¡Uy no, ahí viene la plaga!


Hace unos años atrás me estaba muriendo de nada. Había tocado mi horizonte, me bailaba como cuerda de tender ante los ojos una raya finita, con unos broches pútridos de los que colgaban retazos de días pasados. Una raya muy parecida a un barranco por el que caía cada vez que me asomaba a ver si había ocurrido algo. "Un día mas que no pasa nada, snif".
Uno se puede morir así  y seguir tan vivo que nadie se da cuenta que sos un tetra brik sin alimento. Algo que falló en el mercado, descartable o tan insignificante que ni te tiran. Estás ahí sin molestar, como un jarrón decorativo en el medio de la sala “tan bonito el cacharro, un día le pondré flores” -pensás cuando lo tenés frente al espejo-.
Yo me había creído la historieta esa de que la vida me iba a sorprender, ja! ¡Qué risa! La vida mas que sorprenderme me daba sustos, se había vuelto una especie de cuco del tren fantasma. Todas las sorpresitas que me daba eran para salir corriendo con los pelos parados. Hasta que me avivé pasó un rato largo (si -lo admito- soy de reacción lenta)
Un día rechiflado dije -¿Y si a la vida la sorprendo yo? ¿Qué onda?
Es posible que desde entonces la vida cada vez que me ve venir diga –Uy no, ahí viene la plaga esa y se esconda bajo la alfombra, pero desde que empecé a llevarle sorpresas no tengo descanso, ni ella tiene paz.
Nos hemos encontrado y ha sido grato.
Para vivir no queda otra que involucrarse con la vida, esto aprendí después de escaparle al bulto y ser parte del decorado, espectadora de lujo, y aburrirme como una ostra,  por eso prefiero salir a buscar el asombro, darle la forma que quiero y cuando veo venir a la vida distraída, silbando bajito, la mejor manera es atracarla y caerle con todo.
Algunas veces no me da ni la hora y otras veces resulta que el encuentro es mágico.

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Hay un náufrago



Navegan gritos
desembarcan en grafías
caen de los techos a las teclas  
resbalándose en el musguito de las tejas
   brillando en la espuma

hay un náufrago
   
     desolado
tras el vidrio.

Y mientras yo escribo cae acá, mas allá se revuelca otro arañando un sollozo redondo
    y alguien putea 
    insulta 
    escupe miedo
    está solo
 su lamento cae sobre la mesa en forma de candado
de grito clausurado
o 
llave puesta

Del monitor caen bocas abiertas
tras sedientas leguas pisan la orilla de la isla
ahí está el tesoro
d e s o r b i t a d o s
en    terrible    montón
 se desmorona lenta la inmensidad de ojos afiebrados 

bajan 
29 
t
w
i
t
s
  
otrora botellitas de vidrio
ahora van 
35
 no hacen mas que gritar desesperados frente a este mar de medidas extrañas.

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Chau rojo, chau!


Palabra mas, palabra menos, algo así fue la conversación que ayer tuve con una amiga sobre mi blog.

-Cada vez tengo menos visitas en el blog
-¿Te puedo decir algo?
-Si, decime
-Es el color
- ¿El color?
-Si, se ve como un naranja que enceguece…
-Yo lo veo rojo, un rojo lindo, tranquilo si se puede decir que hay rojos tranquilos
- Los rojos no son tranquilos. Y ahí me larga lo del artículo, dice que leyó en el diario que se hizo una experiencia en una empresa de los EE UU en la que pintaron los baños de rojo y los empleados dejaron de ir a fumar al baño…
- ¿Vos querés decir que el color rojo de mi blog ahuyenta?
- Y…si  -me dijo tan tranquila
- ...

Y recordé una anécdota familiar en torno al color rojo y me hizo pensar que tal vez tenga razón al hacerme esta sugerencia y es así que estoy en este mismo momento cambiando el color de mi blog, aunque con este color que elegí creo que termino de espantar a los amigos que resistían.

