Desde adentro

El otro lado es el mayor contagio.
Hasta los mismos ojos cambian de color
y adquieren el tono transparente de las fábulas
-Roberto Juarróz-


Desde adentro te ví casi desplomado, y subí antes del derrumbe por las escaleras que van directo a tus ojos.
Caminando por la cornisa me asomé como una burbuja, temí que la ventana se cerrara y me aplastara o me enjugaran tus manos, entonces me refugié mar adentro, me alejé de las olas furiosas que llegaban a esa costa que iba a delatarme de inmediato, me hice lobo de mar, me quedé sola en lo profundo de ese oceáno que se había instalado en tu mirada esta mañana.

Fui bajando por tu garganta de fuego y lavé tu alma, como sólo saben hacerlo ciertos aguaceros internos, sin saltar por el balcón, sin tirar por la borda todo un río, sin que la cara se deforme, ni las manos se acobarden.
Lavé tu alma con agua de azahares, la sequé con aire bien frío, le puse un traje nuevo, la pinté con un arcoiris que robé del cielo del domingo, le dibujé una sonrisa de chocolate a los labios y marqué las líneas de unos ojos pícaros.
En manos de tu alma, dejé una bandada de pájaros para que pudieras seguir volando.


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A solas


"Soy un mar de curvas y paisajes eléctricos"
-Quique González-

Ella se había sentado ante mi con esos ojos lejanos que tanto le conozco, pidió café para las dos, acercó el cenicero para su lado y comenzó a fumar sin importarle las restricciones del lugar, comenzó a echar humo por la boca en grandes bocanadas, un humo que venía directo a mi cara, lo hacía para molestarme.
Lo noté, estaba con un humor de perros además, porque se dio cuenta de que yo estaba con pocas ganas de escucharle su lamento de tango y eso la enojaba.
Ella esperaba que yo le preguntara cosas, que indagara y yo nada.
Se tomó el primer café en silencio, cada tanto levantaba su mirada y se quedaba callada mirándome, interrogándome, averiguando, escrutándome desde ese pantano en el que se adentra a veces y yo para evitarla, miraba por arriba de su frente, miraba un horizonte de autos en movimiento, miraba unos semáforos inquietos, miraba un mar de gente, miraba la nada misma, tal vez me estaba mirando a mi desdibujada en ese fondo perdido.

De pronto me dí cuenta que ella seguía allí, como siguen los lunes obligados a los domingos, igual que siguen los perros a sus amos, seguía ya sin su café y con una montaña de puchos asomando del cenicero con el cuello estrujado.
Seguía con su mirada de ternero.

Y yo, que hay días en los que ni yo me aguanto, no la soporté más, me puse de pie y la invité a retirarse con cierta elegancia.
Ella, que suele tener raptos de dignidad se levantó despacio, aplastó el último cigarro, pagó los cafés y se marchó del mismo modo en que había llegado.
En absoluto silencio y con el aluvión de preguntas sin respuestas cargadas en los hombros.

Un pasillo apretado la condujo directo a la puerta de entrada del bar, al salir la vi repartirse entre los vidrios a mi tristeza.

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Nubes en mi ventana


"Por mirarte cruzando esa avenida
un desfile de risas me atrapó"

La ventana estaba abierta, un aire intoxicado pretendía limpiar un aire mas viciando aun, las cortinas se agitaban desprevenidas por el aire frío y se abrigaban entre ellas como toda solución ante semejante exposición invernal.
Los vidrios se habían empañado por completo y buscaban llorar alguna pena errática que se le había quedado pegada durante la noche y el viento helado haría maravillas en esa cara transparente y sucia.

La furia de un avión que partió el cielo en dos, apagó mi mirada justo cuando se había detenido en un sombrero parecido a un hongo, un sombrero de color marrón, y cruzaba la calle junto a unos jeans gastados, para instalarse en un murete de piedras que daba al parque, apoyada al contorno de una espalda cansada que miraba desde abajo hacia un atardecer mas quieto que mis ganas, siguiendo a unas manos que desde arriba parecían enérgicas y que una vez ubicadas en el murete, se agitaban por espacios prolongados sobre un lienzo blanco y garabateaban algo, como yo lo hacía al mismo tiempo en la pantalla.

Avión inoportuno.
Otra vez las cortinas luchando contra un cielo que se mete de lleno en mi casa, otra vez mis ojos esquivando nubes arrepentidas de vivir en las alturas.
Otra vez yo.
Ya no sé si soy nube acobardada o mujer delirando una silueta que se ve tan nítida en mis ojos.
Más...Mucho más que allí abajo

"Por mirarte no te olvidaré nunca
un segundo que fue una eternidad"
-Andrés Calamaro-

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Velitas para un camino

Por nuestras manos viajan carreteras infinitas
al abrigo de soles y vientos
-Pato-



Unos ojos vagabundos amaban a una mujer en secreto. Venían cada vez para verla un rato, para masticarla entre sus sueños imposibles, para atesorar su imagen y llevarla de regreso entre sus manos, como si hubieran juntado todas las flores del prado.

