-Jorge Carcavallo-


En el patio de Tía Clara había un aljibe viejo, el cual ella nos tenía prohibido abrir, porque luego de la gran sequía que hubo en aquellos años, quedó completamente vacío.
A nosotros nos gustaba asomarnos a gritar para escuchar el eco, pero ella siempre con ese temor de que nos cayéramos adentro, nos ahuyentaba a escobazos. Poco después lo conocimos mejor, fue cuando pasó lo del saqueo. La falta de azúcar había comenzado a notarse en los negocios y en los hogares, nosotros que teníamos una pequeña plantación  de caña de azúcar para uso familiar comenzamos a sentir la amenaza una mañana cuando al despertarnos vimos cómo desde la ventana de la cocinita descubrimos la mirada ofuscada del vecino de enfrente y mas tarde me sucedió lo mismo con el vecino del fondo cuando fui a recolectar unos tomates de la huerta, él también me miró sin decir nada, pero respiraba enfurecido tras el alambrado. Y al salir a barrer la vereda Tía Clara se quedó con el saludo en la boca, pues la vecina de al lado pasó sin siquiera mirarla, pero tía alcanzó a mirar sus manos estrujadas y rojas, y no nos supo manifestar el motivo, pero sintió temor. Cuando nos reunimos a la hora del almuerzo y comenzamos a contarnos lo que estábamos sintiendo, nos quedamos en silencio sin poder encontrar una explicación. Nerviosos juntamos las cosas de la mesa, sacudimos el mantel y dentro nuestro algo parecido a un frío desconocido nos recorrió la espalda. Yo, siendo el mayor, le conté a Tía Clara nuestro sentir y ella tembló, me dijo que ya pasaría, que rezáramos.  Durante la semana la sensación recrudeció, no solamente nos sentíamos rodeados por los vecinos, sino por gente que no conocíamos que comenzó a rodear la casa de Tía. Ella sospechó que era por el azúcar y dio a los vecinos una cantidad para que se repartieran entre sí. Se corrió la voz y día tras día una multitud silenciosa, pero firme se fue  agolpando en las puertas de la casa. Una noche las paredes entraron a crujir y la puerta de calle se desplomó y entraron, en medio de la desesperación Tía Clara nos escondió en el aljibe y luego cerró la puerta quedándonos a oscuras. Sólo por la rendija de arriba entraba una pequeña luz que nos dejó ver cómo entre sombras y en absoluto silencio unos y otros atravesaron el patio derecho al cuartito del fondo y no se detuvieron hasta terminar incluso con el reguero de azúcar que habían dejado en el camino. Desde entonces vivimos aquí, en este fondo lúgubre y húmedo. De vez en cuando alguno sale a buscar víveres y regresa cuanto antes al aljibe.

4 Comentarios

  1. Joder, que miedo...
    Digno de una película de terror.
    Los vecinos parecen zombies...

    Besos asustados.

  2. Genín says:

    Que horror, se me pone la carne de gallina, ojalá que nunca tengamos que vivir algo como eso y menos dentro de un aljibe ...
    Besos y salud

  3. Buen artículo maravilloso, me gusta.

  4. Blanca says:

    Gracias a dios, estaba el aljibe, cosas así pasan, han pasado, ojalá ya no pasen mas

Gracias por tus palabras