Reflejos


"Me refugiaré
Antes que todos despierten"
-Soda-
De ese lado
detrás de una pared de vidrio
ellas dormían el mal de su abandono

Del otro lado
detrás de una pared de vidrio
yo dormía el mal de mi abandono.

Despues de mirarnos largo rato,
nos parecíamos
sólo que estábamos en dos peceras diferentes.

Desde la mía,
pude ver sus rostros genuinos:
narices de ratón,
ojos de búho
sombras sin sentido
alas de lata
pies resecos de barro y hastío
apoyadas al cristal
-tristes cadáveres de una planta-
caras lanceoladas, fusiformes
con sus cicatrices aún verdes
me miraban la pena desde su prisión,
eran espectadoras de esta pena mía
la que me come
la que no se combate con sequía
la que no se cansa
y me guía

Desde mi lugar de curioso privilegio,
con la botella de agua mineral en la mano
ahogada con el agua de mis ojos
creí entender qué les sucedía:
son las ocho treinta minutos en la ciudad de Buenos Aires
(la ciudad de la furia dice Soda)
las ocho y media de un día cualquiera,
de enero,
del año en curso.
El sol está escondido tras unos nubarrones de colores póstumos
no hace falta que mire mas
la radio anuncia que se esperan chubascos por la tarde
avisa que salgamos con paraguas.

Las miro
-cristales de por medio-
a las pobres muertas
y se me agrieta el alma
eso sí que es triste
mirar tras el vidrio que a mi me sobra lo que a ellas les falta:
botellita de agua
lágrimas
tanto río inútil derramado
y ellas muriendo con una sed que espanta.

De este lado yo
reclinada en mi pecera,
con la cabeza apoyada contra el vidrio que se empaña
me pregunto quién estará mas seca de las dos
quién tendrá mas forma de planta
triste reflejo el que me alcanza
...cambio el dial
miro el cielo, es verdad, hoy tendremos agua.

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La ciudad sin vos

"Mientras tanto la garúa
se acentúa
con sus púas
en mi corazón..."


Creo que la ciudad te extraña.

No lo dice con palabras, ella sólo expulsa sus lágrimas de veneno en las alcantarillas pútridas y algunos días como hoy, la veo derrotada.

Ahora vengo de la plaza grande -por ejemplo- y los árboles estaban tan pesados que daban la impresión que sus hojas se inclinaban a barrer el piso. Pude haber pensado que era casual eso de estarse así doblegados, que el verano los ha vuelto frondosos, que son mas pesados con los años que con los nidos, sin embargo al mirarlos pensé que estaban vencidos.
Sentí que algo de vos les hacía falta, algo como tu mirada o tu andar fatídico.

Y tu banco, el de los silencios, ese pedazo de madera curtida que alojó durante tardes enteras tu bolsa de huesos encadenados, es él ahora un montón de huesos secos en sí mismo y -la verdad- parece que no le importa.
Está a merced de los vientos y de las próximas lluvias, para que terminen con él, y dejar de ser esa espera absurda en la que se ha convertido.

Así creo yo, que la ciudad te extraña.

Con esa cara pálida de los domingos, con ese andar sombrío de los paraguas negros y los abrigos.
Yo no sé el idioma de tus calles, desconozco cómo se quejan los portales que te tuvieron y hoy están vacíos, pero a mi me parece escuchar en mis bolsillos un lamento de voces o chillidos, como hormigas entre las manos, como si hiciera frío.

Yo creo que la ciudad te extraña como yo, que no te olvido.


"Solo y triste por la acera
va este corazón transido
con tristeza de tapera"
-Troilo y Cadícamo-

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Marchita


Quizá tú no me viste,
quizá nadie me viese tan perdido,
tan frío en esta esquina.
Pero el viento
pensó que yo era piedra
y quiso con mi cuerpo deshacerse.
-Luis García Montero-

La flor se quedó sobre la mesa, se quedó al costado del diario que no le avisó lo mas importante del día.

-Debió decirle aunque sea entre líneas que ella no vendría -

Y para qué ocultarlo, al lado de la flor se quedó tambien su pena, envuelta en una servilleta que le arropó el desamparo.
Pensó en llevarla consigo, darle alojamiento en alguna de sus vértebras, mirarle indefinidamente sus colores pálidos y avizorar todos los finales posibles.
Pensó en ahogarla con alguna bebida, tirarla bajo el tren del mediodía.
No quiso.
Todo cuanto pensó le pareció fatal.

Por eso prefirió dejarla allí, anclada en aquella mesa perdida, al reparo de los vientos y lejos de su porfía.

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Abrazo


"No me pidas que no sangre
si aún el cuchillo no sacaste de mi
no me pidas que use cicatrizante
dame días
dame meses."

-Andrés Calamaro-


En el momento en que el sol percibe sus últimos instantes de vida, convertido en un punto naranja, incendiado, completamente agónico; se estira con las fuerzas que aún le quedan a sus brazos.
Ellos se vuelven cada vez mas violetas, ahogados de final y me abrazan la mirada.