Con sus ojos de bosque y madera seca, se perdía en ella cada vez que la veía, se clavaba en su espalda y viajaba con ella el tiempo que podía.
Con sus ojos de hambre y madrugada se deslizaba lentamente bajando por una cintura tibia y se detenía en ese balcón perfecto para mirar el precipicio que se abría mas abajo.
Con sus ojos de alcohol encendido, hurgaba centímetro a centímetro ese cuerpo deseado, se escondía entre los pliegues de una blusa color tiza y hacía nidos imperturbables mientras el viaje se dejaba durar.
Esa eternidad siempre llegaba a su fin, cuando ella se iba siempre acompañada y ojos de cielo atormentado, se quedaba flotando en un aire enfermo, se llenaba de bruma hasta alojarse desnudo en unos cuencos helados.
Hasta la próxima vez.

Cuentan entre las mesas del bar que la última noche que vieron a ojos vagabundos fue cuando partía pegado a los omoplatos de ella, que ya no le importó que lo vieran atrincherado en sus hombros de nieve, que no se resignó a volver a sus cuencos fríos y al verla sola se fue con ella buscando el incendio. Cuentan que al partir llevaba el capricho embanderándole la cara y cuentan también que al llegar, ella sonreía y mientras luchaba con la maldita llave para abrir la puerta él le saltó en las manos, le mordió la boca, tiró la puerta abajo y la llevó por un camino recto hecho de velitas y flores.

Ojos vagabundos por primera vez se adueñó de una mirada de nube y entre los escalones que los iban subiendo al techo de los delirios, con su boca endiablada y rota la ató a su cama .

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Refugio


"Pon atención firmar mi rendición no entra en mis planes.
Todos mis planes caben en una canción"
-Quique González-


Era la tarde mas fría de los últimos días y se estaba yendo impiadosa, dejándome sin sol.

Yo necesitaba caminar un rato, me fui buscando silencio entre unas calles húmedas y cuando me dí cuenta el camino me dejó frente a él, que solo y medio destartalado me invitó a sentar a su lado.

Creo que yo estaba buscando esa invitación sin saberlo, desde que salí de casa.

Tenía el encanto de los años pegado en la piel, yo le conté un secreto y su mirada intensa me regaló el río que se incendiaba en el horizonte y sus brazos me refugiaron entera y sin medida de tiempo. De pronto descubrimos los dos que tal vez era la primera y la última vez que estaríamos alli asistiendo a ese momento único.

Casi nos dejamos invadir por una tristeza irremediable cuando pensamos en eso, entonces se me ocurrió la idea de dejar un rastro, por si alguna vez volvíamos a cruzarnos.
Una señal que permita reconocernos entre la inmensa cantidad de mujeres tristes que tiene la ciudad y los incontables bancos solitarios que se ofrecen en los parques.

Entonces desnudó su pecho de madera y yo le dejé mi corazón tallado.

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Sin techo.


"Dame amor,
que estoy de muy mal humor"
-Celeste Carballo-

Hoy la vi, sentada en el umbral de su casa.

Estaba con sus brazos apoyados en las rodillas y su cabeza le pesaba tanto que apenas se sostenía, estaba descalza y sentí frío al verla.

La calle era un desierto helado.

Entonces subí mi mirada otra vez, hasta su mirada perdida y seguí los pasos de esos ojos que se estaban yendo, me tomaron de la mano y me condujeron hasta la esquina del charco.
Caminamos por unas veredas desangeladas hasta el final de la tarde y allí me encontré con lo que la tenía presa desde temprano.
Abajo del farol, en una luz mortecina la ví tiritando, sin techo, sin cobijo alguno, sin un mísero lugar donde esconderse a una pena.

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Hilachas en mis ojos.


"Por eso son tan tristes todas las ilusiones,
y por eso en las locas noches del arrabal
parece que se quejan los roncos bandoneones
y cada tango es una canción sentimental"
-Cátulo Castillo-


Tenía un puñado de hilos revueltos en la boca de mi estómago.

Los miraba con preocupación, les buscaba las puntas, intentaba desatar los nudos, iba uniendo los que pertenecían a la misma madeja, hacía bollitos sueltos con los que no tenían nada que ver entre si.

Por un momento recordé a mi abuela, sentada en su sillón de mimbre, cerca de la ventana que traía luz de aquél patio lleno de flores, la recordé con su pelo blanco intenso, con su semblante serio de gran responsabilidad en esa tarea de desbaratar enormes desastres, en el costurero de madera que ella tenía.

