Abrió y cerró las ventanas por tercera vez, no hacía otra cosa que mirar para la otra cuadra. El calor de afuera y el olor a fritura del restaurante de abajo lo tenían enfermo.
Desde que abrieron esa casa de comidas vive con olor a papas fritas y con ganas de mudarse.
Miró la hora.
Ocho y media.
Un dolor en la boca del estómago, se le mezcló con una arcada y a pesar del asco, pensó en comer algo, así no iba.
¿Qué le iba a decir que él ya no supiera?
La puerta de la heladera abierta ante su cara le recordó que había queso, jamón, huevos, pan. Miró la hora otra vez y se imaginó la escena.
Ella estaría llegando, con su tapado tejido, y el pelo suelto, estaría ocupando la mesita de siempre, pero con el humor descompuesto.
Sacó el pan, el queso y los apoyó en la mesada.
De inmediato buscó una cebolla.
La miró, era redonda y dorada. La apretó muy fuerte entre sus manos, tanto como pudo.
Le enterró una uña, la olió, la acarició, está en su punto justo, pensó, pero no iba a ir.
No tenía ganas de oír otra vez los mismos pretextos.
Apoyó la cebolla sobre la tabla y de un golpe seco, la partió con la cuchilla grande.
Cuando la tuvo abierta y jugosa sobre la madera, los ojos se le humedecieron un poco de ardor, y no pudo mirar mas la hora porque los tenía nublados, igual miró y no pudo ver bien si ya eran las nueve o todavía faltaba un poco.
Comenzó a quitarle la piel, capa tras capa, mientras escuchaba como una retahíla lo que ella le estaría diciendo ahora, si él hubiera ido.
Lo primero que le iba a decir, tomándole la mano y mirándolo con cara de buena, es que “era ella y no él”. Así cargaba con toda la culpa y se iba convencida de que era la mala y él la dejaba tranquila, dejaba caer otra capa más.
A ella nunca le bastaba nada, seguro le diría que “él había hecho todo bien” pero que no bastaba, siempre hacía falta algo más.
Otra capa y “mejor, amigos”, mientras decía eso, iba a dejar caer esa sonrisa que lo destruía y él no iba a poder hacer nada, por eso mejor no ir, para qué, para quedarse ahí, sentado, mirándola y diciéndole que si, que bueno, que está bien.
Así enredado en pensamientos, fue desnudándola, hasta tenerla allí, blanca y crujiente para picarla toda.
Y con la cuchilla la partió en cuatro mitades, al tiempo que se hizo un tajo profundo en el pulgar. Una zanja abierta por donde él se iba a dejar verter, sin que nadie pudiera curarlo más que el tiempo. Y llorar ácido y llorar sangre y maldecir a todos los demonios que lo dejaron solo otra vez, como siempre.
Sólo contra todo, como aquella vez.
Como cuando no superaba el metro de altura y la única mujer que lo había mirado directo a los ojos con amor, se fue. Sin mirarlo, sin decirle las razones de su adiós, se fue. Corriendo, en medio de la noche, escapando de los aullidos de los perros y de los gritos de su padre se fue, pegando un portazo. Todavía en las noches mas cerradas escucha ese portazo y después los tacos perdiéndose, primero en el pasillo, después mas lejanos en la calle y finalmente el auto enceguecido y urgente desapareciéndola para siempre de su vida.
Nada lo detuvo, ni el frío de la hoja abriéndole la carne, ni la sangre derramándose sobre los pedacitos de cebolla. Después la partió en ocho y luego ya no pudo contar mas, porque compulsivamente picó desesperado todo lo que se cruzó con el filo de la cuchilla.
El ácido se le metió en la carne y el ardor lo hizo sentir mas vivo, afiebradamente vivo. Mirando ese mar jugoso y rojo que flotaba en la tabla de picar sintió un rencor más profundo que su tajo, mas abierto, más sangriento todavía.
Un odio insondable por esa boca carnosa que amaba y que le iba a decir que no. Un fuego prendido en el medio del pecho le entró a bajar por las venas hasta salir rabioso por el dedo pulgar, para perderse mezclado en esa baba picada que iba a tener que tirar a la basura y de paso tirar así toda su sangre, la que llevaba grabada en cada partícula, la memoria de aquella mujer.
Ufffffff que angustia produce el relato.
A medida que avanza parece que vaya a explotar.
El desamor es terrible.
Besos.
Me gustó como plasmaste esa bronca, ese dolor de la separación y ese último encuentro, en el desvestirse de la cebolla, capa a capa, en las lágrimas, en la mezcla de la sangre, de los cuerpos y al final todo, todo al tacho. Y esa primera separación del personaje que pierde a su madre, a su madre que va detrás del portazo que sigue retumbando, sobre los tacos, entre la noche, perdiéndose. Muy bueno Pato
A lo mejor todo ese sufrimiento fue en balde, a lo mejor le dice que si...
Yo es que siempre veo el vaso medio lleno...jajaja
Besos y salud
La idea de quitar capas a la cebolla a la vez que al pensamiento y entremezclar carne y cebolla, sangre y agua... es genial.
Felicidades.
Un abrazo.
Duele, no sólo por la herida, también por la frustrante vivencia. Gracias Pato.
Duele, no sólo por la herida, también por la frustrante vivencia. Gracias Pato.
El amor se pierde poco a poco como las cebollas pierden sus capas.
Y dejan en los ojos las inevitables lágrimas.
Espléndido.
Besos.
¿Tengo un "dëjà vu" o realmeente leí este estupendo relato?
De todos modos es muy bueno.Besos***
¡Horror!
Creo que ya lo había subido antes
(soy un despiste ambulante)
Besos, Dalia ;)
Ahhh, qué bueno leer tu comentario! Iba por la mitad del texto y pensé “esto ya lo leí, o Pato tuvo la desdicha de escribir algo parecido, o se está volviendo repetitiva…perdió creatividad”
Entonces seguí pensando “cómo podré comentar, si esto me parece un dejá vu”…decirle “linda tu idea, pero ya la tengo”. Feo, feo.
Y es en la mitad cuando tuve que mirar los comentarios, alguien debía decir algo…
Abrazoide!
¡¡¡¡¡Jajajajja!!!!!!
Honestidad brutal, ajajjaja!
No sé, me olvidé que lo subí y ahí está otra vez el pobre repitiéndose como un eco =P
Me encantó el comentario del otro post, es cierto a veces somos pasajes estrechos y a veces avenidas.
Un abrazo