Lo que ven mis ojos

Un horizonte de espigas doradas moviéndose al viento, mientras el sol cae sobre todas ellas sin miedo de explotar y quedar derramado por entero.
Un horizonte que bien podría ser naranja y estar siendo barrido por unos cabellos del color del trigo.
Un horizonte intenso y cálido como imagino, es el que se está desmayando en algun otro cielo, no en el mío.

En mi cielo no hay horizontes.
Se han escondido detrás de una barrera gigante de edificios y autopistas hambrientas tragando autos. Esas autopistas se terminan perdiendo en un universo infinito de casas empapadas por una lluvia de espantos, mientras el sol, desterrado de este dia, se desarma en tímidos rayos y deja sus restos húmedos sobre los techos mas altos, sobre las nubes pinchadas que le hacen de colchón, sobre mis ojos que lo miran hasta quedarse ciegos.

El horizonte que yo veo,
no es como el de los trigales agitándose al viento.
Éste se tiñe de smog.
Comienza a caminar por los tapiales como hiedras.
Viene cargado de plomo.
Se va trepando por mis ojos hasta dejarlos cautivos
y me tiene aquí
en esta ventana petrificada
mirando un atardecer que no sé si he vivido
en un sitio donde el viento arrulla espigas
mientras yo sólo veo techos destrozados,
-sumisos-
llorando la partida de un sol estremecido de frío.
-mis ojos algunas veces ven colores que no existen-

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Recuerdo de un garabato

Tu mano y la mía se han reconocido a la distancia, y se han levantado en alto para saludarse.

Nos han hecho cruzar la calle
y al tenerse cerca, de pura alegría se han puesto a hacer garabatos con sus dedos.

Nosotros, ya grandes y acostumbrados a nuestro clásico y señorial saludo desde lejos, nos hemos sentido ciertamente incómodos y se nos ha pintado de rubor la cara, de sólo verlas a las dos allí sin parar de abrazarse y estrellarse la una contra la otra.

-¡Qué manos mas escandalosas!- Hemos pensado.

Y para alivianar la espera y el bochorno, nos hemos puesto a conversar de cosas inmensamente livianas, como de lo rápido que corren las nubes en el cielo esta mañana.

Ellas pensando que estábamos entretenidos, se han ido caminando tomadas entre sí, y nosotros nos hemos quedado aquí un poco mancos, mirando para todos lados, pero tan contentos!

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Piel canela

"Los ríos solitarios fluyen al mar,
A los brazos abiertos del mar"

Ella estaba segura de que alguna calle la esperaba, por eso cada tarde, cuando el sol comenzaba a flaquear se ponía un jean gastado, una blusa cualquiera, se trepaba a unas botas bien altas, se colgaba un cinto en las caderas y se soltaba el pelo que le llegaba al final de la espalda.

Recorría un pasillo cómplice y oscuro. Un pasillo que olía a guisos quemados y a encierro, a puertas clausuradas, a cielos podridos y humedad.
Ella lo tapaba con su perfume de jazmines y la soledad de ese túnel parecía florecer como un balcón en primavera.

Poco le importaban las miradas de las vecinas del barrio y los tajos que esos ojos provocaban. Ya estaba acostumbrada. Ella exageraba sus movimientos hasta el fin de la cuadra y pasaba metida en su mundo, canturreando alguna canción lejana.

Esas que había aprendido en su tierra, cuando el tiempo y los dias se contaban para ir a la escuela, esa tierra con fronteras extensas repletas de girasoles y casas bajas comidas por la sal, donde los trabajadores amaban el sol por las mañanas y sus mujeres no sabían de calles perdidas y encontradas a la vuelta de cualquier pasillo despoblado de jazmines.

Ella y su piel canela, desdibujaban tristezas a su paso con canciones viejas.


"Los ríos solitarios suspiran: 'Espérenme,
Estoy yendo a casa,
espérenme."

-Hy Zaret-
(Version de U2)

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Manojito de emociones

Fue un buen momento.
Un exquisito momento de esos que no se olvidan. De esos que despiertan a las emociones mas dormidas.

Y todas ellas se pusieron en alerta, a viajarme entera.

Iban por mis venas como si fueran avenidas luminosas, iban en autitos diminutos atravesando los caminos mas estrechos, provocando choques internos, los semáforos estaban perdidos, sin control alguno y ellas, emociones nuevas, vagaban descontroladas dentro mío.

Hasta que no pude mas, me fuí hasta el kiosko, compré globos de colores, y tirada en el fondo de mi casa, comencé a inflarlos con todo el aire que cada uno podía soportar, allí fui metiendo una emoción tras otra.

Las guardé con sus autitos, sus aviones, con sus bicicletas, con sus ropas y sus ganas de estreno.