Por un momento pensé que era fácil desentrañar aquél triste espectáculo de hilos despatarrados, todos peleados entre si, todos mirándose con ojos extraños, con largas uñas afiladas y con los dientes como clavos.

Hilos de miradas que no encontré
hilos de palabras que no vinieron a buscarme
hilos de momentos desmoronados
hilos de sonrisas que perdí
de manos frías, finitos y tristes hilos de baba
-todos deshilachados-
que por mas empeño que yo puse en ordenarlos, jamás podrán ser bordados.

Mas luego de tanto revolver, aparecieron unos tímidos hilos, con los pies tibios y los ojos cándidos, me miraron una eternidad, me treparon, se adueñaron de mi y cuando quise acordar estaban dejando su ser recien nacido entre mis manos.

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...


"Es tan triste vivir entre recuerdos...
Cansa tanto escuchar ese rumor
de la lluvia sutil que llora el tiempo
sobre aquello que quiso el corazón"
-Homero Manzi-
Buscó mi boca este silencio, buscó el abrigo de mis labios, la oscuridad que necesitaba para crecer, encontró a mi amparo. Se alojó detrás de mi lengua y allí se quedó a vivir la vida de los silencios.

Esas vidas de sombra y de letargo, de siestas de verano, de baules cerrados, de almuerzos con un plato, de vasos vacíos, de pasos gastados.

En ese espacio cóncavo hizo su celda. En ese refugio húmedo le crecieron manos y así contruyó paredes sin descanso, eternos laberintos por donde deambular como alma en pena, en solitario.

Yo supe protegerlo de cualquier condena.

Pero en las noches de luna, cuando los lobos aúllan en los baldíos desamparados, este silencio de mi boca, se revuelve desquiciado, agita sus manos rotas y despedaza mi garganta transformado en llanto.

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Naturaleza de aguja


"No mas nos queda esta noche
para vivir nuestro amor
y su tic-tac me recuerda
mi irremediable dolor"



Durante el día las agujas del reloj le causaban una impresión desmedida.

Siempre las veía como una gran amenaza con puntas. Y por las noches construía tremendas pesadillas con agujas gigantes que caminaban persiguiéndola por escaleras y pasillos de una casa llena de laberintos.

Las horas previas al sueño eran un manojo de pensamientos enredados, así se iba a dormir-. Lo de dormir era una manera de decir, en realidad se iba a padecer las horas que quedaban entre que ella cerraba la puerta de esa habitación y el sueño que por suerte llegaba al cabo de un tiempo de martirio.

Unos minutos duraba la felicidad, unos pocos y hambrientos minutos duraba el placer de tocar el cielo con las manos mientras acariciaba la almohada buscando paz, esa bendita paz.

Lo que llegaba luego, siempre era lo mismo.

Ejércitos de agujas, todas paradas esperando el comienzo del desfile, todas alistadas y prestas a comenzar con una marcha nocturna más por esos pasillos furibundos, que olían a mueble viejo y a nidos de cucarachas.
Ella no podía con aquello, ya no le quedaban fuerzas, sin embargo noche tras noche se repetía el mismo ritual y no podía decir que no.
Ella tenía naturaleza de aguja de reloj.
Cuando escuchaba el rumor de pasos en la puerta, cuando sus respiraciones de metal se volvían un estruendo, cuando sus ojos impacientes comenzaban a atravesar la cerradura de la puerta y sus corazones de compás marcado la llamaban a los gritos demoliendo paredes, ella saltaba de la cama y se dirigía a la multitud de agujas infernales que la tenían domesticada.

Con sus manos de sábana tibia, le daba cuerda a todos los relojes detenidos en las esquinas de su vida y comenzaba el despliegue de aquél ejército insobornable.
Marchaban con frenética energía con sus pies de yeso, golpeaban hasta el paroxismo sus sienes afiebradas y cuando se daban cuenta que la mañana estaba por llegar, se detenían de golpe, sin que les importe nada y cruzadas de brazo, se silenciaban todas al mismo tiempo, se miraban en ruinas, contemplaban el desastre cometido y se metian corriendo en sus caparazones huecos, en sus estómagos de lata, en esas frías bóvedas donde habían aprendido a dividir el tiempo, para empezar otra vez con sus rutinas cotidianas de marcadoras oficiales de las horas por vivir.

Ella abría los ojos magullados, todavía apretados de tanto soportar aquella danza febril, miraba la hora y se refregaba esos ojos agotados, por debajo de su camisón, asomaban dos agujas que aún temblaban, dos temerosas y erráticas agujas, que sabían su eterna condena de vivir sin descanso.



"Detén el tiempo en tus manos
haz esta noche perpetua
para que nunca se vaya de mí
para que nunca amanezca"
-El reloj-

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