Paraguas


"Los sombreros están llenos de lluvia
en cada esquina de mi habitación"
Me estiro en el sillón mirando el fondo, el ventanal que se vuelve un cuadro inmóvil me dice que llueve.
Afuera los pájaros buscan su refugio. Eso es lo único que se mueve de verdad, lo otro parece detenido en un vaivén de hojas salpicadas, medianamente sorprendidas por un chubasco de mediodía, cuando esperaban el sol.
Yo también busco un refugio en el nido que forman mis palabras escondidas y me balanceo allí, alternativamente.

Me matan el hambre unos mates y los caramelitos de menta que me quedan, me calman la sed algunas canciones que llevo para el viaje, que siempre es de ida.
Y mis ojos lentos, ponen pausa al gris del cielo y se van por galerías interiores.

Hay corte de luz.
Allí.

Descienden a tientas por un pasillo encajonado y oscuro. Podrían caminar por afuera con paraguas, por una planicie de lavandas, están todas floreciendo ahora mismo bajo el agua, podrían haberse llenado las manos de ramos violetas y bajar por mi escalera caracol utilizándolos de paracaídas, pero no. Se han atascado con manojos de vidas solitarias, donde el color malva es una utopía para decoración de interiores.

Me pone a salvo un trueno, que me abre los ojos distraídos, cuando se habían perdido en fotografías que aún no tomé. Digo que me pone a salvo, y mastico unos versos detenidos entre mis dientes. Siguen teniendo sabor a menta.
Me siguen sabiendo a poco, pero igual hacen contacto y los escribo con urgencia, por las dudas sean los últimos.
Son versos de agua, se van a secar apenas salga el sol o se los trague de a poco el papel, pero qué importa eso ahora.
Si afuera llueve y están frescos en mis labios.
Y adentro llevo tantos días pegada a las paredes, puede que también necesite de un paraguas en un rato.
"Estoy perdiendo altura
a punto de quedarme a oscuras
como una tarde de invierno"
-Quique González-

p1

Caramelos de menta


Di vuelta todos los bolsillos
y apenas encontré un puñado
de caramelos de menta.

Nada
más.

Tan sólo unas bolitas de cristal
envueltas en celofán.
Que ni pican.
Sólo acompañan en la boca,
pegadas al paladar como un punto
resbalándose por dentro
-lentas-
convertidas en tajo frío.

p1

Esa ramita


"Esa voz,
ese ronquido, lo llamaba,
y le ofrecía ese brazo,
esa ramita, una vez, y otra vez, y otra."
-Eduardo Galeano-


Desde hace dos días, me duele en los ojos un viejo sentado en una silla de ruedas en el pasillo helado de un hospital. Estaba medio tapado con una frazada a cuadros rosas y marrones y con tres pelos locos volándole sobre la cabeza.
Solo estaba, yo pensé que ya llegaría alguien que lo acompañara, pero no llegó nadie en mucho rato.
No conté el tiempo, pero fue largo. En los hostipales siempre es así de eterno.
Yo no me sentía nada bien, la fiebre me tenía bastante magullado el ánimo y me costaba estar mirando a ver si alguien venía a estar con él, pero de tanto en tanto me daba cuenta que mis ojos, menos magullados que mi espíritu, lo estaban mirando.
No vino nadie, me refiero a un familiar, o alguien cercano, salvo dos camilleros que de manera entusiasta en un momento lo llamaron “López” y le avisaron que ya venían a buscarlo, pero siguieron de largo. Y él se los quedó viendo desaparecer por el pasillo con la urgencia de la juventud entre los pasos. Él moviendo su cabeza diciéndoles que si, ellos recordando los goles memorables que Argentina le hizo a Brasil, no sé, el martes...

