" Por eso en tu total fracaso de vivir,
ni el tiro del final te va a salir"
-Cátulo Castillo-
Es muy largo, lo sé.
Si no tienen ganas de leerlo, pueden escucharlo aquí
http://perrasnegras.hartares.com/?page_id=23 entre los Audios de Perras negras, es el Audiocuento Nº 15

Me estoy aproximando, faltan dos calles y podré entregarle lo más valioso que tengo. Este es el último recurso, si no sucede antes algo, que me quite la penosa tarea de hacerlo yo. Lo que voy a hacer es lo único que se me ha ocurrido para que no me persiga más y me deje en paz.
Ojala la tierra se partiera ante mis pasos y yo quedara allí atrapada, entre cascotes y barro. Que la tierra con su boca de arena me tragara y me masticara despacio así no sigo caminando y no hago esta locura, pero no, la tierra no se abre, como toda grieta una pequeña baldosa rota me salpica un barro nauseabundo en mis zapatos. Por el olor son aguas servidas –pienso que está funcionando el tema de los zapatos y eso me tranquiliza un poco-. También pienso que es un buen lugar para encontrarnos, éste. Acá lo más común es que te salte algún tipo con una navaja de las sombras y te corte la garganta por el reloj y unos billetes. Me arremango, así el reloj brilla en mi brazo y soy presa fácil. No viene mal ayudar un poco a los zapatos. Alguno va a saltar sobre mi, su navaja va a cortar mi yugular y moriré desangrada a pocos pasos, él se va a impacientar porque no llego y va a venir a mi encuentro (sabe que vengo derechito por Azcuénaga, porque allí me deja el colectivo) y me va a encontrar agonizando en un charco de sangre y con un hilo de voz, le diré que fue su culpa. No podrá con el peso de haberme hecho venir a esta maldita hora, a este lugar de mala muerte. Los días se le van a volver una pesadilla, cuando cierre los ojos y me vea con el cuello abierto en dos y mis ojos como de piedra diciendo “por tu culpa, por tu culpa” porque eso va a leer en mis ojos y eso va a oír en mi voz.
Pero camino y no me cruzo con nadie, apenas una pareja de inofensivos ancianos, sosteniéndose el uno con el otro atraviesan el callejón, husmeando en los contenedores de basura a ver si encuentran algo para comer.
Salta una rata y casi me desmayo. Eso es lo mas peligroso que me sucedió hasta ahora, y eso que llevo los zapatos, pero si muero del susto y él me encuentra, pensará que morí de los nervios, o de dolor, o de un infarto y hasta quizás piense que yo venía ilusionada a su encuentro y de la emoción el corazón no me resistió. Entonces me sobrepongo al susto de ver correr entre mis pies al roedor y sigo imaginando el momento en que llegue al semáforo de la esquina. Todavía falta un trecho largo, aún me puede caer una maceta de un balcón o el mismo balcón se podría caer sobre mí, estas casas están podridas de humedad, no sería raro que se descuelgue un pedazo de mampostería y me parta la cabeza. Camino buscando el lugar apropiado para que en caso de romperse o caerse algo, sea sobre mi y ahí voy, midiendo los pasos, la respiración agitada, el corazón galopando, las manos apretadas como los dientes, deseando que se me venga abajo esa pared que se sostiene a gatas con unos tablones. Desde la esquina se vería el derrumbe y si yo no llego, él se acercaría a mirar y se daría cuenta de que soy yo por mis zapatos. Me puse los que él me regaló el día que fuimos al cotolengo Don Orione y descubrió esos zapatos de cuero de víbora que hacían juego con una cartera que también me regaló. Ese fue el principio del fin. Tarde, me di cuenta. No traje la cartera porque es horrible, pero los zapatos si, porque con ellos he tenido verdaderas desgracias. Además, los traje por si luego llegara a encontrarme irreconocible, él se daría cuenta que soy yo.
Nadie en el mundo más que yo –y la primera dueña, que debe haber tenido un mal final- podía ponerse esos zapatos y salir a la calle como si nada pasara. Son realmente feos y tienen la yeta pegada a la suela.
Por eso los tengo puestos.
Con ellos puestos me caí de las escaleras de mi edificio llenándome de moretones y perdí dos dientes. Con ellos pisé una cáscara de bananas que me tuvo dos meses con la pierna enyesada y mirando el techo. El día que me sacaban el yeso, fui mordida por un perro en la otra pierna, ese día yo tenía puesto el zapato derecho solamente y estaba entrando al hospital, de la nada apareció un perro furioso y me embistió a mordiscones.