Una vez que tuve a todos los globos inflados, yo era una hilachita al borde del desmayo. No me quedaba ni una gota de aire. Y sin darme cuenta, sin poder evitarlo, yo que le temo a las alturas, me vi despegando los pies del pasto, agarrada fuertemente a los hilos, casi gritando, me dejé levantar como en un suspiro. De pronto me vi volando, llevada por un manojito de emociones inyectada en globos, por sobre una ciudad dormida, por sobre un rio plateado, por sobre un papel en blanco.

Emociones de colores, que van a explotar en un cielo de papel sin marco.


¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las manos?
-Julio Cortázar-

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Señuelos

"Entra, siéntate
y ponte como en tu casa"

Huyó en busca de calor.
Bajó las escaleras corriendo, no esperó el ascensor y al llegar a la calle tampoco soportó la espera del autobús en la esquina.

Sus pies y sus manos comenzaban a entumecerse de frío y no aguantaba la idea de ir perdiendo el latido de la sangre en su interior, entonces comenzó a correr con mas urgencia, no le importaba a dónde, la cosa era recuperar el calor en su cuerpo y huir.
Sus pies despues de un rato comenzaron a quemarle en las sienes, cada zancada que daba le retumbaba como un martillo de pasión en la cabeza y sin embargo en la calle no se escuchaban los ruidos de sus pasos golpeando en las veredas, apenas él escuchaba sus manos arrastrándose desesperadas por las paredes que lo iban guiando como señuelos.

El aire que respiraba se iba convirtiendo en escarcha a medida que entraba a su boca y masticaba esos cristales como si fueran vidrio molido, hasta disolverlo y apenas eso sucedía, comenzaba a hervir dentro suyo ese liquido que bajaba por su garganta y lo llenaba de llagas. Igual soportaba ese dolor con estoicismo, lo otro era peor.
Desesperado tragaba saliva hasta convertir esa vía de escape en un río seco y árido.

Sus ojos miraban espantados lo que iban dejando atrás, no había tiempo de despedidas. Aquellas paredes atiborradas de graffitis eran las últimas imágenes que se llevaba, las guardaba una sobre otra hasta perder sus verdaderas formas, hasta convertirlas en una masa de pintura negra y viscosa. Eran las imágenes del fin, todas para volverlas a ver cualquier dia, como diapositivas.

En el callejón del fondo, donde había una montaña de desperdicios tirados y las ratas se colgaban de los tachos asustadas adivinando sus pasos de silencio y fuego, encontró una puerta entreabierta y se metió como si llevara el diablo en el cuerpo.

Se hundió en unas escaleras húmedas y tibias. Su espalda empapada de sudor fue lo último que ví de él.

Atrás quedó la puerta de su casa, atrás la parada del bus que no esperó, la esquina del café con los amigos, el kiosco donde se quedó el diario de todos los dias sin leer, los autos a contramano, las calles atestadas de gente que jamás lo vio.

Atrás quedó la puerta de su casa.
Mas atrás de la puerta, en el medio de la sala, sentado en un sillón frente a la pantalla de un televisor prendido, quedó un cuerpo vencido, sin vida, muerto de frío.

"Vos y yo somos como todo el resto
y no queremos estar solos"

- The Rolling Stones-

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Sin pagar

"Estás buscando a alguien con quien actuar.

¿Y no sabes que eres precisamente tú?
Hey, Jude, lo harás!
El movimiento que necesitas está en tus hombros"

Se desenredó con parsimonia unos cabellos rebeldes frente al espejo, se pasó una crema de limpieza facial hasta borrarse los rasgos de la cara, se fue quitando la ropa sin ganas de nada, se sacudió un poco su piel de terciopelo, y completamente desnuda, mostrando sus hilachas salió a la calle, en la esquina subió a un taxi y cuando llegó a destino, se bajó sin pagar.

En Buenos Aires las tristezas viajan gratis.

Se meten debajo de la piel de cualquiera, se disfrazan de lo que se te ocurra, se ponen pelucas, se tiñen el pelo, se rasuran, se hacen piquitos en punta, usan rastas. Utilizan tus pies y hasta tus manos. Escarban bajo las uñas.
Adoran los corazones distraídos, se hunden en carnes tiernas, andan buscando miradas perdidas, les da por aterrizar en terrenos pedregosos, se mueren por los lugares cálidos y cuando ven uno se tiran de cabeza. Sufren desmayos en público. Les gustan las voces lastimadas, andan a la pesca de esas gargantas. Les da por licuarse en lágrimas, se desviven por tomar formas de sombras, acumulan nombres y teléfonos mudos y cuando no pueden mas, se van de viaje, total no pagan.

En Buenos Aires las tristezas viajan gratis.