Cuando yo tenía cinco años se puso de moda el color rojo y mi mamá me compró todo de color rojo. Desde medias y bombachitas, pasando por remeras, vestiditos, tapado, saquitos, hasta bufandas y guantes, yo era una frutilla de la mañana a la noche. No conforme con verme a mí convertida en papá noel todo el santo día, mi mamá hizo pintar la cocina de rojo y eso fue el acabose: me broté con varicela. Todo se había vuelto rojo y mi viejo entró a tener un humor insoportable, era entrar a la cocina y enfurecerse al instante. A las dos semanas y después de acaloradas discusiones con mi madre, el pobre llamó a Rosadito Verdoso, el pintor del barrio y le dijo por el amor de Dios quite este color que me estoy enloqueciendo. Mi mamá no encontraba consuelo porque para su alegría había comprado unas hermosas cortinitas cuadrillé rojo y blanco que quedaban pipí cucú, pero atormentaban mas aún el sistema nervioso de mi padre.
Rosadito Verdoso, miró seriamente el desastre que él mismo había cometido, y dijo que para tapar ese color le tomaría unos cuantos días y que él recomendaba un “rosadito” o un “verdoso” colores que manejaba a la perfección y ya le había recomendado a mi madre, “pero la doña estaba empecinada con el colorao, fijese don y él no está pa`llevar la contraria”
De mas está decir que primero quedó rosadito y al tiempo lo cambió al verdoso, porque mi papá seguía viendo que el rojo brotaba atrás de cualquier color.

Así que después del sabio consejo de mi amiga, voy a evitar pasar por el rosadito y veo si encuentro algo mas discreto y que no ahuyente.

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Los Alegrías Del Hogar y sus tristezas


En la ventana que da al sur, cuelgan de las macetas en manojos azulados las Alegrías del Hogar. Hijas y nietas de las simpatiquísimas Marga y Margarita Velarde, que supieron ser lo mas florido de la calle Tucumán. Los pimpollos no le hacen honor a la tradición familiar ni a sus níveos y rosados nombres, pues tienen muy mal carácter.
Blanca Azulunala  y Rosalía Azulumpié, por la mañana apenas abren sus pétalos, gruñen desde la maceta de barro, se enfundan con sus carnosas hojas verdes y pegan una patada a la ventana que de un tirón se desmorona espantando a las palomas que revolotean en el balcón. En ese momento en que recién comienza el día, Marga  se amarga, Margarita se amarguita y Pappo Alegrías Del Hogar se pregunta ¿a dónde iremos a parar sin nos quitan el contento? 
Y después de almorzar, a las tres de la tarde, viene lo mas triste. En tremebundo triángulo toman té de tilo tirados en la tumbona trunca y trenzan truculentas tragendias entre los tres.

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Globo en vuelo

todo
un    cielo
e n t e r i t o
puede entrar en
u n    g l o b o   a s í
y dar la vuelta al mundo
llevando   mi   canción
r   e   d   o   n  d  a
imperfecta
llena
de 
luz
c
 o
  n
   v
e
r
   t
      i
d
 a

e
   n

s
 u
  e
ñ
   o

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Tengo un sueño

(Lo intento o muero ahogada)
¿Y si resulta 
que se podía 
t r a s l a d a r 
el mar 
en una barca?
*
*
*

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Vestidos de azul



Es como entrar en alguna parte sin remilgos
arrinconada en un pliegue de luz.

Humo del cigarro que no fumás,
pero encendés para verme en esa bruma gris que ondea el aire
mi silueta se dibuja a tu antojo sobre el vidrio
y cae por la pared

n

d
u
r
a

 n
a
d
a

Goterones de niebla imaginaria bajan vestidos de azul
añil tormenta desviándose como ríos emancipados
cuando la brisa de tu aliento corre la mirada.

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Dafne y su sombrero de laureles

-Dafne Robles-

De todos los hijos de la familia Robles, Dafne es la mas retorcida. De pequeña mostró su carácter salvaje y autoritario, por eso los padres resolvieron ponerle un tutor para que crezca derecha. El tutor era muy duro con ella, no la dejaba ni a sol ni a sombra y por las noches la pequeña se levantaba de la cama aprovechando su escasa libertad y corría por los fondos de las casas vecinas hasta quedar exhausta. Por la mañana sus ojos lánguidos y su postura agobiada enfurecían a su Tutor que no se resignaba a tanta desobediencia y tiranía por parte de Dafne. Entonces la revisaba de arriba abajo y si encontraba una huella torcida, un pequeño hijito, un dedo mas largo que el otro, una uña crecida, la punta de un pelo florecido, irremediablemente podaba todo lo que deformara la esbelta criatura.
Una mañana de otoño una hoja de laurel se posó sobre su erguida cabeza, y luego se posó otra y mas tarde otra y al cabo del día un sombrero de hojas secas la coronaba. Desde ese día Dafne con tal de que no se le caigan las hojas de laurel no se mueve, no descansa, no respira, no le da ningún trabajo a su tutor, quien pasa los días con las manos entrelazadas haciendo girar sus pulgares mientras sus ojos se vuelven raíces en el horizonte.