Otra cosa que me pasó, es que él, el tipo apestoso que me está esperando ahora en la esquina, me dejó. Me abandonó en mi peor momento, cuando tenía una pierna quebrada y la otra mordida, para irse con la hija de mi vecina, a quien le pagaba para que viniera a ayudarme. Ya imagino yo cómo me ayudaba cuando me quedaba dormida por los calmantes. El gordo y esa mosquita muerta se revolcarían en el sillón a sus anchas. Es por eso que tengo tanta bronca guardada. Es por eso que me raspa la garganta cuando trago y no me pasa bocado. Ya perdí diez kilos de la rabia. Y por eso vine con los zapatos, porque con ellos tiene que salirme bien algo, aunque sea esto.
Seguro que entre los muros derruidos y el polvo y las maderas y los clavos y los ladrillos y las ratas, él va a ver los zapatos y se va a torturar el resto de sus días por haberme dejado tan sola, por haber permitido que me transforme en este manojo de huesos retorcidos, en este mamarracho triste que soy. Se va a sentir culpable de haberme hecho venir por esa calle oscura llena de ratas, por no haberme ido a buscar -¡Qué le costaba!-. Por ser tan porfiado, por hacerme venir hasta acá, como si tuviera que ocultarme. Claro, no debe querer que se entere la otra, pero le va a salir mal, porque se va a enterar. Esto va a salir en los noticieros, en los diarios.

Quiere verme porque dice que le pasé mi mala suerte, que desde que lo maldije el día que se fue con la mocosa de al lado, todo le empezó a ir mal. Que perdió el trabajo, que le robaron el coche, que lo asaltaron dos veces, una de las veces le rompieron la nariz de una trompada y ahora dice que respira mal.
Y lo peor, se cumplió lo peor. Lo que yo le vaticiné: se encontró a la mocosa en la cama con mi sobrino, el hijo de su hermano, mi cuñado.
Y dice que todo eso es mi culpa.
¡Qué va a ser mi culpa, el único culpable es él!
Me llamó desesperado, para que venga hasta acá y lo perdone, así puede encuentra un poco de paz. No sabe la que le espera…
Pero es raro, no se me cae nada, ni siquiera me caga una paloma, eso que sobrevuelan cientos a mi paso. Lo único que me alivia la ansiedad, es la pelotita antiestrés que aplasto sin tregua con mi mano derecha, adentro del tapado.
La aplasto y pienso en su cara redonda y blanda y roja. La aplasto y hago de cuenta que son sus ojos, sus testículos, su nuez de adán lo que aplasto, la verruga gigante que le cuelga del labio superior y que él disimula con ese bigote ridículo, aplasto.
Qué tipo inmundo, yo no sé cómo pude haber estado con él tanto tiempo, pero aquí voy a su encuentro para terminar con este infierno. Hoy es la última vez. Ya casi no falta nada. Me odio y lo odio, pero mas me odio yo por estar aquí, por creer que esta va a ser la última vez que camino estas calles hacia su maldito encuentro. Mi suerte es perra y seguramente he de caminar estas calles ochocientas veces mas, hasta gastarlas y él siempre va a estar en esa misma esquina con su inflamada cara roja y su repugnante verruga, que por mas que la quiera esconder le salta como un gusano violeta y aterrado por entre los dientes y los pelos del bigote.
Antes de verlo a él, veo a la verruga.
Aplasto todo lo que mas puedo la pelotita en mi bolsillo.
Nos separa un semáforo verde. No cruzo. Lo miro y no cruzo, espero el rojo. Mi mano destroza la pelotita.


