvidar
a una multitud de mujeres. No a una mujer. No a dos o a tres. No a una docena.
A una enorme cantidad de mujeres que escribieron, que publicaron entre tres y
veintisiete novelas, que ¡horror! se ganaron la vida escribiendo, que
merecieron excelentes críticas de sus contemporáneos, honores y el
reconocimiento explícito de sus colegas masculinos, desde el siglo XVII hasta
el XIX.
Mucho más
modestamente y buscando datos para una amiga que en Suiza hacía su tesis de
doctorado, me tomé el trabajo de contar a las escritoras que figuran en el Diccionario
biográfico de mujeres argentinas (Plus Ultra, 1986, 38 edición) de Lily
Sosa de Newton y encontré doscientas cincuenta y una, sin contar a las ya
conocidas. Quizá la obra de muchas de ellas fue intranscendente, quizá no
valía la pena que figuraran en una historia de la literatura argentina, en
una antología, en los libros de lectura, pero confesemos: ¿cuántos señores
intrascendentes, plomizos, regulares o francamente malos figuran en
historias, antologías, libros de lectura? ¿Cuántos? Doscientas cincuenta y
una escritoras argentinas de las que nada se sabe y de las que, como en el
caso de las de lengua inglesa, es inútil tratar de encontrar un solo libro y
eso que libros publicaron, y muchos algunas de ellas.
Si
doscientas cincuenta y una mujeres escribieron, publicaron y se hicieron
conocer como escritoras, debe haber habido muchas más dedicadas a escribir,
de las que no sabemos nada, pero nada de nada porque nunca publicaron, porque
destruyeron lo que habían escrito (sensatamente en algunos casos; en otros
no), porque no se les permitió creer en lo que estaban haciendo. En otras
palabras, quisimos y pudimos. Todo un sistema de silenciamiento de la mitad
del mundo hizo lo otro. Resultado: para la sociedad patriarcal queda
demostrado que las mujeres que escriben/escribieron pasablemente bien, bien,
muy bien, son una excepción, una anormalidad; en fin, casi no son mujeres.
Y entonces
hablemos de literatura femenina porque que la hay, la hay. Pero hagamos antes
las distinciones necesarias.
Hay una literatura
escrita por mujeres: teatro, poesía, narrativa y lo que venga. Esa
literatura puede o no ser literatura femenina. Dicho de otro modo: no todas
las mujeres escriben literatura femenina. De otro modo aun: no siempre son lo
mismo los textos escritos por mujeres que los textos femeninos. Todo depende,
no del sexo, no del género, sino de la mirada de quien escribe.
Hay una literatura
femenina, escrita por mujeres o por varones.
Es
literatura femenina (sin que esto signifique estereotipos ni afirmaciones
inamovibles) todo aquel texto que se niega explícita o implícitamente a dejar
pasar el discurso social que dictamina QUÉ es una mujer (todas las mujeres),
QUIÉN es una mujer (todas las mujeres), CÓMO es una mujer (todas las
mujeres); que no sólo se niega a dejarlo pasar sino que lo rechaza; que no
sólo lo rechaza sino que busca, en donde puede y como puede, otro discurso no
para reemplazarlo sin más y definitivamente, sino para probarlo a ver qué
pasa. Es literatura femenina toda aquella que para escribirse necesitó un
paso hacia el continente negro (o mejor, hacia la playa blanca según
Christiane Olivier) para averiguar cómo se ve el mundo desde allá y no desde
acá, siendo el desde allá, entendámonos, la mudez histórica, el miedo a lo
velado, la soledad sin nombre, el oficio de Ariadna. el síndrome del segundo
incompleto. Es literatura femenina toda aquella que niega, rechaza y abomina
del culto del héroe, o del antihéroe.
Para
decirlo suavemente, no es fácil. Pero tampoco es imposible. Ni somos las
únicas privilegiadas: un varón también puede hacerlo; un varón que quiera y
que se anime, que es todavía menos fácil. De hecho, algunos lo hicieron. El
ejemplo clásico es Flaubert aunque a mí Madame Bovarvy me parezca un
libro execrable. Y un ejemplo menos clásico y más digno de amor es Gunther
Grass en El Rodaballo.
Lo que sí
es fácil es aceptar, obedecer, decir sí papá y escribir como se nos enseñó
que escriben las chicas buenas y los chicos a buenos. Así es como un
montonazo de escritoras (cada vez menos) sigue escribiendo del lado de acá,
en algunos casos muy bien pero sin aportar nada a la más fascinante labor de
reelaboración, reestructuración, descubrimiento, invención y enriquecimiento
que se va haciendo poco a poco en todas partes.
No, por
supuesto que no, en cierto sentido la literatura no tiene sexo, claro que no.
