Lo que no te mata...

te hace mas fuerte, no?

Pues siempre que escuchaba esa frase, pensaba que era así, pero he tenido la fatalidad de comprenderlo estos días en carne propia, piel propia y terror propio.

He sufrido un accidente hogareño, me ha estallado un vaso de vidrio térmico que dejó de serlo justo cuando decidí echar agua hirviendo dentro.
Al estallar, el líquido se derramó sobre mis piernas y tengo los dos muslos superiores afectados, arruinados y lucen horripilantes, sobre todo duele muchisimo, por eso no he tenido voluntad de escribir nada, me he sentido muy mal estos días, desganada y contrariada.
Los accidentes son cosas con las que uno no cuenta, no son esperados en absoluto y te sorprenden, dejándote mal parada por un tiempo.
Recién ahora voy ceptando lo sucedido y sigo como puedo.

Tengo que guardar reposo, lo que mas pueda, tengo que distraerme para que no avance mi ansiedad, tengo que dejar pasar el tiempo, pues esto va a llevar su proceso y tengo que intentar por todos los medios de ser muy paciente.

Me siento fatal escribiendo esto, no sé cómo seguir en el blog sin subir nada, pero es que no puedo pensar en nada, estoy anulada, sólo necesito leerlos, compartir con ustedes que son mis amigos en este sitio mi pesar, pues tampoco puedo hacer como que no ha pasado nada, cuando estoy tapada de pastillas, inyecciones, curaciones y dolores a granel.

Y visitarlos, leerlos, participar como me gusta a mi en sus casas, creo que me va a ir haciendo olvidar un poco este momento y cuando sienta voluntad de escribir de nuevo, aquí estaré.

Sepan disculparme.

Un abrazo a todos muy fuerte, sin que me rocen las piernitas, porfis!!!!!

Pato

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Nido


"Adivino una ternura húmeda
debajo de la sombra que empaña tu rostro
todo me dice
que aún te quedan risas por robar
aunque el cielo te desate un llanto"
-Pato-



Terminó de escribir con el fuego quemándole los dedos, con los ojos incendiados y el alma amontonada en la garganta.


A borbotones le fluían las ganas
pero por espacio de horas se quedaban estancadas
hubieran pasado siglos sin despertarse si nadie las llamaba
o tal vez
hubieran salido a buscarse solas si nadie venía a buscarlas
por espacio de horas se quejaban todas rotas
A borbotones se morían enyesadas


Terminó de escribir con las manos ramificadas, le habían crecido hojas naranjas y un nido de hornero se le había pegado al alma.

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Coleccionista de días felices


"Muchacha ojos de papel
¿A dónde vas?

Sueña un sueño despacito entre mis manos
hasta que por la ventana suba el sol.
Muchacha no corras más
tu tiempo es hoy"
-Luis Alberto Spinetta-

Era el día de su cumpleaños número nueve y aún no lo sabíamos, pero ese iba a ser el primer día mas feliz de su vida.
Así comenzaría su colección de días muy muy felices.

No imaginábamos que una bolsa de caracoles dispuestos de una determinada manera sobre el césped, a plena luz del día, bajo un sol estrenando primaveras, la haría tan feliz.
Tanto que no lo iba a olvidar nunca, tanto que estaría entre sus recuerdos mas preciados, y siempre lo recordaría como uno de los días mas bonitos de su vida.

Ella dormía un sueño de flores nuevas y nosotros corrimos a la playa a juntar caracoles recién salidos del mar.
Seguramente eran caracoles enamorados, caracoles con alma de estrellas de rock, caracoles que sabían bailar y usaban pelucas, caracoles con estrellitas de mar pegadas en la cara, con vestidos de fiesta y con globos, caracoles descalzos y sin nubes en los ojos. De esos caracoles que se vuelven torbellinos de caricias.
Ahora que lo evoco, estoy segura que eran así.

Y los fuimos acomodando sobre el pasto, formando su nombre se quedaron allí tomados de la mano, caracol con caracol, esperando que la princesita despierte de su sueño y cuando eso sucedió, ella abrió la ventana para que el día se meta de lleno por sus ojos, por su boquita de fresa, por esa sonrisa grandota que siempre tuvo y lo que la esperaba tras los postigos de madera era un concierto sorpresa.

