Fogatas de Junio


Me gustaría contarlo ahora, que es invierno. Decir que era Junio cuando hacíamos las fogatas, que la tarde era una lengua de tierra que nos saboreaba como si fuéramos helados y que había cierta añoranza instalada en mi mirada, cuando aún no sabía que eso era melancolía.
Contar por ejemplo que la calle se extendía oscura hasta perderse en el campo y que era tan larga como fuegos yo podía contar. Que no tenía cuadras, ni metros. La calle de mi infancia, mi calle Gutiérrez eran diez fuegos, cinco fuegos... Hasta esa vez, qué pena, sólo dos fuegos.
Quiero contar la tarde de los dos fuegos.
Porque fue la última.
Era un fuego aquí y uno mucho mas abajo, lejos, casi donde el pueblo se termina.
El fuego de aquí, era tan alto que tocaba el cielo y yo íntimamente temía que derritiera todas las nubes y comenzara a caer el agua sin querer y nos lo apagara.
Eso nunca pasó, por suerte.
Me refiero a lo de la lluvia, el cielo nunca se nos vino encima.
Pasó sí, el fuego se apagó.
Se apagó solo, una tarde de Junio que se nos pasó, otra tarde de Junio que estábamos peleados, otra tarde de Junio que ya pensábamos que éramos grandes, otra tarde mas que no tuvimos ganas de juntar las ramas y así fueron pasando tardes y años de Junio sin fogatas. Como si nunca en nuestras vidas hubiera habido fogatas en las tardes de invierno. Como si la tarde, hubiera sido siempre un bastión desolado, un poco frío, un poco deslucido, medio gris. Con algunas farolas encendidas aquí y allá, para reemplazar aquellos fuegos que fuimos dejando apagar.
Y la melancolía era un trapo viejo con el que no me podía secar los ojos, porque me arañaba.

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La carta

Luego de leer la carta, hubo un vuelco interior en su ánimo, un mar de dudas la revolcó por las profundidades de la incertidumbre. Leyéndola una y otra vez, fue sintiendo cómo sus manos perdían calor y su cuerpo se estremecía en medio de aquél barro siniestro de letras inmisericordes.
Ella leía y un frío intenso la iba trepando desde abajo, como si el suelo se hubiera vuelto de nieve, una nieve barrosa, casi líquida, donde ella se hundía y letra tras letra era tragado cada centímetro de su piel por ese hielo tumefacto.

Sintiendo una gran náusea, tragó saliva, el paladar se le había convertido en un estanque agrio, en el que se acumulaban algas podridas y el olor nauseabundo le subía por la garganta quemándola por dentro, como si una ola de fuego le alcanzara la garganta y un vómito a punto de salir, se frenara sacudiéndola, estremeciéndola, helándola.
Ella leía y temblaba, casi no podía sostener el papel entre sus manos, pero lo sostenía, mientras el suelo se quebraba, se hundía, la tragaba entre sus fauces gélidas, convirtiéndola en un lodazal descolorido.

Lentamente todo se fue emborronando ante sus ojos, que vueltos dos lagunas a punto de rebalsar, le impedían la visión correcta.
Ella leía y sus ojos aguados la surcaban formando deltas. Pequeños ríos turbios, arrastrando penas como pedregales.

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Mi media sonrisa


El día que perdí la risa, no la perdí del todo. La oculté porque me fui quedando sin motivos. En realidad los motivos siguieron allí delante de mis ojos, sólo que me privaron de ellos. Y yo, sin entender, cómo todo se había vuelto tan serio, intentaba ser obediente.
La explicación si bien fue breve, día a día se amplió en el tiempo: Ahora sos una señorita –dijo mi mamá-.
Yo me miraba en el espejo y era la misma nena de ayer, mas parecida a un varón que a otra cosa. La palabra “señorita” me remitía a medias finas, tacos, rouge, novios…Y yo me sentía feliz metida adentro de unos jeans y con zapatillas.

Sola, esperando que termine el recreo, me digo a mi misma. “Ahora soy señorita”, me digo para convencerme de la prohibición injusta que tiene que ver con mis juegos y amigos. Cuando todas mis amigas siguen siendo nenas, yo no. Yo con nueve años, soy una señorita.
Voy a la biblioteca, espero en una pared. Me siento en una arcada del patio y juego a la pallana, sola.
Ya no corresponde que me suba a los árboles y se me vean las piernas, ni ande en bicicleta con las manos en los bolsillos, tampoco puedo jugar a los pistoleros o a la pelota con mis amigos.
Esta pared donde me hacen esperar en los recreos es mi única compañía.