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Hojas


El otoño está derramado por las calles.
Ruego que nadie pase a recogerlo, que lo dejen mecer allí hasta que los ojos acobardados de belleza hayan subido por laberínticas escaleras internas y se atrevan a dejarse caer en el tobogán mullido de las hojas que esperan.

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Gris



Las horas pasan lentas,
suspendidas en el aire espeso del pentagrama.
Te regalaría un pedacito de cielo
pero tengo malas noticias
desde las alturas llueve el alma del Peyehue 
cubriéndonos las alas
de gris
agitados por dentro todavía nos movemos 
pero cada temblor el corazón siente que explota,
cada vaivén las huesos hacen crach
¡hemos de caer!
(en medio de estas oscilaciones tempestuosas)
y ni un nido nos arropará en la noche
-perdona, hoy tengo día-


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La trepadora

Azarina de las Calas Vaiolets es una especie única y lo sabe. Ha dedicado los últimos años de su vida al estudio de las flores de Bach y a la aromaterapia. Las carreras a distancia que le brinda internet, le han permitido crecer de forma magnífica sin moverse de su casa. Tal es su progreso que hay temporadas en las que no resiste la espera de quedarse a solas y escapa por la ventana de su consultorio, en plena consulta. Se agarra fuertemente al muro y se estira como si fuera de goma, enredándose entre cañerías, molduras y ramas con una facilidad esplendorosa. Azarina hace esto sin inmutarse, incluso viendo la cara de sus pacientes escandalizados cuando ella empieza a extenderse. No se detiene, y lenta con una cadencia levemente erótica, avanza. 
Nada la estanca, salvo la tijera ingrata de Dafne Robles que apenas ver un ápice de la hija menor de los Calas Vaiolets asomarse por su muro, se encrespa en medio de su corona de laureles y va y la corta. No le importan las consecuencias, ni la sangre verdosa que mancha su vestido de pintitas, ni los juicios interminables que se han originado entre las dos familias, porque Azarina no se queda atrás y cortada y todo, sigue desplegando sus encantos por el muro; utilizando su ingenio para pasar sin ser vista por la medianera de la casa de los Robles; alcanzar el segundo balcón de Narciso Jacinto Amarillo Florentínez y suplicarle por unas esencias hipersecretas que Narciso se niega a darle a cambio de nada. Deben saber que Azarina es una trepadora que no tiene miramientos, pero no es fácil y se resiste a pasar al interior del castillo de cristal en el que vive Narciso, a cambio se entrelaza en su ventana invadiéndole el ambiente con perfumes exóticos, provocando en Narciso un estado de arrobamiento que enerva a mas de una. 

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Peatoncitos


Y después callé
¿Qué otra cosa podía hacer?

Un silencio entrecortado y tibio con formato de abrazo
le hubiera dado si lo encontraba caminando por ahí en ese momento
para mi tranquilidad no me hubiera salido ninguna palabra grandielocuente ante tremendo poeta,
sólo un abrazo.
Le podría haber arrojado en la cara ¡maestro! con peatones como Ud. uno es feliz andando a pie y caminar con los ojos cerrados (mentira eso lo digo ahora en la tranquilidad de mi casa, en esos casos la emoción me mata y callo)
Callo, porque -me conozco- y después de dos pavadas dichas, nada detiene mi pasión
y soy  capaz decir cosas bochornosas hasta convertirme en una bola de fuego y tan feliz.
 ¿Qué decirle a un tipo que anduvo por la vida con zapatos mágicos?
¡Con peatones como Ud uno va en avión, jamás en auto! (disparo en la sien)


Pero…


¿Qué nos queda a los peatoncitos peatoncitos
(no es error, es que repito peatoncitos porque me da amor)
peatoncitos de alpargatas con bigote?
A los que confundimos los zapatos con las chancletas
Los que olvidamos de atarnos los cordones y a los tres pasos pum al suelo
Los que no sabemos cómo arrancar cuando la maravilla nos detiene y nos corta el paso
Los peatoncitos de pies hambrientos nos quedamos anclados sabe?
 ( todo eso 
yo me había quedado pensando en decirle en el momento del  “pero…” 
Si me lo llegara a encontrar en el caso de que no se hubiera muerto)

Y no me van a creer (hacen mal)
una voz  que salió del youtube me dijo así:
(léase con espíritu de lucha)

Caminá desnudo
cascoteate con el frío
andá embarrado
sobre el agua helada
hacé surcos 
en un pantano putrefacto
hundíte
en medio del humo hediondo volá
volvete tóxico y cuando estés por reventar escupí lo que se te haya vuelto rancio
y parate en la luna y revolcate en ella y caminá flotando
y hacelo siempre    siempre    siempre
aunque vayas descalzo.