He rogado con fe ciega que se parta la tierra ante mí y me trague. He atravesado una de las peores calles del bajo, donde casi es un milagro salir vivo y he salido viva, no sólo viva, sino tal como entré, con todas mis pertenencias.
La pelotita se desintegra en pedacitos de goma caliente.
Ha caminado bajo todos y cada uno de los arruinados balcones de estos edificios podridos a punto de venirse abajo y apenas unas míseras cáscaras de pintura han caído ante mis enfebrecidos ojos.
Temo que mi representación final sea un fiasco.
Los pedacitos de goma caliente se me pegan en la mano y se meten bajo mis uñas.
Tengo náuseas.
El semáforo se pone en rojo, respiro hondo. Lo veo. Está parado como dijo, en la esquina que dijo y su cara es tan roja como una bola de fuego, un fogonazo de odio me encandila los ojos y dudo un instante. Mis pies están paralizados en el borde del cordón de la vereda, los autos pasan a una velocidad estrepitosa, dos o tres pasos y seré arrollada por uno de esos bólidos y le arruinaré la vida, por siempre me tendrá que ver reventada en el suelo, con la cabeza partida y esa expresión que ensayé todos estos días, como de revancha, como de “tomá, te gané”, acá me tenés y ahora hacé conmigo lo que quieras, si querés guardá los pedacitos míos en un frasco de formol así los mirás cuando me extrañás mucho. Y te das cuenta el desastre que hiciste cuando me dejaste por esa mocosa.
La cabeza me late y me arde con vehemencia, he bajado el cordón, voy a entregarle todo lo que tengo, para que nunca tenga paz.
Recupero la visión, busco su cabeza púrpura como referente y no la encuentro, sólo veo ante mí, dos o tres autos colisionando y por los aires un cuerpo redondo que se eleva y cae pesado contra el asfalto, al tiempo que la gente que me rodea grita sofocada.
Camino despacio hasta el bulto embestido que yace sin moverse en la calle, sin poder creer lo que estoy viendo. Es él. Su cabeza está más roja que nunca, a borbotones le salen ríos de sangre por todos los orificios que alcanzo a ver. En medio de ese torrente espeso, la verruga está intacta y sus ojos abiertos están clavados en el aire con una expresión vacía. Tal vez haya querido decirme algo en esa mirada final, pero me mira así, frío como un pescado en la góndola de un supermercado.
Tan fría es su mirada y está tan cerca de mis zapatos de piel de víbora que me estremece. Sin que nadie lo note, me descalzo y allí quedan los malditos zapatos embarrados con las aguas de las alcantarillas y ahora manchados también con su sangre, total nunca más voy a usarlos.
Pego la vuelta pensando en mi mala suerte y en cómo voy a hacer ahora para olvidar estás calles y se me viene a la mente la letra de ese tango que cantaba mi viejo, que decía “ni el tiro del final, te va a salir”.

10 Comentarios

  1. Que bonito es el amor.
    Yo de ti presentaba este cuento a la factoría Disney para que hicieran un película romántica con música de violines y pajaritos trinando de felicidad.

    :p

    Besos.

  2. ¡¡¡¡¡JA-JA-JA-JAAAA-JKAA!!!!

    Malo =P

  3. Pato!! me gusta volver a leerte y a escucharte y a encontrarte entre tus palabras.

    Un beso!

  4. Anónimo says:

    Vaya historia. Es buenísima. Aunque dan escalofríos. Eso es crear.

    Un beso, amiga.
    (Sigues siendo la Maga)

  5. Mmmmmmm. Me encantaría preguntarte si es un completo producto de tu imaginación o si hay alguna vivencia dando vueltas por ahi. Pero no lo voy a hacer, trataré de darme cuenta con el tiempo, leyendo tus novedades o tus post anteriores. De lo contrario es como ir a un restaurant, pedirse algo rico, pero querer ver en la cocina cómo lo prepara el chef. Felicitaciones y saludos de

    Ivan Tchakoff

  6. Patito, me encantan tus posts...es facinante como lo llevas a uno, se puede sentir cada palabra.


    Besos con cariño

  7. ybris says:

    Estupendo tu cuento, Pato. Ya lo había disfrutado en el programa de La Casualidad.
    Me ha recordado, con ese “ni el tiro del final, te va a salir” la noticia aquella del que tenía tan mala suerte que se mató cuando iba a suicidarse.
    Es que a algunas ni siquiera les queda el consuelo de la venganza.

    Besos.

  8. Muy bueno!!!
    Por momentos mientra leia el cuento senti que me encontraba ante una version dark de Cenicienta devolviendo esos malditos zapatos a ese maldito imbecil que en otrora fue su principe azul.

    besos.

    Hoy de noche te escribo por e-mail enviandote una pequeña sorpresa.

    Por supuesto que podes darle mi e-mail al operador.

  9. Qué intensidad por Dios!!!!... me encantó el desnudar de un alma, tan bien relatado!
    Me encantó, esa mezcla tan común de odio y amor y un relato que me atrapó.

    Precioso Pato!!

    Un besote grande!!!

  10. Elizabeth says:

    No sé como lo haces, pero siempre das en el clavo y allí nos "enganchas" de principio a fin, con tu magnético acento.

    Besos.

Gracias por tus palabras