La rodean.
La tienen cercada.

Obligándola en ese abrazo a ser testigo de su fin, de su inexorable muerte.
Esa prisión dura un respiro, luego cede lentamente y todo pierde color, fuerza. Se desangran sus venas, se apagan las hogueras, se dilatan mis pupilas, mis ojos se enfrían.

Arden mis palabras.

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Palomas

Buenos Aires está habitado por palomas.

Cuando los subtes se tragan a todas las personas
y las autopistas se meten en sus bolsillos hambrientos a todos los autos.
Cuando en los edificios, los ascensores hacen huelga
y las escaleras están prohibidas lo único que desciende sobre sus calles mojadas
son palomas.

Esta ciudad que tiene alma de espantapájaros,
curiosamente cuando es abandonada en el mismísimo infierno,
las únicas que se le atreven son palomas.

Buenos Aires es un jardín vivo de palomas.

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Perfilo un adiós


Sumo pasos sin sombra
colecciono olvidos
agrego palabras huecas a mis bolsillos
enhebro horas perdidas
extraño

(perfilo un adiós)

entro a mirarlo por los bordes
subo sus escaleras
prendo luces para no tropezar
en los descansos
camino lo que tiene de cordillera
me refugio en su bahía
- esa cuna hueca-

lo tengo en las manos
lo miro

es un adiós con todas las letras
con los ojos tristes
con la mano levantada y agitándose
en la boca
tiene una mueca

me duele
tanto

que me salgo de su contorno
lo borroneo como si fuera de arena
lo dejo desdibujado
y me marcho.

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Un café para el silencio


¿Qué brazos buenos, qué hora feliz,
me devolverán esa región de donde vienen mis sueños,
mis mas mínimos movimientos?
-Arthur Rimbaud-


Un silencio cargado de palabras por nacer se subió a mi garganta.
Nada peor que los silencios en trabajo de parto. Las palabras pujando, la garganta cerrada, los ojos rojos, los dientes apretados.
Y el dolor, claro.
En estas circunstancias, buscó asilo en mi garganta. Acampó en medio de una tempestad y se hizo dueño de mis horas mas sombrías.

Su naturaleza tibia lo tuvo batallando bajo mis párpados, en penumbras, intentando dar vida a un tumulto de emociones retorcidas.

Mis ojos entonces, fueron espectadores de una película muda.
Miraron las paredes al sol.
La vecina aturdida.
Los grafittis de la estación.
Las calles adormecidas, sus ventanas de verano abiertas, el bullicio del mercado.
Más arriba, el gato merodeando el techo con una lentitud que se amiga con el ritmo de mi mirada y parecen danzar juntos. Luego en un momento de distracción lo pierdo, él corre mas rápido, y yo trastabillo por el tejado para caer sobre las ramas de los árboles, que generosas hasta el cansancio me abrazan y me sostienen allí una eternidad.
Mis ojos se abandonan entre esos brazos, nada importa. Sólo estarse allí, suspendida en un cielo de hojas.
Desde esa altura recobro perspectiva y la música del ambiente se borra de inmediato cuando recuerdo que hay un silencio por parir.

Un silencio que invita a mi cuerpo a sentarse, que me corre la silla como un hombre amable, que pide un café y se estaciona entre mis manos.

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El cantante


Me voy -no sé cómo-
pero me voy recortando mi campo de acción
en vez de reparar en los motivos.
-Quique Gonzalez-

A medida que se aproximaba el final del show fue decidiendo la partida, romper el contrato, cargar con los gastos y ser libre.

Habló ligeramente con el dueño del bar, le explicó alguna razón, se retorció las manos porque estaba nervioso, se fumó un par de cigarros y la miró hasta quedarse sin aire mientras bajaba esa pena con algo de alcohol.

(Ella distraída,
sin saber que no habría otra noche,
recolectaba las copas de las mesas vacías.
Caminaba con ese cansancio que le resaltaba el encanto
arrastraba los pies,
lo ignoraba.
Sonreía con los de la barra,
se acomodaba el pelo.
Reía, siempre tenía la risa a punto caramelo.
Esa noche también
)

Él se quedó con una sonrisa que ella le dejó al pasar, con una sonrisa más de las muchas que durante la noche regalaba, de esas que salen sin esfuerzo, la guardó en el bolsillo de su camisa, sabía que allí no la iba a perder y cantó una vez mas, eso lo hizo para él.

Cantó para él, antes de huir.

La última vez que se miraron a los ojos, la guitarra se desarmaba entre sus dedos y él se olvidó la letra. Ella le regaló otra sonrisa para atesorar.

Mas tarde, en la carretera, mientras un pueblo, entre tantos pueblos que hay en el oeste bonaerense quedaba atrás, él cantante se alejaba a pasos agigantados, una sonrisa se escapaba del bolsillo y aprendía a latir con fuerza.

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