(estoy segura que el fantasma del “Peatón” Jaime Sabines 
andaba por ahí paseando)

Dedicado a Tuky, ella sabe  los motivos.

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Papel tissue



El navío en que me convertía 
cada vez que pisaba la otra orilla 
se ha disuelto como un barquito de papel tissue
en medio de líquenes escarchados.

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Papel picado


Ya no me camines encima
ni me mires desde el fondo embarrado donde vivís.
Esa manera de limpiarte las sombras pegadas en tus suelas 
me acobarda.
Ya no sueltes tus tropiezos en mi carne
ni maldigas la mañana con tu voz de naranja amarga,
ni me sientes a mirar el horizonte
¿no ves que tengo los ojos desinflados?

No revises mi bolsillo izquierdo
está lleno de papel picado

¡Ah!
Y no me esperes

Me he vuelto viento inestable
ahora en las esquinas
ahora en los angostos pasillos de mis venas
ahora en los tejados espantando lunas
ahora no me camines encima.


Hoy no me verás 
es tarde.

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Instrucciones para no tener miedo

Mi amado Julio Cortázar escribió un Manual de instrucciones, donde daba una serie de pasos a seguir cuando por ejemplo hay que subir una escalera, para llorar, para dar cuerda a un reloj, instrucciones para entender tres pinturas famosas, para matar hormigas en Roma, pero no da instrucciones para no tener miedo, qué hacer cuando uno tiene miedo de ese que te corroe por dentro. Yo sé que él lo tenía y ha debido espantarlo con relatos como este, que cuenta ejemplos sobre la forma de tener miedo:


En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere. (Como Cortázar era un mentiroso yo nunca creí que Escocia fuera Escocia, siempre pienso que es donde yo vivo y que soy el lector que está por desembocar en la página en blanco) En la plaza del Quirinal, en Roma, hay un punto que conocían los iniciados hasta el siglo XIX, y desde el cual, con luna llena, se 
ven moverse lentamente las estatuas de los Dióscuros que luchan con sus caballos encabritados. (Veo la luna invadida por los Dióscuros)
En Amalfí, al terminar la zona costanera, hay un malecón que entra en el mar y la noche. Se oye ladrar a un perro más allá de la última farola. (¿No es esto miedo intenso? Sentir cómo despacito de vas adentrando en un pantano y lo único que escuchás es un ladrido de perro.)

Un señor está extendiendo pasta dentrífica en el cepillo. De pronto ve, acostada de espaldas, una diminuta imagen de mujer, de coral o quizá de miga de pan pintada. (Cuando uno siente miedo, también te sentís mas solo que Kung Fú) 

Al abrir el ropero para sacar una camisa, cae un viejo almanaque que se deshace, se deshoja, cubre la ropa blanca con miles de sucias mariposas de papel. (En cualquier momento, tras una acto cotidiano, en medio de eso que hacés automáticamente, algo se quiebra y se entran a caer pedacitos sueltos, y todos caen sonbre vos como una lluvia finita de vidrios)

Se sabe de un viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda, justamente debajo del reloj de pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó la sangre: la herida mostraba la huella de unos dientes muy finos. (Eso también me pasa, pero
empiezo por la muñeca derecha y sigo en los talones, un sendero de dientes me recorre) 
El médico termina de examinarnos y nos tranquiliza. (Ahí siento alivio inmediato e inmediatamente después pienso "me tranquiliza porque es grave" y me vuelve la intranquilidad) Su voz grave y cordial precede los medicamentos cuya receta escribe ahora, sentado ante su mesa. De cuando en cuando alza la cabeza y sonríe, alentándonos. (¿Porqué hacen eso? Mi médico me habla de Fogwill, escritor argentino que se murió hace poco, pero que vivía por mi barrio. Antes porque estaba vivo, ahora porque ha muerto. Aumenta mi miedo) No es de cuidado, en una semana estaremos bien. Nos arrellanamos en nuestro sillón, felices, y miramos distraídamente en torno. De pronto, en la penumbra (ahí volvemos a intuir la sombra comecocos) 
debajo de la mesa vemos las piernas del médico. Se ha subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer. (Las personas que padecemos del miedo como enfermedad siempre evitamos hablar de eso porque nos sentimos ridículos. A mi hace tiempo que dejó de importarme ser ridícula, me siento mas ridícula siendo solemne, ahí si que muero del bochorno, algunas veces me sucede y lo paso fatal)