De pronto me acordé del cuento de Eduardo Galeano, el de Doña Maximiliana, una anciana que llevaba días y días internada en un hospital y que cada día pedía lo mismo.
Que el doctor le tomara el pulso. El médico presionaba con sus dos dedos la muñeca y decía que muy bien, que setenta y ocho, que perfecto.
Ella le agradecía y luego se la escuchaba decir que si por favor le podía tomar el pulso.
Él volvía a tomarlo y volvía a explicarle que estaba todo bien.
Y así día tras día se repetía la escena. Cada vez que el médico pasaba por allí Doña Maximiliana lo llamaba y le ofrecía ese brazo seco, una y otra vez. (Galeano dice en el cuento, refiriéndose al brazo, “esa ramita”).
Como era un buen médico él obedecía, sabía que tenía que ser paciente con sus pacientes, pero en el fondo pensaba que la vieja era un plomo y que estaba un poco loca.
Termina el relato con una oración final punzante, que cuando la recordé mirándolo al viejo solitario, sentí una daga clavándome por el costado y no era el dolor de mis riñones.
Galeano termina diciendo, que el médico demoró años en darse cuenta que lo ella estaba pidiendo, era que alguien la tocara.

p1

Lucecitas


"Entonces ganaré mi reino,
naceré lentamente.
No me pierdas como una música fácil "
-Julio Cortázar-
Dentro de mi cabeza las veo hermosas, pero allí sólo viven para mí y nada es más bello que cuando ha tomado vida. Aún no han nacido, son un montoncito de ilusiones revueltas y con ojos enormes que me miran, que me ven llegar y se erizan, y el rubor les prende fuego las mejillas. Ahora por ejemplo están una sobre la otra y como me he levantado y he dado mil vueltas por la casa, he ido por música y luego he ido por unos mates y después fui por la ropa que ardía bajo el sol, ellas están como desencantadas de mi y me dan la espalda, como ofendidas que no fui corriendo a mirarlas apenas abrir los ojos.
Como ayer.
Ahora mismo están refunfuñando y ensimismadas.
No se dejan ni tocar.
Ya sé lo que tengo que hacer, dejarlas un rato donde están, llevarlas conmigo, por dentro.
Afuera el aire es frío y el viento se siente agitado, pero el sol me llama como una sirena, el poco sol que viene y va, me está llamando.
Todo está en silencio, es domingo a la mañana.
Salgo a caminar, me llevo el mate y las ganas, en mi cabeza lucen perfectas, son como doradas. Entre las veredas del invierno las mareo un poco y de regreso, prometo sacarlas de mi y encenderlas.

p1

Mirando, siempre mirando.


Sur...

paredón y después

Sur...

una luz de almacén

Ya nunca me verás como me vieras

recostado en la vidriera

esperándote

-Homero Manzi-




Me voy por la ventana de mi prisión.

Todo mi cuerpo se va a través de mis ojos, que se salen de mí, como brazos interminables que me salvan. Me pasa lo mismo con los pasos, se me escapan de los pies, suben por la pared y saltan al vacío, buscando caminos de arena.
Y las manos, ya se me han ido.

Sin embargo yo estoy acá, parada desde hace años, mirando siempre.

Veo el gris de las casitas de enfrente, que sólo yo veo. Un gris algo verde. Nunca es mas claro, cada día un poco más oscuro, siempre un poquito más. Un día pienso que será negro, pero hoy es de ese color sin alma de los días insípidos.

Y a lo lejos el mar, con sus costas, ese mar que me llama a cada instante, sabiendo que no iré. Los que me miran no oyen el mar, pero a mi me enloquece ese murmullo cerrado de las olas, siempre mareando mis ojos., siempre salando mi boca, siempre azul al fondo, aunque mis ojos sólo vean el gris húmedo de las paredes de abajo.

Todo de mi se va, todo de mi se está yendo desde el principio, sin embargo mi cuerpo pintado se queda.
Y eso es lo que ve quien me mira.
Una mujer de espaldas mirando por la ventana.

Mis ojos miran para adelante, pero lo que veo, está detrás de mí. Son ojos mirando. Los siento. Los escucho parpadear. Los percibo pegados en mi centro, donde brillo.
Donde ya no estoy.

Soy luz, estando en sombras.
Han de ser las escaleras invisibles a las que me trepo cada día para irme de esta celda cuadrada. Esta condenada ventana donde alguien me ha perpetuado.
Celeste y verde y gris y un color canela como mi piel en las paredes, se termina confundiendo en las miradas de quienes me miran, y ya no saben si soy yo, o son ellos proyectados.

