Esa imagen húmeda y desteñida que
suele roer los huesos
te vuelve de arena
cuando se hamaca en la penumbra.
Trabajo de hormiga cada día para
que me despierte una de estas mañanas el pampero agitando las ventanas y
arranque de cuajo las ortigas que se duermen en mis manos. Esos yuyos púas que
me van masticando en los recodos del tiempo.
Lo amargo se pasea en mis orillas. Es
imposible no ver el basural que deja tras su rastro lo feo. Si pudiera intentaría contarlo
con ritmo tarkovskiano así el dolor se mece lento como en realidad es. Tal vez
encontrara un personaje con alma de monstruo como Iván. El niño cuya infancia
quedó devastada por la guerra y ahora es un adulto en un cuerpo pequeño.
Si ahora
lo intento, puedo ver llegar al Iván que vieron mis ojos ayer. Un niño sin edad,
con la voz más rasgada que sus manoseados pantalones. Casi una araña su voz. Sus ojos dos grillos sin
serenata. Un escozor en mi garganta, su fuego. El temporal nublando mis ojos que se
esforzaban por no ver a Iván, sino a un chico de acá nomás. Ese montón de pibes
que asolan las calles en busca de monedas para el paco. Una guerra de este tiempo.
Un soldado que agoniza en nuestras calles. Era más fácil ver eso que otra cosa.
Un Iván del conurbano. Bello, aun con pecas, el decir tropezando las palabras con
la cadencia de los carros. Bello y sin embargo tan lastimado que lo feo estaba
allí agarrado a él. Igual que a mí se prenden las ortigas, a él se le adhería
la tierra de los días vanos.
Podría quedarme allí en el pantano
de su boca explicando las flores, pero en ese momento sucede el milagro
Cuando pude ver la poesía que escapaba de su mano, envuelta en papel de estraza. Deshechos pétalos, pegados en
rojo a sus dedos flacos. Sus dedos que tiemblan de miedo y asco. Como tirito
yo algunas noches de espanto. Regando con flores las mesas dispersas iba nuestro niño, los
manteles blancos con ramitos fatales. Atrás quedaron para él los santos, el Gauchito Gil, Ceferino, los charcos. El prodigio de las flores sobre las mesas
hizo que se abriera en grietas de sangre el corazón de un tal Iván.
Hace poco leí una novela titulada "La Villa" de César Aira y quedé impresionado por el tipo de vida de "los cartoneros" y como se vive en las villas que rodean Buenos Aires, bueno... creo que rodean, no lo sé tampoco.
Seguro que en ellas hay muchos niños como Iván con el futuro podrido.
Que injusta es la vida.
Besos.
Justo recién acabo de escribir algo en mi blog donde de repente menciono a Tarkovski. Acá leo "ritmo tarkovskiano"...¿Casualidades?
Luis
suspendelviaje.blogspot.com
Yo me niego a pensar con lógica, que el pobre niño terminará pronto y muy mal...
No, yo quiero pensar que Iván un día se encontró con una oportunidad mágica que aprovechó y se hizo un hombre feliz de provecho, y comió perdices y vivieron felices con la princesa y la familia que formó...
Así no mas, porque me da la gana, que la fantasía es de mi propiedad y la desarrollo como quiero, faltaría mas!!! jajajaja
Te echo de menos.
Besos y salud
Que hermoso texto, Patito. Tiene el punto justo que tiene la verdad.
Bien trabajado y hasta económico, crea toda una atmósfera compartida y refleja del narrador y el narrado, como si fueran parte de un mismo espejo.
Lehit
Qué grosa que sos, Pato.
Seguí publicando!