Fisic du rol


Siempre a la vuelta de alguna parte hay un supermercado chino, atendido por sus propios dueños.  A la vuelta de la casa de Emilio hay uno que es atendido por Lin Yi, un tipo endiabladamente enjuto. Parece chino, pero Emilio sospecha que tal vez sea ponja por sus ojos saltones como bolas de billar, o tal vez esa cabeza redonda y chata como una luna llena se deba a que en vez de chino es coreano. También cree que el Lin Yi sospecha de que él tiene enormes dudas sobre su nacionalidad y está convencido que el tipo se venga vendiéndole cosas que él no quiere comprar. Sigue yendo porque el Lin Yi ignora que él es un actor con cierta fama y jamás le hace preguntas indiscretas, pero está harto de acumular en su alacena alimentos que nunca consume,  porque jamás los quiso comprar. Sin embargo están allí, obra y gracia de Lin Yi. Tras una sencilla metodología de no entender el castellano le encaja todo lo que quiere: una mezcla acompasada de movimientos de cabeza, afirmaciones dictatoriales, sonrisas y mas sonrisas y una fonética indescifrable, pero persuasiva, funcionan a la perfección para que él lleve cuanto el chino quiera. Ahora está a punto de llevar un paquete de bizcochos  dulces de dos kilos, cuando había ido a comprar un cuarto de grisines sin sal para su dieta. Desconoce la maniobra de fascinación diabólica que ejerce sobre él este hombre pequeñito, pero ya siente que está comenzando a funcionar el hechizo por el cual él llevará algo que no desea y se quedará sin los grisines que pensaba tener para la cena. Tal vez ese embrujo que le causa el chino sea producto de algún trauma infantil y por eso frente a Lin Yi se convierte en un niño temeroso y obediente que todo lleva sin chistar. 
Se lo pregunta cada vez que se encuentra en esta situación: él parado en la caja, tratando de convencer a Lin yi que quiere llevar otra cosa, no eso que está llevando. 
Ahora está con esas galletas cargadas de grasas trans, azúcar y jalea de membrillo, intentando vanamente de explicarle al chino que quiere los grisines de esa marca, no las pepas de esa marca. También está el  chino sonriente tomando el paquete, pasándolo por la registradora y él tironeando y diciendo que no. Y el chino diciendo que “cualentapeyo” y él mostrando el paquete y diciendo que pepas no, que grisines, que palitos así y asá, que la puta madre no quiero pepas, quiero grisines. Larguitos, así de larguitos, no fideos no, que unos cositos así de esta marca, sin sal. Y ahí va el chino y vuelve rapidito con otro paquete. Que no, que sal no quiere, que palitos. Otra vez el chino corre y se pierde por las estanterías y regresa con eso en la mano. No sahumerios, no. Bueno ya que estoy los llevo –dice Emilio- pero no era eso. Son unos palitos que se comen. Ñam-ñam. Comer. Porqué mierda tiene que estar masticando y mostrándole los dientes así. Es la última vez. Nunca mas vengo, dice. ¡No, no! ¡Eso no! Esos son kanikamas. 
De pronto el cansancio le cierra los ojos. Ya se conoce, está entrando en la fase del encantamiento chino, funciona así. Los kanikamas se comen y no engordan. Los kanikamas son largos. Está bien. Cambio de planes. Ahí está por llevar los sahumerios y los palitos de pescado y rechazando las galletas dulces. Qué suerte, parece que todo está saliendo bastante bien.
-No llevo las pepas- dice Emilio convencido, cuando escucha “ya malqué” “compla” “oyentapeyo”. 
Compla las pelotas. No quiero esas galletas. Engordan. Panza. Señala su abdomen algo prominente y punto negativo para lograr el fisic du rol de la próxima película. No puede creer lo que está haciendo: le está mostrando a Lin Yi ese realce importante que asoma bajo su camisa. El viejo le mira la panza y luego los ojos y luego la panza y otra vez los ojos. La permanente sonrisa del chino fue desapareciendo y mutando a cara de estar ante una idea brillante. Sus ojos fuera de órbita y su boca abierta le cambiaron por completo su fisonomía.
¿Pero qué le está diciendo? Maldito chino porqué tiene que hablar tan mal. No, no, no quiero un Papá Noel.
“chipapánoel”
No, no. ¿Qué dice?
“glan-baliga-papánoel” “balba” “okitobuenos” “espela-acá”
Las puteadas de Emilio en perfecto argentino ya no son mentales, ni balbuceos. Ha perdido su clásica compostura de actor de cine. Los gritos se escuchan desde afuera. El chino  desaparece en los fondos y rápidamente viene con una bolsa de consorcio y su sonrisa otra vez, pero mas gigante aún.
“yevapepaglatis-legalo de Lin Yi” “ponga tlaje” “fondo-ayá”