Son ellos mirando el mar, son ellos apoyados en el marco de la ventana y sintiendo el salitre pegándose en sus labios. Son ellos dibujando horizontes, y viajando solitarios por mi espalda, haciendo escala en mi cintura, adueñándose de mi falda transparente.
Son ellos. Yo no soy.

Yo soy esa estampa que dejé, pero también soy la que se está yendo.
Me arranqué la falda, me solté el pelo, desnuda quedé, helada. El viento marino me secó las lágrimas.
Yo no quería estar para siempre y que en las manos me crecieran algas. Por eso me estoy yendo, aunque siga acá parada.

Me voy buscando que la arena borre todo y de mi no quede nada.
Sólo esta imagen quieta, que de tanto en tanto aparece detenida en interminables y burdas copias de colores fraudulentos.
Colgada en una pared desierta, para entretener alguna mirada.

-Salvador Dalí-

p1

A solas


Soledad
alivio de los sabios
que buscan en tu patio
malvones por abrir.
-Nélida Puig-

Ahora que está quemando el frío
me levanto de la silla
atravieso la galería,
mientras se abren los primeros
malvones obsoletos.

Y los miro, a solas.
Una idea definitiva
me ha impulsado al movimiento.

Nada tiene que ver
el incendio de mis venas
con el rojo rotundo
de los capullos florecidos.

Nada, pero al verlos al pasar
me he sentido viva.
Tan fogosamente viva como ellos.

Y he salido a la calle
abierta al azar,
como un libro aterrado.
Temiendo ser devorada
por mi fuego.

p1

Encontré un color


Paseando hace años
Por una calle de aromos en flor
Supe por un amigo bien informado
Que acababas de contraer matrimonio.
Contesté que por cierto
Yo nada tenía que ver en el asunto.
Pero a pesar de que nunca te amé
-Eso lo sabes tú mejor que yo-
Cada vez que florecen los aromos
-Imagínate tú-
Siento la misma cosa que sentí
Cuando me dispararon a boca de jarro
La noticia bastante desoladora
De que te habías casado con otro.
-Nicanor Parra-


Me gustan las canciones, son como pequeños motivos de los que me agarro para seguir cuando los pasos se me terminan. La idea con la que me fui era encontrar alguna, porque yo siempre he sentido eso que dice la canción de Celeste, que hay en alguna parte una canción que me está esperando.
Una letra escondida en medio de un puñado de acordes con ganas de decirme algo.
El final de un sueño, un esbozo de caricia, el sabor agrio del desamor, un rabo de pena, sonando en el silencio que deja en suspenso la última nota que se toca…Y las ganas de volverla a escuchar, como los niños cuando un cuento les ha gustado, que lo piden una y otra vez, porque disfrutan de antemano la emoción o el placer que han de volver a sentir.

Inmensas puertas por donde me cuelo y viajo.
Eso es una canción para mí.

Esa puerta parecía que no se iba a abrir esta vez, porque no encontré la entrada de ninguna. Me dediqué a caminar por senderos de música ya recorridos antes, me dejé llevar de la mano de canciones que ya me habían venido a buscar alguna vez.
Lo que sí me estaba esperando (siempre algo me espera y me enamora) fue un color y un perfume definitivo.
El de los aromos.
Estos árboles son lo más parecido a una sonrisa ancha que hay. Se elevan redondos y tupidos, cargados de unas pelotitas amarillas, que son sus flores, dueñas de un perfume intenso que invaden el aire frío del invierno. Del mismo modo son capaces de poblar la mirada de sol, aún estando todo el cielo repleto de nubes.
Ellos son el mismo sol brotado de la tierra.

Y, curiosamente, ellos me trajeron estos versos que he citado al comienzo y al final, del poeta chileno Nicanor Parra, cuya poesía me era desconocida y leerlo, ha sido lo mas parecido a encontrar esa canción que fui buscando.




“Hoy es un día azul de primavera,
Creo que moriré de poesía”
-Nicanor Parra-

p1