No hacen falta los acertijos para saberlo. A ver quién adivina, ¿a esta
página la escribió una mujer o un varón? ¿Y a mí qué me importa? ¿A quién le
importa? No es por ese camino por el que vamos a llegar, si es que alguna vez
llegamos, a un terreno y a un tiempo en el que no tengamos que defender
palabra sobre palabra lo que escribe la mitad del mundo. Pero en cierto otro
sentido sí, la literatura tiene sexo. Yo diría que lo que tiene es género.
Tratar de negar el género de un texto, tratar de despojarlo de su género, es
como tratar de despojarlo de su ideología. No se entra a la literatura por la
puerta del género ni por la puerta de la ideología, tan cercanas una de la
otra: se entra a la literatura por la puerta de la literatura, porque de otro
modo lo que sale es un panfleto y no un poema, un drama, un cuento o una
novela. Pero es que hay una inscripción, un sello, un tejido conjuntivo, un
andamiaje que sostiene todo escrito, una ideología subyacente, un género
ubicuo. La mirada de un varón dueño del mundo, aun el más miserable y el más
oprimido, dueño del mundo, es muy distinta, es otra, es opuesta, a la mirada
de una mujer, sujeta, sueño, sombra por reina que sea. La ideología y el
autor/la autora casi siempre coinciden (a veces no: Balzac); el género y la
autora/el autor pueden no coincidir, por aquello que se decía antes, eso de
que una mujer puede no cuestionar, obedecer, portarse bien, no moverse del
lugar asignado (por otras personas) cuando escribe, y un varón en una de ésas
lo hace.
De la
mudez tradicional, de la mirada furtiva, del silencio histórico se sale como
se puede, cuando hay fervor por salir. En ocasiones no se puede, pero se hace
el intento, ¿quién no lo ha hecho? Las heroínas de los cuentos infantiles y
pará de contar. Hay mujeres que han soltado la mordaza vía la locura, la
religión, el arte, la santidad, la enfermedad, la caridad, la rendición e
incluso la muerte. ¿Por qué no habrían de salir algunas del silencio por la
vía más directo, la de la palabra?
Y llegando
a aquello de los grupos de señoras: ojalá todas las mujeres escribiéramos.
Las que están tocadas por la chispa del genio, las mediocres, las talentosas,
las estúpidas, las que nunca jamás van a escribir algo bueno, las
regularonas, las que escriben cada vez mejor, las romanticonas, las
superficiales, las buenas tipas, las malas tipas, mis tías, la señora de la
esquina, las enfermeras, las señoronas paquetas, las gordas, las flacas, las
petisas, las altas, las maestras, las vendedoras de tienda, las villeras, las
monjas, las prostitutas, las modelos, las físicas atómicas, las políticas,
las mendigas, las deportistas, las tacheras, las princesas, las cajeras de
supermercado, todas. Sería una buena forma de llegar a compartir el poder.
Porque las
mujeres, que no somos una clase ni una raza, las mujeres que somos todas
hermanas y no lo sabemos muy bien todavía, tenemos en común:
- que somos marginales pero
unas marginales de un tipo muy especial puesto que los marginales
tienden a dejar de serlo y nosotras lo hemos sido siempre, nacemos
siéndolo, lo somos, y quizá nos muramos siéndolo;
- que somos mayoría en el mundo
y se nos trata, vivimos y actuamos como una minoría;
- que somos seres para otros
seres, seamos reinas o vagabundas, vírgenes o rameras;
- que somos habladas desde los
otros seres; y
- que carecemos de poder.
Que un
grupo de esos seres marginales, mujeres desconocidas para sí mismas,
abnegadas y falsamente minoritarias, se reúna para leerse malos poemas
sentimentaloides, felicitarse y seguir escribiendo pavadas, no es un peligro
para nadie ni mucho menos. Las personas que no tienen poder no son peligrosos
(a menos que se unan y lo adquieran por los medios que sea, cosa que las
mujeres estamos lejos de proponernos hacer) porque los que sí tienen poder las
destruyen por todos o algunos de los medios a su alcance. Esos grupos no
significan nada, no cambian nada, no degeneran nada, no confunden nada. Son
nada más que eso: mujeres que están solas aunque tengan miles de amigos y
grandes familias; mujeres; desocupadas porque fueron educadas para serlo y no
supieron, no pudieron, no se animaron a mandar todo al diablo para
construirse otra vida.
Lo que
escriben, no lo sé pero es previsible, no vale nada. Y qué. Siempre ha habido
una alta dosis de mediocridad en todo lo que la humanidad hace en este mundo.
O como dijo el señor Ballard que no es uno de los amores de mi vida pero que
tiene sus chispazos, cuando le reprocharon que el 90% de la ciencia-ficción
fuera una basura: "El 90% de TODO es una basura".