"Toma una canción triste y mejórala
Recuerda que has de meterla bajo tu piel
Sólo entonces podrás comenzar a mejorarla"
-The Beatles-

En mi cabeza suena Hey Jude, pero en el Stickam no :( en cuanto vuelva a funcionar la cuelgo.



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Mirando el cielo

"Soy un soñador
pero al despertarme
no puedes romper mi espíritu,
son mis sueños los que tomas"


Mas allá de los acantilados, mucho mas allá de los vientos perpetuos azotando el mar sobre las rocas, incluso mucho mas allá del desierto de cortaderas, por un caminito sinuoso que se abría a regañadientes entre los campos, estaba sentado un hombre solo.

Sus ojos perdidos en un horizonte de foto de almanaque, jugaban a que podían escapar de esa prisión de naranjas y azules prófugos, entonces cada tanto pasaban de las nubes con forma de conejitos a su perro el Chicho que de tan viejo apenas le movía el rabo sin fuerzas, mientras se le tiraba bajo las piernas.
Alguna vez el Chicho y él habian sido buenos y jóvenes amigos, las mañanas se abrían de par en par para recibirlos y el campo era una caja de sorpresas para los dos. Trabajaban en las labores desde que el sol estaba en los primeros peldaños de la escalera, hasta que la bajaba por completo. En ese tiempo no había momento alguno de quedarse así mirando la nada, como un niño viejo, buscando conejitos en el cielo.

En esos atardeceres de antaño él tenía otro sueño desmedido. Se había enamorado de una puta y lo único que él soñaba era vestirla de blanco, quitarle todos los colores marcados que tenía sobre su piel y bañarla en su tina de madera. Desnudarla como si nadie jamás lo hubiera hecho antes, quitarle el lazo que le estrujaba el pelo y llevarla a ese mar tibio que le había preparado y al que le había puesto para perfumar unas hierbas encontradas en el campo. Ella con seguridad se iba a dejar, porque lo miraría desde el amor mas primitivo y así, casi sin querer él iba a lavar su cuerpo desmenuzando su ternura hasta convertirla en pasión y él, siempre que llegaba a ese momento del pensamiento, se caía en la tina, se zambullía sobre ella como un desesperado y los dos retozaban entre pompas de jabón ocasionando un desastre en el piso de ese cuarto solitario y oscuro.

Se daba cuenta que estaba soñando cuando preocupado por el desastre del piso, se paraba para limpiarlo y al llegar se daba cuenta de la tremenda sequía que embargaba al suelo.

Así pasaba las tardes, mientras le pasaban los meses y despues los años.
Él soñando con la puta.
Ella era alta, mas alta que él, eso no importaba. Usaba sus cabellos recogidos en una especie de torre rubia que peinaba con gran esmero frente a un espejo blanco, tapizado de florcitas secas que iba pegando. Un amor partido, una flor muerta, un dolor pegado sobre el marco del espejo para recordarlo todos los días, así, mientras se peinaba y pintada con toneladas de maquillaje para disimular su tristeza, se repetía a si misma "nunca mas un amor partido".
Ella ignoraba que existía en el mundo un tal Joaquín que ardía por ella, de haberlo sabido hubiera corrido a sus brazos a ofrecerse entera, para la cama, para la tina, para la mesa, para los rincones, para la cocina, para lo que él quisiera, pero ella se quedó esperando frente al espejo la próxima flor para pegar y no fue de Joaquín, porque él no vino.

Y él no fue porque le dio trabajo, se lo pasó pensando en las palabras posibles, en los diálogos escandalosos que iba armando y diciéndoselos al viento, y cuando le volvían sus palabras con el eco de la tarde moría horrorizado, entonces prefería callar. Entre mate y mate, tambien pensaba en la forma de arribarla, porque él no iba a salir de putas para buscarla. Él quería conocerla en alguna casa de familia, en la estación esperando a algún pariente que venía de visita, en la plaza tomando algún helado, en la iglesia sentada en los primeros bancos, en el mercado eligiendo tomates pintones, en alguna calle oscura para poder besarla hasta que se le perdiera el rouge nacarado, hasta masticarle el corazón a zarpazos, hasta que sus manos se pierdan en su cuerpo y la pared se venga abajo o sostenga con fuerza esa pasión desbordando las fronteras de sus cuerpos. Tambien su pensamiento siempre terminaba en ese punto del encuentro, después de recorrer todos los lugares preferencialmente decentes, él moría de felicidad cuando se la imaginaba avanzando sola, por una callecita a oscuras y la única luz era el fuego de sus miradas.