Para nosotros, los caracoles se quedaron tiesos en el piso, sin reacción alguna, pero a mí se me hace que ella los vio bailar, los escuchó cantar su feliz cumpleaños, le hicieron un show de piruetas marinas, le contaron el romance secreto de la Sirenita, le relagalon un abrazo gigante bordado con olas.
Algo maravilloso debe haber ocurrido esa mañana que nosotros con nuestros ojos de grandes no supimos ver, porque ella hoy a punto de cumplir sus 15 años aún lo recuerda como uno de sus días mas bonitos.

Con seguridad el sábado 20 ya tendrá un día más para su colección de días felices.

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Sepan disculpar mi ausencia de estos días, no he podido responder los comentarios, pues estoy abocada de lleno a la organización de su fiesta de cumpleaños y no me alcanzan los tiempos.

Un abrazo muy grande a Cielo, Ybris, Toro, Zooey, Mireya, Diana, Pez de ciudad, Carlos, Mugget, Nany, el Martín pescador, Mucha, Jac, Modes, Merak, Angélica, Calma, Dalia, Caty, Lau, Rakela y también a los que han pasado en silencio.

Muchas gracias por el cariño de siempre.

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Renglón


"Busco acaso un encuentro que me ilumine el día,
y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden"

Creo que me estoy muriendo en un renglón.
Todo indica que no hay salvataje posible, que me termino antes de encontrar el punto.

Me parece que no voy a poder llegar a la otra esquina, que no voy a encontrar las palabras para contar el sueño que se arrinconó en mis manos. Se me dificultan los versos y el aire.
Todo se ha enturbiado, como el paisaje que cambia sin aviso.

Del otro lado me esperaban unos girasoles minando por completo un campo, las paredes de la casa eran blancas y los árboles que habían crecido tanto...
La ventana que daba al sur estaba abierta, el viento despellejaba una cortina de gasa hasta el cansancio.
Antes del final, pude imaginar cómo era ese silencio y me supo del color del ocaso.
Juro que quise narrarlo, quise arriesgar una catarata descriptiva de aquel remanso y sólo me cercó el espanto de no poder dibujar ni el caserío abandonado, ni el prado, ni las calles demasiado anchas y mucho menos ese rotundo sabor salado.

Entonces viendo que me moría, me quedé quieta en el descanso.
Me abracé con fuerza, me pegué al renglón que me contuvo entre sus brazos.
Y le dije al oído todo lo que el antojo de mi alma le fue contando.
"Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido,
que viene de la noche y va a ninguna parte,
así mis pies descienden la cuesta del olvido,
fatigados de tanto andar sin encontrarte"
-Joaquín Sabina-

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De viaje

" Pueden venir cuantos quieran
que serán tratados bien
los que estén en el camino
Bienvenidos al tren!!"
-Sui Géneris-



Se trepó a la estación de mi boca.

Llegó a último momento cuando el tren se iba, corrió el andén como una loca y me subió.
Se apoderó de mis labios como si fueran los asientos de su vida y se tiró para atrás, descansando con el hallazgo de haberme alcanzado a tiempo. Se quedó mirando por la ventanilla, mientras afuera la lluvia se volvía un manto frío.
Se reclinó decidida a pasar el día entero y yo no ofrecí resistencia, la dejé colgada a un costado y me fuí con ella por las vías.

Cuando el día se ve tormentoso, las calles siniestras, las paredes comienzan a crecer como el espanto, los árboles se pueblan de miedos y no hay ningún atajo, no hay mejor compañera de viaje que una sonrisa.
Ella funciona como un limpiaparabrisas, me va secando la llovizna, se vuelve escoba y se encarga de barrer las hojas y hasta se atreve a frenar el viento.
Todo mi cuerpo se va contagiando por ella, como si el asiento le quedara chico va tomando todo lo que queda de mí y llega hasta los pies.
De modo que ellos, eternos náufragos de melancolía se ven sorprendidos y lo celebran, entonces van evitando los charcos, bailan en las veredas rotas un zapateo americano, mantienen un equilibrio casi a punto de perderse y atraviesan el día con los ojos asombrados.

