El cielo se volvió desierto cuando comenzó la ingesta compulsiva de pajaritos. No le bastaban los pollos de criadero, gordos y desplumados listos para comer. Su afición por la colección de picos y ese delirio de armar un gran par de alas gigantes, con plumas verdaderas para entrar en el Guinness records, la llevó a la masacre. Se los comía vivos, no perdía tiempo en cocinar sus presas, ni en el adobo, ni en la maceración. Apenas abrir los ojos, un pájaro se le hacía ley en el horizonte de los párpados, se le hacía agua la boca y saltaba blandiendo su lengua voraz tras el botín.
Contra su naturaleza los pájaros dejaron de volar, comenzaron a esperar su turno amontonados de a grupos en las altas ramas de los árboles. Por las mañanas se podía escuchar un aleteo silente que bajaba hasta nuestras ventanas.
Fue así que diezmó el valle, acumuló entre sus carnes fláccidas pequeños pichones, ingenuos palomos, aves que no pudieron escapar a su insaciable rapiña.

3 Comentarios

  1. De paso podría haber acabado con algunos pajarracos que yo me sé...

    Besos.

  2. Reina says:

    La gente hace cualquier cosa con tal de figurar en algún lado.... :(

    Como dice Torito... por acá también se podría haber comido a una gran pajarraca que yo me sé... ;) jaja
    Por ahí todavía estamos a tiempo y le llega el turno... jaja :)

  3. Genín says:

    Pobrecitos los pajaritos con esa compulsión asesina...
    Besos y salud

Gracias por tus palabras