Ahora que soy señorita me aburro mucho. No sólo me aburro, además estoy un poco triste y no se lo puedo contar a nadie, porque mi madre me dijo que esto es un secreto entre nosotras.
Hoy estuve por romper ese secreto y contárselo a mi prima. Decirle que ya era señorita, pero ella que estaba más triste que yo, me ganó de mano y me dijo llorando, en el fondo de su casa “creo que me voy a quedar huérfana”. Yo me asusté y le dije que cómo y entonces ella me llevó atrás del rosal, donde nadie nos veía, mirando siempre para la cocina, cuidando con la mirada, que no se entere mi tía que su hija sabía que le quedaba poco tiempo de vida.
“Mi mamá se va a morir” me dijo. Tan seria me lo dijo, tan pálida y tan flaca, que abrazadas nos pusimos a llorar las dos. Como pude le pregunté desde cuando estaba enferma la tía. “Yo creo que desde que mi papá se murió” me dijo.
-¿Y qué tiene?-
-Para mí que es muy grave- dijo- hace unos meses que cada tres o cuatro semanas sangra. Y ella no dice nada, a veces se acuesta porque le duele, pero yo veo las toallas con sangre en el baño y pienso que se va a morir muy pronto.
Claro, pensé con alivio “mi tía es señorita” y abracé a mi prima con un amor enorme, tratando de consolarla, pero no pude.
Como la tristeza no se le iba y mi prima no comía y pesaba menos que un suspiro, uno de esos días se lo conté y le dije que su mamá era señorita y que las señoritas sangraban por unos días, una vez por mes, y que yo también era señorita.
Eso le dio mucho asco.

Por un tiempo dejamos de jugar y de vernos, yo creo que ella estaba enojada conmigo. No me creyó que yo fuera señorita, como su mamá.
Lo cierto es que contra mi voluntad de asumir lo que decían que yo era, llegó la invitación de unos amigos de mis padres a una fiesta.
Con vestido de nena, con zapatos de nena, con peinado de nena, llevaron a la flamante solitaria y amargada “señorita” a la fiesta.
Esa noche por primera vez sentí lo que decían que era ahora y disfruté de ese momento sintiendo un gran vértigo por dentro.
Mientras lo escribo, vuelvo a sentir aquél relámpago fugaz, el misterio de la transformación, el instante en que uno siente que ha crecido.
Fue en el momento exacto en que el fotógrafo se nos acercó a Verónica y a mí y nos invitó a posar para la foto. Yo estaba sentada como una nena, con las piernas abiertas y los pies enganchados y rápidamente crucé mis piernas, me incliné y miré a la cámara con un gesto provocativo, como con cierto aire de seducción que no sabía que tenía. Me salió natural ese mohín.
Verónica quedó para siempre sonriente con su boca gigante llena de dientes.
Yo no reía como antes, sólo miré desafiante, con una media sonrisa.
En esa foto era una señorita.


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Vuelvo (sin cordura)

Ustedes, ventanas de luz que guían mi andar.


Vuelvo y no he recuperado la cordura.
Vuelvo antes de quedarme a oscuras.

Simplemente vuelvo a un mundo hecho de letras que se pueden tocar, apenas apoyando los ojos.
Vuelvo antes de que se me “marchite la frente y las nieves del tiempo pinten de plata mi sien” (mientras escribo este impulso de regreso, parafraseo el tango Volver que me encanta)
Siento que “es un soplo la vida” y por eso también vuelvo.

Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida.
Pero, como dice el tango, “el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar”.
He detenido el mío, porque extraño y necesito andar por ahí, por sus veredas, dejando mis huellas en los caminos amigos. Y he regresado, como quien vuelve a su casa después de un viaje, con la valija revuelta, las fotos sin revelar y un cansancio reparador.
Lejos de lo que me propuse. Muy lejos estoy. Tal vez ni pueda con eso, mas “nada ha matado mi vieja ilusión”. Guardo esa esperanza humilde, que es toda mi fortuna.

Y esta mañana el aire imperturbable del otoño y el tango Volver con la voz de Andrés me trajeron hasta aquí, adivinando el parpadeo de las luces que a lo lejos han marcando mi retorno.

Eso son sus ustedes y sus letras, ventanas que dan luz a mi camino.
Por eso vuelvo.


Muchas gracias a quienes con sus comentarios y mails han estado cerca de mí en esta pausa.

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