Pero claro, ella no tenía familia en aquél pueblo marino, las estaciones de trenes la ponían infinitamente triste, caminar por la plaza los domingos la dejaban planchada de desencanto, tenía prohibída la entrada a la iglesia, el mercado le causaba un dolor absurdo porque se iba chocando a todas las mujeres a quién les robaba el marido por un rato y esas miradas laceraban profundo, entonces había aprendido a evitarlo. Lo suyo eran los callejones, los suburbios, los gatos en el tejado, los bolichones con olor a tabaco, las lunas colgando de algún techo descascarado, las ventanas entreabiertas para dejar salir el olor húmedo y salado, ese que bajaba por las paredes de algún hotel de mala muerte, el velador tapado con algún pañuelo a punto caramelo, un perfume dulzón para el engaño, unos tacos viejos que ya caminaban solos de tanto andarlos.
Eso era ella, esos los puntos de encuentro y él jamás pudo encontrarlos.

Él seguía cautivo de un deseo, que lo había paralizado desde el comienzo.

No se supo nunca qué fue lo que pasó aquella tarde en la que Joaquín miraba conejitos en el cielo junto al Chicho, porque era hombre de pocas palabras y jamás lo contó, pero la cosa es que de los conejitos pasó a la acción, se puso de pie como disparado. No le molestó el reuma que lo tenía acorralado, no le pesaron los años, ni lo detuvo el horario, corrió hasta el bañito del fondo y salió emperifollado. Tenía puesta una camisa blanca con rayitas azules, que jamás había estrenado, un pañuelito de seda en el cuello, el saco gris de los domingos aunque no fuera domingo, unos pantalones algo arrugados pero no había tiempo para más y los zapatos nuevos. Corrió a la chata con el corazón saltando de entusiasmo, el Chicho se quedó en la tranquera mirándolo y se perdió por esos caminitos bordeados de cortaderas que lo iban saludando a su paso. Esas melenas al viento lo acompañaron incitándolo a locuras, hasta llegar al puñado de casitas bajas y de color arena, donde ella coleccionaba amores truncos.

En la entrada al pueblo estaba el cementerio y allí hizo una parada en señal de respeto a sus muertos queridos y ya que estaba compró un ramo tan grande de flores que despues iba avergonzado, pero a esa altura ya nada lo detenía.

Allí iba Joaquín rumbo al callejón mas soñado.
Y allí estaba ella, sentada como siempre frente al espejo tapizado de flores secas, pensando que nunca jamás volvería a tener un amor partido.


"Desnudaré mi alma a tiempo
cuendo me esté arrodillando a tus pies"
-James Blunt-

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Mar de fueguitos

Deja que el sol se eleve
deja los pájaros cantar
deja que sea la luz
deja que sea la mañana

-The Perishers-


Por la noche, cuando el pueblo de mar se dejaba tapar por un manto oscuro y silencioso, entre medio del bosque de pinos que se estiraban hasta sostener el cielo, comenzaban a filtrarse lucecitas del color del fuego, que se iban encendiendo y cambiando la fisonomía del paisaje.
Yo me lo he pasado pensando estas últimas tardes de verano, qué seria eso que me dejaba completamente quieta observando en la oscuridad, buscando el sentido que iba tomando esa danza de luces a medida que iban avanzando y no entendía porqué yo quedaba atrapada en ese tejido aletargado que tienen las horas que acaban de despedir al sol.

Yo suponía que las luces no eran farolitos que se encendían de forma eléctrica, me gustaba mucho más pensar que bajo ese manto, había lucecitas humanas brillando, llegando con sus destellos lejanos a mi, que me iba encendiendo a medida que la noche tragaba mis formas y quizá tambien mi luz le estuviera llegando a alguien que estaba por ahí, mirando en la noche mas oscura.

Y era el "mar de fueguitos" de Galeano lo que en verdad yo me imaginaba, sólo que claro, él es Galeano y lo dice asi, de ésta manera alucinante que no puedo menos que celebrar haberla encontrado y poder compartirla con ustedes.
Fuegos en medio de cualquier noche.

El Mundo.

"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo.
A la vuelta contó. Dijo que habia contemplado, desde allá arriba la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con una luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran no queman, pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quién se acerca, se enciende."

-Eduardo Galeano-

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Óxido en la orilla

La única ventana que tenían mis ojos era con vista al mar.

Mis horas pasaban quietas avistando salitres, hasta poder encontrar las palabras ásperas que puedan ser capaces de dibujar un mar encaprichado.

-Sólo vanos intentos-

Inesperadamente por mi tercer ojo comenzó a filtrar un mar endemoniado, que ardiente y salado bajó por mi garganta agolpándose en un escándalo de olas. Y bajó por los pasadizos secretos, que conducen con furia a los túneles de mi corazón.


-Todas palabras mudas-



Provocando una inundación marina, que me dejó encallada en la orilla, como un barco viejo.
-Foto de mi amigo el Chimpa-

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