No son
esos grupos los que hicieron que el mundo dictaminara (si es que lo ha hecho)
que la poesía es cosa de mujeres. Es, de nuevo, el discurso social. Todo
aquello que pasa a ocupar un lugar secundario o desprestigiado es
automáticamente cosa de mujeres. La religión, la docencia, la poesía fueron
centrales en su momento: los señores se movían como dueños en esos círculos y
se quemaba en la hoguera a la mujer que pretendiera un lugar en esas
actividades. En cuanto el centro se desplaza hacia otro tipo de disciplina,
el lugar queda vacante para ser ocupado por las mujeres que ya se sabe somos
tontas, superficiales, intuitivas, lloronas, que no tenemos nada que hacer.
que nos dedicamos a la beneficencia, a los tés canasta, a pedir plata a
nuestros maridos, a mirar teleteatros y a los desfiles de modelos (vayamos a
preguntar a las mujeres de las villas). Se dictamina, allá, lejos de
nosotras, que son esas actividades las que nos "corresponden", para
después reprochárnoslas como si fueran delitos o faltas con las que nacemos.
Son cosas que van cambiando, claro que sí, era peor en tiempos de mi mamá y
no digo nada en los de mis abuelas, pero que siguen vigentes en ciertas
clases y "en el interior", en donde son más rígidas las
delimitaciones entre lo que las mujeres debemos y no debemos hacer.
Es
necesario entonces adquirir una conciencia crítica, es necesario saber dudar,
cuestionar, decir que no. Es necesario aprender que siempre se puede ir un
paso más allá, averiguar lo que hay debajo o a un costado o atrás. Las buenas
mujeres que se reúnen a tomar té y a leer poemas que hablan de la soledad de
sus almas atribuladas, no son nuestras enemigas, no son tan distintas de
nosotras: son aquéllas de nuestras hermanas que se quedaron en la mitad del
camino. Quisieron, efectivamente; y no pudieron, desdichadamente. Las venció
una sociedad que les marcó límites y conductas y ellas no supieron
desobedecer, dudar, decir que no: se la creyeron y arremetieron a ciegas y
hoy no les queda nada. Quizá en su casa son unas arpías, quizá atormentan al
marido, tiranizan a los hijos, odian a las nueras, maltratan a la muchacha
por horas, hablan pestes de las amigas con otras amigas. ¿Qué las tortura?
¿Qué quisieron ser? ¿Empresarias, abogadas, bataclanas, paracaidistas,
corredoras de fórmula uno, diputadas, guías de turismo, escenógrafas?
¿Llegaron siquiera a sospechar que querían ser otra cosa y no ésa que les
dijeron que debían ser? Si hubieran podido intentar algo distinto, algunas
hubieran fracasado, ¿qué duda cabe?; algunas hubieran tenido éxito a medias,
alguna hubiera llegado a ser la primera en lo suyo. Hoy van una vez por
semana a tomar el té y a leer tonterías. No, no les interesa la literatura,
el rigor, el trabajo duro, la búsqueda, ¿por qué habría de interesarles? Les
interesa saber que hay otras a las que les pasó lo mismo que a ellas: se
reúnen a leer versos que es una manera de llorarse la vida.
Ni ellas
ni la poesía de circunstancias ni el verso sentimentaloide tienen poder para
cambiar nada, para imponer nada, ni para hacerle creer a nadie que lo que
hacen es literatura de la buena, ni para ocupar el espacio que le corresponde
a un texto con estatura estética. Si en alguna oportunidad un funcionario
chiquito así le hizo un lugarcito chiquito así a una de esas poesías, eso tampoco
cambia nada; si en otra oportunidad un jurado compuesto por amigos premió
algún engendro lleno de efusiones sentimentales o patrióticas, tampoco sucede
nada importante. Quedémonos tranquilas.
O mejor
no, no nos quedemos tranquilas. Sigamos escribiendo, pero sobre todo sigamos
haciendo los esfuerzos necesarios para no equivocarnos, para tratar de ver
qué es lo que hay en verdad detrás de lo que nos parece cursi o estúpido,
para dar un paso más allá, para echar sobre el mundo esa mirada distinta que
nos encamina hacia lo que somos y no hacia lo que nos han dicho que somos.
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Esta mujer es una sabia.
Besos.
Me adhiero a Toro Salvaje.
Besos.
Qué bien lo ha dicho. Adhiero totalmente.
Besos, Pato.
Empecé leyendo pero no seguí, no tuve paciencia, creo que debe de ser verdaderamente interesante para las señoras interesadas.:))
Besos y salud
Aprender de los que saben te transforma en uno de ellos con el tiempo, Patito.
No te olvides
El mundo macho pretende que hay una literatura "femenina" que está en pañales. Tanto más en este país donde a las mujeres, en todos los ámbitos, se las manda a cocinar a planchar o a limpiar. Sigan escribiendo, sin esperar consentimiento de nadie, sin prejuicios. Ese es el arma. Un abrazo.