Hace poco me regalaron un cuaderno artesanal precioso para que escriba allí poemas o ideas o palabras o…Algo…
El cuaderno sigue ahí sin que yo lo haga mío. Las hojas me miran con desconfianza, parecen decir, nos mentiste. Y es verdad, cuando lo tuve en mis manos, lo abracé derretida de emoción y agradecí el regalo diciendo que hacía mil años esperaba tener un cuaderno así y que lo iba a llenar de versos. Nos engañaste, me dicen las hojas, parafraseando a los Pimpinela, seguimos vacías. Y es verdad, ahí está pequeño como una mano, gordito, con hojas mate, sin renglones, forrado en tela, con un lomo duro, como los cuadernos de la infancia que siempre amé y casi nunca me compraban porque eran los más caros. Si sos de Argentina te vas a acordar de los Rivadavia. Así es mi cuadernito que no me atrevo a estrenar. Cada vez que lo abro, nada es tan importante para ser escrito allí. Pienso, si voy a escribir algo acá, tiene que ser realmente bonito, algo que me tenga enredada y perdida. Algo…Y ese algo, nunca es tan genial, ni tan fantástico, ni nada, y ahí están todas las hojas amontonadas, respirando hastío y yo pensando en una frase de Cohen, que dijo hace poco recibiendo el premio Príncipe de Asturias de las Letras en España “La poesía viene de un lugar ambiguo que nadie puede conquistar”
Esa es la frase con la que voy a tirarme de cabeza entre las hojas nuevas, nada mas cierto, nada mas enigmático que el motivo que nos hace aferrarnos a unas letras y escribir como desesperados un poema. O no hacerlo, nada mas extraño que sintiendo ese fuego uno se quede mirando el vacío y esperando que se apague el incendio. Esa mezcla turbia e imprecisa de emociones que nos impulsa a querer decir
asir
tomar de las pestañas al sentimiento
y pincharlo a la hoja con una aguja
como una mariposa nunca antes vista
y dejarlo allí que se vuelva raquítico durante días
que pase sed
que se muera si quiere
que le falte la luz y empalidezca
que tenga frío
que no haya nadie que lo arrope
que me pida que vuelva
que lo abra
que lo lea
que lo acaricie con los ojos, que me deje mirarlo así despacito, suave y revolverlo, y preguntarme en qué momento lo encontré,
en qué jardín estabas cuando te atrapé,
sobrevolando qué territorio maldito, el sol de qué estación, qué licor prohibido...
Y entre otras cosas,
que me perdones esta letra
con la que no te escribo.