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Hojalata


Hacé de cuenta que estuve navegando
es casi lo mismo, sólo cambia el paisaje:
abajo el mar que nunca se ve,
arriba el cielo - el cielo raso-
y tu foto en la pared.
-Baglietto y Abonizio-
Una esquina de lata pintada de colores, que tenía la cara acostumbrada a recibir todos los vientos, era su casa.

El primer sol para él, tenía sabor a frutas, abría los postigones de una ventana agónica y respiraba el perfume de un río que pretendía ser plateado. La mañana se destapaba por completo, mientras en la radio las noticias de siempre se revolcaban entre presagios inmundos y crímenes pasionales.
En los callejones del puerto los amaneceres frutados son una quimera, igual que el regreso de ella. De ciertos lugares no se vuelve -eso pensaba con nostalgia-.
Se preparaba unos amargos y harto de escuchar ese arrullo de mal agüero, apagaba la radio y buscaba su silencio, su remoto silencio acostumbrado.

Allí en ese pequeño hueco de tiempo es que volvía a encontrarla, por eso estiraba un rato los mates, para verla sentada a su lado, en el brillo de esa mesa solitaria, con sus manos blancas untando de manteca unas tostadas. La veía con la sonrisa que él le había puesto para quererla siempre, con sus ojos de color dorado, la veía hecha de niebla, flotando en ese ambiente cálido.
Era suya otra vez, cuando la veía llegar, cuando la traía a su casa de hojalata.
Algunas veces venía con ese vestido estampado, otras uno color lavanda. El cabello recogido le sentaba bien, aunque él prefería si ella lo dejaba suelto, con un perfume de jazmines acariciándole los labios.
Con un andar felino la deseaba.
Así la quería.
Así la soñaba.
Entre mate y mate, mirando por la ventana que daba a un fondo de colores oxidados, él se imaginaba una colina verde y era lo único que importaba.

Atrás quedaba el puerto con su olor putrefacto, atrás las paredes de lata fría, atrás la esquina solitaria, eso era puro cuento. Lo que importaba, lo que realmente le daba aire a sus pulmones estaba en esos momentos que le robaba cada día a la vida.
Después estaba listo para enfrentar cualquier guerra que lo esperara escondida entre las calles.

Y cuando el mate eran puros palitos flotando, cerraba la ventana, y adentro quedaban todos sus sueños de arcilla esparcidos sobre la mesa.
Durmiendo con una sonrisa tierna hasta la próxima vez.

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Cansancio


"Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo."
-Julio Cortázar-



Nunca sé definir por dónde comienza mi cansancio.
Sí tengo claro por dónde desbarranco, siempre es igual, aterrizo en cualquier lado y tomo forma de pantano.

Yo me doy cuenta que el abatimiento se va instalando, porque lo intuyo como si se me sentara en las rodillas y comenzara una conversación malsana, con esa voz que tiene de letargo.

Cuestión que esta noche vino y se sentó a mi lado.
Con esos ojos lejanos tan suyos, con sus gestos de agobio me ha hablado.
De la conversación se ha desprendido que no hay lugar para un cuerpo cansado, no hay espacios, apenas quedan refugios vagos donde despojar un desierto de agónicas ilusiones y dos o tres estrofas para poder expresarlo, pero no más.

La noche devora cualquier hartazgo, lo mastica con una lentitud de domingo y eso, curiosamente, me basta.
Las esquinas del centro reúnen a los borrachos y los soñadores dicen que bailan por TV.
Las sombras se derrumban en los peldaños, como si estar allí, significara haber llegado al lugar buscado.

Y yo, que he aprendido el sabor de las penas diluídas con aspirinas en algún vaso, mientras despellejo las cáscaras de estos huesos apilados, tengo claro que no hay nada que pueda con el cansancio que se aloja definitivamente en el costado izquierdo.

Allí donde la vida te pide que siempre la estés esperando.

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