Amo leer a Julio, siempre me hace sentir cerquita de su alma tibia y arrugada de terrores nefastos, me siento menos sola, menos desamparada, menos loca de atar.
(¿Les pasará esto a alguno de ustedes?) -aclaro las letritas verdes, soy yo leyendo el relato y agregando lo que pienso-

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Lejos

A los 10 o 12 años yo ya sabía de qué se trataba el desamor.
Ya había vivido lo suficiente como para saber muy bien qué era eso y escribía unos cuentos que chorreaban corazones rotos. Tenía una mesita donde estudiaba, toda escrita con cosas que se me ocurrían y para no perder tiempo en buscar papel, allí escribía frases, ideas, pensamientos, nombres, todo sobre la madera. Entre todos aquellos mamarrachos tenía escrita una estrofa de canción que era especial para que -de ser necesario- el llanto se provocara de manera inminente: Lejos de los ojos de Dyango. Era lo mejor que había para llorar mucho si un chico te había escrito en un papelito todo arrugado que te dejaba o una amiga te decía que lo habían visto con otra.
Males mortales en aquellos años.
Recién me acordé de esa canción y una vaga melancolía me invadió al recordarme tan pequeña, mirando por la ventana esa calle ancha y desolada en la interminable tarde con gripe de pueblo. De pronto sentí que aquella ventana de mi casa de infancia y esta de ahora, eran lo mismo. Siguen teniendo enmarcados los ojos de una fantasiosa que no deja de imaginar cosas.


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Estoy complicada

Parecía una gripe normal, pero me pasó esto hacer click para ver mi estado real.

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La calesita de la terminal


-Doisneau-

De haber sabido que esa era la última vez, me hubiera quedado hasta que me echaran, pero no lo supe y me escapé dos veces. La primera me fui enojada con el calesitero, porque nunca me dejó sacar la sortija. Me fui rabiosa y caminando mas rápido que ligero, por un caminito hecho a fuerza de pasos ariscos de pibes que se rebelaban contra el viejo de los juegos y salían como yo, por la parte de atrás con tal de no atravesar todo el parque. Ese caminito me llevó masticando furia y el “no vuelvo nunca mas” giró como la calesita hasta el cansancio entre mis dientes, mientras los acordes de un acordeón a piano se repetían sin cesar detrás de mi. No sé cuánto pasó, el tiempo parecía atrapado en la prisión de los dedos de un gigante en esos días, pero pasaron cumpleaños, auroritas, reyes, fiestas de escuela, anginas, amigas, primas, chinchón y ocho hermanos en casa de la abuela, matinés de domingos en el Zurro y una tarde me vi ahí parada, olvidada por completo del nunca mas volver. La música de siempre dando vueltas en el viento, el calesitero invitándome a subir.
Ya estoy grande, me acuerdo que le dije.
No pasa nada, subí que si te sacás la sortija la próxima vuelta la tenés gratis.
Y subí tentada por la remota posibilidad de un premio que nunca tuve. No busqué ni el caballito blanco, ni el barco que me encantaba, ni el avión, me quedé agarrada del pasamanos medio avergonzada. Y hasta tuve una suerte bárbara: me saqué la sortija en el primer intento, fue tan fácil, estiré la mano por encima de las otras manitos que se quedaron flotando desilusionadas en el aire y la agarré. No sentí nada de lo que siempre había imaginado, algo había pasado en el medio que había desmoronado esa emoción. Le regalé la sortija a una nena y me fui caminando despacito por el estrecho pasaje de yuyos aplastados, hecho por los pies de los ariscos. Antes de llegar a la esquina me di vuelta para mirar, no se cómo pero a escasos metros de mi llovía. No donde yo estaba, pero allí, donde la calesita giraba, llovía. La música era un fantasma húmedo, un repiquetear de gotas sobre el techo de colores y la calesita un mundo desolado que del que huí. 