Y ya está la china madre, mas enjuta y arrugada que el chino hijo y mas testaruda y convincente que la china nieta que sólo anota precios y la china biznieta que callada mira cómo Emilio es arrastrado hasta el fondo del fondo, sin que él tenga reacción. Y ahí aparece otra china recontravieja quitándole sus ropas y calzándole el pantalón rojo de satén que le entra perfecto, el saco rojo también de satén con vivos blancos que le queda divino, el gorro rojo con el pompón blanco, una pena, le va un poco flojo y le cubre toda la frente, pero se detiene al llegar a la frondosa barba entrada en canas que se ha dejado para que el fisic du rol de la peli, sea mas convincente. 
Ahí está Emilio frente a un espejo que deforma, ensancha y lo hace mas bajo. Casi no puede reconocer en ese Papá Noel patético, al famoso actor que sale en las revistas de espectáculos. No puede ni putear, es que ya ni determinación tiene, tal es el embrujo chino, sólo transpira y dice jojojojo al tiempo que sacude con frenesí una campana metálica, e imagina que eso que aporrea con instinto asesino es el culo de Lin Yi. Ensimismado y a puro jojojojó está, cuando escucha la voz de la chinita tataranieta que en perfecto porteño le dice, vos sos un groso y el abueloviejo Lin Yi es un capo. Cualquiera que te mira los ojitos y te ve el corazón, eso es un Papá Noel como la gente. Yo a vos te creo loco.

Sorprendido Emilio pensó que a ésto tenía que escribirlo y se distrajo un momento. Cuando reaccionó, ahí estaba ella, con su pelo lacio, brillando de tan negro, sin un gramo de grasa, esbelta y risueña. ¿Qué tendría, 15 años? Parecía de 10 o 12 y ya tenía el carácter férreo y convincente de toda su familia: tan certero y tan chino, que él no supo qué decir y no dijo nada. Era la primera vez que daba perfecto el fisic du rol y ahí se quedó disfrazado en la vereda del supermercado, repartiendo volantes con ofertas increíbles para las fiestas.

Ir a los chinos es así, Emilio fue por unos grisines y volvió con un cuento bajo el brazo.

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Adivina-Adivinador





¿Quién era esa cosita encantadora, gordita feliz, inquieta, terremotos varios y alegría del hogar?
Les doy una ayudita. Los dos señores de perfectos bigotitos eran padre y tío y amaron a esa nena hasta límites insospechados.
Padre y tío eran dos sentimentales. 
Padre miraba el tango y lo bailaba en los ojos. Padre era severo, es decir quería ser severo. Intentaba ser severo, procuraba serlo. Así entendía la educación, pero esa nenita…Él no sabía porqué razón lo doblegaba, hacía que su rigidez se volviera como la piel de una fruta madura y se debaja ser buenazo, así como un corazón con patitas y ojos húmedos.
Y tío.
Tío Alberto, supo tener una paciencia infinita para saciar la sed eterna de preguntas de la nenita, antes de la siesta. Entonces cada día de verano, después del almuerzo la llevaba hasta el final de la calle, bajo los paraísos añosos. Allá donde un árbol gigante marcaba el confín del pueblo. Allá donde se abría el campo y los montes. Todo ese viaje de la mano. Tío silbando, la nena escuchando esa canción. Tío conservando su estampa impecable. La nena saltando rayuelas imaginarias, cruzando mariposas, pajaritos. Esquivando el sol. Haciendo ramitos de flores. Todo ese viaje para que Tío y nena lleguen al escenario del cuento. Intercambiando roles. Un día Tío es el narrador y otro día la nena. Luego puestos los dos a responder toneladas de porqués y cómos y cuándos y dóndes, hasta que el sueño llegaba y volvían mansos como corderitos a la casa de Abuela.

Adivina adivinador       

¿Quién es ese primor?

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No hay que buscar en guguel, pero...Uno va y busca.


Las plantas siempre nos dan una alegría y guguel una patada en donde ya sabés.

Hace un tiempo, rescaté un hijito de una planta acuática que tenemos en el estanque del jardín. Lo puse en un frasco de café de los altos y lo dejé ahí. Agonizó durante un tiempo y un día noté que estaba reviviendo. Esta mañana, donde ayer no había mas que verde, un color enorme llamó mi atención. Del frasco de café salía esbelta y única una flor lila. Había florecido la plantita agónica. La flor vive un solo día, esta noche se marchitará y mañana estará mustia, violeta y pequeñita. Corrí a fotografiarla, pero no sé qué problema tiene la cámara que siempre le pasa algo que me impide sacar fotos. Grrrrr. Pensé que podía escribirla y también buscar una foto por guguel para ilustrar. Pues bien, me pasó lo que te dicen los médicos que no hagas cuando te dan un diagnóstico X de algo que tenés. Encontré la noticia fatal allí. El que busca encuentra. 

Allí estaba mi preciosa flor en una y mil fotitos y abajo la espantosa noticia.
”Nativa de Sudamérica, es una de las plantas acuáticas más dañinas del mundo. Sus preciosas flores púrpuras y violetas la hacen ser una planta ornamental popular en los estanques. Esta planta tiene un crecimiento muy rápido, su población es capaz duplicarse en poco más de 12 días. Las infestaciones de esta especie(…)”
 Acá dejé de leer porque -aunque no lo crean- la miré y estaba mas esbelta, mas gorda y me miraba.

Ahora ya sé que soy algo así como un Frankenstein de las flores. Y que en mi patio crece a pasos agigantados un mostro bello, como todos los mostros. Y que en poco tiempo invadirá todo el jardín, tapizará el resto de las plantas, se acercará al pasillo, del pasillo pasará al patio que rodea la cocina, de allí trepará la puerta, romperá el vidrio, estirará sus brazos, abrirá sus fauces y me encontrará a mi acá sentada escribiendo bolududeces y me tragará. No podré contarles cuando aparezca mi hermosa caripela en la nueva flor, pero han de saber que eso puede sucederme.




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