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La originalidad no existe

“Nada es original. Roba de cualquier sitio que resuene con inspiración o alimente tu imaginación. Devora películas viejas, nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones al azar, arquitectura, puentes, señales de tráfico, árboles, nubes, cuerpos de agua, luz y sombras. Selecciona únicamente las cosas a robar que le hablen directamente a tu alma. Si lo haces, tu trabajo (y robo) será auténtico. La autenticidad es muy valiosa, la originalidad no existe. Y no te molestes en ocultar tu robo – celébralo si te apetece. En cualquier caso, siempre recuerda lo que Jean-Luc Godard dijo: “No es de donde tomas las cosas – es a donde las lleves”.”
Jim Jarmusch

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Don Florindo y mis huesitos descarnados.


Narciso Jacinto Amarillo Florentínez, de los Amarillo Florentínez de Florencio Varela, nacido por casualidad en el estado de Florida, región sureña de los Estados Unidos, se dedica en honor a todas estas circunstancias ornamentales de su vida a la floricultura. Tiene un invernadero que linda con los fondos de mi casa, allí pasa sus días cultivando y mejorando sus especies, descubriendo colores a los que llega con secretas mezclas de pigmentos que trae de Lisboa y de una remota  aldea de Guzmania, a la que nunca menciona por temores varios.
Su invernadero es pulmón de manzana, de modo que todos los vecinos asistimos azorados y envidiosos al crecimiento de esa torre acristalada, que año tras año se eleva un piso mas, dejando colgar de sus inmensos balcones sus agraciadas y diversas especies.
Don Florindo –así lo llamo yo con sarcasmo- cada día nos muestra una maravilla diferente.
Hay que reconocerle su mérito, no descansa en su hacer y tal como lo indica su nombre Jacinto tiene una constancia insoslayable
Todos los vecinos callados, asomamos nuestras narices a los cristales para ver sus prodigios. Con los ojos plenos de matices y el corazón apuñalado miramos toda la belleza de un saque y esa emoción nos deja perplejos, embobados, pero luego entra a rasparnos por dentro cierto resentimiento porque al volver la mirada a nuestros patios, los vemos desmantelados, llenos de maleza y con una florcita guacha aquí y otra mas allá y abundantes matorrales de esas blancas florecillas de sapos, que crecen en los pantanos porque si o alguna macetita triste con un malvón desolado y con ese color tan parecido al rojo que tienen todos los malvones de la historia. Después de semejante visión mas de un vecino termina como yo, con dinamitas, rastrillo, pala, tijera y azada en mano queriendo dar vuelta toda la tierra del fondo y de paso sepultarnos una tarde de domingo, para ser mas trágicos.
Pero sucede que cuando clavo la pala en la tierra y doy vuelta el renegrido terrón de humus, ese perfume agreste me recuerda las semillitas que tengo guardadas en un frasco alojado acá en el bolsillo del costado izquierdo y mando todo el resentimiento al remismísimo carajo y destrozo el pequeño páramo de mi patio y al boleo desparramo semillas sin nombre. Rústicas simientes que no puedo negar, huesitos descarnados, futuras flores de mi jardín.

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Atrás de la ventana


ventana empañada

óleo sobre tela encolada a tabla
120x120 cm

colección particular de marcelo bravo becerra











A veces la mirada se hunde en algún pozo. Un recuerdo que no llegó a tener vida, aflora tempestuoso. Los ojos no se cierran, se quedan como atenazados al afuera, apretados contra el vidrio, lloviendo arenas, tiritando huesos, perforando el hueco desteñido, 
lejano              
indiferente
de algo que no fue.

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Historias épicas de José Castillo

" y sin embargo ella está ahí
-tan carnosa- 
impertérrita sustancia sin nombre"

Patricia Angulo


I


savia impía repta –también–
por piernas que nunca antes fueron abiertas
viscosa homogénea y tácita se detiene en el tiempo
cuando se rompe la membrana y el cráneo irrumpe
con la voracidad de la paz que se enajena



II


sin verbos se enfrenta al mundo
pleno de onomatopeyas y sangre aún     cubríendolo


sabe intuitivamente que es la presa y se arma
desenfunda su espina erecta y arremete
penetra la carne de sus enemigos invisibles
e imperiosamente exige venia y un nombre para los caidos

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